En este texto, Jorge Villanova reconstruye uno de los episodios históricos que más impactó en nuestra región: "Si pensamos que la historia no comprende hechos aislados, sino uno solo compuesto por diferentes capítulos, el de la Heroica Paysandú es el eslabón que entrelaza la batalla de Pavón y la Guerra del Paraguay impulsada por Inglaterra. Por ende no es un hecho perdido, y hay que verlo como el paso previo a la destrucción del Estado Nacional guaraní".
(*) Por JORGE VILLANOVA
"Heroica Paysandú yo te saludo/ hermanos de la Patria donde nací/ tus triunfos y tus glorias esplendentes/ se cantan en tu Patria como aquí”. Mis hermanas cantan en el patio la canción que le enseñan a Lolita para la fiesta del 18 de julio. Nosotros no somos orientales sino entrerrianos, pero todos dicen que somos como hermanos y que más vale ser oriental que porteño. Esto lo oigo desde siempre en la escuela...” Emma Barrandeguy (1).
Si pensamos que la historia no comprende hechos aislados, sino uno solo compuesto por diferentes capítulos, el de la Heroica Paysandú es el eslabón que entrelaza la batalla de Pavón y la Guerra del Paraguay impulsada por Inglaterra. Por ende no es un hecho perdido, y hay que verlo como el paso previo a la destrucción del Estado Nacional Guaraní.
Esa alianza infame entre Buenos Aires, los colorados y el Imperio del Brasil, para demoler el Paraguay, tuvo su bautismo en los escombros de Paysandú. Escribe Alejandro Olmos Gaona: “La invasión del Uruguay era el primer paso de un plan, largamente madurado por los diplomáticos del Imperio, para destruir al Paraguay y constituirse en potencia hegemónica. Mitre no resultaba un obstáculo para tales propósitos. Sus ideas contrarias al régimen lopizta, lo llevarían a subordinar la política argentina a todas las iniciativas del Brasil”(2).
Recordemos que desde Pavón partieron los procónsules orientales Sandes; Rivas, Arredondo, Paunero y el chileno Irrazaval, encabezados por Venancio Flores hacia Cañada de Gómez para culminar su travesía de desolación en La Rioja, aniquilando el interior profundo.
Siempre neutral ante los conflictos Orientales y solo para pacificar el Uruguay, Bartolomé Mitre equipó y trasladó a la otra orilla a Venancio Flores. Los brasileros no se quedaron atrás y con otra excusa baladí –en acuerdo con Flores- también intervinieron. Por lo tanto, todos contentos: los dos países que debían garantizar la existencia del estado uruguayo, cumplían así con sus obligaciones diplomáticas. Pero se ve que no todos fueron convencidos que debía procederse así:
“El Gobierno Argentino fomentando la invasión de Flores al Estado Oriental, sembró la primera semilla de discordia en aquel desgraciado país, y no contento con haber abierto la puerta de la intervención brasileña, la auxilió con las municiones de su parque para destruir a cañonazos y a mansalva la ciudad heroica de Paysandú... Desde ese momento había una alianza de hecho entre el Gobierno Argentino y el imperio Brasileño; y el Paraguay que había declarado al Imperio que toda agresión llevada contra el Estado Oriental sería mirada por él como una amenaza y provocación hecha al Paraguay, se había puesto en frente de dos enemigos –el Imperio, y su aliado argentino... Mientras la República Argentina, que ha garantido la independencia de la República (Oriental) contra su enemigo, el imperio, proporciona a éste elementos para la conquista, el Paraguay se levanta inspirado a reclamar justicia...”(3).
Que los pertrechos de Flores perteneciesen al arsenal de Buenos Aires, que los revolucionarios hayan pasado el Uruguay a bordo de una nave de guerra argentina, y que en el puerto lo haya despedido el ministro de guerra y marina, general Gelly y Obes, son apenas detalles que no alteran la inquebrantable neutralidad de Don Bartolo. “No olvide a los orientales que proscriptos de su patria, desean volver a ella”(4), escribía Flores el 20 de octubre de 1861, a Mitre después de Pavón. El general periodista le contesta pocos días después: “Nada más natural que usted, en representación de los orientales que nos han ayudado a alcanzar el triunfo, me recuerde en esta ocasión que no olvide a los proscriptos... mi corazón pertenece a usted y a sus compañeros como amigo, como antiguo compañero de armas y como correligionario político”(5). Y Mitre, que encabezó sus hordas civilizadoras con oficiales uruguayos, fue sincero.
