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2001

20 años: un mártir uruguayense, Pocho Lepratti

Claudio Lepratti, graduado en filosofía y pedagogía, desarrollaba una enorme labor social en los barrios más vulnerables de Rosario. Trabajaba en un comedor y en diciembre de 2001, mientras la policía reprimía los saqueos, desde la terraza de la escuela quiso frenar el tiroteo a grito pelado: “No tiren, hijos de puta, que aquí solo hay pibes comiendo”. Pero le apuntaron a él. Como dijo un cura de la villa: “Lo quisieron hacer desaparecer, pero ahora van a nacer muchos Pochos”. Fue a partir de entonces, y del reclamo de justicia, que todo el país (e incluso su propia familia) se enteró de la increíble labor social que había desarrollado durante años.

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"Si tenía algo para decir lo decía..."

"El pensamiento filosófico..."

 

Este artículo pertenece al tomo I de "Las historias casi desconocidas de Concepción del Uruguay", publicado en 2019 por Editorial El Miércoles.

 

La primera versión que se publicó en Concepción del Uruguay, en el tradicional diario conservador La Calle, decía que Claudio fue muerto por saqueadores o por vecinos: en el confuso párrafo final afirmaba que “lo habían presionado para movilizar al barrio donde era líder, pero no quiso plegarse a la destrucción y al robo. Fue en esas circunstancias cuando lo fueron a buscar y lo ultimaron”. Vaya a saberse de dónde obtuvieron esa tergiversada historia. Quizás la costumbre de publicar siempre la versión policial y oficial de las cosas llevó al periódico local a semejante yerro.

La historia, en realidad, fue bien distinta. Lepratti trabajaba en la Escuela 756 “Mariano Serrano” del barrio rosarino de Ludueña, uno de los más pobres de la gran ciudad santafesina. Era el 19 de diciembre de 2001, en la Argentina estallaba el modelo neoliberal, bajo el gobierno de Fernando De La Rúa que jamás supo qué hacer con semejante cargo, y en Santa Fe bajo la gestión de Carlos Reutemann, que venía siendo parte de ese modelo desde los años de Menem. Aquel día hubo cinco muertes en la ciudad de Rosario y varias decenas en el país. Cientos de personas del barrio aguardaban entrar a los supermercados en busca de comida, un objetivo que consiguieron en algunos casos, y en otros no, y durante los cuales la represión policial fue muy fuerte. En la última tarde de la vida del Pocho, desde la terraza del comedor de la escuela quiso frenar a la policía, insultándolos, para que dejaran de disparar sobre las mujeres y niños que merodeaban la zona. La respuesta fue directa: le apuntaron a él. La bala le dio en la tráquea y se lo llevó. Los testigos del asesinato explicaron ante la justicia que un policía que estaba en la parte trasera del vehículo se bajó y le disparó. Después se supo que era Esteban Velázquez. El policía subió al Chevrolet Corsa Nº 2270 de la Policía Santafesina y se fue. Luego la autopsia reveló que la bala ingresó a la altura de la garganta y era de plomo.

Una de las últimas imágenes de Pocho Lepratti.

En la villa pocas personas conocían a Claudio Hugo Lepratti por su nombre. Él era Pocho, aunque en Concepción del Uruguay lo llamaban Chicho. Tenía 38 años en ese momento y se había ido a vivir a la villa porque su convicción más poderosa, inspirada por sus ideas cristianas igualitaristas, era que estaba en este mundo para ayudar a los más vulnerables. “Se autodefinía como un cristiano revolucionario”, cuenta Adriana Meyer, quien agrega que hablaba poco pero cuando lo hacía era preciso. Y decía cosas como ésta: “El trabajo nos hace ascender como personas, mientras que su falta nos incita a la violencia, a la droga, a la delincuencia”. Claudio coordinaba talleres para niños y adolescentes, daba clases de filosofía y teología en la escuela de la parroquia del padre Edgardo Montaldo y colaboraba en el comedor de la escuela 756. “Lo quisieron hacer desaparecer, pero ahora van a nacer muchos Pochos”, dijo el sacerdote Marcelo Valsecchi en el multitudinario velatorio realizado en el corazón del barrio.

