Parecía verano, aunque técnicamente todavía era invierno. La temperatura rozaba los 37 grados de sensación térmica y había un sol espléndido. Era un día tan ideal que, si se hubiese dado en verano, la gente de Concordia seguramente habría ido al lago o a la playa Nebel o a Los Sauces. Pero esto no se podía por el momento debido a la crecida del río y, según se decía, para el verano se esperaba la llegada de El Niño, fenómeno que provoca intensas lluvias, lo que daba a pensar que, justo cuando efectivamente llegasen las vacaciones, tampoco se podría hacer.
El río estaba crecido. En apenas una o dos semanas había pasado de 4 metros a medir casi 9 y, tiempo después, llegó a oscilar entre los 10.60, 10.80 y no había señales de que fuera a bajar pronto.
Después del sol deslumbrante, el tiempo se fue tornando cada vez más oscuro, las nubes se asomaron y terminaron de cubrir todo el cielo como si quisieran forjar una muralla. No pasó mucho tiempo cuando finalmente comenzaron a caer las gotas de a poco, para cada vez volverse más fuertes, con tal intensidad como se las escucha sobre un techo de chapa. El día que había empezado con un sol radiante, culminaba con una de esas tormentas eléctricas que hacen pensar que es el fin del mundo.
Según el pronóstico, llovería el resto de la semana y lo que seguía preocupando era el avance del río.
A lo largo de los años, Concordia ha sido testigo de numerosas inundaciones. La de 1959 fue una de las más importantes; se calcula que dejó como resultado 13 personas muertas y más de 30.000 evacuados. Por aquel momento, más de la mitad de la ciudad se encontraba sumergida en agua. No existía en ese entonces la Represa de Salto Grande (que comenzaría su construcción recién en 1974) ni tampoco la denominada actualmente Defensa Sur (construida entre 1998 y 2005).
En 2015 llegó, quizás, la inundación más recordada por la mayoría de los concordienses, sobre todo porque no data de hace mucho tiempo.
Mientras algunos celebraban la Navidad con sus familias en la comodidad de sus hogares, otros la “celebraban” en algún centro de evacuación como una iglesia, escuela, club, entre otros.
Al hablar con Lita, o mejor dicho Marta Graciela, sobre cómo vivió la Navidad ese año, podría afirmar que recordaba todo con lujo de detalles. Quizás otra persona vivió esa Navidad como una más, pero para Lita pensar en ella es un recuerdo que solo trae angustia.
“La experiencia que vivimos de esa inundación fue angustiante, vos ves que el río se viene y no querés que llegue a tu casa y tenés que empezar a juntar las cosas, te ponés nerviosa, no sabes por dónde vas a empezar. Teníamos una bebé, nenes chicos. Fue muy angustiante”.
“Yo no quería salir de mi casa; es más, la noche anterior vinieron los de la cooperativa y nos cortaron la luz, y yo seguía sin querer irme de mi casa”. Lita y su esposo durmieron en una casa enfrente de la suya porque un vecino les ofreció hospedaje y su hija con su marido e hijos decidieron quedarse en su hogar. Al otro día, el agua estaba en la esquina de su cuadra y fue ahí que, con ayuda del Regimiento, pudieron trasladar sus cosas.
“A la tarde vine a mi casa a ver qué es lo que podía levantar, qué es lo que había quedado. Dejamos muchas cosas. Justo vino mi amigo Luis y me dice: ¿no te vas? Y yo le digo que no, que mientras no entre el agua yo no me pienso mover. En ese momento estábamos los dos en el patio y se vino la avalancha de agua, que fue el pico de creciente, vino a las 17:30 el 24 de diciembre y ahí sí, entró 30 centímetros dentro de mi casa y tuvimos que salir, irnos”.
A Lita y a su familia los querían llevar a evacuar al Regimiento, pero como ellos tenían niños chicos tomaron la decisión de alquilar un departamento de una señora para la que Lita trabajaba. La señora no quiso alquilarle el lugar, sino que los dejó quedarse sin tener que pagar.
