BNA
Inicio » Cultura » Mario Lorán: “Para hacer teatro hay que tener mucha vergüenza”
La obra se podrá ver los sábados a las 21.30 y los domingos a las 21.
ENTREVISTA. CUATRO DÉCADAS DE ACTUACIÓN

Mario Lorán: “Para hacer teatro hay que tener mucha vergüenza”

Mario Lorán, uno de los grandes actores del teatro entrerriano, está en su mejor momento profesional. A pocos días de estrenar“Juana Azurduy”en Concepción del Uruguay, charló a fondo con El Miércoles Digital sobre su oficio, contó cuándo y cómo decidió dejar todo para dedicarse al teatro y rompió algunos mitos sobre que significa “llegar”. El éxito, para Mario Lorán, es ser cada día un poco mejor actor que en su última presentación.

 

Escena de La casa del mar, Mario junto a Soledad Villamil y Grandinetti.
Escena de La casa del mar, Mario junto a Soledad Villamil y Grandinetti.

 

Por AMÉRICO SCHVARTZMAN de EL MIÉRCOLES DIGITAL

 

La charla con Mario Lorán se extendió durante más de dos horas. No fue una entrevista. Fue una conversación apacible y muy cálida con alguien que tiene 41 años de teatro, y es sin duda uno de los grandes actores de Entre Ríos. Se encuentra en el mejor momento de su vida profesional:  acaba de terminar una temporada de gira con el Teatro Nacional Cervantes –por segunda vez seleccionado en un elenco tan prestigioso– con la obra “Cien veces no debo”, con dirección de Daniel Dalmaroni en el ciclo Teatro del País 2015. Antes había sido seleccionado para hacer “He visto a Dios”, con dirección de Andrés Bazzalo, en el marco de las Giras Federales del Cervantes.En 2015 filmó una serie dirigida por Guillermo Berger, “La persuasión”, con Sergio Maravilla Martínez y Victoria Onetto, que está en proceso de posproducción y en cualquier momento se verá en la televisión abierta. Este año participa en la segunda temporada de “La casa del mar”, un exitoso policial que se emite por DirectTV con actores como Salo Pasik, Soledad Villamil y Darío Grandinetti, y en pocos días más estrenará en Concepción del Uruguay una obra que lo tiene apasionado: “Juana Azurduy”. Sobre su oficio, sobre lo que cuesta dejar todo para dedicarse al teatro, sobre el éxito y sobre el fracaso, habló en profundidad Mario Lorán, cada vez más convencido de que el éxito es ser cada día un poco mejor actor que en su última presentación.

 

¿Cómo llegás a “La casa del mar”, a DirectTV?

“La Casa del Mar” es la historia de la desaparición de Laura Ramos, una chica que es nieta de un senador, la investigación policial y sus consecuencias. Es una trama compleja y apasionante. Con un elenco importante: Darío Grandinetti, Juan Gil Navarro, Gloria Carrá, Federico D'Elía, Soledad Villamil, Salo Pasik. La Ley de Medios Audiovisuales compromete a las empresas a generar mínimamente una ficción nacional. Y DirectTV comienza con “La casa del mar” por esa razón. Yo no conozco en detalle la génesis, pero este año comienza la segunda temporada, que estrenó dos lunes atrás. Es una serie que se hace de la misma manera que se hace cine, con ese nivel de producción. El director y autor del guión es Juan Laplace.

¿Ya lo conocías?

