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A CUARENTA AÑOS DE LA CREACIÓN DE LA APDH URUGUAYENSE

Ellas (y ellos) pusieron el cuerpo en tiempos tenebrosos

En 1982, tiempos todavía opresivos, un grupo de uruguayenses formó la delegación de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) y comenzaron a reclamar la vigencia del estado de derecho. En ese grupo, empujado desde el comienzo por una mujer corajuda llamada Evelina Pezzani, convivieron un cura párroco con comunistas, e incluso una ex funcionaria del gobierno municipal de esa misma dictadura. En esta nota se cuenta esa historia reciente y se honra la memoria de quienes pusieron el cuerpo para posibilitar el retorno de la democracia.

 

Por AMÉRICO SCHVARTZMAN, de EL MIÉRCOLES DIGITAL

 

Pasaron cuarenta años. La aventura dramática de Malvinas fue un intento de la dictadura por conseguir adhesión social para su continuidad en el poder. La cúpula encabezada por Galtieri quiso lucrar con un tema que sabían sensible a la fibra íntima de la Argentina. El fracaso de ese intento abrió la puerta para una salida democrática, y en Entre Ríos, como en otros lugares, hubo quienes aportaron para que esa apertura se profundizara.

Eran tiempos en los que el poder de aquellas Fuerzas Armadas, represivas, ideologizadas por la prédica “occidental y cristiana”, pero además habituadas a transgredir límites éticos hasta puntos antes inimaginables, estaba aún incólume. Prácticas que perdurarían varios años entre las fuerzas de seguridad, incluso ya recuperadas las instituciones democráticas. Con mayor o menor conciencia de los riesgos a los que se sometían, ese mismo año un grupo de uruguayenses formaron la delegación de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) comenzaron a reclamar por la vigencia del estado de derecho, sumando a familiares que buscaban a sus hijos desaparecidos.

Muchas de esas personas ya han fallecido. Lideradas por una mujer valiente llamada Evelina Pezzani de Signes, fueron pioneras en empujar el retorno de la democracia. Pese a eso permanecen prácticamente olvidadas, casi nunca mencionadas en los numerosos (y a veces tan discutibles) usos que se hacen del pasado.

Evelina Pezzani de Signes lideró la formación de la APDH uruguayense.

Hay integrantes de ese grupo fundacional que aún viven y guardan memoria de esos sucesos. Este cronista conversó con algunas de esas personas para revivir tiempos difíciles y honrar a quienes por entonces tuvieron el coraje y la conciencia cívica de comprometerse.

Desde antes del Golpe

La APDH había nacido en Buenos Aires en 1975 tres meses antes del golpe, tras una autoconvocatoria de personas de los diversos sectores sociales, políticos y religiosos, ante la creciente violencia y el quiebre de la vigencia de los derechos humanos básicos que escalaba en el país. La impulsora fue la dirigente comunista Rosa Pantaleón. Entre los fundadores o adherentes estaban religiosos de diferentes cultos (Jaime de Nevares, José Miguez Bonino o Marshall Meyer), y un abanico del pensamiento político: radicales como Raúl Alfonsín u Roque Aragón, intransigentes (Oscar Alende, Susana Pérez Gallart), socialistas (Alfredo Bravo y Alicia Moreau de Justo), socialcristianos (Eduardo Pimentel), peronistas (Emilio Fermín Mignone).

A esa misma diversidad aspiraba la APDH uruguayense, tal era la visión de Evelina. Lo dice en el acta de fundación, firmada el 16 de abril de 1983, en presencia de un delegado nacional, Emilio Risté. La APDH uruguayense se comprometía a “lograr la convergencia activa de todas las voluntades capaces de declinar posturas y posiciones en favor de las conquistas y defensa de los derechos humanos en la convivencia democrática”.

Aviso en La Calle de familiares de desaparecidos de Concepción del Uruguay y de Gualeguaychú (diciembre de 1982).

Esa acta está rubricada por Evelina Pezzani de Signes, Cristina Tejedor, Beatriz Harispe de Cané, María Luisa Grianta, Aracely Ré Latorre, Ricardo Cacho Matzkin, Samuel Yabiansky, Miguel Ángel Pepe (hijo), Marité Echagüe, Stella Valle de Bonnin, Luis A. Grianta, María Angélica Fernández de Marcó, Víctor Bonin, Cristina Tessaro, Ofelia Telechea de Matzkin, Beatriz de Carbonell, Ricardo Lugrin, Haydée Creppy de Grianta y José Luis Bracco.

