"La jornada no acabó tan fácil y con los noticieros de la noche el pueblo volvió a las pantallas centrales, ya de gala" resumió nuestro compañero Quichu Lugrín desde su ciudad, Colón. Buscó al gran Gabo para darle un contexto literario a una situación donde la bronca y la desazón sigue reinando por esos lares.
Por GUILLERMO QUICHU LUGRÍN (Especial para EL MIÉRCOLES DIGITAL).
Cien años de soledad es una historia inconmensurable. En ella están todos los escritos anteriores y la promesa de los escritos por venir. Es una novela demencial que compite con la extraña realidad, donde esa ficción, esa experiencia de meterse en Macondo, nos da aliento para varias vidas más.
Entre ese cosmos vivo y mágico de la ciudad de los Buendía y la racionalidad de este mundo, existe otro lugar que, sin montaña ni selva, nos ofrece historias que tanto nos cuesta creer.
Pasó uno de esos días sin respiro, sin el suspiro de romance. Solo drama y comedia en la misma cara.
Una suerte de gran hermano tocó todos los puntos del éter y estuvimos en cuanto medio nacional se precie de tal, con periodistas, intendente, foto y mate. Un millar de audios y videos hicieron una maraña difícil de andar. Más dedos acusadores se levantaron que acusados y causas.
La tarde y un positivo más. Silencio.
Sin embargo, la jornada no acabó tan fácil y con los noticieros de la noche el pueblo volvió a las pantallas centrales, ya de gala.
Llegada la noche, se sienten todos los relatos del pasado y la amenaza de lo que está por venir, una normalidad que no es más que la misma que teníamos, pero más grotesca, más absurda, más vacía y expuesta.
Mientras intento darle forma a tanto desborde diurno y mediático, empieza a caer una lluvia lenta, como para que dure cuatro años, once meses y cuatro días como la cuarentena, y, como en Macondo llene de olvido las almas.
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