El velorio se realizó en el complejo educativo de Humberto Primo y Camilo Aldao. Cuando trajeron el cuerpo de Pocho, a las dos y cuarto de la tarde, lo recibió un aplauso. “Se siente, se siente, el Pocho está presente”. Quizá nació de algunos de los cincuenta chicos que integraban los grupos que él mismo había creado para contenerlos, para sacarlos de algunas de las principales lacras que el mundo actual les ofrece a los gurises, y sobre todo a los gurises pobres: el delito, el tráfico de drogas, el juego, el reviente. Los nombres de esos grupos reflejaban el afecto que corría por allí: La Vagancia, Los Gatos, Los Piqueteros, Los Rope, Las Terribles, La Murga de los Trapos, Los Peloduro. También había creado la revista El ángel de lata, una publicación hecha por y para los chicos. Nadie mejor que ellos para describir quién era Lepratti: “Siempre decía que lo que lo hacía feliz era vernos felices a nosotros”, dijo Darío. “Va a ser irremplazable, era como un papá para mí”, expresó Carlos. “A mí me dijo algo que me quedó grabado: Nunca dejés la escuela, y seguí creciendo fuerte y sana”, contó Vanina. “¿Y ahora qué hacemos nosotros?”, se preguntó Milton.

Mural en Concepción del Uruguay.

Es cierto que Pocho estaba en contra de los saqueos. Estaba contra cualquier forma de violencia. Cuando se desató lo inmanejable, les dijo a sus chicos que se quedaran adentro porque era peligroso. Era delegado gremial de los estatales, había sido seminarista y sufría por el hambre de la gente, en especial por la falta de oportunidades para la gurisada. “No se compraba un pantalón pero hacía que a los chicos no les faltara nada”, dijo el cura Montaldo.

Pocho era licenciado en Ciencias de la Educación, había estudiado Filosofía y durante cuatro años fue seminarista. Llegó a Rosario en 1989. El magro sueldo que recibía lo utilizaba para ayudar a los más pobres, que siempre lo visitaban en la humilde casilla que se había armado en la villa de Ludueña.

El padre de Pocho, Orlando Lepratti, contó a El Miércoles que tanto él como su familia se enteraron de la impresionante labor social de su hijo recién después de su asesinato. “Yo no imaginaba todo lo que él hacía por los chicos, por la gente del barrio donde vivía”, y continuó Orlando: “Ese trabajo de sacar a los chicos de la calle, de la droga. Tenía como siete grupos y logró que la mayoría comenzara a estudiar, aprendiera algún oficio... Lástima que después que murió me enteré de todo eso. Yo sabía de su solidaridad, de su humildad... pero él no hablaba de su trabajo social. Recién después, cuando fui a Rosario, centenares, miles de personas me fueron contando. Así me enteré de todo lo que ayudaba, hasta el sueldo lo destinaba a comprar cosas para sus grupos, para organizarlos o ayudarlos en el estudio. Pero es difícil transmitir todo lo que te dicen, yo he estado con gente que se le caen las lágrimas de los ojos al hablar de él y del trabajo que hacía”.

Orlando Lepratti.

El agente Esteban Velázquez fue procesado y posteriormente condenado a 14 años de prisión por el juez de sentencia Nº 3, Ernesto Genesio, con el cargo de “homicidio agravado por el uso de arma”. Además condenó a Velázquez y a la Provincia de Santa Fe a resarcir económicamente a los familiares de la víctima por los daños y perjuicios causados. Otro juez, Julio García, condenó a cinco policías más (Marcelo Arrúa, Rubén Pérez, Daniel Braza, Roberto De la Torre y Carlos Alberto de Souza) por “falsedad ideológica y encubrimiento agravado”, ya que “balearon y destruyeron el patrullero para simular un ataque y alegar que actuaron en su defensa”.

El monumento en su ciudad natal.

Las pericias de Gendarmería demostraron la truchada: las tiraron de abajo hacia arriba, es decir desde el piso. No había ninguna posibilidad que hubieran sido disparadas desde arriba del techo. También se comprobó que un cartucho naranja –que corresponde a munición de plomo– entregado por una testigo a los investigadores policiales, fue reemplazado por ellos por un cartucho verde, que corresponde a las municiones de goma. Hubo que instrumentar pericias por fuera de la fuerza policial, porque la propia policía santafesina embarraba la cancha. Nunca se condenó a responsables intelectuales del asesinato de Pocho, aunque su familia y los militantes sociales que empujaron el reclamo siempre apuntaron a Reutemann y sus funcionarios, que ordenaron la brutal represión.

La muerte del Pocho hizo que Orlando, al borde de los sesenta, y su esposa Dalis Bel, redescubrieran a su hijo mayor. Este hombre sencillo, de campo, alto y delgado, de hablar reposado y profundo como suele ser nuestra gente de “tierra adentro”, no solo comenzó a viajar a Rosario a reclamar justicia: también empezó a participar de marchas y movilizaciones en Concepción del Uruguay. Además de redescubrir a su hijo, Lepratti revitalizó su compromiso para que las cosas cambien: “Yo pienso en lo que hacía él y entonces digo, yo debo estar ahí, tenga ganas o no ese día, pero tengo que hacer algo”, reflexionaba Orlando.