Mujeres valientes

En los informes que Evelina enviaba a la APDH nacional da cuenta de que “durante más de dos años” se había gestado la Delegación. La iniciativa había arrancado en 1981, cuando algunas de las mujeres que firman esa acta comenzaron a contactarse entre sí. El impulso fue de Evelina y un puñado de personas decididas de diferentes edades y orígenes la secundó. Y, como se ve en el acta, con clara mayoría de mujeres: doce contra siete varones.

La primera actividad de la APDH, en 1982: charla de Bravo en la biblioteca. En primera fila se ve a una joven Malisa Grianta, y en la segunda fila, de lentes y corbata, a Cacho Matzkin.

“Yo soy la presidenta ejecutiva (menudo peso para mis espaldas)”, escribe Evelina. “Es un papel de tan enorme responsabilidad que a veces tengo miedo de haberlo aceptado. Soy afiliada al Partido Comunista pero el motor de mi existencia no es la militancia política, sino desde hace muchos años la lucha por la defensa de los derechos humanos. Soy médica y madre de tres hijas, mis dos títulos más queridos”.

Malisa Grianta, por entonces una joven antropóloga, había vuelto a la ciudad en 1979, proveniente de La Plata, donde estudió y militó. “Al volver me encuentro con amigos y compañeros, militantes de izquierda, algunos también en exilio interno”, rememoró en diálogo con este cronista. “En reuniones sociales y familiares, muy necesitados de encuentros y abrazos ante lo que estábamos viviendo, empezamos a conversar sobre la posibilidad de crear una filial de la APDH, creada previo al golpe del 24 de marzo y en pleno atropello a compañeros pergeñado por la Triple A de López Rega”.

El informe de Evelina de julio de 1983 detallaba quiénes formaban parte de la Delegación. Allí se describe la labor de Beatriz Harispe de Cané, dirigente radical, de quien destacaba “su valentía, su firmeza y el trabajo realizado”, y señala que “ha desplegado gran labor en defensa de los evacuados por la inundación, para conseguir mejores condiciones de vida”.

Una jovencísima Cristina Tejedor estaba también entre las más activas, al punto que Evelina la señala en su informe como “el brazo derecho de la delegación”: “Tiene un sentimiento notable de amor a nuestro movimiento, juega un papel muy positivo por su gran capacidad de trabajo y su extraordinario entusiasmo, a pesar de su inexperiencia”, completa.

Evelina tenía una visión estratégica: necesitaban amplitud, y sobre todo, el respaldo de las congregaciones religiosas. “Tenemos que tener un hombre de la Iglesia. Estamos hablando de defender los derechos humanos, quién mejor que el catolicismo para apoyar esto”, afirmaba. Y salió a buscarlos.

El pastor, la comunista y los maestros

Evelina ya estaba en contacto con el pastor Manuel Garófalo, de Colón, miembro de la Iglesia Metodista, muy comprometida con la APDH. Por otro lado, provenientes de la militancia gremial docente, Ricardo Cacho Matzkin y Carlos Bebe Fernández Canavessi, tenían relación con Alfredo Bravo, líder de Ctera y copresidente de la APDH a nivel nacional.

Invitación de la APDH a la charla de Bravo (solicitada en La Calle, 1982).

A partir de esos contactos se comenzó a avanzar. En noviembre de 1982 se organizó una cena en el  restorán “La Mesa” frente a la Plaza Ramírez, para aunar esfuerzos y avanzar en la creación de la filial local. Ahí mismo, a media cuadra de la Policía. Malisa rememora: “Las personas invitadas eran de nuestra ciudad, de Colón y de Concordia, que ya tenía un grupo activando. Para eso se visitó a bastante gente para invitar a formar parte de la futura organización. Esas entrevistas las hacíamos con el informe de la CIDH de 1979 en las manos”.

Acta de fundación de la APDH uruguayense, firmada en la Casa Parroquial de la Inmaculada Concepción.

Pocos días después se realizó una conferencia de Alfredo Bravo en el salón de actos de la Biblioteca Popular “El Porvenir”, con el mismo objetivo. De hecho, la invitación pública fue en nombre de la “Comisión de Auspicio a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos”.

Esta vez sí se difundió por los pocos medios que existían por entonces: la radio LT11 y un pequeño aviso en el diario La Calle. Estaba prevista para el 27 de noviembre pero se pospuso, y al final se realizó el sábado 4 de octubre de 1982.