Y es que hasta el mismísimo –por entonces- embajador inglés de Montevideo, William Letssom, sostenía: “No tengo duda que la conducta del Gobierno de la Confederación Argentina, en todo lo concerniente a la invasión de este país por el General Flores, es desleal hasta el extremo”(6).
ENTRE RÍOS SE INQUIETA
El único problema serio que se planteaba se encontraba en una posible reacción de Urquiza. El ministro de guerra Gelly y Obes opinaba “Desde ya creo que el guaso de Flores nos va a traer una complicación muy seria con su invasión... el taita de Entre Ríos ha de auxiliar a los suyos como mejor pueda, y de ahí el embarazo para nosotros”(7).
Y aquí reside el tema que nos atañe. Blancos y Federales siempre fueron aliados interviniendo de un lado y del otro del río, no como uruguayos y argentinos sino entrelazados como orientales y entrerrianos. Entre Ríos era el obstáculo. Domínguez su gobernador era sólo un apéndice de Urquiza. El general tenía la fuerza y la voluntad. De su decisión dependía la suerte de estas repúblicas: Envió emisarios a Berro dándole su apoyo como presidente constitucional, pero a la postre nunca lo hará efectivo.
También, sostiene Jaime Emma que citó en Paraná al cónsul paraguayo José Rufo Camino para que extreme a Solano López en la firma de firmar un tratado junto al Uruguay, que luego, él mismo desbarató (8).
Norberto Galasso describe muy bien que lo que se estaba jugando en tierras orientales, que era mucho más que la suerte del paisito: “Solano López intensifica entonces sus contactos con Urquiza y le ofrece otra ‘triple alianza’ entre el Paraguay, el gobierno blanco uruguayo y la Confederación segregada de Buenos Aires. Don Justo envía emisarios y manifiesta su conformidad, pero sostiene que no es tiempo aún” (9). Y prosigue “Las fuerzas sociales se van alineando así por encima de las artificiales fronteras de la nación balcanizada.
De un lado las oligarquías de los dos puertos y el imperio del Brasil, coincidentes en la política librecambista, antilatinoamericana y antipopular, con el apoyo de la Inglaterra ávida de mercados. Del otro, el gauchaje argentino y oriental junto al Paraguay nacionalista, unidos en una política nacional, de crecimiento hacia adentro, latinoamericana y antioligárquica” (10).
Entre Ríos se sacude ante el ataque de Flores, no era para menos, Entre Ríos también era Blanco como los huesos: “Eran los vecindarios que en espontáneas reuniones populares demostraban su estado de animo contra el Imperio que decían representativo de eunucos, lacayos y serviles, que lejos de luchar por el bien de la manumisión propugnaba por una política esclavista” (11). Hubo manifestaciones en varias ciudades de la provincia contra los brasileños. El gobierno actuó y el ministro de Relaciones Exteriores Elizalde escribe al gobernador Domínguez, reconociéndolo por “impedir en Concepción del Uruguay una manifestación hostil de los orientales contra Brasil” (12).
“Los diarios independientes de Rosario, de Santa Fe, de Paraná, de Concepción del Uruguay, y del país todo, comienzan a criticar acerbadamente a Mitre y a atacar violentamente su política de doblegamiento frente al Brasil. Nunca la indignación argentina se mostró con caracteres tan violentos, y nunca el repudio del pueblo por sus gobernantes se puso de manifiesto con tanta unanimidad.” (13).
El periódico La Tribuna resaltaba la palabras del cura Ereño durante un brindis en mayo del 63: “El deseo más vehemente que me agita en estos momentos es el de ver degollados a todos los porteños, asegurándoles empero que llevaré mi humanidad a hacerles responsos por mi cuenta” (14).
