La revista Afinidades, de la Biblioteca Nacional de la República Oriental del Uruguay, en su ejemplar número 16, de 2019, publicó un trabajo de la profesora argentina Nora Avaro, titulado “Carlos Mastronardi y Arnaldo Calveyra: “¿Cómo se aprende a escribir un poema?””.
Por MARIO DANIEL VILLAGRA (Especial para EL MIÉRCOLES DIGITAL)
Ya quisiera agregar algo a esas 22 páginas que dedica la catedrática de la Universidad Nacional de Rosario a develar el interrogante del título, pero parece completo e imposible. Sin embargo, hay un punto salido del textum, del fondo, por detrás de donde se encuentran los dos poetas; “el hilo de ficción de nuestras vidas”, citando a Calveyra, en que éste y Mastronardi han sido sometidos en dicho artículo. Si hay manipulación política, la “sensación agria vuelve a esta pieza”…
¿Y por qué ficción y sensación agria, tomado de Si la Argentina fuera una novela (Calveyra, 2000), se presentan como justificativo de la escritura, juntas, en reunión de palabras para hablar del encuentro entre los dos escritores de Entre Ríos?
Porque en el artículo de Avaro, el encuentro oscila entre la ficción y la realidad al omitirse una información útil para entender algo más que una “transmisión” entre Maestro y Pupilo, como los denomina Avaro; ésta ignora un verdadero elemento narrativo contado por Calveyra. Ese “desconocimiento”, “omisión” u “olvido” de Avaro (y las comillas son porque pueden ser cualquiera de las tres posibilidades), deviene sensación agria; máxime si uno tiene en cuenta la exhaustividad bibliográfica con la que trabaja, y porque el artículo rinde, de alguna manera, homenaje al Histórico Colegio de Concepción del Uruguay y La Frater. Para Avaro, entonces, la historia del encuentro entre Mastronardi y Calveyra fue de la siguiente manera:
“El día que ahora importa, el 28 de julio de 1949, Mastronardi tenía 48 años. Llegó desde Buenos Aires a Concepción del Uruguay, en el camarote de un vapor de la carrera justo un par de meses después de que Juan Perón nacionalizara la Flota de Navegación Fluvial bajo el lema sarmientino: “los ríos navegables son las arterias del estado”.
“Calveyra va a buscar a un maestro que, además, por gracia aldeana, es paisano, antiguo estudiante del Histórico y pupilo de la “Frater” (…) Calveyra visita a Mastronardi en su camarote, poco antes de que el vapor de la carrera parta de regreso a Buenos Aires”.
“No sé, no puedo saber, de qué hablaron, pero, a juzgar por la larga y benéfica deriva de ese encuentro, es claro que allí, en el camarote del vapor de la carrera, se produjo una comunión fraguada en afinidades instantáneas y constatables”.
En principio, nadie niega la comunión fraguada en afinidades instantáneas y constatables, ese resultado; lo problemático es cómo está contado el proceso. Se puede decir que desde la primera cita de Avaro se brinda un tono de jovialidad al momento del encuentro de los escritores, ese “justo un par de meses” lo liga a una impronta de gobierno que no es tal; tiñe de un color político el hecho cuando en realidad el encuentro, según se sabe por boca de Calveyra, tuvo un motivo inverso: por no ser peronistas. En entrevista con Rogelio Alaniz, publicada en 2009, el nacido en Mansilla dice:
“—¿Cómo fue su relación poética con Carlos Mastronardi?
—Es una pregunta compleja porque han pasado muchos años. Yo lo conocí a Mastronardi en 1949, el año del aniversario del Colegio Nacional de Concepción del Uruguay. Él estaba allí como periodista. (Diario El Litoral, edición impresa 11-10-2009).
Es decir, sobre eso de que “Calveyra va a buscar un maestro” y que “Calveyra visita a Mastronardi en su camarote” o la “larga y benéfica deriva”, no se cita fuente alguna. Es más, parece tener un tono efectista, es decir, brinda un efecto ficcional que se entiende dentro de un marco retrospectivo y conociendo los hechos reales y posteriores en la vida de los dos escritores. Entonces, lo que uno de los protagonistas cuenta es que Ninguno de los dos pudimos entrar al Colegio porque en esos años gobernaba el peronismo y a los que no éramos oficialistas no nos dejaban pasar, según Calveyra, y esto no figura en el artículo de Avaro. Calveyra sigue:
“—Yo lo respetaba mucho y me acerqué a él y simplemente le pedí que me ayudara. Me acuerdo que conversamos un rato largo, en algún momento me solicitó que lo acompañara al centro de la ciudad para hablar por teléfono” (Ídem).
Además de lo que detalla Calveyra en la entrevista, hay otro datos biográficos y literarios que pueden hablar de la relación entre los escritores en la etapa peronista, por ej.: Diario del fumigador de guardia (1987), que guarda la experiencia de Calveyra trabajando en barcos, a la cual se refiere de la siguiente manera:
“Mientras estudiaba en La Plata había empezado a escribir poesía, poesía muy mala, por cierto; y, por otra parte, necesitaba algún trabajo para sostenerme. Conseguir un empleo público, como muchos otros tenían, estaba excluido para mí, porque para eso hacia falta afiliarse al partido, tener un carnet del partido peronista. Así que busqué un trabajo en el diario y encontré uno de fumigador de barcos” (Poesía Reunida, 2012: p. 23).
Entonces, a ese hallazgo de la “transmisión” que encuentra Avaro entre Mastronardi y Calveyra, le agregaría esta otra coincidencia y conexión histórica y política; de la que participa, y Avaro no nombra, la relación Mastronardi y Borges. De hecho, hay una anécdota de amigos comunes que sitúa a Calveyra y su propio vínculo con el creador de Funes, que dice así:
“Éramos estudiantes de letras en la Universidad de La Plata cuando, ante el desmantelamiento de los cuadros universitarios y la llegada masiva de profesores apodados “flor de ceibo”, entre varios amigos decidimos instaurar una catedra paralela que nos permitió entrar en contacto con lo mejor de la intelectualidad argentina, mandada a guardar en ese momento por el populismo triunfante de general Perón. Borges, también echado de su puesto de bibliotecario por haber firmado manifiestos antinazis (según se le informó en una oficina pública), iniciaba una carrera como conferencista que iría a depararle no pocas satisfacciones” (Si la argentina fuera una novela, 2000).
Me atrevería a decir que ninguno de los autores podría participar de toda su ternura y alegría al obviarse, en cara nota de Avaro, tan importante hecho. De todas maneras Calveyra ya lo dice en Diario francés (1959-1960), “la historia de mi país es la historia de los grandes olvidados y de los grandes olvidadizos”, como palabras de un maestro poniendo un manto de piedad sobre todo esto, devolviéndonos la ternura y la alegría necesarias para no olvidar.
(*) Mario Daniel Villagra nació el 24 de febrero de 1987, en Villaguay, Entre Ríos, Argentina (actualmente reside en París, Francia). Se recibió en junio 2020 en el Master Études Hispaniques et Hispano Américaines, parcours Recherche (Sorbonne Nouvelle - Paris 3). y Licenciado en Com. Social, de la Facultad de Ciencias de la Educación (UNER).
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