Fallecido en Concepción del Uruguay el 16 de octubre de 1981, Alberto Soriano fue un músico descollante, de renombre y prestigio internacional, investigador de la música popular, poeta, se codeó con los más grandes creadores de su época, y –echado por la dictadura uruguaya– eligió “para el otoño de su vida” vivir en la Histórica, donde fue uno de los fundadores de la Escuela de Música. Sin embargo su figura permanece ignorada en la ciudad de la que se enamoró. (Vea el archivo de fotos e ilustraciones al final de la nota).
Por AMÉRICO SCHVARTZMAN de EL MIÉRCOLES DIGITAL
(Adelanto del tomo 2 de las “Historias (casi) desconocidas de Concepción del Uruguay”, en preparación por parte de la Editorial El Miércoles).
Se cumplen 40 años de la muerte de Alberto Soriano Thebas, músico, investigador, poeta y compositor de renombre. Había vivido en Brasil desde su niñez y en el Uruguay a partir de los años 50, pero por su identificación con ideas transformadoras (entonces vistas como “subversivas”) debió buscar tranquilidad en Concepción del Uruguay, donde pasó sus últimos años. Antes de eso había estado preso en el Uruguay y fue deportado como si de un delincuente se tratara. Su delito: haber escrito obras sinfónicas con un compromiso quizás inédito en su época, dedicadas a Artigas o a la Revolución Cubana, inspiradas en la naturaleza americana o en los pueblos aborígenes. Su enorme obra y talento alcanzaron prestigio y reconocimiento en todo el Cono Sur y también en Europa. Falleció en nuestra ciudad el 16 de octubre de 1981, después de haber sido feliz aquí en sus últimos años y donde –entre otras cosas– publicó investigaciones, realizó una inaudita labor de divulgación y compuso una obra en homenaje al Colegio del Uruguay. Además de todo eso, contribuyó a fundar la Escuela Municipal de Música, que hoy pertenece a la Universidad Autónoma de Entre Ríos y lleva el nombre de Celia Torrá.
Un largo recorrido
Soriano, delicado artista errante, había nacido en Santiago del Estero, pero su vida transcurrió por varios horizontes: Brasil primero, el Uruguay después, y finalmente la Histórica que lo recibió –en tiempos malos, de dictaduras en toda la región– sin preocuparse demasiado por los detalles incómodos del creador.
Soriano tuvo una formación artística tan exquisita como amplia era su avidez intelectual, que lo llevó a apasionarse e investigar no solo en la música popular sino también en los sonidos de la naturaleza y su relación con el arte. Pero tenía ideas “peligrosas”: su pensamiento innovador desde joven, si bien no se había expresado en actividad política (nunca se afilió a un partido, por ejemplo), no ocultaba sus convicciones en su vida cotidiana ni en su labor creativa o intelectual. De hecho, sus obras artísticas son un muestrario eficaz de esas convicciones: dedicó obras sinfónicas a Artigas, a la Revolución Cubana, a los pueblos aborígenes, a San Martín… Uno de sus poemarios fue prologado por Jorge Amado y una de sus partituras más ambiciosas ilustrada por Joaquín Torres García. Se codeó con algunos de los más grandes creadores de Iberoamérica: trabó amistad con Héctor Villa-Lobos, con Alberto Ginastera, con Cándido Portinari, con Augusto, el hijo de Torres García, también artista que ilustró sus poemas, con Alejo Carpentier (musicólogo además de escritor), con Joaquín Rodrigo (el autor del Concierto de Aranjuez), entre otras figuras.
Alberto Soriano había nacido en Santiago del Estero el 5 de febrero de 1915, pero su infancia y primera juventud se dieron en Salvador de Bahía, donde se radicaron sus padres Samsón y Jamila. El pequeño Alberto aprendió español en Brasil. Y allí comenzó sus estudios musicales de niño, en el Conservatorio de Música de Salvador, destacándose en violín y composición. De esa formación académica, pero también del contacto temprano con la música afro del pueblo bahiano, surgieron algunas pasiones que expresaría durante toda su vida, tanto en la investigación etnomusicológica como en su creación artística, en la docencia o en la divulgación.