Waldino de Urquiza no aguanta más y pasa el Uruguay, el 14 de setiembre. En una proclama da a conocer los motivos de su actitud: “Venimos por nuestra voluntad a combatir al infame invasor Venancio Flores y sus horda de bandoleros alimentados y sostenidos por el oro de nuestros encarnizados enemigos los porteños unitarios... Sabemos que el gobierno de Entre Ríos aconseja la abstención en esta lucha. Pero ¿cómo permitir que enemigos feroces se armen aquí en acecho de nuestro porvenir?... Días más, y el mismo general Urquiza no podrá resistir al jadear de los pueblos que le gritan: ¡Qué hacéis! ¿Por qué dejáis que nos asesinen?” (15).
Aún el más pequeño triunfo de Waldino contra un grupo florista se recibe con gloria en estas tierras. En Paraná se festeja: “La noche que se recibió aquí la noticia del triunfo sobre Flores, hubo serenata. Los mueras contra Mitre y contra los salvajes unitarios no cesan un momento. Esto se desborda. En vano trata el General Urquiza de comprimir el espíritu público. Entre Ríos es un torrente que dentro de poco no habrá fuerza que lo detenga” (16), escribe Evaristo Carriego al coronel Manuel Navarro, quién desde Nogoyá notifica a Urquiza: “No tiene V.E. una idea de lo mucho que se ha festejado la noticia del triunfo de Waldino; todo el pueblo en masa salió de serenata; gritaron mil vivas a V. y mil mueras a sus enemigos” (17).
Evaristo Carriego, que ya hace un tiempo ha dejado de creer en Urquiza, desde El Litoral el 28 de octubre, trata de presionar: “Ricos y pobres, estancieros y comerciantes, mujeres y niños, todo el mundo quiere la guerra. El sufrimiento está agotado por todas partes. La paz es una ignominia, es una vergüenza y un crimen. Al amparo de ella los salvajes unitarios han saqueado al país y lo han cubierto de luto, de desolación y de sangre. Los pueblos argentinos claman venganza. Esta venganza va a tener lugar al fin” (18).
Todos esperan ansiosos el anuncio desde San José, el cura Ereño aún confía: “El general Urquiza no ha dicho aún, es la hora, solo entonces toda la provincia estará de pie”(19).
El presidente legítimo Bernardo Berro cumple con su mandato y asume Aguirre, intentando salvar la situación, pero es tarde. Tamandaré ya bloquea Montevideo y Mena Barreto ingresa por tierra con 8000 hombres. Venancio Flores con las manos libres ataca Paysandú. Todo esto ocurre desde el 19 de abril, desde su desembarco en el Uruguay y, mientras Urquiza adopta “una postura de impávida abstención”, dice Vásquez. “Las indiferencias y las flaquezas iban proliferando allende y aquende el Uruguay, en amarguras, desencantos y desesperación que comenzaron a engendrar sentimientos terribles”(20).
¿Qué fue lo que sucedió entre el primer ataque a Paysandú el 6 de diciembre de 1864 y el segundo, el 31 de diciembre, para que el general no corra a auxiliar a sus aliados naturales?
Aguirre intentó la cooperación de Urquiza a través de Domingo Ereño. Sostiene el historiador Oscar Urquiza Almandoz: “Pero Urquiza le contestó con las siguientes palabras que ponen de manifiesto cual era su poco envidiable situación en esos momentos: la opción entre el deber y sus simpatías personales ‘yo soy un jefe de la Nación que se ha sacrificado por establecer con toda su fuerza y con todo el vigor de la ley, y no vendría a oscurecer mis servicios con el injusto dictado de rebelde, que es en justicia lo que se me daría, si yo no fuera consecuente con los principios que rigen a mi país. No quiero decir por esto que como hombre haya perdido el derecho de simpatizar con una causa más que con otra, pero faltar a mis deberes, esto jamás, mi buen amigo’ y concluye “La lealtad a la Nación y a la Constitución... constituye el supremo motivo que no fue comprendido en su momento”(21).
