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CUANDO ALIMENTARSE ES UN LUJO

MAL COMIDOS

La estresante vida a la que nos empuja la crisis económica repercute en la manera en que nos alimentamos. La guita apenas si alcanza para sobrevivir. Sergio Britos, nutricionista, docente y referente en la materia, habló de eso con revista La Mala de Gualeguaychú.

 

Por FEDERICO PERALTA

Fotos: JOAQUÍN GARCÍA

 

Harinas, estrés y mate. Hubiese sido un buen título para esta nota (le podría agregar pucho), pero elijo otro, menos pícaro y con mayores pretensiones de intelectualidad.  Comer mal parece ser parte de las nuevas reglas de juego. “No hay plata” ni para comer. Para comer bien, digo.

Esta nota pretende dar respuesta a dos preguntas: ¿cómo impacta la crisis económica en nuestra alimentación? y ¿por qué no nos enseñaron a comer?

Sergio Britos es licenciado en nutrición, docente en la Facultad de Bromatología de la UNER y director del Centro de Estudio sobre Políticas y Economía de la Alimentación (CEPEA). El miércoles, un día antes de exponer en la Feria del Libro de Buenos Aires sobre malnutrición infantil, dialogó con La Mala.

“Quienes hacemos investigación solemos estar presos de las evidencias, nos gustan plantear datos reales. Pero en este caso en particular, no hay ningún estudio que demuestre qué está sucediendo con la alimentación de la población en estos últimos años de agudización de la crisis socioeconómica”, dice Britos. Y, con tono pedagógico, expone: “Estamos en un país en el que más del 60% de los niños y niñas son pobres, y son los más perjudicados por la calidad de su dieta”.

Por otra parte, y “esto sí lo tenemos estudiado, en los últimos seis años los precios de los alimentos han crecido sistemáticamente más que la inflación y, a la vez, los precios de los alimentos más nutritivos, que también son los más deficitarios en la dieta de la población argentina, han crecido más que los alimentos en general”, expone, por segunda vez, y deja al desnudo lo siniestro de vivir en una sociedad en la que el poder económico se impone a todo. A la vida y al futuro de esa propia sociedad, también.

En los últimos seis años los precios de los alimentos han crecido sistemáticamente más que la inflación

-¿Qué es comer bien?

-La calidad de la alimentación, en términos más técnicos, implica fundamentalmente dos cuestiones: por un lado, la calidad nutricional de los alimentos que se consumen y, por otro, la diversidad de la dieta. Es decir, cuanto mejor la calidad de los alimentos y cuánto más verduras, frutas, lácteos y carnes se coma, mejor. Pero los procesos de deterioro de la dieta, vía precios, como el actual, implican un mayor consumo de alimentos de baja calidad nutricional y una menor variedad. Prácticamente el 60% de los alimentos que consumen los chicos menores de un año, como máximo, tienen una calidad media, o sea: son de calidad media o baja. Solamente un tercio de los alimentos que comen los chicos son de buena calidad, cuando deberían ser no menos que dos tercios de la dieta.

-Los “productos lácteos” o “untables” que remplazan a la leche y a la manteca, ¿cuán malos son?

– Siempre que hay procesos de crisis económica importantes, aparecen algunos alimentos o productos alimenticios que, con el fin de no encarecerse demasiado, reemplazan algún que otro ingrediente. Las bebidas lácteas, por ejemplo, son bebidas que tienen un componente lácteo, pero que no supera el 50% del volumen, por eso no le llaman leche. Si lo comparás con la leche tienen, obviamente, una calidad inferior. No son malas, pero tienen menos calidad. Ahora bien, creo que la penetración en el consumo no logra ser de una magnitud tal que uno pueda decir que lo que está pasando en materia de deterioro de calidad de la alimentación tiene que ver con eso. La verdad es que el deterioro de calidad de la alimentación es histórico, ni siquiera te digo que sea reciente. Probablemente lo que ha ocurrido en los últimos años es que se ha acrecentado, pero desde hace mucho tiempo que la población, en general, y los niños, en particular, comen pocas verduras, no comen legumbres, consumen menos lácteos que lo que deberían y tienen los excesos que tienen.

Tampoco tuvimos, desde los chicos, una buena educación alimentaria, ¿no?