No, pero con él trabaja Mario Pedernera, cineasta también con quien yo tuve hace años una pequeña participación en una película suya, “Pies en la tierra”. En esa época yo estaba haciendo “He visto a Dios”, estaba en Paraná y llegué al casting muy de casualidad.  Al tiempo me llaman, voy a filmar, una sola escena. Y es muy común que vos hacés una escena y después en la película no sale, porque el director no le encuentra el lugar, nunca sabés qué quedará de lo que grabaste, cómo te tomaron, por ahí te mandas la pasión y estás esperando verte… y lo que tomaron es tu voz en off y la reacción del protagonista y a vos nunca se te ve… Bueno, sorprendentemente, me escribe Mario Pedernera una extensa disculpa, porque no había podido meter la escena en que yo estaba. Por supuesto, no me gustó pero valoré la actitud, porque él como director no tiene por qué darme explicaciones, es parte de las reglas de juego: yo cobré mi trabajo y después él decide si lo usa. Y cada director necesita justificar artísticamente cada escena como parte de la narración que está haciendo. Es algo que lo sé, lo entiendo. Por eso ese gesto me pareció valioso. Y cuando veo la película, me cerraba toda la explicación que me dio, porque es cierto que la escena que filmé no encajaba, no podía estar.

El gesto fue inusual.

Totalmente. Y así iniciamos una relación con Mario. Nos hicimos conocidos. El año pasado, me invitó a hacer el casting para la segunda temporada de “La casa del mar”. Yo empezaba a grabar “La persuasión”, con Sergio Maravilla Martínez, con Dalma Maradona y Lalo Mir (que todavía no salió al aire) y estaba en Buenos Aires con las funciones finales de “Cien veces no debo”, en el Teatro Nacional Cervantes. Lo invité a Pedernera a una función, y él me llama para decirme que quedé en el casting, con un personaje que es un oficial de la policía científica. Así arrancó, así caigo en “La casa del mar”. Y ésas fueron las escenas que se vieron el lunes pasado en la serie. La serie es exitosa, así que estiman que habrá una tercera temporada.

¿Y ahí todavía estás vivo o mataron a tu personaje?

(Risas) Espero que no. Pero no lo sé. La verdad es que no sé cómo sigue. En realidad en esta forma de producción no tenés mucha vinculación con la producción o con el director, más allá de las indicaciones en las escenas, uno no tiene una devolución acerca de si están satisfechos con tu trabajo, si quedaron conformes, si te vuelven a llamar. Espero que sí porque como actor necesito seguir laburando… (risas) pero además las escenas que se vieron dejan abierta la posibilidad de que mi personaje siga teniendo parte en la historia.

¿Vos veías la serie?

No, si no tengo DirectTV (risas). Con uno de los actores, que nos hicimos amigos, Leo Saggese, bromeábamos con eso. Yo soy muy respetuoso de mi profesión, después de más de 40 años de ser actor de teatro, puedo decir que tengo cierto manejo y experiencia para caminar el escenario. Pero no para caminar el set de filmación. Es distinto. Entonces soy muy cuidadoso. Es un lenguaje diferente. No quiero cometer errores. No está la proyección, no está la ampulosidad, la cámara a distancia pero la ves ahí.

Y hasta es otro tono ¿no? Otro volumen de la voz

Claro.  Y tenés que sentirte cómodo y sentir que estás generando verdad. En el teatro yo sé que la genero, la siento. Pero acá la historia está fraccionada. No venís siguiendo la historia. Entonces la exigencia es mayor, o quizás así lo vivo yo. Para hacer una analogía, el teatro es como estar desde el comienzo en la construcción de un edificio. Desde los cimientos. Acá no. Acá por ahí te toca estar trabajando en la terraza y de ahí pasas al subsuelo. Después te vas al cuarto piso o a hacer el baño del segundo. Y además el que tiene todo en la cabeza es el director, que debe aprovechar al máximo porque por ahí no puede volver atrás a rehacer toda una escena. Y vos en cada escena sabés que podés arruinar todo el edificio…

Además los directores son diferentes ¿cierto? Algunos te dicen con exactitud lo que quieren de vos y otros de sueltan la cuerda¿es así?

Sí. Algunos son demasiado explícitos quizás por temor a no ser claros. Y otros no quieren encerrar al actor… Pero lo que yo he tenido la suerte de ver es cómo se logran buenos climas, porque a veces estás todo el día en el set, compartiendo con las superstar y con todos los demás, que son una legión… La parafernalia de todas las cosas que se utilizan, que además todo es plata, y nadie duda, cada uno sabe lo que debe hacer. Entonces yo ando con cuidado, para no meter la pata.