Aníbal Vásquez desbarata el argumento de los panegíricos entrerrianos que ven en Urquiza una actitud de respeto legal para con el gobierno central, después de todo, el general había mandado a votar por Mitre: “Los orientales blancos esperaron de Entre Ríos, es decir de Urquiza, en nombre de solidaridades comunes, una ayuda para soliviantar el difícil trance, como lo había hecho en 1858 ejerciendo la presidencia de la Confederación al destacar en ese país al margen de la neutralidad, a los coroneles Ricardo López Jordán y Waldino de Urquiza con tropas para contribuir a derrotar a quienes, con el Dr., Juan Carlos Gómez y general César Díaz, trataron de anexar la Banda Oriental a la Provincia de Buenos Aires con el nombre de Estados Unidos del Plata”(22).
El revisionista José María Rosa es más duro y concluyente: “De Buenos Aires, de Córdoba, de Entre Ríos, de Corrientes, miles de voluntarios argentinos fueron a pelear y morir si fuese necesario junto a Leandro Gómez. Pero Urquiza no los dejó pasar; hasta último momento se esperó que el caudillo argentino, a quien todavía se tenía por jefe del partido popular, cruzase el río y liberara Paysandú. Pero enfrente de ella, en su palacio de San José, desde el cual se podían seguir los pormenores de la lucha, Urquiza se limitaba a prometer que iría. ¿Iría? Ya lo habían comprado los brasileños – muy en secreto, pero los documentos han sido encontrados porque nada queda ajeno a la historia– por casi dos millones de francos”, sostiene (23).
El jefe de la caballería imperial Manuel Osorio se entrevista con él en el Palacio “para tratar la compra de 30.000 caballos (prácticamente todos los del ejército entrerriano) al exorbitante precio de trece patacones cada uno (más de tres veces su valor)”, reafirma en la misma línea Olmos Gaona, es decir 390.000 patacones de plata en total (24).
El historiador brasileño Pandía Calógeras, en su "Formaçao histórica do Brasil" lo cuenta así: “Correspondía esta adquisición al propósito de desarmar a un eventual enemigo... los entrerrianos, óptimos y admirables jinetes, no formaban sino una pobre infantería. Y de esta manera Urquiza fue anulado como fuerza combatiente...de hecho, traicionaba a todos... a pesar de ser inmensamente rico tenía por la fortuna un amor inmoderado, y el general Osorio conocía su lado flaco” (25).
LAS ACCIONES
En la Banda oriental continúa luchando Waldino, -gurí retobao que desoye a su tata- al frente de un puñado de entrerrianos. Lo acompañan Telmo López, Juan Saa y Rafael Hernández. También Ramón Ortiz, uno de los 33. El profesor Miguel Pía, oriental, afirma: “Pocos hechos como éste nos unen tanto a los sanduceros con los entrerrianos” (26).
Es que más de uno desde esta orilla entregó su vida por Paysandú, entre ellos- como tantos anónimos- un uruguayense, es Lucas Piriz (o Piris). Este entrerriano, nacido en 1806, participó con 19 años en la guerra con el Brasil, para luego continuar bajo las órdenes de Manuel Oribe. En 1839 a causa de la derrota del general blanco es desterrado a Cuba. Regresará a la lucha junto a aquel mismo general. Después del Pronunciamiento se pliega al movimiento urquicista. Concluido en Caseros regresa al Uruguay donde lo encuentra el levantamiento de Flores, manteniendo su lealtad con los presidentes Berro y Aguirre. En Paysandú morirá el 1º de enero de 1865, un día antes del asalto final. El día 31 de diciembre a la 4,20 había comenzado el definitivo ‘combate de las 52 horas’.
“Las naves descargaron
sus bronces colosales;
Revoloteó la muerte
Blandiendo su segur;
Graznaron de alegría
Los cuervos imperiales,
Gritaron los esclavos:
“¡Ya es nuestro Paysandú!”
“Rasgó la nube inmensa
que fuego y muerte brota,
un rayo bendecido
de diamantina luz;
Y la Amazona entonces,
Sobre la almena rota,
Gritóle a los esclavos:
“¡No es vuestro Paysandú!”
En la ciudad sitiada resisten 600 de los 1100 defensores, entre 10.000 y 20.000 brasileros y colorados acosan a los valientes. La destrucción es casi total.
La escritora larroquense, María Esther de Miguel en "Jaque a Paysandú", su novela sobre los últimos días de la Paysandú libre relata como se vivió, sobrevivió y murió en medio de tanto horror.