La familia de los Lepratti Bel está cruzada por simbolismos relevantes para la historia argentina reciente: Dalis es prima hermana de Elvio Ángel Bel, militante comunista desaparecido en Trelew en noviembre de 1976, fundador del primer sindicato docente en aquella región.

La publicación de Sudestada.

Dalis es la esposa de Orlando, peronista y cooperativista, impulsor de las Ligas Agrarias en la zona, solidario como pocos, futbolero como nadie, a quien sus amigos llamaban Sasía por su parecido con el futbolista uruguayo. Dalis es, claro, la madre de Claudio, el militante social cuyo martirio en 2001 lo transformó en alguien que no para de nacer, pero Dalis nunca le dio mucha bola a la política: eso era cosa de los hombres de la familia. En cambio, la Iglesia sí era parte de la tradición materna: tres tías de Dalis eran monjas. El cruce de esas múltiples determinaciones dieron en Claudio un vértice, un punto de llegada que no deja de apasionar a quien se adentra en la historia de esta singular familia.

Dalis, en una entrevista con El Miércoles, recordó que cuando Claudio era gurí “nosotros no teníamos mucha plata, pero cuando salía siempre le dábamos para que tomara algo. Pero él venía y traía el vuelto. Le pagaba a los otros y él tomaba mate. O si había ido solo, guardaba lo que le dábamos y se compraba un libro, o los diarios. Así era él”.

Y Orlando definió a su hijo con la misma sencillez con la que contestaba cada pregunta: “Claudio era un buen tipo. Era capaz de hacer sacrificios por los otros. Nada más que eso”. Y expresó esa sencillez frente a la cámara: “No me saquen fotos a mí, publiquen las de Claudio. Él es el que vale la pena”, dijo en medio de la grabación. Orlando murió en 2004, apenas después de regresar de Rosario donde había participado en los actos pidiendo juicio y castigo a los culpables por los hechos de diciembre de 2001.

 

Gustavo Martínez, un militante de ATE Santa Fe, escribió en homenaje a Claudio, que “Pocho era el mate cocido calentito para el alma, el espejo para ver todo lo que nos falta comprometernos... un quijote en bicicleta que no perdía el tiempo con los molinos de viento, era el chef guisero de la solidaridad y la cebolla, era la chata que te levanta en la ruta después de hacer diez horas dedo... Y no se fue: lo fueron, lo crucificaron como al otro flaco que nunca anduvo en bicicleta, los mismos de siempre, los mismos que asesinaron, torturaron y desaparecieron a toda una generación de hormigas”.

Son incontables los homenajes al Pocho en todo el país e incluso en el exterior. En su ciudad natal, una escuela secundaria lleva su nombre por elección de su alumnado: la Escuela Secundaria Nº 15 “Claudio Lepratti”.

Dalis Bel.

Además hay un monumento en su honor emplazado en la intersección del bulevar Montoneras y una diagonal que también lleva su nombre. El monumento se inauguró el 30 de marzo de 2007 y cada año al llegar diciembre se recuerda allí a los caídos en 2001, y al llegar febrero, se celebra el cumpleaños de Pocho, con artistas populares, murgas y baile. En Rosario, en 2003, la antigua casa de Lepratti en el barrio se convirtió en una casa de difusión de cultura: el Bodegón Cultural “Casa de Pocho”, que incluye una biblioteca popular. Otro homenaje que le dio enorme repercusión fue la hermosa canción en ritmo de cumbia que le dedicó León Gieco, en 2005, llamada El ángel de la bicicleta, con música del pianista Luis Gurevich. El estribillo de la canción es la frase de Pocho: ¡Bajen las armas, que aquí solo hay pibes comiendo!

La editorial Sudestada publicó en 2019, en su colección “Para chic@s”, un libro infantil escrito por Marcelo Valko e ilustrado por Julio Ibarra. Allí se cuenta la historia de este mártir nacido en Concepción del Uruguay y se afirma que “aunque pasaron casi veinte años, Claudio Lepratti está presente y sigue pedaleando en cada lucha de cada hormiguita que sepa que la construcción de un mundo mejor donde quepan todos los mundos es lenta, pero viene…”.

Este capítulo se escribió en base las notas originalmente publicadas en los números 91, 107 y 109 de El Miércoles, entre diciembre de 2001 y noviembre de 2002, firmadas por Américo Schvartzman y Jorge Villanova, además de la entrevista de los mismos autores a Dalis Bel titulada “Si tenía algo para decir, lo decía”. Para conocer más sobre el tema es recomendable el libro Pocho vive, editado por la Biblioteca Popular que lleva su nombre, en el que se reunen numerosos testimonios e historias sobre el trabajo diario de Lepratti, la investigación de su asesinato, y un análisis de los grupos de personas marginadas unidos por la solidaridad.

 

 

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