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El rock nacional no es solo eso

En un extenso texto el autor no ahorra cuestionamientos  sobre la serie documental Rompan Todo, estrenada recientemente en la plataforma de contenidos audiovisuales Netflix.

 

Por CLAUDIO PUNTEL de RÍO BRAVO

Rompan Todo, presentado en formato de miniserie de seis capítulos, fue lanzado el 16 de diciembre y ya levantó polvadera. Sobre todo entre músicos y periodistas del rock, se elevan las quejas, principalmente alrededor de todo lo que quedó afuera.

Se entiende que cualquier obra que pretenda abordar un movimiento tan vasto, con más de medio siglo de existencia, necesariamente deja cosas importantes afuera. Sería imposible elaborar hoy un documental sobre nuestro rock nacional al que no se le escapen unos cuantos nombres propios. Ni hablar si se intenta abarcar una historia de alcance latinoamericano. Está claro que en este campo es imposible dejar conformes a todos, ya lo comprobó Marcelo Piñeyro cuando filmó Tango Feroz en los ’90.

Hay que decir que las voces que se levantan reprochando ausencias fundamentales tienen razón. No aparecen ni mencionados grupos fundamentales de los ’70 como Aquelarre, Color Humano y Polifemo, por ejemplo. También olvidan vertientes importantísimas como fueron los grupos de rock progresivo de los primeros años; desde El Reloj, que abrió caminos y sentó bases para otras corrientes que continuaron (en un abanico que va desde el jazz rock hasta el heavy argento), Crucis (a pesar de que su teclista, Anibal Kerpel, aparece entrevistado), y los dúos acústicos (también progresivos) como Vivencia y Pastoral. Moris, que en los primeros años del rock nacional brindó canciones comprometidas que son verdaderos manifiestos, sólo aparece como parte de los Beatniks (cantando Rebelde, otra gema de las declaraciones de principios).

Nebbia sólo aparece hablando de Los Gatos y del panorama de la época, nada se escucha sobre las puntas que abrió al juntarse con tangueros, jazzeros y folcloristas. Tampoco hay ningún vestigio de la canción urbana que tuvo exponentes tan ricos como Saloma, Canturbe, Amatista, la Fuente y toda la obra solista de Alejandro Del Prado.

Si bien Santaolalla habla de la experiencia comunitaria en la época de Arco Iris, la relata como si estuviera hablando de la colimba, y suena escofinada, inofensiva; tampoco se muestran los puntos de contacto con otras experiencias como las de la Cofradía en La Plata, la de Pedro y Pablo en Conesa; y la otra cofradía, la que existió acá cerquita en Bajada Grande, la Cofradía de Paraná.

No se habla del rock del interior, hay entrevistados rosarinos, pero no se menciona a Irreal, a Pablo el Entrerrador, a Lágrima; tampoco a Posdata o Tamboor, ni a Redd o a Tricupa, mucho menos al chaqueño Mario Ojeda; algunos ejemplos de quienes la batallaron desde bien adentro en un país donde tampoco las políticas culturales se destacaron nunca por el federalismo.

Quedaron afuera importantísimos cultores del “folk”, del cual Santaolalla con Arco Iris fueron enorme influencia, como Miguel Krochik, Gieco y a fines de los ’70, Alberto Caleris, Cristian Roth y otros, que facilitaron el acercamiento de jóvenes y adolescentes a ritmos de nuestro folclore y al abordaje del problema de la tierra en nuestra población campesina (bastaría escuchar Un día Baltasar de Gieco, como ejemplo).

No hay ni 20 segundos destinados a hablar sobre Octubre (mes de cambios), Primavera para un valle de lágrimas y Chimango, los tres discos grabados por Roque Narvaja entre 1972 y 1974; piezas ineludibles que aún gozan del elogio de músicos y críticos. No se habla de los miles de pibes que desde fines de los '70 vienen juntándose en garajes, pasillos, habitaciones de pensión y patios de casas, con guitarras descoladas, micrófonos artesanales y baterías hechas con tachos de plástico para crear las canciones que hablen con sus voces y expresen sus pensamientos, sus broncas y sus ganas (lo que tal vez se esboza un poco más claramente en algunos de los exponentes chilenos y mexicanos que aparecen en el documental).

En fin, las ausencias son muchas, seguramente deliberadas y sin ninguna justificación por parte de los realizadores de Rompan Todo.

Almendra fue grande porque Spinetta era argentino, el documental lo dice y no decirlo sería la mayor de las estafas. Spinetta, sin dudas es el ejemplo superlativo, pero hay otros. El ejemplo de Spinetta debe ser trasladado a todo el movimiento del rock nacional. Un rock único en el mundo porque fue creado en Argentina a lo argentino.