Cuenta el profesor Miguel Pía que ante una tregua para enterrar los muertos, los brasileños se acercaron: “al llegar los felicitaron por su heroica defensa en medio de gritos y abrazos, pero cuando recibieron una orden los brasileños sacaron de entre sus ponchos unos enormes puñales y bayonetas y los comenzaron a degollar...” (27).
Es entonces que “Lucas Piriz, el valeroso hijo de Concepción del Uruguay, salió de su trinchera con treinta y cuatro hombres y cargando a la bayoneta puso en retirada al enemigo que los estaba diezmando ‘Pero, en determinado momento, los fulminantes comenzaron a escasear en el parque de los Blancos ¿Qué hacer? La historia dice lo que aquellos valientes hicieron. Se recogieron los fósforos de todo el pueblo y sus cabezas sustituyeron a los fulminantes de los fusiles... Flores envió ante Gómez un parlamentario con el fin de intimarle la rendición... apenas impuesto de la perentoria misiva, Gómez escribió al pie de ella: ‘Cuando sucumba’...” (28).
“Leandro Gómez y Piris, semidioses
de la moderna edad, en la batalla
Creció, creció vuestra soberbia talla,
Se volvió vuestro nombre colosal;
Porque el genio, el valor y la nobleza
Crecen como los cedros, en la altura,
Y su riesgo de vida y frescura
¡Es la saña feroz del vendaval!
Quedó para la historia entre las ruinas un diario anónimo: “La mitad de la guarnición ha quedado fuera de combate y por falta de gente no es posible enterrar a nuestros querido muertos. ¡Duerman en paz al pie de los débiles y arruinados muros que con tanta valentía defendieron! ¿Cuánto les seguiremos mañana?... Pero morir por la patria es la gloria. Somos dignos hijos de Artigas y de los Treinta y Tres. Nuestra sangre no ha degenerado...” (29).
“Sin municiones, sin velas siquiera para alumbrar las noches, Leandro Gómez seguía resistiendo entre las ruinas de la ciudad. El general brasileño –Propicio Mena Barreto– había prometido al emperador que la bandera brasileña ondearía en lo alto de Paysandú la noche de año nuevo; y ésta se acercaba y todavía estaba allí la oriental, iluminada por las granadas mitristas disparadas por los cañones brasileños. El último ataque, la noche de año nuevo, fue tremendo, pero la bandera oriental seguía allí. Finalmente, el 2 de enero, los defensores de Paysandú, que ya se defendían a cascotazos, fueron masacrados” (30).
Cuando todo estuvo perdido, Gómez comprendió que era inútil continuar la resistencia ante tanta fuerza superior y ante tanto bombardeo imperial –“afortunadamente para el honor argentino no llegaron a tiempo los mitristas”, dice Rosa–. Entonces agitó bandera blanca ante la promesa de respeto por la vida de los supervivientes.
Antonio Desabro dirige sus impresiones en un durísimo cartapacio a don Manuel Leiva: “...sangre querían los malos orientales, sangre los cuervos del imperio y sangre había a torrentes. A las dos horas de darse el abrazo de Judas, el héroe de la nueva Puebla, con ochenta compañeros, eran asesinados bárbara y cobardemente... una soldadesca sin freno y sin ley hicieron lo que no lograron mas de diez mil cañonazos...” (31).
Una versión indica que a Gómez lo fusilaron los brasileros, otra que habría dicho: “Prefiero ser prisionero de mis conciudadanos” (32) y si así fue, fue un grave error. Unos pocos metros más allá era fusilado junto a sus oficiales en medio de las ruinas. “Mitre felicitó al almirante brasileño Tamandaré y al general Propicio Mena Barreto por su “hazaña”. Pero, como era de rigor, desde el norte Francisco Solano López ordenaba a sus divisiones que empezaran la guerra para librar al Plata de la oligarquía. Y si no podían, para morir como mueren los patriotas” (33).
¡Ah! ¡Silencio!, ¡silencio! Que resuena
ronco clamor, salvaje vocería;
¡Es el festín de la traición impía,
de los esclavos de algaraza atroz!
