Emilia es peluquera. Alquila un pequeño local, cerrado desde hace un mes. Llamó a la dueña y le dijo: “Cuanto pueda volver a trabajar, cobramelo con los intereses”. La respuesta la emocionó: “Olvidate! Cuando esto pase retomaremos el pago, no te hagas drama”.
Por AMÉRICO SCHVARTZMAN (*)
Les voy a contar un par de historias que conozco de primera mano.
Ernesto tiene un kiosco. Y la misma preocupación que muchas otras personas que, desde que empezó la cuarentena, vieron reducidos casi a cero sus ingresos. Por eso se comunicó con el dueño del local donde funciona su kiosco. La respuesta lo sorprendió: “Olvidate del alquiler. Cuando esto se normalice hablamos". Ernesto cuenta que el dueño del local es un trabajador no docente de la Universidad.
Emilia es peluquera. Alquila un pequeño local, cerrado desde hace un mes. Llamó a la dueña y le dijo: “Cuanto pueda volver a trabajar, cobrámelo con los intereses”. La respuesta la emocionó: “Olvidate! Cuando esto pase retomaremos el pago, no te hagas drama”. El detalle es que a la dueña del local, Laura, no le sobra nada: también alquila, en su caso, la vivienda que habita con su hijo pequeño. Es madre sola y cuentapropista. Y a pesar de todo, no dudó.
Una semana después, le tocó a Laura con su propio alquiler. La dueña de la casita le dijo, casi con las mismas palabras que antes había usado con su propia inquilina: “No te preocupes, después vemos cuando pase todo esto”. Me lo contó aliviada y feliz.
¿Qué tal si multiplicamos estas historias? ¿Qué tal si viralizamos esa solidaridad espontánea, sin esperar que nos las impongan desde afuera? ¿No sería una buena forma de extraer virtudes del virus?
No son personas a las que les sobre nada. Sin embargo, actuaron de esta manera al entender que a otras, menos favorecidas que ellas, su actitud podía ayudarlas a sobrellevar un poco mejor este momento.
¿Qué mejor lección de ética? Esta disciplina de la filosofía se ocupa de cómo debemos actuar. ¿Y no será que la pandemia nos ayuda a aprender un poco sobre esto? Por ejemplo, hemos ido entendiendo que cada persona transmite (o no) el virus, y por esa causa, de lo que cada uno de nosotros haga, dependerá la suerte de los demás.
En otras palabras, cada persona es responsable por todas. No puedo hacerme el distraído, no hay excepciones. En ética, esto se llama “principio de la responsabilidad individual”, y se vincula con la capacidad que tenemos las personas de influir, dañar o proteger del daño a quienes nos rodean.
Esa capacidad me hace responsable del otro cuando su bienestar depende directamente de lo que yo haga. Y también puede ser indirecta. Por ejemplo, cuando compro un determinado producto: a quién beneficio... o perjudico. Pero a eso lo dejaremos para otro día.
Borges tiene un poema titulado “Los justos” donde habla de personas que con su accionar, y sin saberlo, están salvando al mundo. Yo afirmo que también estas tres personas, lo sepan o no, están en esa lista, están haciendo una sociedad más justa con sus acciones.
Al entenderlo ante una pandemia ¿no seremos algún día capaces de aplicarlo a todo lo demás: a la desigualdad, al machismo, a la pobreza, al racismo, entre otros males que nos caracterizan? Gandhi dijo que “si pudiéramos cambiarnos a nosotros mismos, las tendencias en el mundo también cambiarían”. Y aclaraba que la transformación personal y la social deben ir de la mano.
¿Qué tal si multiplicamos estas historias? ¿Qué tal si viralizamos esa solidaridad espontánea, sin esperar que nos las impongan desde afuera? ¿No sería una buena forma de extraer virtudes del virus?
(*) Esta columna se emite los miércoles en el noticiero del canal local “Somos Concepción”. En este caso corresponde al miércoles 22 de abril de 2020.
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