En el Cervantes: "He visto a Dios".
En el Cervantes: "He visto a Dios".

 

¿Se gana bien? Digo, la fantasía de que “Mario sale en la tele o en el cine” hace que por ahí alguno crea que vas a comprarte una mansión…

Yo gano lo mínimo, no me pueden pagar menos que lo que indica el convenio, porque a eso lo controla Actores. Mirá, en la otra serie, grabando con Maravilla Martínez, almorzábamos siempre juntos en el set. A mí el boxeo me apasiona, mi papá era boxeador, mi hija boxea, entonces le pregunté a Sergio, cómo llegaste adonde llegaste. ¿Y sabés qué me contó? “Llegué pagando. Para llegar tenía que ganarle a determinados boxeadores que no iban a pelear conmigo porque yo no era nadie. Entonces yo les entregaba la bolsa. Y les ganaba. Y al hacerme conocido ya pude poner otras reglas. Pero no tenía otra forma”. Y como actor, sin llegar a ese extremo, no es tan diferente. Ganas lo mínimo. El convenio. Los viáticos. Listo, para mí ya está. ¿Cómo entras, si no, en el circuito? Y una vez que entrás, sostenerlo con el laburo. Pero no te subas al caballo. Nunca. Y asumí la responsabilidad. Entender, por ejemplo, que sos actor del Cervantes, en la temporada que te toca. Es una responsabilidad enorme. Es un lugar que lo ganaste, por derecho, pero defendelo y honralo mientras estés ahí. Y además son lugares que te dejan mucho aprendizaje. No solo está bueno el aplauso, el reconocimiento. Lo principal es el aprendizaje. Porque en realidad, llegar, nunca llegaste. Cuando creíste que llegaste es que estás muerto.

Tenés 41 años de teatro. Y durante años trabajabas como actor, pero vivías de otra cosa. ¿Hubo un momento en el que dijiste “si yo lo que amo es actuar, es el teatro, voy a vivir de esto”? ¿Recordás ese momento?

Sí, claro. Y lo voy a recordar hasta el último momento de mi vida. Yo era secretario general de la delegación entrerriana de la Asociación Argentina de Actores. Fines de los años 80. En el último tramo del gobierno radical, con Enrique de Michele como director de Cultura, habían creado la Comedia Municipal de Teatro. Y viste cómo es la política: eso que se hace en el último periodo es lo que te van a tirar para atrás en el siguiente.En el gobierno municipal de Carlos María Scelzila Comedia empezó a desaparecer, y en esa movida, hubo asambleas, huelga de hambre, todo por la pérdida de las fuentes de laburo. Yo en esa época era comerciante, vivía de eso, había tenido confitería, después una rotisería, siempre con mi hermano. Y ya hacía años que actuaba. Y en medio de esa situación,en una asamblea, alguien me chicaneó, diciéndome que estaba muy bueno eso de ir a la lucha, pero que mientras ellos se quedaban sin laburo, yo era un comerciante que tenía plata en los bolsillos. Eso significó que automáticamente, al otro día, rompí la sociedad con mi hermano, para cagarme de hambre, y demostrar que lo mío no era solamente lata. Quizás no era esa la respuesta que yo le debía a mi familia… Pero fue lo que hice. Yo creo en responder a la palabra, más que a la firma. Ahí empecé un derrotero complicado familiarmente.

Ya eras papá.

Sí. Ya tenía dos hijas pequeñas, a María Natalia y a Betiana. Mi esposa en ese momento era maestra, no había otros ingresos. Mi padre, que entre otras cosas fue panadero, me enseñó a hacer algunas confituras para que yo saliera a vender. Y yo salí a vender bolas de fraile y vendía en los kioscos. Así estuve un año, mientras buscaba cómo abrir puertas, que no existían, para el teatro. La primera fue el Colegio Bilingüe, donde presenté un proyecto para hacer teatro, y a partir de ahí no me bajé más de la docencia teatral. A partir de ahí ya no hubo vuelta atrás. Ahora hay un montón de posibilidades, talleres, etc, pero en ese momento no existía. Había que instalarlos. No había puertas para golpear.