Argentina nunca ha tenido una estrategia, una política definida de educación alimentaria. De hecho, tenemos, como tienen muchos países del mundo, guías alimentarias producidas por el Ministerio de Salud, ya van dos ediciones y están empezando a trabajar en la tercera versión, pero no se usan. Las guías alimentarias que deberían ser el soporte, el núcleo de una política o de una estrategia de educación alimentaria, no lo han sido. En este sentido, hay dos espacios clave de educación alimentaria: Durante los primeros dos o tres años de vida, ahí hay que ser muy insistentes y muy intensos en materia de educación alimentaria, es cuando suceden un montón de cosas que marcan el futuro de la salud de los chicos. Y, después, durante la escolaridad. Son los dos momentos de la vida en los que deberían existir estrategias efectivas de educación alimentaria, pero no existen.

“Los procesos de deterioro de la dieta, vía precios, como el actual, implican un mayor consumo de alimentos de baja calidad nutricional y una menor variedad”, explicó Britos

-Ni plata, ni educación, ¿sería?

– Más allá de las coyunturas, si por lo menos tuviésemos educación alimentaria eso permitiría moderar o morigerar el impacto de las crisis de los precios de los alimentos, para que la gente coma un poco mejor. Pero tenemos muy malos hábitos alimentarios, que van más allá de la cuestión económica.

-¿Qué comemos de más y que nos falta?

– Deberíamos comer un poco menos carne roja, azúcar y alimentos feculentos, y aumentar el consumo de legumbres, frutas y verduras. Pero son hábitos que están muy fuertemente arraigados y contra los cuales no hay ninguna estrategia que apunte a modificarlos.

-¿Qué genera eso en términos intelectuales, físicos, etcétera?

-Una dieta poco saludable, que es la dieta que tenemos en líneas generales, una dieta poco diversa, con mucha carne y harina, con pocas verduras, frutas, legumbres, lácteos, pescado y huevo, genera malnutrición por exceso: hoy, el 41% de los niños ingresa a la escuela con exceso de peso. No digo que el 41% sea obeso, aunque la mitad sí lo es. Para que se entienda: La obesidad es una enfermedad que genera una serie de consecuencias metabólicas en el organismo y que, más temprano o más tarde, se traduce en enfermedades crónicas, como la diabetes, la hipotensión, las cardiovasculares. Hay una íntima relación entre tener hábitos alimentarios obesogénicos y desarrollar enfermedades crónicas que afectan la salud. Pero ya no solo de los adultos, porque si le preguntás a cualquier pediatra, te va a decir que está pasando algo que era muy raro hace 20 años atrás: hoy ya no es raro encontrar chicos con principios de diabetes o hipertensión, enfermedades que eran de adultos y están empezando a manifestarse mucho más temprano. En Argentina tenemos evidencias acerca de deficiencias de vitamina A, de vitamina B, de hierro, de zinc, de calcio, lo que hace que ese chico se enferme más, se infecte más, falte a la escuela y sufra todas las consecuencias del largo plazo. Cuando esto no le pasa a Juan y a Pedro solamente, sino al 60% de los niños y niñas de Argentina, obviamente, estamos hablando de un impacto en materia de educabilidad no menor.

“El sobrepeso es alarmante y crece aproximadamente a una tasa del 1% anual”

Es un fenómeno que se ha acentuado los últimos 30, 40 años, ¿no?

-Este es un fenómeno que empieza a cobrar relevancia en términos de salud pública allá por los años 80. A partir de ahí nunca ha parado de crecer: el sobrepeso es alarmante y crece aproximadamente a una tasa del 1% anual. Es más, ningún país del mundo, ni siquiera los organismos internacionales como las Naciones Unidas o la Organización Mundial de la Salud, se plantean como un objetivo factible reducir el sobrepeso, el mayor objetivo que un país tiene en términos de política pública es disminuir el ritmo de su crecimiento.

-¿Cuán optimista sos respecto a que el Estado argentino asuma otra posición sobre el tema?

-Yo tengo 63 años, o sea que ya he atravesado muchas cosas. A pesar de eso sigo teniendo optimismo, sigo creyendo que las cosas pueden cambiar, porque si no uno tendría que dejar de trabajar y hacer lo que hace. Hemos visto pasar muchos tipos de gobierno y las cosas, por lo menos en alimentación y nutrición, siguen siendo casi iguales de lo que hizo Alfonsín, Menem, Duhalde, De la Rúa, Kirchner uno, Kirchner dos, Macri, etcétera. La verdad es que la política alimentaria sigue siendo asistencialista y pobrista. Uno siempre apuesta a que por lo menos algunas de las cosas que estudiamos puedan tomarse y puedan modificarse en forma progresiva, de a poco. Es cauto, pero es optimismo.

 

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