Escena en un noticiero de televisión. Una señora visiblemente desgarrada brama delante de un movilero, pidiendo justicia. Pide pena de muerte. Llora, gime, está acongojada y su desesperación se trasunta en gestos de alguien que realmente sufre. No es para menos, acaban de matar a su hijo. El movilero le tiene el micrófono, mientras el camarógrafo sabe lo que tiene que hacer: un plano corto de modo que se vea el rostro sufriente, las lágrimas y los ojos enrojecidos… El movilero también sabe que la escena debe durar todo lo posible, pregunta por detalles sobre la vida truncada del joven, para exacerbar aun más a la mujer que renueva su llanto una y otra vez. Cuando ya no queda más que preguntar el movilero le hará una propuesta genial: “Ahí, tiene la cámara ¿Qué le diría al asesino?”.
(*) Por Aníbal Gallay
El show de la noticia
En la televisión de estos tiempos la noticia apenas importa. En todo caso es una excusa. Lo que se busca es decididamente el show, la puesta en escena. Y para que la escena sea atractiva se trata de llevar a los protagonistas al límite de la ampulosidad. Son golpes bajos que apuntan a la morbosidad del espectador. La escena descripta más arriba terminará seguramente con comentarios del conductor del noticiero quien con voz convenientemente apagada hablará de lo terrible que resulta vivir en la Argentina. Acto seguido el noticiero continuara con cualquier trivialidad, como las tetas de Moria Casan… Y sigue el show.
Hasta bien entrado el siglo XX existían las llamadas ferias. Allí el publico podía disfrutar de seres humanos deformes o exóticos. El término siamés se originó precisamente en una feria de los Estados unidos donde fueron exhibidos dos hermanos que habían nacido unidos, y provenían de Siam, antiguo nombre de Tailandia. El público concurría masivamente atraídos por esos seres, que ofrecían un show del sufrimiento humano. En 1890 la Argentina llevó a la Exposición Universal de Paris, para exhibirlos, a un grupo de aborígenes onas. Una rareza para los europeos. Todavía en la actualidad resulta divertido para muchos que en un circo dos enanos se golpeen mutuamente. En las famosas cámaras ocultas se trata de poner en una situación de victima a una persona. Y para el morbo general, eso resulta divertido. El show, el espectáculo a costa del sufrimiento ajeno.
Con los noticieros de televisión hay un regreso a cierto primitivismo. Es que la televisión necesita espectadores, raiting, es decir dinero y si al público se lo puede atraer desde la morbosidad porqué no ofrecerla. No es cuestión de enredarse en pruritos éticos. La noticia es un producto comercial y habrá que hacerla atractiva mejorando la presentación para que resulte atractivo, como cualquier producto. Y será atractivo lo que apunte al disfrute del sufrimiento ajeno. Un paquete que genere en el televidente una mezcla de compasión, piedad, sensibilidad, solidaridad, bronca, estupor, miedo, desazón… Y generar además una predisposición que, llegado el caso, coadyuve al linchamiento. Y cuando este se produzca (que se ha producido) estará “el desgarrador testimonio de la madre del linchado”. Y vuelta a empezar.
No se trata en de informar, sino de conmover, manipular y ganar dinero.
(*) anibalgallay52@hotmail
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