“En esa conferencia Alfredo Bravo habló de pie ante la sala repleta”, narra Malisa. “Hizo una reseña de la situación del país en ese momento, un pantallazo de la realidad nacional y de la resistencia de las organizaciones de derechos humanos a la dictadura”. También cuenta que Alfredo accedió a contar su vivencia como detenido desaparecido, las torturas a que lo sometieron, “y nos dijo que era la primera vez que se hablaba de esto en público”.

Este encuentro inició una relación fluida de la naciente filial uruguayense con la APDH nacional, que fructificó pocos meses después con la fundación formal y la firma del acta.

El cura Bonin, primer presidente de la APDH

Para muchas personas de Concepción del Uruguay, será toda una sorpresa: el presbítero Víctor M. Bonin, cura párroco de la Inmaculada Concepción durante más de 20 años, fue el primer presidente honorario de la APDH local. Es más: el acta de fundación de la APDH se firmó en la Casa Parroquial, la principal sede de la Iglesia Católica en la ciudad.

El padre Víctor Bonin en sus últimos años.

Pero la acción “política” de Bonin fue frenada en seco por reto episcopal. Miguel Pepe (hijo) cuenta a este cronista que el cura “participaba hasta que el Obispo se lo prohibió”. Por entonces el obispo de Gualeguaychú (diócesis de la que depende la Iglesia local) era el monseñor Pedro Boxler, nacido en Santa Anita.

El padre Bonin había comenzado a desplegar actividad pública meses antes, el 17 de noviembre de 1982, al dar una conferencia organizada por la Multipartidaria local. Los partidos políticos invitaron a la comunidad con una solicitada en La Calle. El tema fue “El hombre, ser social”. La sala del Cine San Martín estuvo repleta.

En su informe a la APDH nacional, Evelina detalla: “El padre Bonin tuvo una pequeña defección inducida por nuestra inexperiencia, al hacerle firmar el comunicado contra el documento del Gobierno Militar. De inmediato fue citado por el jefe del regimiento local y además recibió una carta de su obispo, Monseñor Boxler de Gualeguaychú, que según el padre Bonin nos contó, lo retaba por su participación”.

El comunicado de la APDH local, entre otros conceptos, le cuestionaba al gobierno militar “colocarse por encima de las leyes humanas, sintiéndose un poder intemporal, nacido de una investidura casi teológico-religiosa”. También citaba al documento de Puebla de los obispos latinoamericanos, pero se ve que para el jefe inmediato de Bonin, eso fue demasiado.

Evelina destacaba que “está con nosotros, es nuestro amigo, nuestro asesor, lo participamos de todos nuestros actos”. Agrega que: “Está contentísimo con la conferencia del padre Luis Farinello, a quien conoce y respeta mucho. También nos ha dicho de su admiración por el obispo (Jorge) Novak, tiene los afiches en las vitrinas de la Parroquia, ha invitado a la conferencia en las misas y alojó al padre Farinello en la Casa Parroquial”.

A partir del reto obispal el presbítero se retrajo. No figuró más en acciones de la APDH ni otros debates públicos. Tras la renuncia de Bonin, el contacto con la Iglesia se fue diluyendo. En las febriles actividades posteriores de la APDH ya no se involucrarán grupos católicos, aunque sí continuaron activos integrantes de la democracia cristiana.

El cura Bonin, que podría haberse transformado en un símbolo poderoso para la comunidad uruguayense, se concentró en la acción pastoral hasta el final de su responsabilidad parroquial en 1989.

Amplia diversidad

En el núcleo inicial de la APDH hay caras conocidas de la Unión Cívica Radical, del Partido Comunista y del Partido Intransigente, una prestigiosa dirigente peronista, otra de la democracia cristiana y un viejo referente del socialismo. “Una diversidad de personas que sentíamos la necesidad de resistir y de dar cuenta a la sociedad de lo que pasaba en el país y en la ciudad también, y de lo cual los medios de la época no daban noticia”, dice Malisa.

Bebe Fernández Canavessi (a la derecha) habla en 1984 en la inauguración de la Plazoleta de los Derechos Humanos. El cielo amenazaba tormenta y el fotógrafo (de autoría no determinada) captó el momento del rayo. (Gentileza: Nilda Fernández)

Del PC o provenientes de él –además de la propia Evelina– participaban Cristina Tejedor (por entonces militante juvenil), María Luisa Grianta y sus padres Luis y Haydée, Marité Echagüe, Beatriz de Carbonell (esposa de Juancho, quien poco después será elegido concejal por el PC), y Carlos Martínez Paiva, torturado en la delegación local de la Policía Federal.

