El titulo no es "Golpe de Estado en Bolivia" porque el análisis exige lo particular pero también el contexto continental.
Por ANA HERNÁNDEZ
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Volvieron los golpes de Estado a América Latina y no blandos, como ocurrió en Paraguay o Brasil, sino el tradicional como en los años 70. Algo conocido en este continente con los mismos protagonistas y verdugos. Todo ocurrió de manual, con el abecé de siempre. La estrategia más sofisticada, como el lawfare, estuvo ausente.
Las ventajas comparativas de su posición geopolítica, los recursos y su proceso de etnocentrismo y dominio imperialista inauguran su tercer momento histórico. Con un proceso de culturización más compleja empieza a estar en jaque no sólo un modelo económico en disputa sino la democracia, todo aquello que creíamos ya asentado.
El agua dulce, los bosques, el petróleo y ahora el litio. La bendición de conservar todavía recursos se vuelve su maldición y el pecado es la redistribución.
Hablando en términos cristianos, rasgos que permanecen como en plena colonización y conquista, en el 1.500 con la biblia bajo el brazo y las armas de las fuerzas ganaron las calles, en este estado de cosas convergen los mismos intereses, los mismos protagonistas de siempre con las nuevas generaciones y en la construcción de subjetividades de ciudadanía no politizadas o sin conciencia histórica. En este marco se dificulta visualizar el discurso verdugo que atenta contra los propios intereses e incluso la vida misma.
Aplicar las categorías de análisis, como imperio y oligarquía, parecen caducas para un mundo complejo. Las clasificaciones marxistas de clase alta, media y bajas son viejas, hoy no se definen a través del acceso a los bienes materiales sino por el capital simbólico.
En este caso particular de Bolivia la información fue escaso y difuso, dato no menor que refleja donde reside la verdadera mercancía y por donde circula el poder real. Tomaron las usinas informativas más la ausencia de una subjetividad altamente politizada. No es exclusiva esta experiencia de Bolivia, los otros gobiernos populares que cayeron lo hicieron también con números económicos a su favor pero, sin embargo, con un alto deterioro de su imagen y, por ende, de legitimidad y consenso.
Los números que deja Evo muestran que para el 2019, según las proyecciones del FMI, Bolivia registrará el mayor crecimiento de América con un promedio en los últimos 5 años del 4,6% anual. Es el país sudamericano con la menor tasa de desocupación (4%) y de más baja inflación. Entre 2005 y 2017 la desigualdad se redujo 25% y la pobreza cayó 25 puntos porcentuales. Es evidente que la permanencia de un gobierno y su legitimación se conserva con el bienestar económico de una parte mayoritaria de la población.
Un mundo complejo e ideologizado que aparenta no estarlo, que vende el borramiento de los muros y las fronteras pero que esconde en sus napas las divisiones más profundas y no sólo las materiales sino otras que también duelen como las raciales y étnicas.
América Latina está en un momento bisagra en donde los conflictos sociales tienen nuevos actores, incluso no están presentes sus partidos opositores más importantes ni tampoco estos la capitalizan.
El feminismo es un nuevo actor político muy activo que en décadas pasadas estuvo ausente, tan sólo por dar un ejemplo. Propone una organicidad distinta, cuestiona y quiere disputar el poder real, tanto que el mercado ya tomo nota de esto y trata de convertirlo en fetichismo moda y mercancía. No ha podido completar el proceso justamente porque no hay unicidad en su identidad. No es feminismo sino Feminismos, por lo tanto sigue vigente emergiendo por los intersticios del poder como diría Foucault.
Las nuevas condiciones y nuevos nombres se deben terminar de parir para empezar a coexistir con esas viejas maneras y derribarlas. Nuevo diagnóstico con nuevas categorías para ser nombrados, para hacer de ellos otras formas de militancia en esta generación. Las reminiscencias de la conquista en manos europeas son un Déjà vu, la biblia y las armas entraron a la casa de gobierno y esa imagen se mezcla con lo nuevo del aporte que podemos agregar en la actualidad.
El golpe de Estado a Evo Morales es un viaje de ida hacia el peor de los pasados, en aquellos tiempos de la doctrina de seguridad nacional hemisférica. Los sectores destituyentes no tienen siquiera la representación total ni mayoritaria de la oposición, aunque sí un poder de daño que les permitió hasta ahora consumar su objetivo. Lo complejo de desentrañar es el proceso de culturalización donde eso viejo se impregna y se traduce en la forma fascista y su eterno retorno con el mismo chivo expiatorio al servicio y como consecuencia del neoliberalismo.
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