Mauricio Macri y sus colaboradores están presos de su equivocado diagnóstico sobre nuestra Patria. Como siempre, lamentablemente, sufrirán los que no debieran.
Por JULIO MAJUL (Especial para EL MIÉRCOLES DIGITAL).
Uno ya no sabe si el optimismo constante de Macri es genuino o falso; ni interesa en realidad.
Lo que sí importa es que su diagnóstico sobre la economía argentina está totalmente errado, y la obstinación en seguir las recetas de los profetas del capitalismo salvaje sólo augura malos tiempos para la Nación y el pueblo.
UNA DISCUSIÓN MÁS QUE CENTENARIA
Desde la mitad del siglo XIX, cuando el correntino Pedro Ferré se enfrenta con el rosista José María Rosas y Patrón nuestro país enfrenta una ardua disputa por la política económica a implementar.
En una extrema síntesis, digamos que Ferré enfatiza la necesidad de proteger el trabajo argentino y el federalismo económico; Rosas defiende el libre comercio y el beneficio para Buenos Aires.
Esta historia ya la conocemos, la hemos vivido doscientos años. Este camino lleva a caer en el abismo. Estamos frente al precipicio, y el gobierno decidió dar un paso adelante.
Es lo mismo que veremos un siglo después, con Scalabrini Ortíz denunciando la entrega de los ferrocarriles y Pinedo exaltando la eficacia inglesa en la administración; y (más cerca nuestro) con Aldo Ferrer clamando por proteger la industria nacional y desarrollar la ciencia autóctona, y Martínez de Hoz apostando por un país pastoril, desindustralizado y dependiente; o es Oscar Alende protestando contra las multinacionales y Alsogaray defendiéndolas.
La disputa entre nacionales y liberales, como se ve, no es nueva. Y la vedad es que hasta ahora, con uno u otro disfraz, vienen ganando claramente los liberales; o sea, los que dicen que no importa la gente concreta argentina, sino cumplir consignas impuestas desde otros países, donde se desindustrializa, se achica el mercado interno, se empobrece a la gente, en nombre de “terminar con el déficit fiscal”, que es visto como un horrible mal provocado por los pobres, los obreros y los pequeños empresarios; que debe conjurarse con el apoyo a los ricos, especialmente si son extranjeros, especialmente si no producen nada sino que prestan dinero.
Así, hemos llegado a esta etapa de nuestra historia, en que ridiculeces tenidas por heroicidades, como una salida del Fondo Monetario pero no del todo; o la “argentinización” de YPF, tienen como saldo una vuelta al FMI con la cabeza gacha y pretendiendo que el ente encargado de defender los intereses del gran capital se ha vuelto un servidor de los intereses de la parte más humilde del pueblo.
Esta historia ya la conocemos, la hemos vivido doscientos años. Este camino lleva a caer en el abismo. Estamos frente al precipicio, y el gobierno decidió dar un paso adelante. Seguro que nos caemos. No hay posibilidades de que no sea así. Lo vimos (para hablar de tiempos recientes) con Videla/Martínez de Hoz o Menem/Cavallo/Alsogaray.
Macri no tiene más alternativa que hacer lo que hace, porque fue educado en eso, seguramente nunca supo (o descreyó) de Raúl Prebisch o de Aldo Ferrer. Su vida ha transcurrido en un lecho de rosas, tapizado por dinero; así ha sido también la vida de sus íntimos.
No puedo esperar que cambie. No hay ninguna posibilidad de que eso ocurra.
Me angustia que no hay nadie que levante seriamente los pensamientos de Prebisch, Ferrer, Scalabrini Ortiz, Alende. El último gran defensor de estos ideales fue el primer ministro de economía alfonsinista, Bernardo Grispun. Y ya sabemos cómo terminó: aplastado por la ola electoralera de Sourruille, que le permitió a Alfonsín ganar una elección.
Nadie propone en serio una Patria libre, grande, democrática, justa, federal, libre de venenos. La discusión es por quién interpreta mejor las encuestas y promete lo que la gente quiere, para ganar las elecciones.
¿Después? ¡Ah, lo veremos después! Total, siempre habrá enemigos a quienes echar la culpa de nuestro fracaso.
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