Ésa fue la bisagra. Tuviste que salir a generar esos espacios que te permitieran vivir del teatro.

Sí. Y costó mucho, porque más allá de la comprensión y contención de la familia, siempre cuesta mucho tomar una decisión así.

¿Te arrepentiste alguna vez?

Jamás. En absoluto.

El chicanero te hizo un favor, en el fondo.

(Risas) ¡No sabés! Y somos muy amigos hasta hoy. Aquellos fueron momentos de juventud, de mucha pasión, y a las cosas hay que entenderlas en su contexto. Y al contrario, porque tomando distancia, yo lo que veo hoy es que si algo uno dejará a su gente, será eso, cierta coherencia, cierta conducta.

En una época, la actual, en la que los padres y madres empiezan a entender que deben apoyar a sus hijos para que sean felices, no para que solamente se ganen la vida ¿no?

Claro. A mí siempre me pareció que el tema de la guita, el trabajo, el dinero, siempre es una consecuencia de algo a lo que hay que ponerle objetividad en la acción. Y no es a ver cómo gano, sino a ver cómo resuelvo una situación, que si la resuelvo bien tendrá consecuencias que serán bienvenidas. A mis alumnos yo les suelo decir que no hay que trabajar para conseguir emociones, porque las emociones no son conscientes. Lo que hay que trabajar son situaciones objetivas, concretas, que devendrán en emociones si hicimos bien las cosas. Porque si hay una emoción que te gana, una emoción negativa, no te la podés sacar con solo razonarla, de que no te conviene. Porque el cuerpo no sabe de razonamientos. Por eso antes de pensar “quiero vivir de esto”, hay que saber si querremos trabajar responsablemente de esto. Porque la profesionalidad no pasa por cuánto dinero ganes, sino por ser una persona respetuosa de su trabajo, para hacerlo cada vez mejor. Después, que sepas negociar mejor o peor el fruto de tu trabajo o de tu producción, o que la regales, si querés, es otra cuestión. Profesionalismo, para mí, en la disciplina que decidiste que es tu forma de vida, es la responsabilidad con que la llevas adelante. Lo demás, el talento por ejemplo, lo tenés o no lo tenés. La gran mayoría de los actores somos obreros de overol, con una gran contracción al trabajo, y por eso salimos. No todos son Messi. Y tampoco es cierto que si no sos Messi no podés jugar a esos niveles, porque no juega él solo, hay 22 jugadores y los demás no son todos Messi.

Con Salo Pasik en la filmacion de "La Casa del Mar".
Con Salo Pasik en la filmacion de "La Casa del Mar".

 

Y además, sin los otros tampoco hay Messi.

Claro. No podemos ser todos Darín. Pero tenemos que estar a la altura, y en los pequeños detalles, si te dicen a tal hora, hay que estar a esa hora. Ahí se juega el profesionalismo. Tenés que haber estudiado la letra, tenés que investigar al personaje, arriesgar, animarte… Y ahí es donde al final de cada día te sentís feliz de haber elegido esto.  Incluso de invertir.

¿Invertir?

Sí. Yo tenía un problema en las cuerdas vocales. Y tuve que invertir en eso. No todos los profesionales, los foniatras, tienen especialización para trabajar en eso, uso profesional de la voz en canto, en actuación. Yo había empezado un tratamiento hace años pero dejé por imposibilidad económica. Y retomé con un especialista, Héctor Jatzkevich, un grosso de verdad, un año y pico trabajé con él. Son inversiones como cualquiera hace en su profesión. Es tu herramienta. Y no es la única inversión. Invertimos para laburar. ¿Sabés cuántas veces pude haber ido a un casting y no llegué? Hoy ir a Buenos Aires a un casting son dos lucas. Y a eso no te lo devuelve nadie. Bueno, yo invierto en eso. Así, por los casting, llegué a trabajar en dos temporadas en el Cervantes, primero con “He visto a Dios” y el año pasado con “Cien veces no debo”. Es mi laburo. Invierto en eso. Después, con el tiempo, empieza a pesar el currículum, pero esa inversión, ese proceso no se ve tanto como el final de la película.