Su convicción de que el arte debe ser un derecho al alcance del disfrute de todas las personas, se expresa en toda su labor.
También desde joven incursionó en la poesía: su poemario “Las Cinco Llegadas de la Madre d’ Agua”, de 1943, fue prologado nada menos que por Jorge Amado, quien lo presenta allí como “un alto poeta y una voz propia” y augura “que aún nos dará poemas de Iemanjá completamente adueñado de la realidad cotidiana”. En ese poemario Soriano incluyó un texto titulado “Prestes, Prestes”, donde afloraba su adhesión a la lucha encabezada por el militar comunista brasileño (el legendario Luis Carlos Prestes).
“El compositor que más me ha impresionado"
El prestigio de Soriano en su época no tiene muchos puntos de comparación en el universo musical sudamericano. De él dijo, por ejemplo, Mstislav Rostropóvich, director de orquesta ruso considerado el máximo violonchelista de su generación: “La obra de Soriano cala hondo por la tensión expresiva de sus ideas y por la alta calidad con que se suceden. Este es el compositor americano que hasta ahora más me ha impresionado”.
Su inmersión en ritos y fiestas populares llevó a Soriano a un profundo conocimiento de la raíz telúrica de la música que profundizó en sus obras artísticas pero también en sus investigaciones, realizadas en el interior de la Argentina, Brasil y Uruguay: “Esencialidad musical, el ritualismo y el humanismo en este arte”, “Algunas de las inmanencias etnomusicológicas”, “Tres rezos augúricos y otros cantares de liturgia negra”, “Facetas de la Etnomusicología”. En sus investigaciones llegó a registrar más de doscientos cantos corales, en lugares de culto afro y también en otras expresiones populares musicales, como la samba, sobre los que realizó estudios que son aun referencia en esa disciplina. En Montevideo –donde se radicó en los años 50– tuvo a cargo la cátedra de Etnología Musical en la Universidad de la República y dirigió el Departamento de Musicología.
Esa clara compenetración con lo popular y lo americano hicieron que su música resultara para muchos desconcertante. El musicólogo colombiano Andrés Pardo Tovar por ejemplo escribió que su “temperamento sin perjuicio de su originalidad encuentra en las raíces de la tradición vernácula las fuentes más profundas y verdaderas de su estética musical”. Para Eduardo Fabini, en su labor “se hermanan la más exquisita poesía con la serena exposición didáctica”.
Compuso una cantidad de obras sinfónicas, para solista y orquesta, corales y de cámara, para conjuntos de guitarra. El crítico brasileño Ricardo Nahiossy calificó una de ellas (el concierto para cinco guitarras) como “uno de los monumentos musicales americanos”, que “al igual que un misterio legendario, perdurará como una de las obras más serias y profundas”. Otras obras dignas de mención son sus “Cánticos para el Caminante (Construcciones sonoras)”, realizado sobre la base de sonidos de la naturaleza, (ranas, pájaros, viento), grabados y organizados como pieza musical (Como varias de sus composiciones sinfónicas, fue editada en Argentina por el sello Qualiton). En esas obras Soriano plasma sus ideas sobre la conexión del artista con su entorno, acerca de la cual teorizó: “El vínculo que une el artista al sentimiento se inspira en mayor medida cuanto más intensa es su penetración en la verdad de las criaturas de la tierra. Quien posee suficiente amor para sentir y valorar esa sintonía del alma elevará mensajes de redención a lo inescrutable”.
Críticos europeos o norteamericanos elogiaron su trabajo, como Erland Cornvail, quien escribió en el Yorkshire Post: “De Alberto Soriano, compositor argentino radicado en el Uruguay, y a quien aún no conocíamos, podemos decir que su estilo tiene una originalidad que me parecía casi imposible a esta altura de la evolución de la música universal”. Sus obras se estrenaron en toda América Latina, en Estados Unidos, en Europa, y por ejemplo sus “Cuatro Rituales Sinfónicos” (tres sobre la vida de Artigas, y el restante sobre motivos indígenas) fueron grabados en los años 60 por la orquesta sinfónica de Radio Bucarest, de Rumania, así como su “Tríptico de Praga” por la orquesta sinfónica de Radio Berlín. Iosif Conta, el director rumano, escribió que la música de Soriano “es un manantial dramático de imponente trascendencia humana. Se trata de obras que enriquecen el acervo artístico contemporáneo”.
