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El eslabón transparente de la historia racista de esta banda

Comparar la cultura con la cuenca para desentrañar un pasado que fluye con experiencias distintas en cada comunidad. Y saludar a tantos estudiosos que dan la vida para revertir el relato colonial y visibilizar situaciones actuales de servidumbre.Tirso Fiorotto defiende la vertiente aborigen de Entre Ríos en esta nota publicada en UNO. Aunque se detiene en Paraná, vale también para nuestra región, por supuesto. Y quizás ayuda a abrir un poco algunas mentalidades cerradas, en tiempos de retroceso

 

Por DANIEL TIRSO FIOROTTO (*)

 

Somos entrerrianas y entrerrianos de la banda oriental. Somos los orientales del Paraná, ni más ni menos que los hermanos uruguayos. Tenemos una vigorosa ascendencia charrúa, y se nos va la vida en la tarea de desmantelar el severo, falso y astuto relato colonial que nos ha tomado el pelo y nos entretiene con sus caprichos.

Ese relatrucho ya obró sobre nuestros bisabuelos, y quiere primar en nuestros bisnietos.

Paraná tiene todos los condimentos de la vida milenaria en este territorio avenado de arroyos y ríos entre los montes espinudos y los recovecos de las barrancas; y del choque sangriento de culturas que se produjo con el desembarco de europeos tan osados como altaneros, por el imperio que los mandaba, lleno de ínfulas.

La experiencia fue de terror.

No hay modo de ignorar el origen charrúa de Paraná, salvo para el relato invasor que predomina. Como creencia que es, no le entran balas. Nada tenemos contra los credos, salvo cuando se disfrazan de “historia”.

En un abrir y cerrar de ojos, los recién llegados (que hasta entonces considerábamos ajenos, como es lógico) se repartieron las superficies y nos ladearon como chiripá.

Cuando nos despertamos, ni el nombre les conocíamos a los Garay y ya se habían auto adjudicado estancias kilométricas. Ver para creer. Nos agarraron desprevenidos, la verdad sea dicha, pero no sólo eso: cada vez que nos reuníamos para ofrecer resistencia y volvíamos a nuestros lugares, por nuestros fueros como quien dice, ah: ellos se proclamaban víctimas, y nos denunciaban porque a su arrevesado criterio éramos nosotros los que habíamos burlado sus derechos.

Después nos dimos cuenta: inventaban derechos para ellos, y los hacían valer ante los jueces propios. ¿Con qué licencia? Con la licencia de unos señorones apoltronados a diez mil kilómetros de distancia.

De noticia, los pillos

No conformes con eso, además de repartirse la tierra y los montes y los arroyos y el aire para ellos mismos y sus familiares y amigos, nos repartieron a nosotros. Sin decir agua va, nos llamaron siervos.

Como su actitud era demencial no entramos en el juego, pero entonces ¿qué hicieron?: firmaron unos documentos que nos declaraban “encomendados de noticia”. Claro, hoy da risa, pero entonces eso ejercía en nuestras familias una presión insoportable.

Ni el nombre le conocíamos a los Garay y ya se habían adjudicado las estancias.

Éramos sus siervos por derecho. Toda la ley de ellos estaba a favor del invasor y contra las personas que vivíamos aquí, pero los poderosos no la podían ejercer porque se encontraron con el horcón del medio. Tampoco éramos de arrear, hay que decirlo. ¿Con qué excusa salían, entonces, para explicar que las encomiendas eran nomás de angaú, de mentirita? Con que éramos nosotros los “bárbaros”, los “violentos”, y éramos nosotros los que no entendíamos la “civilización”… Vivirlo fue horrendo, y contarlo da vergüenza ajena.

La cosa sigue

Juro que es el día de hoy y todavía algunos aceptan ese atropello original como natural, y es que los casilleros de su cultura etnocéntrica son rígidos a más no poder. Entenderían, quizá, si les pasara hoy, es decir: si se repitiera la historia.

Por supuesto, con el paso de los años muchos europeos se fueron haciendo de acá, tuvieron descendencia, así como hubo guerra hubo amores, y la milenaria historia de estos territorios recibió al fin ese afluente poderoso, un caudal enorme, que provocó cambios profundos en esta gran cuenca cultural. Habría que debatir en qué momento pasamos a ser un “nosotros”, con mil conflictos, con momentos de violencia y de amistad, pero “nosotros” al fin. Desde entonces ya no es apropiado hablar de “ellos”, claro está.

Metáfora. El gran Paraná y sus afluentes ayudan a comprender la complejidad de la deriva humana en la región.

