Quince años atrás, diciembre sacudía a Entre Ríos y a la Argentina. Nada fue igual luego. En las páginas de El Miércoles, pocos años después, el Gringo Villanova reconstruía con apuntes, archivos y recortes la memoria de los duros días de diciembre de 2001. En este fragmento de ese trabajo, los nombres de Romina, Claudio, Eloísa y José Daniel, los entrerrianos que dejaron sus vidas entonces.
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Aquellos días aciagos de diciembre 2001
Por JORGE VILLANOVA
Por ley de ausencia
Y Montiel fue electo en 1999, más que por sus méritos por el desprestigio en que había caído el PJ, y por el cansancio de la gente ante tanto menemismo. La Santa Alianza entre la UCR, el Frepaso, el Mid y el Partido Solidaridad se dictaminó así: Uno para mí, otro para mí; uno para mí, otro para mí; uno para mí, otro para vos... Gracias a De la Rúa, a los federales, a Cavallo, a Del Real y a su propio esfuerzo, Montiel hará olvidar el anterior mandato peronista de Busti, tanto pero tanto tanto se olvidó el pueblo de los Pacayut, los ATN, de Jorge Pedro y de su gobierno, que la gente volvió a reelegirlo. El hombre –el ciudadano- vuelve a tropezar con la piedra, y otra vez festeja que le regalen un Cavallo de Troya, que construye un corralito, pero que curiosamente no es para él ni para sus potros amigos.
Las elecciones de octubre de 2001 fueron una advertencia. La oposición se dividió entre votar a Clemente, a Bin Laden y la feta de salame, que si no... Cuando se avivan que el cimarrón y el dormilón no lo son tanto, los ahorristas salen a la calle y piden “que se vayan todos”. Desde mayo de 1810, haciendo escala en la Libertadora que no se veía tanta Señora Gorda en las calles.
Los pobres, bien gracias, saqueando supermercados. Su pequeña revancha a tantos planes de saqueos de sueldos y puestos de trabajo. He aquí los delincuentes, los que roban yerba y fideos. Si llevaran dólares al exterior como Carlos Menem, Néstor Kirchner, Eduardo Macri o Domingo Rossi vaya y pase, pero llevarse gaseosas y papel higiénico a sus casas no es aceptable bajo ninguna circunstancia. Concordia, Concepción del Uruguay y Paraná estallan.
Turbias turbas hambrientas rodean y en algunos casos vacían supermercados. De la Rúa reacciona y declara Estado de Sitio. La policía no detiene, mata. Entre el 19 y el 20 de diciembre habrá 34 muertos y ningún responsable político. En Entre Ríos sostuvo el ministro Enrique Carbó que “la policía en términos generales ha cumplido una excelente tarea”. Es que sólo tres fueron los muertos. Un número aceptable para el ministro político de la provincia.
Romina Iturain tenía 15 años y ocho hermanos. Ese diciembre su preocupación, como corresponde a una niña de 15 años, era estudiar para rendir matemática e inglés. El premio de sus papás fue dejarla ir a bailar. Tal vez ese día 20 aún le relataba esa experiencia a su prima, mientras tomaban unos mates en el patio de la casa. Demasiado cerca del Wal-Mart de Paraná. La policía dispersó a la gente a balazos. Una bala perdida encontró el pulmón de Romina y no pudo llegar con vida al Hospital San Martín. Dice Mario: “Dentro de lo poco que pude, ayudé a contener a toda esa gente, y mi hija murió por los que defendían a un símbolo del imperialismo, que recién después de que se produjeron las muertes entregaron unos bolsones”.
Eloísa Paniagua sólo vivió 13 años; tenía cuatro hermanos y un papá, y su delito fue acercarse en demasía, desde el barrio Maccarone, a un supermercado en el que, decía la radio, ese día se iba a repartir comida. Comida. Porque la gente en diciembre de 2001 pedía comida. Sólo encontraron a los esbirros de los empresarios que los corrieron a balazos. Mujeres y chicos marcharon hacia el parque Berduc, perseguidos por un patrullero. El cabo Silvio Martínez bajó del auto, apuntó con su 9 milímetros y disparó. Otra excelente actuación policial y el fin para los sueños de Eloísa, si es que los tenía, por otra bala policial.