La gira maldita
En el Uruguay, Soriano ya había tenido problemas no tanto por su pensamiento político –que no ocultaba pero que tampoco traducía en una militancia activa– sino por sus dos viajes “detrás de la Cortina de Hierro”, es decir, sus giras por los países que estaban bajo la órbita soviética. En aquella época, eso bastaba para que un artista pasara a ser sospechoso de marxismo, y si a eso se suma su obra dedicada a la Revolución Cubana (de 1960), se explica que Soriano fuera estigmatizado. En 1964 al regresar de su segundo viaje por el bloque socialista de países, fue destituido de su trabajo en el SODRE. Esa arbitraria resolución tuvo enorme repercusión: tanto la prensa uruguaya como porteña, y en buena medida internacional, reclamaron por la injusticia. En todos los casos se detallaban los méritos del compositor y en especial sus logros en el mundo occidental, ya que también había actuado en París y en Copenhague.
“Las grandes obras no son apreciadas por los muchachos porque las desconocen”. (Alberto Soriano).
Los reclamos se sumaron desde los más variados lugares y rescataban la estatura de Soriano como creador. Algunos fueron airados, como Emmanuel Corbin, director de la Editorial Choudens, quien desde París manifestó su asombro: “Es una noticia para nosotros inconcebible, pues en Francia, hace muy poco homenajeamos a Soriano, quien retornaba de Moscú después de haber asistido al estreno de una obra suya. Por el mismo hecho, en el Uruguay se lo castiga, ¡vaya manera de estimular y fomentar la cultura! Yo, que no comulgo con el comunismo, pero mucho menos con la incapacidad, me atrevo a afirmar que, en Francia, quienes cometieran semejante injusticia quedarían poco tiempo en estos cargos”.
Tras el amargo episodio, Soriano se refugió en la docencia y la investigación, pero buena parte de su futuro quedó marcado: luego llegarían las detenciones y las deportaciones. Se había transformado en un indeseable para el gobierno militar uruguayo. Y a partir del golpe de 1973, ya no tendría posibilidades de seguir viviendo y trabajando en Montevideo. Para entonces Soriano ya llevaba varios años casado con la montevideana Martha Lagarmilla, el amor de su vida, con quien concibió a su hija Mireya.
Precisamente Mireya, su hija, –escritora, autora de varios títulos– publicó un libro delicioso, titulado “Andante. Los pasos de un músico. Vida y obra de Alberto Soriano” (Editorial Milenio, 2021). Con ritmo de novela íntima, reconstruye allí con cartas y documentos, el itinerario andariego y creativo de su padre. En esa obra, además, deja pinceladas del pensamiento profundo de Alberto Soriano, de sus convicciones más íntimas: su fe cristiana inconmovible, su diagnóstico marxista de la realidad de su época, su compromiso con lo latinoamericano, lo popular, lo aborigen y lo natural (con una clara mirada ambiental mucho antes de que esa temática pregnara en nuestra región).
En especial, destaca de Alberto su prédica constante de que se aprende no solamente en academias y conservatorios, sino también en la enseñanza informal proveniente de las más auténticas expresiones musicales de los pueblos. Esa convicción está presente en toda su obra, y es una de las que marca la creación de la Escuela de Música en Concepción del Uruguay.