Es que en general la gente prefiere ver el bebé, y no que le hablen de los dolores del parto o de los nueves meses del embarazo. Pero si todo eso no se conoce, parece que “Mario la pegó”, que fuera producto de la suerte o la casualidad.

No, claro. Vos la trabajás, le metés, y puede salir bien o mal. Hay un montón de buenos actores que están ahí cerca, en Buenos Aires y también peleás contra eso. Esa es la otra, le das el teléfono, ven tu prefijo y se echan para atrás… “Ah pará, de dónde sos”… Porque te convocan para el otro día y no quieren tener problemas con que no llegues. Y te puede pasar, te mandan los pasajes para que llegues el domingo a Necochea a grabar. Y por ahí te pasa que te dormís. ¡Me pasó, no te rías!

¿En serio?

Pero sí. Porque me pasó, me dormí, y me desperté cuando ya el colectivo de acá había salido. Ya no había manera. Pero lo llamo a mi amigo Quico Ucciani, nueve de la mañana de un domingo, ¿qué tenés que hacer para hoy? “Dormir, ¿por qué?”. “Me tenés que llevar a Buenos Aires”. “Me lavo la cara y voy”. ¡Qué capital cuando tenés un amigo! Y llegué. Pero te puede pasar. Y si Darío Grandinetti no puede, bueno, ese día se para la filmación. Pero si Mario Lorán falta ¡pierde el laburo! Y entonces se confirma el prejuicio: si no vive al lado del Obelisco, ¡no lo llames más! Porque en vez de resolvernos nos complica. Así son las cosas. Entonces uno tiene que cuidar todo eso. Todo eso hace a tener claro por dónde va tu andar, eso es lo que hace que seas profesional.

¿Y todo eso para qué?

Para seguir creciendo. Para seguir laburando, también. Para seguir actuando acá en Concepción del Uruguay, mi ciudad por adopción, a la cual le debo todo, a su público le debo todo. Porque si la gente de mi ciudad no respondiera, no viniera a ver nuestras propuestas, yo no crezco. Todo lo poco o mucho que yo pueda lograr, parece una frase hecha, pero se lo debo al público, que apuesta, que cree, que acompaña, no solo al actor, sino a la institución, a la Casa de la Cultura. Por eso a veces se pueden asombrar porque me ven cortando el ticket de la entrada para una muestra de los chicos de los talleres.

Y además es un lindo ejemplo para los más jóvenes.

¡Pero por supuesto! Y no voy a dejar de hacerlo nunca. Porque yo soy un actor de teatro independiente. Y trataré de andar, de seguir andando, por todos los lenguajes que pueda, pero mi lugar es acá, es mi lugar en el mundo. Por familia, porque es el lugar que me permitió ser el actor que pretendo ser. El actor que voy a ser.El año que viene me jubilo como docente. Y me voy a dedicar solamente a actuar. Voy a tener un poco más de tiempo para la actuación. Siento que quiero seguir aprendiendo. Y quiero seguir creciendo. Por eso hay que vencer el ego y dar un pasito adelante, seguir, ir a un casting, no quedarse en la comodidad, y no creérsela cuando, habiendo tanto actor allá, te llaman a vos que sos de acá. Es mi trabajo, buenísimo, ¡pero no me la creo! Hay que seguir adelante.

Ya que estamos en eso ¿qué lugar le das a lo académico? Porque producto de ese trabajo de años, hoy hay carreras de teatro, incluso en la universidad.

