El prestigioso músico llegó por primera vez a Concepción del Uruguay de la mano de la Municipalidad local y se presentó en un show memorable, en una noche tórrida y ante una multitud que desbordó la capacidad del templo religioso.
Por A.S.
Fotos : Mario Rovina
La Basílica de la Inmaculada Concepción fue testigo: Gustavo Santaolalla y una formación de músicos impresionantes deslumbraron a quienes ya conocían su obra y sorprendieron a buena parte del público que –quizás sin tener mucha info acerca de su trayectoria– no quería perderse a un ganador de dos Oscar que actuara en su ciudad.
El músico, uno de los pioneros del rock nacional, es además uno de los productores y compositores más reconocidos de América Latina, y vino a La Histórica a presentar su espectáculo “Desandando el camino”, en una actividad enmarcada en los ciclos musicales de alto nivel que impulsa la Municipalidad en estos años. La modalidad ya conocida incluye la entrada libre y gratuita, pero se venden sillas o lugares (las bancas de la Basílica, esta vez) a beneficio de diferentes entidades de bien público. En este caso, le tocó a la asociación Amigos de la Música.
Santaolalla recorrió en su recital toda su trayectoria, y lo hizo mostrando la continuidad impecable y coherente de todo lo que ha hecho (y sigue haciendo). Así, repasó las fusiones experimentales nacidas medio siglo atrás en Arco Iris –pionera no solo del rock nacional sino también de la mezcla de elementos del rock&pop con ritmos telúricos, afro y latinoamericanos– como la bellísima “Zamba” (de 1969) o “Sudamérica o el regreso a la Aurora” (de 1972). Visitó parte de los desafíos de la gira De Ushuaia a La Quiaca con León Gieco con “No existe fuerza en el mundo” (1985), pasó por “Todo vale” (1995), del disco “GAS” que marca un momento clave de su trabajo, vinculado con la explosión de rock latinoamericano en los 90. Explosión de la cual fue quizás el principal responsable como productor de Caifanes, Los Prisioneros, Café Tacuba, Divididos, Molotov, la Bersuit, Julieta Venegas, Juanes, Jorge Drexler, La Vela Puerca, Árbol, Puya, y una extensa lista que abruma. También mostró versiones de otros de sus trabajos, menos conocidos o transitados, como el disco instrumental “Ronroco” o como “El cardón”, interpretado vocalmente (y sin amplificación) por todos los músicos.
Santaolalla actuó acompañado por una formación de lujo, a la que él mismo presentó con palabras merecidamente elogiosas: Barbarita Palacios (voces, percusiones, accesorios y campanas tubulares), Javier Casalla (violín, guitarras, pincullo), Nicolás Rainone (contrabajo y chelo), Pablo González (batería) y Andrés Beeuwsaert (piano y teclados). Un verdadero seleccionado acorde a la calidad del autor de “Mañana campestre”, viejo hit de Arco Iris que por supuesto no podía estar ausente en el show.
Comprensivo de por dónde pasaba la expectativa de la muchedumbre que pese a la noche tórrida se agolpó en el templo católico, no dejó de satisfacerla con un popurri de la música de “Secreto en la montaña”, que le valió uno de sus dos Oscar. Y en sus comentarios entre canción y canción, no dejó de aludir a algunas de sus pasiones de siempre: el cosmos (ya desde la “Canción de cuna para un Niño astronauta”, de 1969), la búsqueda de la armonía personal, la soledad intrínseca del ser humano, la negación de las fronteras... Pero también quiso recordar a algunos de los artistas que lo marcaron no solo en lo estético sino en lo humano: generó aplausos al recordar a dos enormes artistas ya fallecidos como Mercedes Sosa y Jaime Torres, y para alguien a quien definió como su hermano: León Gieco, con quien compartió aquella aventura antropológico-musical iniciática que fue la gira De Ushuaia a La Quiaca, que dio material para tres discos, sorprendió y no fue valorada en toda su integralidad hasta años después, y que aun hoy asombra a quienes se asoman a ella por primera vez. También, rareza de Santaolalla, pidió un aplauso para el intendente José Eduardo Lauritto, el responsable de que llegara a la ciudad por primera vez en medio siglo de labor.
Lamentablemente la Basílica, lejos de las celestiales promesas, se había transformado casi en un infierno: la temperatura agobiante y los escasos ventiladores dispuestos no daban abasto para las centenares de personas que se dieron cita en la convocatoria. Para peor, el desparejo sonido hacía que en determinados lugares del templo prácticamente no se pudiera entender lo que decía o cantaba el artista, y en particular cuando entraba a sonar la batería, la música se transformaba en algo indiscernible. Una parte del público se fue cuando promedió la presentación, al realizar un corte de unos diez minutos, que fue bien utilizado para calibrar mejor las cosas para el regreso de la banda.
En una módica polémica desatada en redes sociales, el director de Cultura, Cristian Merlo, salió al cruce de algunas duras críticas de personas que no soportaron el calor –o que accedieron a zonas donde se escuchaba muy mal– y prefirieron retirarse. Merlo respondió allí que el artista pidió no tener ventiladores “por el ruido de los mismos”. Y añadió: “El esfuerzo es grande, sería bueno preguntar antes de decir. Se apagaron las pantallas porque las instalaciones del edificio no están acorde. Con el diario del lunes es fácil decir lo habrían hecho afuera, ¿si lo hacemos afuera y llueve?”. El funcionario también agregó que el artista “se fue encantado, agradeció mucho a la organización. Creo que hay que querer más la ciudad, critiquen menos, disfruten más, nos pasó algo hermoso y tal vez no se dieron cuenta”.
Controversias de lado, la segunda parte del show (que concluyó casi dos horas y media después del inicio) fue brillante: Santaolla repasó algunas de sus creaciones más “eléctricas” como “A solas”, “Todo vale”, o “Vecinos”, y se guardó para el final otro hit “Ando rodando”, potente y vibrante, tan claro y desafiante hoy como cuando lo grabó en 1982.
Y el final, apoteósico: Santaolalla volvió solo con una caja, y el final fue a pura fiesta, con "Pa'bailar", uno de los temas de otro proyecto que él impulsó y elevó a niveles notables, como lo es Bajofondo. Y así fue: bailando, los propios músicos de pie, entregando lo que quedaba, y también el público todo de pie, extasiado, aceptando ese regalo de goce estético y espiritual con una felicidad bañada en sudor, en la increíble, inolvidable noche que uno de los artistas más importantes que ha dado la Argentina protagonizó este viernes en Concepción del Uruguay.
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