Indeseable
A lo largo de los años 50 su obra fue conociéndose e interpretándose en Brasil, Argentina, Venezuela, México, Uruguay, Estados Unidos, y cosechando elogiosos comentarios de los críticos principales de la época en medios tan destacados como el New York Herald Tribune. En los años 60 realizó dos giras exitosas por Europa. Se encontró con sorpresa que sus obras eran conocidas y la crítica lo reconoce con elogiosos comentarios. En carta desde Alemania a su esposa le manifestó: “Es un honor enorme que acá me hagan tanto caso, siendo ellos extraordinarios, por la tradición que tienen”. Del otro lado de “la cortina de hierro” lo trataron muy bien: en Rumania, en Checoslovaquia, en Rusia, se lo recibió con enorme aprecio. Los conciertos fueron emitidos por radio y grabados para la TV. la Orquesta Sinfónica de la Radiodifusión de Bucarest, dirigida por Costantin Bobescu, estrenó sus “Cantos sinfónicos a la revolución cubana”, obra que Soriano no pudo presentar en Montevideo por motivos políticos. Tanto esa obra como las sinfonías sobre Artigas se estrenaron antes en Alemania y en Rumania que en el Río de la Plata. Todo un símbolo de la época.
Las giras por países del bloque soviético le costaron caras. El peligro de viajar a ese mundo maldito ocurría al regresar al supuesto “mundo libre”: para algunos eso significaba convertirse en un paria, para otros, en un sospechoso y solo para unos pocos era una señal de lo que en verdad eran, reconocimiento artístico y prestigio creciente. No pasó mucho tiempo hasta que el clima comenzó a resultarle insoportable. En 1969, Alberto estuvo desaparecido varios días en el invierno montevideano. El gobierno de Pacheco Areco profundizaba su giro represivo y una noche de junio fueron detenidos centenares de profesores universitarios, incluido él. En algunas facultades no se dictó clase porque no quedaban profesores libres. A los pocos días su esposa e hija supieron que estaba en el cuartel de San Ramón, a unos 70 kilómetros de Montevideo. Pudieron verlo y llevarle comida. Poco después se enteraron por la radio que Soriano, junto a otros profesores, “en aplicación de la Ley de Indeseables, habían sido deportados a sus respectivos países de origen”.
En Argentina, temió Soriano, las cosas no serían mejores: no tenía parientes ni amigos cercanos, solo músicos conocidos, y allí ya imperaba una dictadura desde tres años antes. Le dieron alojamiento, entre otros, Alberto Ginastera y su esposa. Poco después se instaló en un cuarto y, a pesar del contexto, siguió produciendo: se grabaron en el sello argentino Qualiton varios discos con sus obras. Mientras, personalidades de todo el mundo protestaban por su deportación. Poco tiempo después esas gestiones tuvieron éxito: las autoridades uruguayas autorizaron su regreso con la condición de que no hubiera manifestaciones ni declaraciones públicas. Pero las cosas no mejorarían: en 1973 sobrevino el golpe militar en el Uruguay, otra vez la zozobra en la universidad y por si fuera poco el Instituto de Musicología, del cual Soriano era director, fue disuelto.
Sin posibilidades de jubilarse aún, Alberto se quedó sin perspectivas laborales y despojado de sus sueños y pasiones de siempre. En 1976 fue detenido otra vez y deportado, pero esta vez alguien le advirtió a la hija que comprara un billete aéreo a un país más lejano, porque en la Argentina lo estaban esperando, como ya había ocurrido con célebres figuras de la política oriental, como Zelmar Michelini, Héctor Gutiérrez Ruiz y el uruguayense Manuel Liberoff, quienes desaparecieron en la Argentina. Pero Alberto no quiso otro destino que Buenos Aires. Increíblemente, al llegar a la capital argentina lo soltaron, un episodio que nunca comprendió del todo y que atribuyó a su “ángel de la guarda”. Lo protegieron amigos como el poeta Ricardo Mosquera y los curas franciscanos en la Iglesia de Nuestra Señora de las Gracias.
Cómo llegó a Concepción del Uruguay
Cuando se instaló en Buenos Aires, su esposa Martha lo visitaba desde Montevideo un par de veces al mes. La deportación fue como un raro exilio, que se producía en su país natal, y lo afectaba en muchos sentidos pero no dejaba de crear. Allí concibió una obra para coro y timbales basada en el Popol Vuh de los mayas. Y empezó a nacer otro plan: necesitaba alejarse de la que nombraba como “tumultuosa soledad” de Buenos Aires, comenzó a sopesar la posibilidad de alquilar, o construir, una casita prefabricada en el litoral, sobre la margen argentina del río Uruguay: Concordia, Gualeguaychú, o Concepción del Uruguay.