Le doy la misma importancia, ni más ni menos, que en cualquier otra profesión. Con la diferencia es que en el arte no es imprescindible para llegar a ejecutar un instrumento, o a crear, o a ser vos tu instrumento como en la actuación. No podés ejercer la medicina si no pasas por la universidad. Para hacer arte no necesariamente tenés que pasar por espacios formales de aprendizaje. Pero lo académico sistematiza y, según donde vayas, pone en tus manos ordenadamente todo lo más importante que necesitás saber para desarrollar cierta actividad artística. Pero si no le sabés pegar a la pelota, por más que te la teoricen, hasta no entrar a la cancha varias veces no le vas a empezar a pegar bien. Es como ocurre con los centros de formación. Te ordena, te baja los contenidos sobre cómo enseñar, pero la facultad no te enseña cómo hacer una clase atractiva, que el pibe no se aburra y tire tizas, o que en su casa no comió, o que hay que despiojarlo, o que los padres se cagan a trompadas y por eso viene con la cabecita en otro lado… Eso recién lo vas a vivir al ir a dar clase, en la realidad laboral. Sergio Renán decía que hay personas que transitan los cursos de actuación, que se van a recibir de estudiantes de teatro. Actores y actrices van a ser cuando empiecen a pisar los escenarios.Algunos creen que para hacer teatro no hay que tener vergüenza. Error: para hacer teatro hay que tener mucha vergüenza. Yo quiero que tenga vergüenza y que tenga todas las herramientas para que sepa por qué está parado en ese lugar. Y parte de eso lo da la facultad, con tener una cultura amplia, capacidad crítica, vocación de investigar y entender el mundo que te rodea. Por eso los actores, como el vino, cuanto más viejos mejor. Porque si no esquivas las cosas, si aprendés de ellas, tenés otra presencia en el escenario.

Muchos uruguayenses, aunque no tengan relación personal con vos, que te han visto en el teatro local, ven que estás ahí en el Teatro Nacional Cervantes, o en DirectTV al lado de Grandinetti, o en su momento en “Algo habrán hecho”, y aunque vos no estés pensando en esas cuestiones, sí sabés que para muchas personas, incluso tus vecinos y vecinas, algunos de esos personajes (¡Maravilla Martínez!) son como íconos,  personas inalcanzables. ¿Qué te genera eso? Porque algunas de esas personas también son iconos para vos, que quizás tenés en tu propia lista de “los cinco mejores actores argentinos”, por ejemplo. ¿Cómo es eso, cómo lo vivís?

(Piensa) Me ha pasado que más allá de la figura, trato de observarlos como persona. Yo soy de mucho hablar. Pero ahí no hablo, más bien miro. No quiero parecer cholulo. Porque también ellos tienen una personalidad y hay que respetar. Porque es un lugar de laburo, no es para ir a pedir autógrafos. Y por ahí uno se saca una foto, pero como compañero de trabajo. Los actores somos investigadores sociales, porque detrás de la conducta del otro, uno está tratando de capitalizar, algo que quizás servirá para un personaje. Y en el laburo son gente normal. Te hacés amigo de alguno, o charlás más con alguno, cada uno tiene su estilo, por ahí compartís un mate. Soledad Villamil por ejemplo, nos presentó a su familia… Son seres humanos y circunstancialmente son compañeros de trabajo. Yo cuando estoy con ellos tengo que estar de igual a igual. No puedo estar pensando que Soledad tiene, no sé, un Oscar encima…

Claro. Que no se me note la emoción.

Y sí, porque sería necio negarlo, qué fortuna estar trabajando con estas personas. Pero tengo que cuidar que eso no me afecte, porque podría cagar la escena, y por supuesto, mi trabajo. Pero claro que es una frutilla del postre…

¿De algún modo también, vivís cada uno de esos momentos como un premio a aquella decisión que tomaste?

Sí, no lo había pensado pero creo que como un premio a una enorme cantidad de pequeñas decisiones. De las decisiones que toma la persona, que está detrás del actor, del maestro, del mecánico, del carpintero, del periodista. Pero siendo consciente de que no llegás a ningún lado. No hay casualidad aquí, hay causalidad.

Al contrario, la casualidad suele conspirar. Como ese día que te dormís.