“La Navidad la pasamos cansados, angustiados. Comimos temprano, esperamos las doce y nos acostamos todos porque estábamos muy cansados, hasta nos olvidamos la carta para el niño Jesús. Todo fue un desastre y se notaba en la calle la angustia de la gente, no había esa algarabía de cuando viene la Navidad. Para muchos la Navidad es fiesta y para otras personas, en este caso nosotros, es fiesta religiosa”.
Seguramente esa noche hubo festejos, regalos, fuegos artificiales que resplandecían en el cielo nocturno; pero también hubo desesperación, bronca, tristeza. Y en el fondo de las calles, el asomo de una gran masa de agua en medio de la oscuridad.
Solo había más agua. Más agua con el avance del río. Más agua proveniente del cielo. Más agua cayendo sobre las mejillas de las personas que habían perdido su hogar. Todo era más agua.
Ese año, la altura del río Uruguay llegó a alcanzar los 16 metros y provocó la evacuación de más de 11.000 personas. En esa instancia la ciudad recibió la visita del entonces presidente de la nación, Mauricio Macri, y fue considerada la peor inundación desde 1959.
Las personas afectadas recibieron ayuda tanto del gobierno como de la solidaridad de los vecinos de la ciudad, quienes llevaban alimentos y también juguetes o regalos para los niños, pues aún seguía, después de todo, siendo Navidad.
“Con mi hija veníamos todos los días a mirar la casa y mientras está el agua vos no te das cuenta, pero, así como el agua viene rapidísimo, se va. Cuando se fue, no te das una idea la angustia que sentís al ver tu casa sucia, con mugre, con todo lo que trae el agua. Y tener que empezar a limpiar para esperar que se seque un poco y volver a tu casa de nuevo. No solamente mi casa, yo me paraba en mi calle y miraba para allá abajo, para el lado del río y te angustiaba la marca de hasta donde llegó el agua. Una desolación tremenda era eso”, siguió contando Lita.
Marta Graciela también dijo que muchas cosas que tuvieron que dejar en su hogar fueron robadas, incluso con todo lo que estaba aconteciendo.
En los años 2017 y 2019 también hubo una fuerte crecida del río, pero no llegó a los niveles de la anterior.
Hasta el día de hoy -solo hace falta prestar un poco de atención-, se pueden observar las marcas que dejó el agua en las paredes de las fachadas de las casas; como si quisiera hacernos recordar su paso, como si quisiera que tengamos en claro que es una bestia que duerme pero que no está muerta.
“Sigo viviendo en esta misma casa porque es nuestra. Y ahora estamos expectantes, acá, esperando lo que Dios decida por nosotros. Mientras se mantenga así, que acá no llueva, yo creo, pienso que no va a crecer tanto. El tema es que llueve para el lado de Brasil, pero, bueno, en las manos de Dios estamos”.
“Vos ves ahora que el río se viene y decís, vamos a tener que empezar de a poco a mover, sacar cosas, a guardar y es un movimiento tremendo, pero hasta ahora no hemos movido nada. Nosotros creo que nos vamos a empezar a mover cuando empiecen a sacar personas, todavía no hay evacuados gracias a Dios. Pero ahí estamos, esperando, como dije, en las manos de Dios y la virgen María, no queda otra que esperar”.
Si uno camina por la Costanera puede ver que el río no ha llegado a la avenida principal, pero sí puede ver que está ahí, pareciera, cada vez más cerca. ¿Será porque realmente está más cerca o son los recuerdos y el temor que hacen pensar que lo está? De un lado de la avenida están los niños jugando a la pelota, corriendo; hay gente sentada tomando mate y comiendo bizcochitos, compartiendo. Del otro, el río Uruguay, que pareciera querer pertenecer y unirse a esa gente aún si significa arrasar y dejarlos sin nada.
Autora: Agostina Zilloni (estudiante de 2° año de la Tecnicatura en Comunicación Social del Instituto Profesorado Concordia).
Fuente: El Entre Ríos
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