Nada, sin embargo, le hizo perder su sensibilidad para la poesía, para la música, para el cruce de ambas. En una carta describió: “Hay una calle que no tiene nada de particular, pero sí un zorzal y una campana que tañe. Todo el ruido de los coches que pasan raudos por ese sitio (a una cuadra de la plaza de Mayo), no alcanza a desdibujar ese tañido y el canto del zorzal. Tal vez nadie se dé cuenta”.
Pero ¿cómo llegó a Concepción del Uruguay? Su amigo, el escritor y ensayista santiagueño Bernardo Canal Feijóo, enterado de su intención, le dio un contacto de esa ciudad y lo instó a conocerla: entendía que podía tener todo lo que él aspiraba. La ciudad lo conquistó. Su plaza florida, sus calles “con algo de agreste y provincial que la hacía agradable”, la iglesia de la Inmaculada Concepción. Todo lo cautivaba. Pero la sorpresa fue que el contacto de Canal Feijóo era una familia muy amante de la cultura, de las letras, de las artes y en particular de la música. Y un detalle más: era la familia del intendente de facto, Eduardo A. Giqueaux (no confundir con su familiar y homónimo, Eduardo Julio, rector del Colegio). Un año después, Alberto y Martha compraron un terreno en la esquina de las calles Sarmiento y Dodero, a unas pocas cuadras de la actual terminal de ómnibus.
“La ciudad le debe un homenaje a Don Alberto Soriano” (Mario Morasán).
En Concepción del Uruguay trabó amistad con personas muy diferentes: con Domitila Rodríguez de Papetti, poeta; con el profesor Eduardo Julio Giqueaux. También frecuentaba la casa de música de Argentino Suárez, quien llegó a ser uno de sus amigos más queridos, como también el escultor Alberto Guinea, que ilustró uno de sus libros (“Facetas de la Etnomusicología”, editado en Concepción del Uruguay). Guinea es además el autor del busto de Soriano que está hoy en el museo del Colegio del Uruguay, y que “captó magistralmente la expresión dolorosa y profunda de Alberto”, como dice su hija. Soriano también hizo amistad con otros artistas muy jóvenes, como el actor Marcelo Demonte Becker y el escultor Mario Morasán.
La creación de la escuela de música
La actividad de Soriano en Concepción del Uruguay fue incesante y fructífera a pesar de los pocos años que vivió en la ciudad entrerriana que lo enamoró. Desde Concepción del Uruguay escribía notas especializadas para medios de alcance nacional como La Nación. Y en su ambiente uruguayense compuso obras como el “Tríptico sinfónico de los Valles Calchaquíes” (1979) y los “Bocetos Sinfónicos para el Colegio Justo José de Urquiza” (1980). Pero su legado principal es la Escuela Superior Municipal de Música.
Su hija Mireya narra el origen y los motivos: “Fue creada en parte por su iniciativa e insistencia, y con su asesoramiento, en el año 1979”. Pero como ya mencionamos, la escuela también tenía que promover no solo virtuosos sino también el interés comunitario por la música. Soriano sentía que una enormidad de gente carecía de contacto con expresiones superiores del arte, y eso lo amargaba, le hacía sentir impotente. La Escuela de Música tenía como rol, en su pensamiento, no solo formar intérpretes eximios, sino también democratizar la buena música. El diario “Sucesos”, tituló así una entrevista que le realiza tras el nacimiento de la Escuela: “Para que todos puedan escuchar música”, en su edición del 22 de octubre de 1979. Allí Soriano se explaya sobre su concepto de música.
Soriano recurrió a una analogía religiosa –propicia en años difíciles– para explicar la importancia de que la Escuela formara no solamente a virtuosos sino, al mismo tiempo, a un público preparado para valorarlos. “La Escuela de Música debe no solo formar músicos sino fundamentalmente un público adicto a ella”, sostuvo en la entrevista. “Cada alumno tiene que darse cuenta de que puede llegar a ser ‘arzobispo’, pero no puede haber arzobispos sin fieles”.
