Un sábado 29 de julio de 2000, el reconocido cardiocirujano René Favaloro se quitó la vida con un disparo de arma de fuego. Tenía 77 años.
Por A.S. de EL MIÉRCOLES
Hoy cumpliría cien años René Favaloro.
Cuando estaba vivo era una molestia. Nadie lo quería, o casi nadie, entre las dirigencias sociales, políticas y económicas. No encajaba en ningún lado.
Para los radicales era un inmanejable, un librepensador molesto.
Para los peronistas, un gorila.
Para el sindicalismo tradicional, un enemigo, que denunciaba la corruptela de las burocracias gremiales.
Para la derecha, un zurdito despreciable.
Para la izquierda, un blando, un socialdemócrata.
Para la Iglesia, un enemigo: un defensor del aborto legal y de la separación del Estado de cualquier religión.
Para las burocracias académicas, un intratable que les restregaba las contradicciones entre lo que se predica en el discurso pero no se concreta en la práctica profesional, donde la salud sigue siendo un negocio y no un derecho.
Hoy es un héroe nacional para casi todas las cofradías anteriores, sobre la base de evitar hablar de casi todo lo que él decía, y sobre todo, lo que ellas decían y pensaban sobre él, pero lo usan (eso sí) con fines subalternos.
Así estamos. ¿Así somos? ¿Así queremos ser?
Yo a veces coincidía mucho con Favaloro. Otras veces lo escuchaba o leía y me enojaba, porque me parecía que ponía énfasis en cosas irrelevantes. Hoy releo sus opiniones y definiciones y valoro mucho más lo que me acercaba a él que lo que me alejaba.
«Es indudable que ser honesto, en esta sociedad corrupta tiene su precio. A la corta o a la larga te lo hacen pagar», escribió en su carta de despedida, que hay que leer, sin endiosarlo ni demonizarlo, para entender. Como a cualquier otra figura, en realidad. Y en cambio, hay que recordarla, pero sobre todo, recordar sus aciertos.
No hay final feliz, cantó Attaque en su homenaje (la canción "Western", que en casa aniversario suena mucho en las radios).
Por todo eso acá seleccioné (arbitraria, discrecionalmente como lo es todo recorte) algunas de sus opiniones o definiciones con las que coincidía, e incluso otras que no conocía (como su mirada sobre el problema ambiental) que hoy me acercan todavía más a su pensamiento.
Las frases que rescato acá tienen notable vigencia. Al menos en sus temas, los de salud pública, los de ciencia. En los otros temas tenía derecho a opinar como cualquiera, pero en lo que sabía, en lo que había profundizado, era capaz de dejar definiciones como éstas:
«Con el divorcio decían que era el fin de la familia y sólo fue el fin de la vergüenza de los separados ilegales. Con el aborto legal no habrá más abortos, ni menos. Habrá menos madres muertas. El resto es educar, no legislar».
«En cada acto médico debe estar presente el respeto por el paciente y los conceptos éticos y morales; solo entonces la ciencia y la conciencia estarán siempre del mismo lado, del lado de la humanidad».
«Si no tomamos conciencia del desastre ecológico que el hombre ha desatado en nuestro planeta -la Argentina no queda excluida- las consecuencias serán terribles. Debemos comprometernos a luchar sin descanso por la rehabilitación del aire, el agua y la tierra».
«Estoy convencido de que a esta sociedad consumista, cegada por el mercado, la sucederá otra que se caracterizará por el hecho trascendente de que no dejará de lado la justicia social y la solidaridad».
«Los progresos de la medicina y de la bioingeniería podrán considerarse verdaderos logros para la humanidad cuando todas las personas tengan acceso a sus beneficios y dejen de ser un privilegio para las minorías».
«Yo creo que hemos perdido el derrotero en cuanto a prioridades en la enseñanza. Nos debería preocupar más la primaria y la secundaria -pues es en la niñez y en la pubertad cuando se forma el ciudadano del futuro- que la universitaria, que si se la analizara en profundidad tendría que rendir cuentas al país por su ineficacia».
«Existe en el país enorme cantidad de tierra improductiva -mucha de ella fiscal- (...) Es fácil predecir lo que se podría hacer transformando más de dos millones de hectáreas dormidas al pie de nuestros lagos con el esfuerzo mancomunado del hombre y del Estado».
«El medio ambiente se encuentra en estado de emergencia y los efectos de esta degradación amenazan la seguridad económica, alimentaria y sanitaria de los habitantes del planeta, en especial, de los más pobres. Una vez más se hace evidente la diferencia entre ricos y pobres; si los países pobres consumieran tanto como los países industrializados, se necesitarían diez planetas semejantes para abastecer a todos».
«¿Alguien ha pensado alguna vez lo que significaría que los países latinoamericanos con reservas incalculables de agua, bosques, cereales, ganado, hierro, cobre, estaño, petróleo y enormes extensiones de tierra virgen, con principios sólidos y excluyendo falsos nacionalismos, se unieran estructuralmente para que, de una vez y para siempre, ocupemos un lugar en el mundo?»
«Nunca recibí distinciones a título personal. Para mí el 'nosotros' siempre estuvo por encima del 'yo'».
«Vivo enraizado con mi país. Pero quizás por mi devoción a San Martín, Bolívar, Sucre y Artigas a veces sufro más como latinoamericano que como argentino, a pesar de estar machimbrado con mi tierra».
«Es necesario insistir una vez más que si no estamos dispuestos a comprometernos -principalmente los universitarios- a luchar pos los cambios estructurales que nuestro país y toda Latinoamérica demanda -principalmente en educación y salud- seguiremos siendo testigos de esta sociedad injusta donde parece que el tener y el poder son las aspiraciones máximas».
«Artigas, hombre excepcional, exigía un lugar para obreros, indios, mestizos y humildes y resentía poderosamente el privilegio y las pretensiones de las clases altas. Fue uno de los primeros caudillos políticos que reconoció los peligros que el libre comercio planteaba a las naciones sudamericanas y fue también el que propuso considerar a América como patrimonio mítico, una tierra destinada a ser algo más que un simple apéndice de Europa».
Favaloro cumple cien años. Rescatar sus mejores pensamientos y traerlos a la agenda pública de la triste realidad que vivimos (me parece) es el único homenaje que él aceptaría, mientras en cambio rechazaría la hipocresía con la que se lo conmemora en un país que está cada día más lejos del que soñaba.
¿Seremos capaces?
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