Los más antiguos en esta zona respondieron al desembarco europeo de distintas maneras. Unos negociaron, otros guerrearon, otros hicieron ambas cosas. Y así como muchos se mezclaron en los trabajos, los oficios, los amores, el comercio; muchos sufrieron despojos, persecuciones, violaciones, destierros. Y muchos murieron. Además de los acriollados, quedaron personas y familias antiguas entre los montes y las islas, como cimarrones, y no pocos reducidos a servidumbre o como peonadas. Otros grupos pasaron el Uruguay hacia la actual República Oriental, o fueron reducidos en Cayastá. Con el tiempo fueron y vinieron, como era costumbre. Todos somos, pues, los orientales.

Para completarla

A la presión conquistadora por todas las vías, con presencia predominante europea en las personas, la autoridad, las culturas (predominante pero no absoluta), le siguió un refuerzo de la conquista centrado en el relato. Es decir: la historia fue manipulada para ignorar las mezclas, las persecuciones, las resistencias, las relaciones en paz, las familias amplias, los saqueos, los etnocidios, y declarar una suerte de tabla rasa.

Aquí vale aclarar que tanto el genocidio como el etnocidio son ataques con fin de aniquilamiento físico o cultural, pero si no se consiguen por completo, es decir, si no se extermina a todos o no se destruye absolutamente una cultura, siguen siendo genocidio o etnocidio.

Fue tan potente el macaneo posterior que hay historias de Entre Ríos con alta incidencia en la educación que comienzan con los reyes de España… Así de agresiva, absurda e insostenible fue la propaganda naturalizada.

Historiadores como Juanjo Rossi, Juan Vilar, Carlos Natalio Ceruti, Diego Bracco, por nombrar algunos, han dado cuenta de esta propaganda.

Como el aniquilamiento no fue absoluto, entonces se completó con el ocultamiento.

La secuencia es ésta: invasión, desplazamiento, invisibilización. Como el aniquilamiento no fue absoluto, entonces se completó con el ocultamiento.

Hoy ocurre lo mismo. Es muy común medir el producto bruto per cápita de modo conveniente, por ejemplo. En un país da setenta. En el país de al lado da mejor: cien; sin considerar que una persona tiene ciento noventa y otra tiene diez. Con la estupidez de sumar y dividir por dos, tenemos el engaño consumado. Son modos de manipulación de la información que vienen del fondo de los tiempos.

Nobleza obliga: los esfuerzos de muchos estudiosos para desinstalar el relato invasor son inmedibles. Quienes no advierten el diámetro de los tornillos del sistema podrán decir que fracasaron. Sin embargo, lo que parecía soldado para siempre empezó a oscilar, por mérito de los estudiosos. Y claro: cada cual corre un cachito la frontera, hasta donde le da el cuero, y quién sabe cuánto esfuerzo hace cada cual para desatornillarse él mismo del sistema. De ahí que no corresponden reproches sino agradecimientos.

Cadena continua

La historia nuestra es una cadena sin solución de continuidad. Nunca fue interrumpida por completo, no le falta ningún eslabón, es una historia milenaria, una enorme cuenca con muchos afluentes: eso es nuestra historia. Y es cierto que un afluente importantísimo de esta gran cuenca, que está en la desembocadura (por reciente) proviene de Europa sin dudas, y entrega un caudal importante a ese gran torrente que es anterior y más abarcador.

Meliá. La procedencia de un estudioso no lo autoriza ni lo desacredita.

Ocurre que esa cadena continua tiene un eslabón transparente. Está a la vista, pero algunos no lo perciben, se obstinan en no mirar con detenimiento, y son los que marcan el paso en la historia más divulgada. La desaparición de un eslabón es cosa seria, porque muestra, entonces, una tabla rasa y una refundación: de ahí todo el verso colonial.

El negacionismo de la historia milenaria prevalece en pleno siglo XXI, por excepciones que hallemos aquí y allá.

Leemos, por caso, en un texto de pleno siglo XXI: “La población sufre las continuas invasiones de los indígenas”. ¿Por qué no decir: “los extranjeros se consolidan por la fuerza de las armas pese a la heroica resistencia de la población”? Es que aquella frase nos prepara para asumir como lógico y justo lo que sobrevino: el ataque por todos los flancos para el exterminio.

Leíamos anteayer: “llegaron cien personas con sus respectivos esclavos”. Es decir: cinco siglos no alcanzan para desarmar el relato. “Los indios fueron diezmados y los sobrevivientes que no lograron huir a la banda oriental del Río Uruguay fueron puestos en reducción o servidumbre. Esto provocó la expansión progresiva del poblamiento en condiciones más seguras y estables”… Eso firman historiadores de fuste. Las familias que habían vivido aquí por siglos, ¿estaban en verdad más seguras y estables, o eran arrasadas? Es una pregunta retórica, pero la historia colonial se impone, y se le festejan incluso los disparates.