Concepción del Uruguay lo conquistó. Su plaza florida, sus calles “con algo de agreste y provincial”.
Y no solo eso: aquellas eminencias musicales debían al mismo tiempo retroalimentarse, inspirar sus creaciones en ese público y en la creación de su pueblo. Como él mismo lo hizo en toda su producción, y como teorizó en uno de sus textos: “En la creación de la música culta, la actitud de ‘ir’ fríamente a nutrirse del folklore difiere mucho de la actitud de ‘venir’ impregnado de la vivencia folklórica”.
Sin embargo, esas convicciones no resultaban contradictorias con su intención de utilizar la tecnología más avanzada del momento para lograr ¡fieles! “Para lograr fieles creo importante utilizar los equipos electrónicos que están desarrollados en un grado ponderable. El chico y el adolescente tienen que estar escuchando permanentemente las grandes obras maestras. Y eso lo logramos por medio de los auriculares. Las grandes obras no son apreciadas por los muchachos porque las desconocen”.
La lucidez de Soriano impacta al leerlo cuarenta años después.
El grabador
El mismo criterio lo aplicó en sus investigaciones. A partir de 1965, su “Dedicación total”, en la Universidad de la República lo liberó de apremios económicos y le permitió mejorar los medios para realizar su trabajo: compró un costoso grabador de alta fidelidad. Con él Soriano grabó sobre todo pájaros y batracios, pero también dedicó horas a la grabación de voces de troperos, esquiladores, boyeros y gauchos, al sonido del viento y la lluvia, grabó hasta lobos marinos, y hasta una tormenta de viento y oleaje contra las rocas. También voces ciudadanas: pregones, gritos callejeros, comparsas, tamboriles. Más de nueve mil registros en los que captó todo lo que creía que incide en el oído humano dentro de su ambiente.
Pero, verdadero visionario, también utilizó la tecnología para articular esas ideas de divulgación de la música excelsa. En Sucesos contaba lo que había que hacer: “Para lograr esos fieles que le decía antes, lo haría con un método bastante sencillo. Tomo una valijita con unas cuantas obras importantes. Hago hacer un equipo de ocho o diez auriculares y hacer escuchar a los chicos esas obras. Después les pido opinión. De allí surgirán los fieles”.
“La Escuela de Música debe no solo formar músicos sino fundamentalmente un público adicto a ella”. (Alberto Soriano)
Poco después lo ponía en práctica, como lo muestra la noticia que se lee en el diario La Calle, en septiembre de 1980: “Audición de música sinfónica. Esta tarde a las 15:30 el maestro Alberto Soriano efectuará en el Colegio Nacional Justo José de Urquiza la trigésima sesión de difusión de música sinfónica. El citado músico provisto de un equipo electrónico con ocho auriculares viene haciendo escuchar las obras maestras del arte musical a los niños, tanto escolares como preescolares, y también a los adolescentes. Con tal fin visitó la Escuela Maternal dónde realizó varias sesiones con los alumnos de las guarderías municipales. Trabajó igualmente en la Escuela Avellaneda con ocho grupos de sexto y séptimo grado, además de otros grupos ya de nivel secundario, que semanalmente se reúnen en el Colegio del Uruguay. Las sesiones cuentan con el auspicio de la Intendencia Municipal y de la Comisión Municipal de Turismo y Cultura de esta ciudad”.
Testimonios
“No es fácil hablar de don Alberto Soriano”, dice Mario Morasán, escultor de enorme reconocimiento a nivel nacional y además investigador. “Tuve el privilegio de conocerlo y de ser testigo de largas charlas en la casa de Marcelo Demonte Becker y en el taller de quien fuera mi primer maestro de escultura, Alberto Toto Guinea”. Mario asegura que por ser muy joven no alcanzaba a dimensionar en su totalidad la grandeza del profesor. Soriano. Pero se siente “agradecido y feliz de haberlo conocido, solo lamento no haber tenido la experiencia o la madurez para preguntar y aprender de ese gran músico y caminante del mundo”.