¡Paysandú! ¡Epitafio sacrosanto
escrito con la sangre de los libres!
¡Altar de los supremos sacrificios,
a tus cenizas, paz!
¡Paysandú! El gran día de justicia
Alborea en el cielo americano,
¡Y, Lázaro, del fondo de tu tumba
tú te levantarás!
CONMOCIÓN EN ENTRE RÍOS
Un redactor de El Uruguay, de Concepción, describe lo que quedó después del combate: “He recorrido la ciudad. Es realmente un montón de ruinas y cadáveres. Las casas arruinadas de alrededor de las trincheras, también encierran cadáveres. ...Sobre un piano se ve a un joven que las balas les han llevado las manos y el teclado...ese joven improvisaba en medio del fuego...” (34).
Impresiones similares son la de Julio Victorica, enviado por Urquiza para reclamar ante Flores, por Gómez y demás prisioneros a los que suponía aún con vida: “... paredes demolidas y techos derrumbados demostraban los estragos del bombardeo. Las paredes de los edificios, convertidos en trincheras, por sitiados y sitiadores, estaban cubiertas de troneras. A cada paso, en las calles, se encontraban osamentas de animales muertos de hambre o heridos por las balas. Aquello aterraba...” (35).
Si Entre Ríos vivió como propia la invasión de Flores, mucho mayor fue la angustia ante el cañoneo de los buques imperiales. La unidad entre las dos orillas fue más fuerte que nunca. Concepción del Uruguay fue abierta a los sanduceros que pudieron escapar del holocausto.
“Todo Entre Ríos, muchos correntinos y gran número de porteños, asisten desde la costa argentina a aquel terrible espectáculo. Allí estaban también, viviendo al raso o en carpas, en la isla, las mujeres, los niños y los ancianos que abandonaron el pueblo, cuando se notificó el bombardeo. Al autor de estas líneas le tocó presidir la comisión que proporcionaba alimentos a esos desgraciados. No se había visto hasta entonces nada semejante; era la primera vez que una ciudad oriental o argentina sufría un bombardeo en esa forma. La contemplación paciente de semejante cuadro era insoportable. Entre Ríos ardía indignado ante el sacrificio de un pueblo hermano, consumado por nación extraña. El general Urquiza no sabía ya como contener a los que no esperaban sino una señal para ir en auxilio de tanto infortunio” (36).
Y mientras se consuma la masacre, los poetas de Gualeguaychú, Gervasio Méndez y Olegario V. Andrade, desde la orilla entrerriana combaten “con látigos de serpientes luminosas lo castigaban despiadadamente” (37).
“¡Sombra de Paysandú! ¡Sombra gigante
que velas los despojos de la gloria!
Urna de las reliquias del martirio
¡Espectro vengador!
¡Sombra de Paysandú! ¡Lecho de muerte
donde la libertad cayó violada!
¡Altar de los supremos sacrificios
santuario del valor!...”
Consumada la tragedia, el 5 de enero, el coronel Navarro le escribe a Urquiza: “Mi querido general: Acabamos de saber con profundo sentimiento la toma de Paysandú y la muerte de sus principales jefes. Los atentados y crímenes que cada día cometen los infames brasileros nos llenan de coraje y sólo ansiamos el momento de vengar la sangre de los mártires de Paysandú. Los amigos creemos y esperamos que V.E. no podrá mirar con más calma los bárbaros crímenes de los brasileros” (38).
El cura Ereño en acto de arrojo y valentía llega a Paysandú para apoderarse de los restos de Leandro Gómez, cruza el río y los deposita por largos años en Concepción del Uruguay.
No importó al gobierno central la oposición de los pueblos. “La prensa independiente y la oposición condenan indignadas el salvaje atentado del Partido Colorado del Uruguay; la población del país se consterna y los espíritus se aterran. La prensa adicta a Mitre y redactada por las más esclarecidas inteligencias tratan de justificar el crimen de Paysandú, como preparando la opinión pública para hechos más sangrientos” (39).
