La autora de esta columna, licenciada en Trabajo Social y magister en Salud Mental, reflexiona sobre el malestar del momento presente y sostiene que la fragmentación nos impide construirnos como personas y como comunidad.
(*) Por VANESA LEOPARDO (Colaboración especial para EL MIÉRCOLES DIGITAL).
Sociedad, sinónimos: asociación, agrupación, colectividad, entidad, círculo, peña, hermandad, cofradía, archicofradía, compañía, etc.
No fui para él o para ella una presencia trascendente ni reveladora. No soy. Nada cambié en él o en ella. Nada cambió en mí. Transitamos espacios comunes, horas comunes, canciones comunes; a veces un mismo paisaje. Pero no somos algo común. Nos perturbamos un poco, en todo caso. Es lo que hacemos, cada tanto. Cada vez que algo amenaza.
Pero nosotros no estamos y no existimos. Ni el malestar justifica el “nosotros”. Quizá porque la transacción que propone la cultura no funciona: restricciones a la libertad individual en nombre de la vida en sociedad. Malestar a cambio de protección y seguridad. La conducta reemplazando a la acción y así y así…
Entonces no hubo, no hay algo común, apenas un nosotros que es precario. Somos fragmentados y dispersos. Aislados, desde antes, seamos claros.
El presente se exhibe a su modo, como todos los presentes de todas las épocas; sólo que el enojo no es siempre el mismo, ni por las mismas razones, ni se manifiesta de la misma manera. Pero ahí está, volviendo permanentemente. Y la enunciación en el enojo es peligrosa: “con techo/sin techo, los que trabajan, las que cobran el plan, yo que pago mis impuestos, el particular, el privado, el estatal, el cuerdo, el loco, se cuida, no se cuida, responsable/irresponsable”.
La enunciación fragmenta, enfrenta. ¿Quién es merecedor de la torta mundial? Freud, Bauman, Byung-Chul Han. Malestar, cultura, liquidez o transparencia. Trascendimos todo: los marcos teóricos, los análisis, el sentido común, todo. Ni las lecturas de las antípodas ni las de ahora podrían rescatarnos del lugar en el que estamos (al horno los lectores).
Cuando quisimos ser la generación que no se aparta por cuestiones ideológicas, ni se dispersa, ni se rompe….muy abiertos, muy flexibles levantando esa bandera. La de la disidencia. No entendimos que “común” no es juntar lo idéntico. Y no entendimos que el “entre” nosotros no se trataba de destrozarnos, culparnos, clasificarnos, desmembrarnos, despedazarnos.
Y no te hablo a vos, ni a vos, ni a vos en particular. Ni a mí. Esas son las condiciones de época: la desvinculación, el ataque, la soledad. Y sí que es un duelo: transitar mismas calles, escuchar misma música, la foto en el mismo paisaje padeciendo el mismo presente, y nada de eso nos hizo ser en común.
No se pudo. No se puede. Y, lo lamento, así no se podrá. Soportarlo solo es posible bajo el supuesto de que no perdurará…
(*) La autora de esta nota es licenciada en Trabajo Social egresada de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y magister en Salud Mental, egresada de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER). Docente e investigadora, ejerce en el Instituto Tobar García, forma parte del Servicio de Apoyo Interdisciplinario Educativo (SAIE) del departamento Uruguay y participa en proyectos de investigación relacionados a educación, salud mental, infancia y discapacidad. Su correo electrónico es vleopardo@hotmail.com.
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