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En Argentina el pueblo aun cree estar lejos de actos tan criminales. Sin embargo días atrás un grupo de Gendarmería en el marco de un "operativo de rutina" disparó balas de goma sobre niños que ensayaban en una murga del barrio conocido como Villa 1-11-14.

Desde 1-11-14 hasta la Candelária

La noche del 23 de julio de 1993 frente a la Iglesia de la Candelária un comando de la muerte integrado por policías de Río de Janeiro disparó a mansalva sobre un grupo de niños en las escalinatas de la iglesia. Allí masacraron a ocho chicos de entre 11 y 19 años. Murieron en manos de asesinos despiadados que operando encubiertos abrieron fuego sobre la multitud de setenta personas que dormía en el piso.

 

(*) Por JAVIER ALEJANDRO GAUNA

 

La locura del atentado genero opiniones diversas, había quienes se horrorizaron por las muertes absurdas, aunque una parte de la población festejó la acción alegando temas de seguridad. En Brasil es común, incluso en la actualidad, que cada vez que un oficial de policía es asesinado sus compañeros se desquiten. Con la excusa de equilibrar la balanza, estúpida interpretación de la Justicia, recorren de civil los barrios ejecutando al azar a gente en su mayoría pobre. Asumen que son delincuentes y que su muerte no causará daño a la sociedad "civilizada".

La mayoría de los autores de la masacre fueron encarcelados, pero muchos de los sobrevivientes murieron luego en situaciones de violencia que generalmente involucraban a la policía local.

¿Cómo llega una sociedad a tal nivel de crueldad? ¿Es posible justificar semejante horror?

En Argentina el pueblo aun cree estar lejos de actos tan criminales. Sin embargo días atrás un grupo de Gendarmería en el marco de un "operativo de rutina" disparó balas de goma sobre niños que ensayaban en una murga del barrio conocido como Villa 1-11-14. El saldo fue de varios chicos heridos y una sensación de pánico indescriptible. Por su parte el gobierno cómplice ha negado los hechos haciendo ignorando las pruebas irrefutables de lo sucedido.

Lo más triste es ver que también cierta parte del pueblo buscó excusas para justificar el salvaje accionar de los uniformados. Esa misma sociedad que pide seguridad pero que pone milicos delincuentes a patrullar las villas.

Habrá cambiado el nombre de quien gobierna, pero lo que continua vigente es el aparato represivo que sistemáticamente mantiene las desigualdades y la pobreza. Es preciso terminar con esta mentalidad que protege a los represores, porque a este ritmo nos acercamos cada vez más a una nueva Candelaria.

(*)  Escritor uruguayense radicado en Brasil.

 

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