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El Gordo Puchulu por Guillermo Alfieri

El reconocido periodista Gullermo Alfieri publicó en 2014 una notable crónica dedica a la figura de Luis Juan Puchulu. Fue después de un largo encuentro entre esos dos hombres apasionados por las letras y por lo social. La nota se tituló “La historia clínica de Juan Luis Puchulu” y la ironía de ese título -que fue idea del “Gordo”- aludía al diagnóstico de la enfermedad que lo aquejaba. Este texto, publicado entonces en Analisis Digital, es quizás una de las mejores piezas que se han escrito sobre este singular ser humano al que la comunidad uruguayense despidió en la mañana de hoy.

La historia clínica de Juan Luis Puchulu

                                                                   

Por GUILLERMO ALFIERI

 

Hacía tiempo que no me encontraba con Juan Luis Puchulu. Le pregunté si mantenía el hábito de escribir. “Por supuesto”, respondió. Sugerí que me enviara algo de su producción inédita, que leería con placer. A los pocos días recibí dos bolsas, para regalos, de considerable dimensión. A la vista, un mensaje con el modo de decir del remitente: “Paisano, si le gustan los duraznos no se queje de la pelusa”. Asumí el consejo y repasé los títulos del material encomendado. Recorrí el texto del que anunciaba “Mi historia clínica”. Al llegar al punto final, sabía dos cosas: Puchulu padece el Mal de Parkinson y su íntegro ánimo le permite contarlo, con un leve fleje entre la emoción y la gracia de buena cepa, capaz de dibujar sonrisas en medio de la preocupación.

Puchulu, de apellido vasco, nació en Concepción del Uruguay hace 66 años. Habita esa ciudad (calle Alem 167), pero siempre parece que viene de un campo de Villaguay, perdido en mesas de juego por antepasados que esfumaron la herencia. Gordo es el apodo que contrasta con la figura, vacunada contra la obesidad. El pseudónimo lo construyó el propio portador: Gordo de la Luna, su satélite preferido.

Un rato estudió Derecho, en la Universidad de Córdoba, en la brava época de la década de los setenta. Artigas y Ramírez son sus héroes históricos. Es peronista, más por contagio que por decisión. Defiende sus ideas, sin ofender las ajenas. Es periodista, respetado por su calidad para el oficio y por sus virtudes de hombre decente. Tiene la manía de abrir el paquete de cigarrillos por la base, para no maltratar al filtro en la maniobra extractiva de los finos y largos cilindros.

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Lo conocí en 1983, en conferencias de prensa de candidatos a presidente de la Nación, cuando la dictadura emprendía la retirada. Con varios diarios bajo el brazo y otros tantos informativos radiales escuchados, Puchulu formulaba preguntas perturbadoras para el discurso armado de los postulantes. En esos ámbitos de trabajo, coincidimos en la mutua empatía.

En lo físico, imaginé que se parecía a Don Quijote de la Mancha, por la expresión de su barbado rostro y el cuerpo de armoniosa delgadez. En la medida que intensificamos la relación interpersonal, advertí que las semejanzas se extendían a cuestiones conceptuales y simbólicas. Como para el Quijote, para Puchulu la utopía sirve para darle sentido a nuestra breve vida. A los dos les gustaría un mundo en el que no exista “lo tuyo y lo mío” y se sienten cómodos deshaciendo agravios. En cuanto “a la señora de sus pensamientos”, si la del caballero andante era Dulcinea, la del Gordo de la Luna es Patricia.

Puchulu cumple años el 20 de julio y por eso se justifica que en esa jornada se festeje el Día del Amigo. Conjeturo que la amistad incidió con vigor, para que resolviera aportar su insustituible palabra en la mesa chica del quehacer político de Jorge Pedro Busti, en las buenas y en las malas, acompañando la suerte del ex gobernador (en tres períodos) de Entre Ríos. Quizá, sin resignar ni un gramo de sus ideales, Puchulu recibe la necesaria dosis de pragmatismo, que al Quijote le otorgaba Sancho Panza, para que el soñador no sacara del todo los pies de la tierra y previera las acechanzas de la realidad.

 

UN TAL JAMES

En el muestrario de escritos de Puchulu, hay entrevistas, encuentros ilusorios y semblanzas con rasgos de ensayo, que remiten a Yupanqui, La Delfina, Alfredo Alcón y Aníbal Sampayo. Las crónicas son más de 30, con recursos de estudiante, personajes rurales y urbanos, experiencias laborales y descripciones coloridas de situaciones domésticas.
Puchulu fue destacado periodista de la emisora LT11, con programas innovadores para la difusión cultural. Resistió 107 horas de transmisión continuada. A los aprendices del oficio les transfiere su experiencia y les desliza la sabia recomendación: nunca hay que perder el miedo al micrófono. Por la causa de Malvinas, caminó la provincia de Este a Oeste. Lo conmueve la obra de los artistas, que amalgaman la estética con la ética.- * - * -

Los dos pequeños nietos del abuelo “Goldo” oyeron, en septiembre de 2013, la promesa de que no se demoraría más la visita al médico, del cariñoso señor de cabello blanco y barba negra que los mima, con confesada chochera. Si la salud de Puchulu flaqueaba, las causas estaban blanqueadas. Kilos de tabaco para dañar los pulmones; litros de bebidas alcohólicas para agredir al hígado; el noctambulismo para alterar el reloj biológico; la combinación de factores para atacar al corazón y sacudir la normalidad de la presión arterial. Sin embargo, lo que lo embroma es el Mal de Parkinson, invasor por razones hasta ahora desconocidas.

Informa la enciclopedia, que el médico y geólogo inglés James Parkinson (1755-1824) estableció que la enfermedad se origina por una lesión en la masa gris del cerebro y se caracteriza por temblores y rigidez muscular. No se cura pero permite atención terapéutica.

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Para “familia y amigos”, Puchulu redactó “Mi Historia Clínica”. Hermoso texto, con tramos autobiográficos que desembocan en el pasaje del diagnóstico confirmado por la neurología. El Parkinson tendrá que vérselas con un paciente que revela su carácter en este párrafo:

“No conozco la pala, la azada, el rastrillo, la tenaza, la pinza, el hacha, el martillo… ¿Qué pude hacer con estas manos? Qué se yo… levantar una silla ante la llegada de una visita. Trasladar un colchón cuando la casa se llena de familia. Tocar el timbre de la puerta. Tirar la cadena del baño. Hojear el diario del día o algún libro. Lustrarme los zapatos. Sacar el hielo para el whisky (quizás mi máximo esfuerzo en el tiempo) o robar flores en la plaza para regalárselas a Patricia. Esto es todo… más, no. Por eso es una contradicción que la izquierda esté cansada y se duerma. Es una cosa muy loca. A quien nunca tuvo sueño, ahora se le durmió la mano…”.

Puchulu toma pastillas. No hace todos los ejercicios físicos recomendados. Corrige originales de su obra, porque el proyecto editorial existe. La terapia incluye el amor y las dosis son abundantes, por Patricia, los tres hijos (uno desde el cielo), los nietos, la parentela extendida en varios puntos del país y un montón de amigos, ganados en buena ley.

 

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