Por un lado se encuentran Navarro Viola y Guido y Spano que editan La América en Buenos Aires; Evaristo Carriego publica El Litoral y José Hernández El Argentino, ambos en Paraná, Olegario V. Andrade y Francisco F. Fernández encabezan la resistencia desde Concepción del Uruguay, Juan José Soto hace lo mismo desde Corrientes con El independiente y Ovidio Lagos desde Rosario con La Capital. Guido y Spano escribirá más tarde "El gobierno y la Alianza", absolutamente desconocido e ignorado en la actualidad.
Julio Victorica dice: “La tragedia de Paysandú causó gran indignación en la República Argentina, a pesar de los esfuerzos inauditos que hacía una parte de la prensa para atenuar el efecto de los hechos producidos, desfigurándolos... El que consulte la colección de La Nación Argentina o de La Tribuna de la época, se encontrará con que el bombardeo de Paysandú no tuvo importancia alguna, ni causó destrozos; que nadie fue allí sacrificado...” (40).
Pero como hasta los opositores Varela desde La Tribuna no pueden dejar de elogiar la valentía y entrega de Leandro Gómez y los suyos. La Nación Argentina, o sea Mitre, responde: “La gran cuestión para nosotros no es saber si Leandro Gómez le tiene miedo a las balas. Es saber lo que mejor le conviene a la Libertad y a la Civilización en el Río de la Plata. Quiroga, el Chacho, López Quebracho, el fraile Aldao eran hombres muy valientes ¿Qué ha dado su valor a la civilización de los pueblos Argentinos?” (41).
A ver, apotegmas de la historia: el historiador no debe se subjetivo; no debe apasionarse con los personajes, no debe traspolación los tiempos. Si partimos de que quien escribe no es historiador, sino un mal aficionado, nos tomamos la libertad de hacer todo lo incorrecto y, después de releer las palabras de Mitre preguntarle al lector: ¿Se da cuenta por qué nuestro aborrecimiento al centralismo portuario oligárquico porteño encabezado por la figura del venerable historiador? Este ‘acuñador profesional de aforismos vacíos’ al decir de Ramos que no dudó en venerar y designar como Nueva Troya al Montevideo mercantilista extranjerizante, cuando el sitio de Oribe, no tuvo problemas de conciencia en proveer de bombas a la escuadra de un imperio esclavista, -civilizador según sus términos- para arrasar una ciudad abierta e inerme de una nación hermana. El mismo Leandro Gómez fue claro demoledor con sus palabras cuando el 11 de diciembre escribió a Urquiza: “Estoy llorando, señor general, de rabia y de desesperación a presencia de los crímenes tan atroces que se perpetran bajo la capa de la libertad y la civilización” (42).
“Es la memoria un gran don,
calidá muy meritoria;
y aquellos que en esta historia
sospechen que les doy palo,
sepan que olvidar lo malo
también es tener memoria”
José Hernández abandona Paraná y llega a Concepción del Uruguay. Su intención es sumarse a los defensores, como ya lo hiciera su hermano. Arriba cuando la tragedia está a punto de consumarse. “Sale luego a la calle, y cuando cruza la plaza, se encuentra con su amigo el poeta Carlos Guido Spano, que está también en Concepción del Uruguay en procura de la oportunidad de llegar a la ciudad sitiada. Un fuerte y cariñosos abrazo une los pechos de los dos hombres, y luego, alborozados y felices, se dirigen al hotel donde se hospeda Guido Spano, para combinar la forma de llegar a Paysandú burlando el bloqueo” (43).
Pero sólo podrá hacerlo cuando Victorica cumpla con la misión encomendada por Urquiza. A la lista que le entregó Urquiza, Victorica agrega el nombre de Rafael Hernández, el joven capitán que estuvo desde el primer día junto palmo a palmo junto a Don Leandro. Al llegar a la isla Caridad, José “que va sombrío y con el alma enlutada, pues, con motivo supone que su hermano ha sido fusilado, oye que alguien nombra al capitán Rafael Hernández” (44). Está en la isla. Durante los primeros días del bombardeo fue herido, por lo que fue obligado a dejar la ciudad, disfrazado de gaucho o de vasco changador. Así se lo contaba a su amigo Demetrio Erausquin:
“Querido amigo: No le he escrito antes porque me es imposible a causa de una herida que recibí el día 6 y que me ha tenido y me tiene aún en cama. Por fortuna, no es de consecuencias serias, puesto que ya estoy mejor. Fue una bala de cañon que me llevó parte de la pantorrilla derecha (la renga), pero sin afectar el hueso, por cuya razón creo estar en pie antes de 15 ó 20 días. Es lo que llama el Mariscal Simón una ‘herida blanca’ y que yo llamaré ‘herida de lujo’ por ser más original” (45).