Está muy bien que en el documental hagan referencia a las influencias de los Beatles, Presley, Chuck Berry y todos los músicos negros del Rythm & Blues, son fuentes inocultables de nuestro rock. Pero a la vez, y para comprender el real valor de esta música que después enseñó en otros países cómo se canta y crea rock en un idioma distinto al inglés, es necesario decir que estos músicos también llevaban en sus mochilas el cancionero de Yupanqui, las guitarreadas con los temas de Los Chalchaleros y Los Fronterizos, los pianos del Cuchi y Ariel Ramírez, la voz de Gardel, los bandoneones de Troilo y Piazzolla, la bossa nova, Jobim y Joao Gilberto. Además, la influencia de todos los jazzeros argentinos (otros a los que se les debe más de seis horas de película).

Un parrafito breve para no dejar pasar lo de la New Wave con la que insiste Santaolalla. La New Wave tuvo sus expresiones en el rock nacional. Acá llegó por lo mejor que tuvo esa corriente, el coraje de barajar y dar de nuevo en un rock que se había convertido en el niño mimado de las FM yanquis y ya no raspaba ni incomodaba a nadie (en otras latitudes, porque acá conservaba mucha rebeldía).

Santaolalla -lo hizo cuando volvió en el 81 y lo repite en el documental- pontificaba que había que cortarse el pelo (García era un dinosaurio por seguir usando melena), que había que explorar otros ritmos (que por si no sabía, en Argentina se exploró siempre) y que si acá nadie entendía a su grupo Wet Picnic, es porque estábamos atrasados.

No sabía Santaolalla y hoy olvida que acá se grabaron y circularon buenos discos de rock nacional influenciados por la New Wave: Metegol y Televisión de Raúl Porchetto y Adonde quiera que voy y En la jungla, del grupo de Miguel Cantilo, son algunos botones de muestra, además de lo que hacía tiempo venía explorando Lerner.

Compuestos y creados con el oído y el corazón en nuestras tierras (a pesar del exilio de Cantilo) y no por los dictados de los centros. Es una pena que Santaolalla se suba a ese estrado, porque siempre fue un músico enorme y aportó una obra valiosísima y jugada al rock de estas pampas.

También faltaron voces de periodistas que siempre la batallaron como Alfredo Rosso, Pipo Lernoud, Gloria Guerrero o el Ruso Verea, que tienen mucho para aportar y una mirada única.

Insistimos, lógicamente, que un corpus tan grande, rico y heterogéneo como es el de nuestro rock, es imposible de abordar en seis horas. Pero a la vez, está claro que lo que quedó afuera de Rompan Todo deja en evidencia la decisión de no mostrar una veta: lo que de popular, combativo, creativo, original y comprometido, tiene nuestro rock". Y en esto, sí hay una clara intención. Que sea un producto de Netflix no lo explica del todo, hay otro tipo de contenido muy jugado que hemos compartido en las producciones de esta plataforma.

La política del rock

No es la intención entrar en discusión con quienes afirman que el rock no es una expresión contestataria, popular y mucho menos revolucionaria. Tenemos a mano pila de discos que pueden mostrarse como intentos de copias; canciones pasatistas y unas cuantas de contenido hasta fascista.

Bastaría con escuchar grupos de los más vendidos en los ’80 para descubrir epígonos de U2, Erasure y The Cure, así directo, de la naturaleza a su mesa, a tal punto de que si no fuera por el uso del castellano podrían confundirse con bandas europeas o yankys. Pero eso es una parte. Sólo una parte.

La otra parte, para nada minúscula, es la que liga a un enorme movimiento muy cercano a los intereses populares, que nació ante la necesidad de una juventud que tenía un mensaje propio y es necesario mostrar y reivindicar. Esta última oración se puede escribir así y repetirla sin temor a caer en el exabrupto. Hay un rock nacional que enfrentó dictaduras y por motivos que van mucho más allá de reivindicar libertad para usar pelo largo o la ropa que se le cante. Y eso está presente no sólo en las canciones o músicos más subterráneos, se descubre también en varias manifestaciones que tuvieron mucha difusión.

¿Y si no, de qué hablan Camilo y Ernesto, de Roque Narvaja; Todos te vimos gritar, de Alma y Vida; o Los dueños de la tierra, de Rockal y la cría, por mencionar algunos no tan recordados como Serú Girán y Gieco. No se trata de desvaríos de compositores y creadores que tenían ganas de decir cosas; son obras que fueron elegidas por miles de jóvenes que juntaban las monedas para comprar un disco o ir a un recital para escuchar canciones que hablaban de sus vidas, sus necesidades, sus luchas y sus broncas.

Estas obras, de géneros, estilos y ritmos muy diversos, siguieron hozando como el viejo topo y, aunque negados por los sellos editores, los canales de video y la prensa aplanadora, vuelven a surgir generación tras generación mostrando que el muerto sigue gozando de buena salud. Que le pregunten al Wosito, a Trueno, o a los pibes que se juntan en las plazas y los recreos para las peleas de gallos, a los que en pleno barrio Belgrano de Paraná suelen levantar un escenario para hacer un recital de punk, rocanrol y heavy metal con un lenguaje bien argentino, bien de barrio proletario, bien de pendejo atrevido, soñador y disconforme. Y eso es lo oculta Rompan Todo.

