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"La Revolución de Mayo fue elegida para que cumpliera un rol que es muy importante en cualquier comunidad: el mito fundacional de la identidad. Al recordar ese hecho estamos más pendientes de su significación político-cultural actual que del apego a la `verdad histórica´ (siempre en caso de que se acepte que pueda haber algo como una `verdad histórica´".

¿Qué festejamos el 25 de mayo?

Desde hace algunos años (creo que fue en ocasión de celebrarse el Bicentenario de ese momento tan relevante de nuestra joven historia) hay muchos intentos de revisar y reconsiderar la Revolución de Mayo, de este lado del río. Algunos son realmente valiosos. Pero otras veces esos intentos están demasiado restringidos por dos operaciones básicas de reducción: por un lado, la mala costumbre de mirar la historia según los intereses coyunturales actuales; por el otro, una suerte de “patente” que solo legitima a mirar hacia atrás (sine ira et studio, “sin ira y con pasión”, según la recordada expresión de Tácito) a aquellas personas vinculadas profesionalmente con la disciplina especializada en revisar el pasado.

 

Por AMÉRICO SCHVARTZMAN (*)

 

En esta nota pretendo correrme de ambas cuestiones y verlas desde otro lugar: la filosofía, entendida no como un ámbito intelectual ajeno a la vida popular, sino más bien todo lo contrario. Desde la filosofía entendida como un lugar de reflexión que aspira a coordinar diferentes saberes (respetando y sopesando todos sus aportes) con el objetivo de contribuir a “una vida buena”. Tomo en ese sentido el camino que el gran filósofo mexicano Luis Villoro propusiera, en el que la filosofía en lugar de nublar el panorama con palabras extrañas o grandilocuentes, trata de esclarecerlo, no como mero ejercicio especulativo, sino con miras a que vivamos más libres e iguales. Así, recuperar el espíritu disruptivo, crítico, transformador de la filosofía es, para Villoro (y por supuesto para mí) una labor que no monopolizan ni los profesores de filosofía ni el mundo académico. Ahí se juega, a la vez, el "porqué" y el "para qué" de la filosofía.

 

Dicho lo anterior, propongo la pregunta: ¿Qué festejamos exactamente el 25 de mayo?

 

No es fácil encontrar una respuesta. De hecho, entre los historiadores hay diferentes interpretaciones al respecto. Sin entrar mucho en detalles, permítanme darles un pequeño ejemplo. La historiadora Cecilia González Espul muestra que para una de las principales corrientes interpretativas, la de los liberales modernos, la Revolución de Mayo tiene cuatro características centrales:

 

  • Fue inspirada por las nuevas ideas de la ilustración y de la revolución francesa;
  • Fue un movimiento independentista y republicano, germen del régimen representativo y federal.
  • Las acciones a nombre de Fernando VII fueron sólo un pretexto para lograr adhesión (lo que se conoce como “la máscara de Fernando VII”) y en el momento propicio se proclamaría la independencia.
  • Se caracterizó por un rechazo a lo español, considerado como oscurantista medieval y atrasado con respecto a la ilustrada Europa.

 

Pero otra importante corriente historiográfica, la de los revisionistas (que en la Argentina recobró impulso en los últimos años con entusiasta apoyo oficial y de la mano de algunos destacados e inescrupulosos exponentes, como Pacho O’ Donnell) sostiene todo lo contrario:

 

  • Los movimientos de 1810 instalaron juntas provisionales de gobierno para preservar en cada lugar la soberanía de Fernando VII.
  • No existía una postura independentista sino total lealtad con el rey y con España.
  • La formación de juntas proviene de la tradición española y nada tiene de influencia de la ilustración ni de Rousseau. La teoría política que sirvió a la formación de las Juntas hispanoamericanas no es la del liberalismo francés e inglés, sino que proviene del jesuita Francisco Suárez (su doctrina, inspirada en el Tomás de Aquino aristotelizado, establece que la soberanía, cuyo único detentador es Dios, ha sido depositada en el pueblo por Él creado, y éste la delega en el rey).
  • Destacan la ausencia de las masas populares el 25 de mayo, y la frialdad de las provincias ante las ideas de los jacobinos porteños que quisieron volcar el movimiento a la independencia. La máscara de Fernando VII es una invención de los liberales.

 

¿Cómo se explica tamaña diferencia al interpretar un mismo proceso histórico?

 

Creo que la dificultad para encontrar un consenso reside en que ese hecho (la Revolución de Mayo) fue elegido para que cumpliera un rol que es muy importante en cualquier comunidad: el mito fundacional de la identidad. Al recordar ese hecho estamos más pendientes de su significación político-cultural actual que del apego a la “verdad histórica” (siempre en caso de que se acepte que pueda haber algo como una “verdad histórica”).

 

La nación es una comunidad política, y toda comunidad política es portadora de un relato sobre sus orígenes; cuyo propósito no es acercarse a alguna forma de verdad científica sobre el pasado, sino brindar a esa comunidad una “verdad simbólica”, es decir, algo así como las razones profundas por las cuales nosotros, los ciudadanos de este país, formamos una comunidad política distinta a las de nuestros vecinos. Esa narración entonces, debe estar higienizada, librada de cualquier referencia que la contradiga, de todo lo que no queremos recordar, de algunas vergüenzas sobre las que se erigió el Estado, y en general de cualquier cosa que cuestione nuestra supuesta singularidad.