Claro. Tal cual. El infortunio. ¿Sabés cómo sale mi participación en “La persuasión”, la primera serie que grabé? Yo andaba de gira con el Cervantes. Termina la función, prendo el celular y me salta un mensaje de texto. Era de Germán Berger. Hace unos años yo había participado de un corto de esos dos hermanos, un corto filmado sin guita, con actores que eran vecinos del barrio, filmado en lugares de su propio barrio, en fin. Me habían contactado por feisbuc, y lo primero que me dijeron es que no tenían plata (risas). “¿Cuánto nos cobrarías?” ¡Y qué te voy a cobrar! No te cobro nada. Lo único que les pedí fue el combustible, porque tenía que viajar. Fue una experiencia hermosa, el corto era muy bizarro, era la historia de dos payasos (“Cebolla y Cañete”). Bueno. Pasaron años. Estos chicos se acordaron y me llamaron para “La persuasión”. Sin casting, eh.

Juana Azurduy: se estrena en Casa de la Cultura el 18 de junio.
Juana Azurduy: se estrena en Casa de la Cultura el 18 de junio.

JUANA AZURDUY

Contame sobre “Juana Azurduy”, esta obra que presentarán acá desde junio.

“Juana Azurduy”, la hacemos con dirección de Marcelo Demonte Becker. La protagonizamos con Guadalupe Pérez, una muy buena actriz, muy buena, de Villaguay. El 18 de junio estrenaremos en Concepción del Uruguay. Y yo creo que no pudo haber llegado en mejor momento, político, social, cultural, para que esa obra llegara a nuestras manos, para trabajarlo como material, que ahora. Un texto que había que darle vida, que habla de la historia, de esta mujer notable… Terminamos la función y ver que el público se levanta a aplaudir y se le caen las lágrimas… Y yo amo esta obra porque podemos hacer conocer quién fue Juana Azurduy, cuando hoy estamos con tanta pijotería, menudencias, ella entregó al monte sus hijos para luchar por la liberación de nuestro país. No la pudieron matar los españoles y la dejamos morir, viejita, en la pobreza, nosotros. Y que no es descabellado pensar por qué estuvo negada tanto tiempo… Una mina que era más brava que los hombres. Entonces ver a la gente así, sentís que tiene sentido tu laburo como actor. No fue en vano que yo me entregue hoy, para que el público sienta eso, que no vino al pedo. Porque, ahora, sale de acá hablando de Juana Azurduy. El arte, cuando está a la altura de las circunstancias históricas, es buenísimo, porque genera conciencia, apertura, discrepancia, debate… Mirá, yo no sé nada de mecánica, y por eso no meto las manos en los fierros. Yo valoro mucho a mi mecánico. Porque eso que él hace, yo no sé hacerlo. Y él no sabrá hacer lo que hago yo. Esto es lo mío. Yo te pude emocionar, movilizar, hacer reir, ése es mi capital. No tengo un don. Tengo las ganas de hacerlo, y de hacerlo cada vez mejor.

¿Sentís que cada vez sos mejor actor?

(Piensa) Siento que quiero serlo. Y para eso hay que trabajar, entrenarse, estar bien. Yo dejé de fumar para actuar mejor. Dejé la vida que llevaba por esto. Yo le tiro todo lo que tengo a mi profesión. Le pongo todo. No me quedo con nada. ¿Eso es ser obsesivo? Puede ser. Pero porque no me la creo. Mi viejo no tenía ni segundo grado, pero me decía: “Mario, ¿los otros? Son iguales que vos, eh. Tienen dos orejas, una nariz, dos ojos. Son iguales que vos”. Y arriba del escenario o en un casting, yo me voy a matar, para dar lo mejor que tengo. Yo miro para atrás y digo: soy un poco mejor que el año pasado. Y eso es lo que quiero seguir haciendo.

