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Una lagrimita por Francisco Impini

En este Adiós a Francisco Impini, chacarero y mecánico de la zona de Colonia Caseros (departamento Uruguay) fallecido hace unos días, el Gringo Villanova hace una reseña de la importancia social de la escuela en la zona rural. Un breve repaso del transitar por la vida misma donde la institución educativa cumple roles que superan la función para la que fueron creadas. Más de un lector, sobre todo si oriundo de zonas pequeños poblados se sentirá identificado con estas líneas.

Por JORGE VILLANOVA

Uno creció en un sitio donde todos éramos uno. Nuestro lugar era la escuela, y la escuela éramos nosotros, más las dos maestras que tuvimos, doña Rosa y Teresita.

Los últimos años fue el maestro Rojas el maestro director, pero la escuela era, sobretodo, los padres y la cooperadora. Nuestros padres que organizaban decenas de actividades en la escuela, cortaban pasto, pintaban, arreglaban bancos y pizarrones, hicieron tablones y caballetes, armaron sillas y mesas.

Los veíamos todo el tiempo en la escuela. Reynaldo, Miguel y Francisco. Siempre eran los tres que encabezaban, después se sumaba el resto. Cuando había baile estaban todos. Un despliegue imponente.

Chatas, caballos tractores, acoplados. Mientras un grupo se encargaba de ir al frigorífico a buscar hielo para enfriar la bebida, otros armaban la carpa para la pista de baile. Atrás la parrilla con choripanes y adelante la cantina.

La orquesta siempre ubicada arriba de un acoplado. Se horneaban tortas para rifar y sobre todo se rezaba a todos los santos del cielo para que no llueva. Cuatro gotas y el camino de tierra no daba paso y se suspendía todo.

Nosotros jugábamos y corríamos toda la noche. No teníamos idea lo que implicaba semejante despliegue. Hasta que nos tocó, veinte años después éramos nosotros los organizadores de las cenas y bailes en la 20.

Para entonces los viejos se habían alejado, pero no tanto, seguimos haciendo las cosas como ellos las hicieron, la receta seguía funcionando. Tuvimos la suerte de tener otro edificio. Ahora la nueva escuela tenía otras comodidades. Dos salones grandes, casa y lo fundamental, pista de baile de porland.

La escuela nueva la iniciaron ellos allá por el 73 o 74. Fue inaugurada en el 80 con autoridades civiles, eclesiásticas y militares, como se estilaba. Un calor de aquellos formados al rayo del sol.

Ya concurríamos ahí desde un par de años antes. Y ahí estaban ellos. Se los ve en la foto. Miguel, Reynaldo, Francisco, Carlitos, Ángel, Derlys, don Francou, lo veo a mi papá y a Manungo. Ya venía el recambio y se iban dejando una escuela nueva. Nosotros todavía jugábamos y corríamos. Y luego fuimos nosotros, y también eso pasó, también pasamos.

La Escuela sigue estando, y cada fin de año nos llama, nos une, nos encuentra y nos encontramos con ella para recordarnos que seguimos siendo la escuela, como fueron los viejos, los padres y las madres de los viejos, y los padres y la madres de esos viejos, que se habían instalado en las tierras de Dolores Costa.

En cada encuentro siempre hay un viejo menos, Reynaldo, Carlitos, Miguel, Manungo hace mucho y de Julio se cumplen 12 años este mes, el quince. En los últimos tiempos se fueron Montañana y también el Ángel Mantente.

Hoy, se fue Francisco. No pudo con el virus y se fue. Un rato antes había pasado por delante de su tapera -la casa ya muy cachuza y el esqueleto de lo que alguna vez fue una cosechadora- y recordé que estaba internado.

Este es duro pensé, sobre todo porfiau. Va a zafar, pensé. Pero la perdió, y ahora ya casi no quedan viejos de antes. Y si bien es cierto que todos ellos fueron parte de nuestra vida y cada vez que los cruzábamos surgían los cuentos, las anécdotas y unos cuantos bolazos, lo cierto es que el primer recuerdo de cada uno de ellos está indisolublemente ligado a la Escuela 20 y a nuestra infancia.

Por eso esta lágrima por Francisco y un abrazote para Liliana Impini.

 

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