“Eloísa Paniagua tenía once años cuando llegó diciembre y murió abrazada a un paquete de fideos. Eloísa no entendió, ni nadie debe hacerlo, que en su apellido había una sentencia escrita muy arriba, en los lujosos despachos oficiales, y en ella estaba escrito que tenía prohibido los fideos. Tenía once años y murió abrazada a un paquete de fideos. Paniagua era su apellido”. (Hernán López Echagüe, Tierramemoria)
José Daniel Rodríguez tenía 25 años y militaba en la Corriente Clasista y Combativa. El 19 de diciembre lo vieron frente al Wal-Mart reclamando comida, como tantos. El 31 fue encontrado a 200 metros del supermercado bajo tres cubiertas y con dos balazos en el pecho.
“Las tres muertes que sucedieron acá en la provincia no fueron accidentales, sino que fueron causadas por la represión policial. Tal vez porque Romina era la hija de un trabajador municipal, Eloísa Paniagua era hija de un papá desocupado y José Daniel era un militante político desocupado que andaba luchando también, los crímenes no se esclarecieron” dijo Iturain. Un año después la comuna paranaense donó un terreno, ubicado atrás del hipermercado, que lleva el nombre de “20 de diciembre”, en la que se plantaron tres árboles y se descubrieron monolitos con los nombres de los tres entrerrianos asesinados.
¡Pocho vive!
“Pocho era el mate cocido calentito para el alma, el espejo para ver todo lo que nos falta para comprometernos, un quijote en bicicleta que no perdía el tiempo con los molinos de viento, era el chef guisero de la solidaridad y la cebolla, era la chata que te levanta en la ruta después de hacer diez horas dedo... Y no se fue: lo fueron, lo crucificaron como al otro flaco que nunca anduvo en bicicleta, los mismos de siempre, los mismos que asesinaron, torturaron y desaparecieron a toda una generación de hormigas” (Gustavo Martínez, ATE-Sante Fe y amigo de Pocho)
El antes
Dicen que en Rosario las calles del barrio Ludueña le gritan al país que Claudio Lepratti sigue vivo. Que una bala policial no lo mató aquel 19 de diciembre de 2001. Que a lo sumo lo convirtió en San Pocho de Ludueña y que ahora se ve un ángel de lata en una bicicleta alada, por las mismas calles de siempre.
El padre Edgardo Montaldo expone, ya no la obra de Lepratti, sino el objetivo al que habría de dedicar su vida: “Pocho se entregó a los adolescentes de Ludueña y les dictó catequesis, les enseñó a tocar la guitarra, los instó a estudiar, a ser solidarios, a vivir con dignidad a pesar de la pobreza, a no bajar los brazos. Lo mató un cana en su lugar de trabajo y sus compañeros de la comisaría le podrán contar la cantidad de adolescentes y jóvenes que no conocieron la seccional gracias a su prédica”.
El durante
Fueron esos días en los que los ninguneados salieron a las calles y arrasaron con los supermercados. Los comerciantes -al menos los uruguayenses– exigían ‘bajar uno o dos negros’ para que todo se calmara. Las fuerzas de seguridad, estatales y privadas respondían a tiros, a veces acertaban y a veces no.
Lepratti estaba en Ludueña, en su escuela. Parado sobre el techo para que lo vean, trató detener a los policías y les gritó: “Dejen de tirar hijos de puta, que están los pibes comiendo”. Era demasiado blanco, demasiada tentación. El policía santafesino Esteban Velásquez se bajó del móvil, apuntó con su itaka 12/70, y apretó. La bala entró por la tráquea. Eran casi las 6 de la tarde del día 19.
La primera versión llegada a esta provincia la dio el calificado diario La Calle. Sostenía que lo habían matado “los saqueadores” porque “se resistió a acompañarlos en sus desmanes”. O estamos ante una tremenda pereza periodística y sólo se limitaron a reproducir el cable que informaba que un uruguayense había muerto en Rosario... O hubo mala intención y fue un primerizo intento de desvirtuar la verdad. Lo que sería poco honorable para el señero matutino provincial y demasiado cercano a la deleznable actitud de la policía santafesina que desde un primer momento intentó ocultar la verdad. Asuntos Internos es determinante en su pericia: “El asesinato del militante social Lepratti ocurrió fuera de la zona de saqueos y en los fondos de una escuela”.
Su padre Orlando arriesga una teoría “Quizá lo mandaron a matar porque molestaba el trabajo que hacía, sacaba a los chicos de la droga y de la calle, los hizo estudiar o hacer deportes. No sé, eso se comenta”. Celeste, su hermana afirma: “El policía y mucha gente pensó que lo mataban, pero en realidad lo multiplicó. De eso se trata cuando decimos que Pocho Vive en cada uno de nosotros, en cada persona que está tratando de cambiar esta realidad”.