 

 

PAPELES Y REFERENCIAS

“He sido pareja artística durante años de una actriz que admiré y admiro, con la que aprendí mucho, que era y es referencia, que es Maricarmen Galván. Sin perjuicio de todos mis compañeros con los que he trabajado, y también de los directores extraordinarios que he tenido. Y no hay papel pequeño. ¿Te acordás de Venecia, la viste? Fue la última que dirigió Osvaldo Neyra. Y no la alcanzó a ver. Es una obra tan honesta, una joyita. Y Osvaldo cuando iba a empezar no se animaba a pedirme que hiciera Giacomo, que es un personaje chiquitito. Y yo le dije, que al contrario, que si pensaba que yo se lo podía resolver para mí era un orgullo, y se lo agradecía. Y mirá vos, si no me lo ofrecía, lo que yo me hubiera perdido, de lo que no hubiera sido parte. Cada uno de ellos, cada compañero ha sido importante para aprender. Miguel López, con quien también he trabajado muchísimo. El Gringo De Michele, Arnoldo Tami, Elisa Aguerre, Eugenia Orlegui, Manuca Santangelo, Porota De Michele… Todo eso me lo regaló el teatro de Uruguay. Me enseñaron a querer el teatro, a abrazarlo, a respetarlo, desde barrer las tablas, literalmente”.

 

Con Maravilla Martínez y Victoria Onetto.
Con Maravilla Martínez en la grabación de "La persuasión".

MANO A MANO CON MARAVILLA

Mario no oculta la simpatía que le generó Sergio Maravilla Martínez, con quien ha desarollado una relación amistosa. Y cuenta anécdotas con él. Por ejemplo, que Maravilla hacía un stand-up en el ChacarerianTheatre “y me invita a ir. Porque yo lo había invitado al Cervantes, y él fue ¡todos sorprendidos! Y como él fue, imagínate que yo no podía faltar. ¿Podés creer que termina y agradece y al final me agradece a mí, que fui a verlo? Imaginate. ‘Gracias Don Mario por venir’, porque me dice don Mario, no puedo lograr que me tutee (risas). Y esas cosas te conectan con el ser humano que está detrás de aquel gran boxeador que nos tuvo en vilo, a todos prendidos de la tele en sus peleas. Y las anécdotas con Sergio son geniales, porque es un gran ser humano. Un día, en una escena yo tenía que manejar un Porsche, creo, flamante, y me siento, recibo las instrucciones del recorrido y bueno: a arrancarlo. Y yo: “Che ¿y la llave?” “No, don Mario”, me dice Sergio, “es con un botón, apriete el embriague y el botón y arranca”. “Sabes qué pasa” le digo, “yo tengo un Golcito 97 gasolero” (risas) “Muy buena máquina”, me dice. ¡Muy buena máquina! Andá a la puta que te parió. Y quedó, con ésa nos reímos siempre. Otro día, filmábamos en un calabozo, él y yo teníamos que mirarnos a los ojos, bien de cerca, y a él le daba cosa, se tentaba. Entonces me dice, para salvar la situación y sentirse cómodo:“Hagamos como que estamos en el centro del ring, don Mario, antes de empezar la pelea”. Bueno, digo yo, cómo no. Entonces cuando me mira de nuevo le digo “Qué me mirás pajero”, y él más vale que se empezó a reír: “Qué te reís pelotudo de mierda, te voy a recontra cagar a trompadas, qué te crees que yo soy Chávez”. ¡Mirá que me iba a perder esa oportunidad! ¡Este gusto me lo voy a dar!” (risas) Con todo eso te conectás con la persona. Y vieras qué tipo responsable que es, qué buena disposición para trabajar. Siempre con buena onda. Y saludaba al llegar a todo al mundo. A todos. Eso creaba un clima de laburo genial. Porque el mensaje es “Si yo, que soy estrella, no me la creo”, es un gran ejemplo para los demás. Por eso no hay que idealizar ni estigmatizar. Hay que poner lo mejor de uno y proponerse las cosas para crecer, para compartir, para seguir creciendo”.

 

Esta nota es posible gracias al aporte de nuestros lectores

Sumate a la comunidad El Miércoles mediante un aporte económico mensual para que podamos seguir haciendo periodismo libre, cooperativo, sin condicionantes y autogestivo.

Deja tu comentario

comentarios

Destacado

Teatro: dos obras para ver en el auditorio Scelzi este sábado

El sábado 23 de noviembre a las 21 será una noche a todo teatro en …