Citas y fuentes:
1- Emma Barrandeguy, "Crónica de medio Siglo", Colmegna, Santa Fe, 1986, Pág. 11
2- Alejandro Olmos Gaona, "Alberdi y dos diplomáticos paraguayos", Todo es Historia Nº 209, sep. 1984, Pág. 46
3- Carlos Guido y Spano y Agustín de Vedia, La América, Buenos Aires, 4-5-66, en Graciela Meroni, "La historia en mis documentos" 3, Huemul, 1995, 123
4- José María Rosa, "La guerra del Paraguay", Hyspamérica, 1986, Pág. 87
5- Ibídem
6- Olmos Gaona, ob. cit.
7- Rosa, ob. cit, Pág. 95
8- Jaime Emma, "Un cruel y vergonzoso genocidio", Humor 146, La Urraca, Buenos Aires, marzo 1985, Págs. 30-33
9- Norberto Galasso, "Felipe Varela y la lucha por la unión latinoamericana", Ediciones del Pensamiento Nacional, Buenos Aires, 1993, Pág. 57
10- Ibídem, Pág. 58
11- Aníbal Vásquez, "Periódicos y periodistas de Entre Ríos", Dirección de Cultura de Entre Ríos, Paraná, 1970, Pág. 88
12- Ibídem
13- Pedro De Paoli, "Los motivos del Martín Fierro", Ciordia & Rodríguez, Buenos Aires, 1949, Pág. 168
14- Rosa, ob. cit. Pág. 105
15- Ibídem, Pág. 112
16- Rosa, ob.cit. Pág. 113 y Galasso. Ob.cit. Pág. 57
17- Rosa, Ob. Cit., Pág. 113
18- Ibídem
19- Ibidem, Pág. 116
20- Vásquez, ob. cit., Pág. 88
21- Oscar Urquiza Almandoz, "Historia de Concepción del Uruguay", Tomo II, Editorial de Entre Ríos, 2002, Pág. 288. También en Beatriz Bosch, "Urquiza el organizador", Eudeba, 1963, Pág. 94
22- Vásquez, ob. cit., Pág. 88
23- José María Rosa, "¡Heroica Paysandú!", Conferencia pronunciada el 10 de junio de 1964, en la Web
24- Olmos Gaona, ob. cit.
25- Ibídem
26- La Calle, "La defensa de Paysandú, 33 días de sangre y fuego", Sup., Fin de semana, 31-1-1999, Págs. 2-4
27- Ibídem
28- Oscar Urquiza Almandoz, "La muerte de Leandro Gómez", La Calle, 29-5-96, Pág. 12:
29- Rosa, "La guerra...", Pág. 159
30- Rosa, "¡Heroica..."
31- Urquiza Almandoz, "Historia...", Pág. 290
32- Rosa, "La guerra...", Pág. 160
33- Rosa, "¡Heroica..."
34- Urquiza Almandoz, "Historia..." Pág. 290
35-Julio Victorica, "Urquiza y Mitre", Hyspamérica, Buenos Aires, 1986, Pág. 239
36- Ibídem, Pág. 237
37- Vásquez, ob.cit., Pág. 87
38- Rosa, ob.cit. Pág. 16113 y Galasso. Ob.cit. Pág. 62
39- De Paoli, ob.cit., Pág. 173
40- Victorica, ob.cit., Pág. 239
41- Rosa, La guerra..., Pág. 161
42- Ibídem, Pág. 153
43- De Paoli, ob.cit., Pág. 171
44- Ibídem, Pág. 174
45- Fermín Chávez, "La vuelta de José Hernández", Theoría, Buenos Aires, 1973, Pág. 59
(*) Artículo publicado en face del autor y reproducido por su gentileza.
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