Camila Gallicet es estudiante de cuarto año del profesorado de Educación Secundaria en Filosofía en la Escuela Normal Mariano Moreno de Concepción del Uruguay. Ganó el concurso literario "Espejos. Repensando los genocidios como práctica social y política".
El concurso fue organizado por el programa de Educación, Derechos Humanos y Memoria Colectiva del Consejo General de Educación de Entre Ríos.
Participaron estudiantes y docentes. Presentaron producciones literarias referidas a sucesos o acontecimientos vinculados a prácticas sociales genocidas. Las producciones fueron de narrativa histórica o de ficción.
La ganadora es oriunda de la localidad de San José (departamento Uruguay).
Su texto estuvo contextualizado en el Genocidio y la Dictadura cívico-militar en Argentina (1976-1983).
A continuación reproducimos el texto ganador de Camila Gallicet .
Margarita Belén
Me desperté entre gritos y el llanto desconsolado de mamá. Mientras recuperaba la postura pude oír voces que hasta entonces desconocía. Me apresure a vestirme, tomé unos jeans y la remera de Sui Generis, es mi favorita.
Me dirigí al salón, mis piernas temblequearon al ver el panorama. Sabía porqué estaban allí y qué ocurría. Cruzamos una mirada triste y preocupada con papá y mi hermana menor.
Saliendo de casa el viento golpeó contra mi cuerpo como un cachetazo a la realidad. Un coche militar nos aguarda, es lo último que pude ver.
Un dolor profundo en la nuca me hace saber que un golpe me desvaneció, mi cuerpo dolorido no se puede mover, no sólo por el sufrimiento de mis piernas desgarradas sino porque estoy amarrada a una camilla. Miro a mi alrededor y los escalofríos no tardan en llegar, el miedo paraliza mi cuerpo aún más, los charcos de sangre penetran mis entrañas y adormecen mi mente. Cuando logré ubicarme en tiempo
y espacio me aturdieron los gritos que provenían desde fuera, había más personas, en las mismas condiciones o quizás peores. Ese pensamiento desgarrador inútilmente me impulsó a querer escapar.
La puerta del infierno se abrió, se adentraron tres hombres encapuchados. El más joven me vendo los ojos con un harapo, el que portaba el látigo comenzó a golpearme sin motivo. En realidad si hay uno, mi vida les pertenece.
Prendió un cigarro, lo sé porque el olor invadió la sala. Se dirigió hacia mi y preguntó:
– ¿Cómo te llamas? ¿En qué agrupación militas?
De mi boca no logro salir ni una palabra, estaba tan seca como el desierto. No conozco el desierto, dicen que morís de sed o de calor, sin embargo prefiero estar allí, creo que tenes más posibilidades de sobrevivir.
Pude sentir el cigarro apagarse en mi pezón, en mi parpado y cerca de mis labios. Me imagino tan frágil como las alas de una mariposa. Bebí agua con sabor a muerte, luego volvió a preguntarme:
– ¿De qué agrupación? ¿Dónde está tu amiga?
– En la Gloriosa JP. – murmuré con el último aliento de orgullo que guardaba en
mi pecho.
– ¡¿Dónde está Laura?!
– No sé.
– ¡Vas a conocer la maquina de la verdad y recordar, te aseguro!
Siento una descarga eléctrica en todo el cuerpo, parece que todas las luces de la ciudad explotan en mi cabeza. Grito con todas mis fuerza, esperanzada que alguien venga a mi rescate.
Creí que estaba muerta. Siento la calidez de mi cama y el olor a mi casa, el viento susurra que estoy a salvo. Siempre despierto temblando, llorando y sin saber dónde estoy. Según qué tan vivida sea la pesadilla aparecen secuelas, en este instante mi nariz es una catarata de sangre. Me llamo Margarita Belén, mi nombre todos los días me recuerda que me han matado en vida aquella madrugada del 13 de diciembre de 1976, cuando masacraron a compañeros y compañeras en Chaco. Laura también estaba allí, pero no lo supe hasta estar en libertad y averiguar la verdad.
Luego de 35 años se hizo justicia, pude reconocer a los responsables de arrebatarnos los sueños. Laura, con su espíritu combativo, me acompañó a declarar en el juicio en contra de quienes se apoderaron de su vida. Subí al estrado y sin miedo testifiqué:
– Me torturaron por militar activamente. La violencia era permanente, comíamos y bebíamos sólo una vez al día. Nos violaron sin importan edad o sexo, si aún teníamos fuerzas para replicar nos extirpaban las uñas.
Una noche escuché la voz de Laura, fue el único momento consolador, pero nunca más supe de ella – suspiré –. Estuve en clandestinidad veintiocho días, nos las ingeniamos para medir el tiempo. Luego me trasladaron al PEN, pero perdí la noción de la realidad.
Las voces de los torturadores se clavaron en mi memoria como espinas, culpables de la masacre “Margarita Belén”, donde asesinaron a mi mejor amiga.
Ahora, con 55 años, sé que el tiempo transcurre de forma distinta en la juventud y en la vejez. Los adultos solemos saborearlo porque se nos escapa como agua entre las manos, en cambio los jóvenes aún no han comprendido lo fugaz que es la vida. También aprendí que el tiempo transcurre de forma distinta en cautiverio y en libertad, y que el sol provoca otra sensación cuando entra por la ventana dando los buenos días, a comparación de cuando alumbra una celda, reflejando los barrotes de la ventana en las
lagunas de sangre y agua.
Me vuelvo a dormir, esta vez la sonrisa de Laura contagia la mía, sus brazos me dan la tranquilidad que necesito. La sueño todos los días, la veo en cada marcha, la llevo en mi corazón. Nos imagino tomando mates, dando clases en los barrios, construyendo con un país mejor, un país con memoria.
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