Crónica de una obra que pinta una familia y a la vez pinta una época de la humanidad (¿ya dejada atrás…?), representada por un elenco independiente que colmó la principal sala de Concepción del Uruguay con una puesta digna y poderosa, y recibió el merecido aplauso del público uruguayense.
Por A.S. de EL MIÉRCOLES
El sábado 15 de abril se presentó, otra vez a sala llena, en el auditorio "Carlos María Scelzi" de Concepción del Uruguay, el clásico de Federico García Lorca, “La casa de Bernarda Alba”. Otra vez, porque como en el estreno en noviembre del año pasado, la respuesta del público uruguayense fue extraordinaria: la primera impresión del cronista fue de felicidad al ver la enorme cola de espectadores aguardando en la vereda de la esquina de Urquiza y 8 de Junio para ocupar sus butacas.
Es que la comunidad de Concepción del Uruguay ama el teatro, ya se sabe. Es la razón por la cual el Encuentro Entrerriano no imagina lugar mejor para realizarse cada año. La respuesta a la renovación de la propuesta lorquiana es una nueva demostración. Con una entrada a 1.000 pesos, es también una rotunda desmentida a quienes dicen, sibilinamente, que el teatro local solo llena cuando es gratis. Pues no: llena salas cuando la propuesta es atractiva, está bien difundida, hay pocas alternativas (como quizás ocurría este sábado) o la recomendó el boca-a-boca de quienes la vieron antes; o quizás, cuando se mezclan una o más de las razones enumeradas.
La obra
Un elenco independiente de diez actrices y un director de la ciudad, volvieron presentar una de las obras de repertorio dramático más importante de la lengua de habla hispana. Una obra señera y universal pese a (o tal vez precisamente por) su inconfundible “españolidad”. El texto de Federico es brillante y tremendo, lleno de oscuridades y horrores cotidianos que, durante mucho tiempo, fueron la vida misma para mujeres de pequeños pueblos o grandes ciudades, en todas las latitudes. Y que, duele escribirlo, lo siguen siendo en muchos casos. Por eso la pregunta que subyace detrás de la obra (y de esta puesta) es válida y sigue vigente: ¿hemos dejado atrás, del todo, esos espantos, o siguen siendo parte de la vida de muchas mujeres, también en nuestros tiempos y en nuestros lugares?
La obra, en la que solamente actúan mujeres, retrata la violenta y opresiva sociedad tradicional hispánica.
“La casa de Bernarda Alba” es considerada una de las más grandes obras del teatro español y universal. Como quería Tolstoi, la obra de García Lorca pintó su aldea y al hacerlo, pintó a la humanidad. “La casa de Bernarda Alba” es un retrato detallista de la España doméstica de comienzos del siglo XX, hay que recordar que fue escrita en 1936, y que, dada la condena a su autor por parte del franquismo, en la península no se presentó hasta muchos años después, casi 20. De hecho, el estreno mundial fue en Buenos Aires y de la mano de la exiliada Margarita Xirgu.
La obra, en la que solamente actúan mujeres, retrata la violenta y opresiva sociedad tradicional hispánica, con raíces en la Edad Media, en la que el rol de la mujer es siempre subalterno de los hombres, en una mezcla que profundiza la opresión al entreverarse con la melindrosidad religiosa, la prohibición de exhibir las emociones y la decisión de vivir de manera hipócrita, procurando que las miserias se barran debajo de la alfombra.
Bernarda es la autoritaria viuda (por dos veces) que quiere mantener un luto carcelario y a la vez las apariencias de posición económica (aunque todo indica que las cosas se vienen complicando) con quien viven sus cinco hijas (Angustias, Magdalena, Amelia, Martirio y Adela), su madre desequilibrada y sus dos criadas, una de las cuales se ha pasado la vida sirviendo a la familia. La mayor de las hijas, heredera de la fortuna del primer marido, es la elegida por Pepe el Romano, el varón codiciado por otras de las hermanas y siempre presente aunque nunca aparece en escena. Pero los contactos furtivos, la envidia y la maledicencia entre ellas desatan la tragedia.
La puesta
Con dirección de Blas Gurrieri, las diez actrices uruguayenses dieron lo mejor de sí, en una presentación algo accidentada (la tradición dice que siempre ocurre con la segunda función) por detalles técnicos: alguna luz que no apagaba, otra que no encendía, efectos sonoros que no permitían escuchar los parlamentos de las actrices… Pero la pasión puesta en escena por todo el elenco, sumada a la potencia del texto, no dejó que nada empañara la función.
Un párrafo aparte merece Laura Evequoz en el papel de la desequilibrada madre de Bernarda, tan ajustada en el rol y tan potente en su actuación que dejaba al cronista pidiendo más de ella.
La madre castradora está muy bien representada por Verónica Comte, también las hijas (en los cuerpos de Gisela Ferrari, Carolina Fernández, María Lassalle, Berenice Merizaldi, y Ailén Muntes) soportando el trata diferencial de su autoritaria progenitora, y cada una buscando pulir sus mecanismos de supervivencia para no enloquecer. Completan el elenco Mariela Salas como Prudencia y Carina Torres con Abril Salvarredy Durandó representando a las dos criadas.
La pregunta que subyace detrás de la obra (y de esta puesta) es válida y sigue vigente: ¿hemos dejado atrás esos espantos, o siguen siendo parte de la vida de muchas mujeres?
La obra original está escrita en tres actos, pero la dirección optó por no realizar corte intermedio, lo cual tal vez conspiró un poco contra la apreciación de los momentos del drama. El vestuario, la disposición de la austera pero eficaz escenografía, los movimientos en escena, son eficaces y contribuyen a darle la mayor credibilidad a una obra que no resulta fácil ni para las actrices ni para el público, dada la cantidad de modismos y términos propios del hablar castizo y muy lejanos a la cotidianeidad entrerriana. Doble mérito para esta propuesta, entonces.
El resultado es un texto muy intenso en una puesta sencilla y a la vez suficiente, que logra transmitir la carga de opresión y encierro, de calor asfixiante y de represión. Tanto que por momentos el público se ríe de situaciones que no son graciosas sino trágicas, quizás por la necesidad de dejar salir parte de la carga emocional que se va acumulando en el transcurso del desarrollo dramático. El peso del potente texto cae fuertemente en la labor actoral y no cabe duda de que las actrices realizan un trabajo correcto, en algunos momentos sobresaliente, en otros un poco achatado, quizás por un detalle a mejorar: en algunos casos la declamación de las actrices resultaba casi inaudible para parte del auditorio. Casi como si la hablante no se percatara de que el destinatario del diálogo es el público y no la actriz eventualmente interlocutora.
Una noche memorable para que el teatro uruguayense siga revitalizado y animándose a proponer puestas ambiciosas y de altisima calidad como la obra que comentamos.
Nada de ello, sin embargo, restó aplausos o reconocimiento a la presentación de “La casa de Bernarda Alba”, que el público presente valoró y premió con largo aplauso y con numerosos elogios posteriores. Una noche memorable para que el teatro uruguayense siga revitalizado y animándose a proponer puestas ambiciosas y de altísima calidad como la obra que comentamos.
Fotos: Facebook de Blas Gurrieri.
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