Para entenderlo mejor, basta con atender los pasajes en los que el documental habla sobre el contexto político. Tergiversan afirmando que el Cordobazo fue una lucha estudiantil. Claro: Máximo Mena, Agustín Tosco, Atilio López y René Salamanca eran miembros de esas sociedades secretas de universitarios, típicas de Harvard y Oxford.

Dicen claramente que las represiones fueron siempre provocadas por los desmanes de los rockeros.

Emilio Del Güercio aparece haciendo referencia al contexto de violencia, está hablando de la represión y la mano dura, pero en las imágenes que el editor eligió como fondo no se ve el terror de la dictadura, sino la violencia de las luchas populares; claramente, para Netflix, el demonio de la dictadura sólo llegó obligadamente para frenar los desmanes del otro terror; la teoría de los dos demonios en su máxima expresión, con treinta mil desaparecidos, con 130 nietos recuperados, con decenas de miles de argentinos en las calles cada 24 de marzo, con todos los juicios que ya hicimos y los que nos faltan.

También ocultan una parte casi central, cuando hacen referencia al oportunismo de la dictadura que prohibió la música en inglés en 1982 a partir de la guerra. Presentado así, músicos como Juan Carlos Baglietto, grupos como el reunido Espíritu, el Dúo Fantasía, Luciérnaga Curiosa y tantos otros que comenzaron a tener difusión y acercaron nuevos lenguajes musicales y poéticos que renovaron nuestro rock, deberían sentirse culpables de haberse aprovechado de un decreto dictatorial para trascender.

¿Qué decir entonces de tanta gurisada que de repente descubrió un género y un pensamiento en los que encontró voces coincidentes con las suyas?

Y es una omisión vergonzosa que cuando hablen de la restricción a la música en inglés a la vez no cuenten todo lo que tuvo que batallar nuestro rock desde el ’76 al 82 para encontrar un lugarcito donde pasen aunque sea tres minutos de sus discos, porque la política cultural de la dictadura nos llenó de enlatados y música bailable bien pavota, bien pasatista, bien desconectada de nuestra realidad.

Tampoco hay ninguna referencia a los años en que las grabadoras mandaban de vuelta a los pibes que se pasaban golpeando puertas con sus demo bajo el brazo, diciéndoles que por la crisis del petróleo no había material para imprimir los vinilos, mientras los engendros de Village People, Instant Love, La Bionda nos inundaban las bateas.

En los tramos referidos a Malvinas, también hace agua el discurso del documental. León Gieco borra con el codo cosas que escribió con la mano y cantó con la garganta. Se muestra arrepentido de haber participado del Festival de la Solidaridad Latinoamericana de mayo de 1982. Nadie, ni del público ni de los músicos, participó de aquel festival apoyando a la dictadura, sino solidarizándose con los argentinos que combatían defendiendo la soberanía en las islas Malvinas. Hasta hubieron muchas manifestaciones pacifistas entre las canciones (Algo de paz, de Porchetto y Sólo le pido a Dios, de Gieco) pero fue expresión de la solidaridad que la causa Malvinas concitó en los pueblos latinoamericanos y reivindicación de la soberanía contra el colonialismo inglés. Nunca milico, nunca cipayo. No hubo en ese festival ninguna incoherencia de parte de un movimiento que se había jugado entero contra la dictadura en cada recital.

Lamentablemente, hoy Gieco replica los conceptos de Pil Trafa en aquel momento y afirma que aquel festival fue un error. Es una pena, debería pensar en tanto colimba que se embarcó en los trenes de su pueblo con un casette de rock nacional en el walkman y la sangre hirviente de ganas de enfrentar al invasor.

El rock nacional, obra de los productores

El documental no miente cuando dice que el éxito de difusión de Soda Stéreo se debe a que la Sony decidió catapultarlos al mercado latinoamericano. Ocurrió así y está documentado. Pero cuando tipos como Kerpel, Santaolalla y Cachorro López aparecen más valorados como productores que como músicos es cuando por omisión se falta a la verdad.

Cuando se exalta el papel de Oscar López como la intervención decisiva, se omite factores importantísimos. Los pibes que hicieron horas de cola y acampe esperando el momento de ingresar a cada uno de los Barrocks, los que se bancaron las prepeadas de la cana a la salida de los recitales, los que madrugan un domingo para estar en la puerta del teatro en los años que las bandas tocaban a las 9 de la mañana, los que escribieron un verso de su canción favorita en la madera del pupitre; las parejitas que se abrazaban fuerte cuando Nito Mestre llegaba a la parte que dice “años de aprender / como compartir / un tiempo de paz…” no llegaron al rock nacional siguiendo al asesor de vestuario ni a la maquilladora, lo hicieron por lo que el artista tenía para dar. A eso le escabulle Rompan Todo.

Y cuando el rol del productor se muestra como un aggiornamiento al mercado, más que como el aporte artístico y técnico para darle mayor belleza a ese diamante en bruto que suele ser una buena y potente canción, es cuando el rock nacional pierde por goleada. Y pierde lo que tiene de rock y lo que tiene de nacional.

 

Publicado por Río Bravo el 22 de diciembre de 2020

 

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