El después
En esos días, Orlando Lepratti estuvo por Rosario. Recorrió el barrio de su hijo y entre sorprendido, acongojado y orgulloso comentó: “Yo no me imaginaba todo lo que él hacía por los chicos... Lástima que después que murió me enteré de todo eso... Me sorprendo de que mi hijo sea tan importante para tanta gente. ¡Importante!, siendo que sólo fue solidario, honesto, preocupado por lo social... Claudio era un buen tipo, capaz de hacer sacrificios por los otros. Nada más que eso”. De la reunión con el gobernador Reutemann relató: “no me contestó nada, sólo dijo que desconocía algunos detalles, me aseguró que no hubo orden de matar y recordó que habían echado al secretario de Seguridad”.
Hubo un juicio y hubo una condena: a Esteban Velásquez, el policía asesino, le dieron 14 años de condena, y una indemnización de 170.000 pesos para los familiares de Claudio, que deberá responder conjuntamente con el estado provincial. El juez de Sentencia Ernesto Genesio consideró que “El policía tuvo intención de matar y hubo dolo directo. Su peligrosidad y su falta de controles inhibitorios lo llevaron a responder con disparos un mero insulto”. Cuenta Dalis, su madre, que “muchos chicos le agradecen estar terminando los estudios” y que al aula en la que Pocho cursó 5º año le pusieron su nombre. “Yo, como mamá, estoy muy orgullosa de él”.
Los homenajes a Lepratti se han reproducido de todas las maneras imaginables, y en ningún caso se puede decir que carecen de sinceridad o que apuntan a usufructuar su memoria. Nadie garabatea las paredes con carbón, o se calza una remera con frases como ‘Pocho Vive’, si no es para rendirle homenaje o para potenciar su recuerdo e inmortalizarlo en la memoria.
Y entre todos los homenajes, se puede contar el que realizó el Concejo Deliberante de Concepción del Uruguay, o la inclusión entre los personajes del año del diario Uno en diciembre de 2002. El arte también se hace presente. El historietista El Tomi, fue quién lo pintó con alas, de allí eso de El Ángel de la Bicicleta. Además, en una secuencia de retratos va encaminando el rostro de Pocho hasta descubrirlo como un Cristo barrial. Y no está mal para un gurí que hacía de su fe, un estandarte de lucha. León Gieco le ha compuesto un tema. En un reportaje en Página/12, el trovador cuenta por qué lo hizo: “...Yo no conocía su historia, pero cuando voy a tocar a Rosario veo en las paredes unas bicicletas con alas, y me dicen que esos dibujos son por Pocho Lepratti. Me encontré con su hermana en Gualeguaychú (en realidad fue en Colón, pero no importa...), le conté que tenía pensado hacer un tema y ella me dijo unas palabras muy sinceras, ‘es lo que nos falta’. Cuando compuse la canción, El ángel de la bicicleta, se la mandé a la hermana para que la conociera. Es una especie de cumbia, pero trabajada un poco a lo Kusturica. Por supuesto, inmediatamente apareció en Internet y ya la conocen todos”.
También el periodista Hernán López Echagüe, en su libro Tierramemoria rescata, entre otras, la historia de Pocho. La cubierta del libro es una foto del cantero que en casa de los Lepratti hizo su mamá para Pocho, y en él las flores forman una palabra, un deseo o una verdad. “Le preguntaron si no le faltaba algo, el nombre, porque los canteros eran sólo cuatro letras: vive. ‘No hace falta’, dijo”.
Y por supuesto su recuerdo vivo gritado desde los paredones, los “Pocho vive, carajo”, “Pocho tu lucha seguirá”, mantienen su recuerdo y a la vez potencian el mito. Siempre alguien pregunta ¿Quién es Pocho?, y cada vez son más los que saben la respuesta. ¿Con cuál de los homenajes se quedaría él?. No es difícil adivinarlo. Este muchacho entrerriano, que dejó todo –salvo la bicicleta-, e hizo votos de pobreza para sus chicos de Ludueña, se conformaría con las palabras de Milton, uno de sus muchachos de La Vagancia: “Siempre nos decía que pase lo que pase, sigamos adelante, que si terminamos la primaria empecemos la secundaria, que nada nos pare. Y nosotros vamos a seguir”.
(Publicado en El Miércoles número 150, 22 de diciembre de 2004)
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