Los primeros días del nuevo gobierno presentan signos alentadores. Los problemas que afectan la vida argentina son cuantiosos, pero se advierte una disposición favorable -al menos hasta ahora- para afrontarlos en conjunto, oficialismo y oposición.
Por MARIO ALARCÓN MUÑIZ
Sucede en todas las etapas de la historia y es natural que así sea. Al iniciarse una nueva gestión de gobierno las expectativas dominan la escena, con mayor razón si se aguardan cambios de orientación y de procedimientos. Así se ha presentado el panorama desde principios de mes. Y de esa manera continuará nuestra vida en los días, semanas o meses que vienen, hasta tanto los nuevos timoneles enderecen la navegación.
Es imposible avizorar la proyección de los últimos y trascendentes episodios de esta semana, pues faltan hechos concretos. Detrás de los aplausos o la mera conformidad -según los casos y los ánimos- no aparecen aún decisiones determinantes. Pueden comenzar a alumbrar en las próximas jornadas, pero aún así no definirán en lo inmediato lo que va a ocurrir en la política y la economía de nuestro país.
El rumbo inicial es alentador. Habrá cambios. De eso no se duda.
De manera inmediata los imponen la caída de la producción nacional con crecimiento cero en los últimos cuatro años; el cierre de mercados internacionales importantes; la generalizada pérdida de confianza en la Argentina; la inflación persistente, en la actualidad una de las tres más altas del mundo; un déficit fiscal situado entre los más voluminosos de la historia nacional; las finanzas de las provincias, comprometidas sin excepción; una pobreza que afecta a 12 millones de personas y puede sumar 14 millones, según como la midan las estadísticas; la suprema lacra de la corrupción y en forma paralela el narcotráfico; la inseguridad; la educación estatal en franco retroceso; en fin, temas que forman parte de la información cotidiana y que reclaman orientaciones y decisiones apropiadas.
Las dudas de estos primeros días giran en torno de las posibilidades de actuación efectiva y sin mayores demoras por parte de las nuevas autoridades. Se percibe un clima favorable, cuya continuidad y afirmación dependerá de las políticas que la gente espera, tras haberse pronunciado a su favor en las urnas.
Un estilo diferente El primer discurso del presidente Macri ante el Congreso de la Nación, el jueves al mediodía, mostró signos alentadores de sencillez, claridad y brevedad. No sobraron palabras. Además no insultó ni retó a nadie, no se atajó de nada, no repartió culpas ni se enojó con los adversarios. Al contrario, a estos los destacó, nombrando uno por uno a quienes compitieron con él.
Del mensaje, “lo extraño fue la normalidad”, comentó Joaquín Morales Solá en La Nación al día siguiente. “Las primeras señales apuntan a vislumbrar un cambio de cultura”, observó Julio Blanck en Clarín. A Guillermo Kohan, de El Cronista, le interesó que Macri promoviera “el arte del acuerdo”.
La mayoría de los analistas, inclusive los extranjeros, coincide en señalar que el eje político de estos días es el de la unidad. O en todo caso el de las coincidencias, así sean mínimas.
Dos semanas atrás, a la luz del resultado de la segunda vuelta presidencial, comentábamos en esta columna que al no haber sido abrumadora la diferencia, si “a un sector el pueblo le ha confiado la responsabilidad de la conducción, al otro no lo ha desterrado. Los vencedores deberán atender y escuchar a los vencidos, algo que estos no hicieron nunca -vale recordarlo-, pero que obliga de todos modos por la salud de la República y la preservación de la democracia”.
Es lo que está sucediendo. En su primer acto político, el viernes el Presidente se reunió por separado con sus adversarios de las recientes elecciones. Según consignan algunas versiones periodísticas ha invitado a su reciente contrincante más fuerte, Daniel Scioli, a participar de un viaje al exterior para conseguir financiación de proyectos argentinos. Otro ex candidato importante del peronismo, Sergio Massa, puso sus equipos de trabajo a disposición de Macri y comentó que su generación de dirigentes “tiene la responsabilidad de renovar la política”. Mientras tanto, el Presidente almorzó ayer con todos los gobernadores para cambiar ideas sobre la situación actual y la relación Nación-provincias, tema delicado si los hay.
Son actitudes que están señalando, por lo menos, un cambio de estilo. Si es acertado y efectivo o se trata de una nueva oportunidad perdida, lo dirá el paso del tiempo.
Esta nota es posible gracias al aporte de nuestros lectoresSumate a la comunidad El Miércoles mediante un aporte económico mensual para que podamos seguir haciendo periodismo libre, cooperativo, sin condicionantes y autogestivo. |