Todo vale

Nos pasó en varias oportunidades que, al tratar temas de nuestra idiosincrasia, nuestros saberes, nuestras luchas, algún lector nos provocó en los comentarios bajo el título “originario Fiorotto”. Viene a cuento porque expresa cierta tendencia a invalidar los aportes en virtud del apellido. A los pueblos ancestrales los privaron de sus nombres (no a todos) y eso ocurrió con todos los africanos. Luego, cuando alguien intenta incursionar en la historia sin ataduras nos detenemos en el apellido… Un absurdo.

Todo vale a la hora de desacreditar, y dejar para después el gran problema del racismo que está en la base de problemáticas actuales agudas como la indigencia, el amontonamiento, la colonialidad.

No hay un eslabón perdido, no hubo tabla rasa (excepto en el relato invasor racista).

Por un mallorquí de apellido Meliá conocemos mucho del guaraní. Por un berlinés de apellido Lenkersdorf conocemos mucho del tojolabal. Por un húngaro de apellido Mosonyi conocemos mucho de los pueblos antiguos y vigentes de Venezuela. Por un paranaense de apellido Calderón Correa conocemos mucho de los saberes tradicionales de Asia y los demás continentes…

Hemos experimentado otra estrategia de los eurocentrados para el descrédito, como la de un destacado profesor universitario que nos decía: “ustedes los anti europeos”. ¿En qué radica esa acusación? En que los eurocentrados cultivan el vicio de estar en el centro, de modo que cuando alguien no habla de los valores de Europa (que los tiene y sobrados y no necesita que nosotros los subrayemos), entonces necesitan volver al centro fingiendo ser agredidos. Sea como héroes o víctimas, en el centro; si no, se deprimen…

La gran cuenca

Si admitimos que no hay un eslabón perdido, que no hubo tabla rasa (excepto en el relato invasor racista), entonces nuestras raíces vienen de pueblos ancestrales. No sólo las comunidades hoy vigentes, y las que estaban en el momento de la invasión, a las que conocemos poco, sino muchas que ignoramos por completo y están en nosotros.

Si (como dicen ciertas culturas), la biodiversidad es la suma del territorio y la cultura, entonces la raíz es más profunda aún. De hecho, algunos de nuestros símbolos como la flor del ceibo, el hornero, el cardenal, preceden aquí a la especie humana en cientos de miles de años. Por eso no nos cuesta comparar la historia nuestra con una enorme cuenca, como si fuera la cuenca del Paraná, en la que la cultura y el territorio son brazos centrales en las nacientes, con afluentes varios, entre ellos uno llamado Europa, con sus artes, saberes, esfuerzos, luchas.

Paraná lleva el nombre antiquísimo del río, voz ancestral, y lo reconocieron los primeros artistas argentinos, como Manuel José de Lavardén que empieza su Oda al majestuoso río Paraná (año 1800) con la frase “Augusto Paraná”.

“De región en región, vertiendo franco/ suave verdor y pródiga abundancia… Desciende ya, dejando la corona/ de juncos retorcidos, y dejando/ la banda de silvestre camalote”.

Martín del Barco Centenera escribió dos siglos antes sobre estas tierras. En su obra La Argentina (año 1600), leemos: “el Paraná abajo, y a los fines/ habitan los malditos Charruaes,/ Naues y Mepenes, Chiloazas:/ a pesca todos dados y a las cazas./ Los nuestros Guaranís, como señores,/ toda la tierra cuasi dominando/ por todo el Paraná, y alrededores/ andaban crudamente conquistando”.

“Dio Juan Diaz de Solís la vela al viento,/ al Paraná aportó, do los engaños,/ del timbú le causaron finamiento,/ en un pequeño río de gran fama,/ que a causa suya de Traición se llama”.

Cada región es un mundo. Ninguna historia vertical explica la complejidad del sur de nuestro continente. Reemplazar una historia vertical por otra vertical opuesta no supera nada.

Separar al ser humano de la cuenca en nuestra región es una aventura. Y la cuenca nos ayuda a comprender, de manera metafórica, la pertenencia de la cultura y el territorio a la biodiversidad, sinónimo de unidad; y el aporte europeo, con todos sus méritos y desméritos, como un afluente más de la cuenca madre.

 

*Nota original en UNO.

 

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