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FIN DE AÑO. ¿FIN DE CICLO?

Fue el emperador romano Julio César quien instaló el inicio de año en el mes de enero, porque en ese mes asumían sus cargos los cónsules. Los chinos, en cambio, lo celebran en febrero. ¿Hay algo importante en esta manía que tenemos los seres humanos de fragmentar el tiempo, ese río que no se detiene nunca?

 

Por A.S.

 

Un año que termina es, se supone, un ciclo que concluye. Pero ¿qué es un año? ¿Y qué es un ciclo? ¿Y qué es lo que termina, o lo que empieza? ¿Hay algo importante en esta manía que tenemos los seres humanos de fragmentar el tiempo, ese río que no se detiene nunca? ¿Hay ciclos? Claro. Por ejemplo, los ciclos de la naturaleza: ahora vivimos el calor del verano, después vendrá el otoño, el invierno, la primavera, y, al final de esos cuatro momentos, el regreso del verano será inexorable.

La humanidad tiene desde hace mucho tiempo una suerte de “Ley de los ciclos”, (lo de “ley” entre comillas) también conocida como “el eterno retorno”. Pero ¿son un retorno eterno?

La idea de que estamos condenados a repetir lo que ya hemos vivido, a escuchar otra vez estas mismas palabras, no solo es absurda (porque, si es exactamente el mismo hecho ¿cómo podríamos darnos cuenta entonces de que lo estamos viviendo de nuevo?) sino que además es, según Borges, “la idea más horrible del universo”. Por suerte, nos damos cuenta de que volvió el verano, y por lo tanto, el eterno retorno (al menos concebido de ese modo) no es tal.

Registrar que hay ciclos nos permite mejorar nuestras vidas: ya sabemos lo que vendrá, que será parecido pero nunca idéntico, y podemos prepararnos, planificar.

Hay diferentes interpretaciones sobre ella (como siempre en filosofía) pero una me parece especialmente interesante: la repetición es la base de la renovación y del perfeccionamiento de toda forma de vida. Registrar que hay ciclos nos permite mejorar nuestras vidas: ya sabemos lo que vendrá, que será parecido pero nunca idéntico, y podemos prepararnos, planificar.

Parece simple. Pero, siempre hay un pero: los seres humanos lo complicamos. En algún momento de nuestro pasado común, empezamos a medir, contabilizar esos ciclos. Empezamos a cronometrar (que literalmente es medir a Cronos, el nombre griego del tiempo). Y pasamos a considerar esa cuenta como algo real, objetivo, absoluto. Ya no se trata del ciclo. Sino de periodos que determinaron seres humanos, en el pasado, muchas veces por razones arbitrarias: por ejemplo, fue el emperador romano Julio César quien instaló el inicio de año en el mes de enero, porque en ese mes  asumían sus cargos los cónsules.

Los romanos dedicaron entonces el día al dios Jano, dios de las puertas y las entradas, que tenía dos caras: una que mira hacia adelante y otra hacia atrás. Jano, en latín, era Ianus, de donde derivan los nombres del mes: january en ingles, janeiro en portugues, enero en castellano.

Y aunque hoy casi toda la humanidad celebra el inicio de ese ciclo bastante engañoso al que llamamos “año” en la misma fecha, es sabido que distintas comunidades lo midieron –lo miden aún– de diferentes maneras. Los chinos, por citar un caso, celebrarán el año nuevo (que para ellos no es el 2020 sino el 4716) el próximo 5 de febrero. Su calendario tradicional tiene en cuenta tanto las fases del Sol como de la Luna. Y lo vienen contabilizando desde mucho antes que los occidentales: desde el 2697 antes de Cristo. (Entre paréntesis, nuestro calendario es de 1582, el que ordenó el Papa Gregorio, 4 mil años más tarde que los chinos). Y si no se perdieron con estos datos, les cuento por qué el año nuevo chino cae en esa fecha: para ellos el primer día del año es la luna nueva más próxima al día equidistante entre el solsticio de invierno y el equinoccio de primavera en el hemisferio norte. Es decir; visto desde acá sería el justo medio entre nuestra Navidad y el inicio del otoño. Y ese día “cae” entre el 3 y el 5 de febrero, unos 45 días después de Navidad, y 45 antes del 21 de marzo. Como puede verse, una fecha más atenta al ciclo que a la arbitrariedad romana. ¿Significa que ese año sí está bien, y el nuestro está mal? No. Solo refuerza la idea de que la medición es arbitraria. Hay ciclos naturales, lo que no hay son años “naturales”.

Borges se preguntaba en un ensayo sobre La doctrina de los ciclos: “¿Qué significa el hecho de que atravesamos el ciclo trece mil quinientos catorce, y no el primero de la serie o el número trescientos veintidós con el exponente en dos mil? Nada, para la práctica –lo cual no daña al pensador. Nada para la inteligencia –lo cual ya es grave”.

El año nuevo chino es una fecha más atenta al ciclo que a la arbitrariedad romana. ¿Significa que está bien, y el nuestro está mal? No. Solo refuerza que la medición es arbitraria. Hay ciclos naturales, lo que no hay son años “naturales”.

Como dije, de las varias posibles significaciones, la que más me agrada es que esa manía humana de medir el tiempo, de hacer conscientes los ciclos, nos permite reflexionar sobre nosotros mismos, individual y colectivamente, sobre nuestras aspiraciones, avances, desafíos. Si el tiempo es como un río que no se detiene, dividirlo en ciclos nos permite evitar que nos arrastre la inercia de los momentos históricos, nos ayuda a no ser una rama a la deriva en ese río, y en cambio intentar hacer balances y delinear nuevos desafíos. ¿Hacemos ese ejercicio? ¿Nos animamos a revisar de dónde venimos y adónde vamos, qué logramos y qué queremos lograr en el próximo ciclo?

Feliz año nuevo. Y hasta el ciclo que viene, que será en 2020. Quiera Dios o no quiera. Pero tranquis, por ahora, al menos, seguro que quiere.

 

(*) Esta columna sale los días viernes en la radio de la UNER 91.3, en el programa El Reverso, bajo el título "Filosofía y otras cuestiones que no le interesan a nadie". Esta, última columna del año 2019, se emitió el jueves 23 de diciembre.

 

 

 

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