Marcelo Demonte Becker, actor y director de teatro, enfatiza: “Alberto es una de las pocas personas que marcó mi vida”. Lo conoció “antes del año 80, en un restaurante donde iba poca gente. Un mediodía veo un señor con una radio buscando un programa o no sé qué cosa, y en esas épocas yo tenía mi ansiedad descontrolada y yo me ofrecí a ayudarlo. Cosa que agradeció sonriendo, con esa sonrisa hermosa que tenía. Así conocí al maestro Alberto Soriano, y desde ese momento nace una amistad que duró hasta su muerte”.
Dice Marcelo que Soriano lo honró con su amistad, “me llenó de cariño y afecto y de sabiduría, me conectó con gente importante. Fue una de las personas fundamentales en mi vida porque me marcó para siempre, me enseñó sin mucho discurso, sin muchas palabras, me enseñó con su ejemplo, al regalarme su tiempo a una persona simple como yo, siendo que era un genio de la música cuya obra se interpretaba en Europa y en Estados Unidos. Me mostró que el camino es a veces duro como él lo tuvo, con incomprensiones... Pero si uno camina, llegará a la meta”.
¿Qué recuerdan de Soriano? Mario rememora: “Era de perfil bajo y reservado, no le gustaba mucho hablar de sí mismo. Solo cuando le preguntaban hacía referencia a sus experiencias, pero con mucha humildad y escuetamente. Recuerdo verlo pasar los domingos con su paso lento por la esquina de Lorentz y Leguizamón, camino a la casa de Marcelo. Yo solía aparecerme pocos minutos después como por casualidad para escucharlo y disfrutar de su presencia. Me alegraba verlo reírse de las tonterías o bromas que hacíamos con Marcelo y otros amigos que solían pasar por esa casa”.
Marcelo recuerda “una cosa impresionante: cuando murió, su señora antes de cerrar la casa me mostró un poema que le había escrito. Él amaba profundamente a esa mujer. Y en ese texto él adelantaba su propia muerte, la fecha, la descripción de la Luna posada en la punta de un pino… Y yo miro afuera y era exactamente lo que pasaba”. En efecto, Mireya en su libro lo cuenta: “Irse, irse en octubre por caminos de plata...” era uno de los versos de los poemas que había escrito en Brasil en 1947. Soriano murió en Concepción del Uruguay, en 1981, en octubre.
Mario Morasán siente que “hoy yo lo hubiera agotado a preguntas sobre su relación con los grandes músicos de su época , sobre su amistad con el maestro Torres García o hubiera profundizado más sobre su inspiración al componer la obra ‘Xibalbá’”. Y añade, finalmente: “La ciudad le debe un homenaje a don Alberto Soriano”.
Reconocimientos
En 1978 la Fundación Teatro Colón, al otorgarle un reconocimiento, lo definió de manera inmejorable desde lo artístico: “En su fructuosa vida sobresale una producción sinfónica que la crítica de diversos países reconoció como portadora de un lenguaje definitivo que revela un enfoque personalísimo de indiscutible raigambre sudamericana, a la que se suma el aporte de investigaciones musicológicas que avalan la relevancia internacional del destacado músico santiagueño”.
Un homenaje póstumo lo recibió de parte de la Orquesta del Bicentenario, compuesta por 60 niñas, niños y adolescentes, de ocho escuelas de la ciudad. Esta orquesta apuesta a la inclusión y participación colectiva, donde la música fomenta la construcción de sus propias identidades y expresiones de las culturas. El crecimiento de la orquesta es un trabajo articulado entre Estado y comunidad, con protagonismo de los familiares de sus integrantes. Una iniciativa que seguramente habría entusiasmado a Soriano. Hace unos años, integrantes de ese conjunto musical anunciaron la decisión de denominar “Alberto Soriano” a la orquesta.
-El autor agradece la generosa colaboración del personal del Archivo General de Entre Ríos de Paraná, del personal del Museo Casa de Delio Panizza de Concepción del Uruguay, y muy especialmente, de Mario Morasán y de Mireya Soriano –ambos custodios amorosos del legado de Alberto Soriano– sin cuyo inestimable aporte esta nota no hubiera sido posible.
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