 

Por eso en la narración oficial no se incluyó el salvaje genocidio cometido contra los pueblos originarios, genocidio que no fue cometido por los españoles sino por sus descendientes, ya argentinos con todas las letras. Los españoles los conquistaron y sojuzgaron, pero quienes luego los acorralaron, robaron sus tierras y en algunos casos (como en Entre Ríos o en el Uruguay) borraron cualquier vestigio de su cultura, fueron los constructores del Estado nacional y de los Estados provinciales.

 

En el párrafo siguiente quizás alguien crea que vengo a arruinar alguna fiesta. Pero aun así, quiero que lean unas pocas coplas, muy instructivas:

 

(...) El indio es de parecer
que siempre matar se debe,
pues la sangre que no bebe
le gusta verla correr.
El indio nunca se ríe,
y el pretenderlo es en vano,
(...) la risa en sus alegrías
le pertenece al cristiano.
(...) el indio es indio y no quiere
apiar de su condición
ha nacido indio ladrón
y como indio ladrón muere.
El indio pasa la vida
robando o echao de panza;
la única ley es la lanza
a que se ha de someter
(...) Y son, ¡por Cristo bendito!,
Los más desasiaos del mundo:
esos indios vagabundos,
con repunancia me acuerdo,
viven lo mesmo que el cerdo
en esos toldos inmundos.
(...) pienso que Dios los maldijo
y ansina al ñudo desato:
el indio, el cerdo y el gato
redaman sangre del hijo.

 

Hay mucho más. Supongo que gran parte de los lectores reconocerán el estilo: en efecto, se trata del Martín Fierro de José Hernández. Éste es el texto considerado como libro nacional de la Argentina, y esa la imagen del aborigen que presenta a lo largo de sus páginas.

 

¿Es mal momento para recordar esas manchas que también forman parte de la construcción de nuestra identidad? Quizás, porque las celebraciones son para otra cosa. La historia que se enseña en las escuelas fue durante mucho tiempo una fábula para dotar al país de su propio mito del origen. Ya no lo es, y eso es gracias a muchos anónimos docentes que comenzaron a contar “otras historias”. Lo preocupante no es, sin embargo, el carácter mitológico o fabuloso de aquella historia oficial, porque en esto somos como todos los demás pueblos de la Tierra, y cada uno necesita tener esa narración. Pero al madurar, cada pueblo aprende a cuestionarla y revisarla, y a admitir que no hay “una” historia (y por ende, no hay “otra” historia) sino que hay muchas historias, y todas merecen ser contadas. Y todas las miradas, son también, válidas para revisar la historia, a condición de que no se oculte desde dónde se la revisa.

 

Por ejemplo, hoy que los Derechos Humanos son política de Estado en la Argentina y forman parte de nuestros contenidos curriculares, podemos mirar el 25 de mayo de 1810 y relacionarlo con las revoluciones burguesas que pocos años antes comenzaron a instalar con creciente fuerza en el mundo, precisamente la idea de que había algo inherente a las personas, una dignidad que debía ser respetada por el solo hecho de serlo, y que se expresa con mucha fuerza en la Revolución Francesa, apenas dos décadas antes de nuestro Cabildo Abierto, y que , sin duda, influye en alguna medida, en nuestros audaces revolucionarios Moreno, Artigas, Belgrano, Castelli, Monteagudo, con sus ideas de libertad e igualdad, al punto que ambas palabras son incluidas en el Himno de la nación naciente.

 

Estamos recuperando parte de nuestra identidad al seguir recordando el 25 de mayo, con todos sus aspectos, aquellos apegados a los hechos registrados y también los míticos. Creo que es bueno celebrarlo y hacerlo con alegría. Pero también es bueno que seamos capaces, por ejemplo, de tomar con fuerza los reclamos de las asociaciones que actualmente nuclean a los pueblos originarios en la Argentina, como por ejemplo la Unión Diaguita o la Confederación Mapuche, que piden construir un nuevo Estado pluricultural, inclusivo, plurinacional, con redistribución de la tierra y de la riqueza, con la restitución de la palabra pública a los Pueblos Originarios, con la revaloración de nuestra historia, y que sea efectivamente garante de los derechos humanos de todos y todas.

 

Es de desear que cada 25 de Mayo nos desafíe para contribuir a que ese futuro sea posible.

 

* DIRECTOR DE LA VANGUARDIA DIGITAL. LICENCIADO EN FILOSOFÍA. PERIODISTA. AUTOR DE "DELIBERACIÓN O DEPENDENCIA. AMBIENTE, LICENCIA SOCIAL Y DEMOCRACIA DELIBERATIVA" (PROMETEO 2013). MIEMBRO DE LA COOPERATIVA DE COMUNICACIÓN Y CULTURA “EL MIÉRCOLES” DE CONCEPCIÓN DEL URUGUAY (ENTRE RÍOS)
 

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