A los 71 años se despidió el médico de Cerrito, hombre comprometido con su comunidad, de claras y férreas convicciones ambientales y sociales. En 2008 fue convencional en la reforma de la Constitución Entrerriana, y antes de ellos, autor de un libro pionero en la denuncia de los agrotóxicos.
Por AMÉRICO SCHVARTZMAN de EL MIÉRCOLES
El médico Darío Roque Gianfelici había cumplido 71 años el pasado 10 de enero. Rosarino de nacimiento, y ferviente hincha canalla, estaba radicado en Entre Ríos desde hacía décadas: se había instalado en Cerrito en 1981, tras egresar como médico de la Universidad Nacional de Rosario (UNR).
En su ciudad adoptiva, su amada Cerrito, a unos 50 kilómetros de Paraná, Darío ejerció la medicina rural, general y familiar, y se especializó en Geriatría. Así fue adquiriendo en su comunidad un prestigio y un respeto basados no solo en su calidad profesional y su servicio constante al prójimo, sino también en su calidad humana, su bonhomía y su compromiso con los intereses comunitarios.
Admirador de Alfredo Palacios —en broma decía que sus bigotes eran un homenaje a la legendaria figura socialista— Gianfelici fue también un militante político: concejal vecinalista en su ciudad, llegó a la Convención que reformó la Constitución de Entre Ríos en 2008, como integrante de la alianza que en ese momento conformaron la Coalición Civica y el Partido Socialista. Darío, para entonces, en su amplia trayectoria profesional, se había constituido como un pionero en la denuncia sobre los efectos de los agrotóxicos en la salud de la población.
Darío sabía que lo importante, siempre, son las personas. No los esquemas mentales, ni las tradiciones equivocadas, ni mucho menos, la rentabilidad.
Su experiencia médica lo llevó a percibir las muertes prenatales, embarazos que no llegaban a término, los casos de cáncer y además los arroyos sembrados de peces muertos. Desde el año 2000 y tras constatar los efectos adversos en la reproducción, en la formación de los órganos durante la gestación, así como problemas de fertilidad, le dio forma a su preocupación a partir de numerosos datos, y publicó su libro titulado La soja, la salud y la gente (2005).
En ese trabajo, en doce capítulos y casi cien páginas, denunció el uso de venenos como glifosato o endosulfán, relevó los datos disponibles y mostró el verdadero panorama de la provincia de Entre Ríos, convirtiéndose en un trabajo pionero que inspiró y fue destacado por algunas de las principales referencias en la temática, como los recordados Jorge E. Rulli y Andrés Carrasco.
Con afirmaciones claras y palabras sencillas, basadas en datos comprobables, Gianfelici vaticinaba: “El agricultor va a entender tarde y mal que la ecuación económica de la soja no se sustenta en el tiempo y va a dejar secuelas terribles sobre los campos y sobre su propia familia que hoy mira con desconfianza, y hasta con burla a quienes tratamos de informarlos sobre los peligros que se ciernen sobre sus cabezas”. Su libro fue (y sigue siendo) un faro para la lucha en defensa del ambiente.
En 2011 asumió como director en el Hospital José María Miranda de Cerrito, nombrado mediante el decreto 2411 del Poder Ejecutivo. También fue concejal en su ciudad, sumándose al Concejo Deliberante en dos ocasiones (2011-2015 y 2017-2019, en este segundo momento para cubrir una banca tras la muerte de un edil), siempre en representación de la Unión Vecinal. En esa labor, tuvo iniciativas en diferentes aspectos de la vida comunitaria, en especial en los que se vinculan con el ambiente y la salud de la población.
En distintas oportunidades, Darío participó de los encuentros nacionales de “Médicos de Pueblos Fumigados”, disertando en varias de esas ocasiones en los paneles sobre la temática de su trabajo pionero, tanto en Entre Ríos como en otras provincias. (Ver enlace: fragmento de entrevista).
Marcela Haiek, con quien Darío compartió el bloque en la Convención 2008, lamentó su partida con estas palabras: “Lo despedimos agradeciendo. Agradeciendo su aporte constante, firme y profundo a la lucha ambiental en nuestra provincia. Agradeciendo su convocatoria al trabajo interdisciplinario y su constante compromiso con la defensa de la salud y de la integridad en lo individual y en lo colectivo, labor que quedó plasmada en la reforma de nuestra Constitución Provincial en el 2008 y que tuvimos el honor de compartir. Agradeciendo su aporte desde la medicina y la docencia que nos deja nuevas herramientas para construir un mejor ambiente para nosotros y las generaciones futuras”.
Por su parte, Jorge Daneri, referente ineludible de la lucha ambiental en Entre Ríos, dijo: “¡Qué enorme tristeza! Darío Gianfelici es uno de esos hombres que llevan sus ideas, sus convicciones y sus coherencias en el alma. De los que saben aquello del sentipensar... De los que nunca entregan ni rinden banderas. Que denunciaron los venenos en los alimentos, que defendieron la libertad del río, que daban clase del caminar en paz con la coherencia de sus ideas y de sus hechos. Como médico de pueblo, como un Arturo Illia, a esa escala humana. Y que también en la Constitución de la Provincia dejó su alma”.
En efecto, como convencional, Gianfelici fue uno de los puntales en la introducción de las temáticas ambientales en la Constitución provincial, que desde entonces contiene un capítulo destinado a esa cuestión que sin duda resultó de avanzada y sigue siendo pionera en el derecho constitucional argentino.
Sin embargo, como el propio Darío lo señaló en repetidas oportunidades, las disposiciones constitucionales sobre ambiente siguen incumplidas en sus aspectos principales, razón por la cual, el querido médico de Cerrito alzaba la voz cada tanto para reclamar su vigencia.
Quien firma esta nota tuvo también la oportunidad de compartir con Darío la Convención en 2008, y forjar desde entonces una amistad fortalecida por la comunión de ideas y la admiración hacia su conducta. Esa trayectoria se engalanaba además con un humor vital a toda prueba, y con una disposición a abrirse a nuevas perspectivas y realidades, como lo demostró en la reforma constitucional al apoyar iniciativas entonces todavía polémicas, como la unión civil de personas del mismo sexo, bastante antes de que a nivel nacional se aprobara el matrimonio igualitario. Es que Darío sabía que lo importante, siempre, son las personas. No los esquemas mentales, ni las tradiciones equivocadas, ni mucho menos, la rentabilidad. Por eso vale la pena terminar esta nota de despedida, con uno de los párrafos finales de su libro:
“Los seres humanos pretenden olvidar, o ignorar, que son ellos y sus políticas de desarrollo económico quienes tienen que plegarse a la naturaleza y que no es la naturaleza la que se doblega a la domesticación miope e inmediatista, de provecho económico del hoy, para salvar todas las imprevisiones y abusos del pasado a costa del aniquilamiento del futuro, olvidando o haciendo oídos sordos a aquello de que la tierra, el ambiente, no es propiedad nuestra sino un préstamo de las generaciones futuras y que como tal se debe respetar y preservar; pues ese ambiente es parte de la naturaleza y esa naturaleza ha necesitado miles de siglos de procesos de evolución, adaptación y de interacciones, para que la existencia de la vida en la tierra se hiciera realidad” (pág. 89).
Por todo eso su nombre y su labor no serán olvidadas. Hasta siempre, querido Darío Gianfelici.
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