De proveniencia intransigente: Miguel Pepe (hijo), Cacho Matzkin, Samuel Yabiansky, Cristina Tessaro, Ofelia Telechea de Matzkin, Miguel Salvarredy, Griselda Pais, entre otras personas. Miguel Ángel Pepe (padre) era una reconocida figura socialista y cooperativista. Stella Valle de Bonnin, peronista. Aracely Ré, de la Democracia Cristiana. De pertenencia radical: Beatriz Harispe de Cané, María Angélica Fernández de Marcó (esposa de Jorge Marcó, quien fue diputado nacional), Ricardo Lugrín (por entonces militante juvenil).

También había personas sin afiliación, como el Bebe Fernández Canavessi, Nelly Gonnet, quien integraba la Iglesia Metodista, Elio Nardone, padre de una desaparecida (Dina), Aída Beba Creppy de Izquierdo, o Mario Lorán –también familiar de víctimas–, entre otras personas que fueron activas.

En informes de Evelina a la APDH nacional, detallaba la pertenencia partidaria o religiosa de cada una de las personas activas en la naciente organización. En el Consejo de Presidencia estaban Miguel Pepe (padre) y Luis A. Grianta, bioquímico, dirigente cooperativista y ex jefe de Laboratorio de Obras Sanitarias. Cacho Matzkin, a cargo de prensa; Beatriz Harispe en asuntos económicos y sociales; Aracely Ré y Bebe Canavessi a cargo de educación y cultura, Miguel Pepe (hijo) en la secretaría de Vigencia; el “joven bioquímico Bracco”, también del PI, en salud y medio ambiente; Stella Valle en asuntos gremiales, y Samuel Yabiansky (presidente del PI), en Finanzas.

Un caso singular es el de Aracely Ré Latorre, primera rectora mujer del Colegio del Uruguay, e integrante de la Democracia Cristiana. Aracely había presidido la Comisión Municipal de Cultura en uno de los gobiernos uruguayenses de esa misma dictadura, hasta que la echaron en 1981, por sumarse a la Multipartidaria, que empezaba a reclamar elecciones.

Las primeras actividades

Entre las primeras tareas de la filial estuvo la labor de comunicarse con familiares de personas desaparecidas de Concepción del Uruguay para recabar información. Esa búsqueda estuvo a cargo de Cacho Matzkin y Evelina Pezzani, y el resultado de ese trabajo fue elevado a la APDH, contribuyendo a engrosar el material que se investigó y denunció a nivel nacional al conformarse la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), creada por el presidente Alfonsín el 15 de diciembre de 1983, apenas cinco días después de asumir el cargo.

La labor era ciclópea: se trataba, nada menos, de registrar desde la construcción de la memoria popular, los hechos horrorosos cometidos por la dictadura más feroz de la historia argentina. La Conadep recibió entonces una enorme cantidad de material que habían ido reuniendo las entidades de derechos humanos: la APDH, Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, el Servicio de Paz y Justicia (creado por Adolfo Pérez Esquivel), el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos, el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Familiares de Detenidos-Desaparecidos, la Liga por los Derechos del Hombre. Con esos datos se confeccionó un legajo para cada caso, y de ahí el número que lleva cada una de las víctimas del terrorismo de Estado.

Cristina Tejedor, hoy.

Allí fue la pionera investigación realizada por la APDH uruguayense, incluidos errores comprensibles por el hecho de que toda esa labor se realizaba en un marco en el que los temores (más que fundados) llevaban a muchas familias a guardar silencio y no proporcionar información sobre sus seres queridos. Así se remitió material sobre Dina Nardone, Néstor Zaragoza, Juan Carlos López, Horacio Poggio, Edgardo Garnier, Violeta Ortolani, Miguel Domínguez y Alfredo Valente a la Conadep y a la Subsecretaría de Derechos Humanos de la Nación, que estaba a cargo del filósofo Eduardo Rabossi.

“Todo ese trabajo se hacía en las casas de los integrantes de la filial local de la APDH, por lo general en casa de Evelina”, rememora Malisa. Tiempo después, en 1986 Rabossi informa a la APDH local el destino que se le dio a la documentación enviada: se remitieron los distintos casos a los juzgados federales intervinientes en cada uno de los lugares de su jurisdicción.

La Autoamnistía

Pido disculpas por hablar desde lo personal en este párrafo. Es que la APDH uruguayense fue el primer ámbito de participación pública en mi vida. Era todavía gurí, entrando en la adolescencia. La fruición por saber y entender me llevaron a empezar a actuar. Mi recuerdo más lejano es una actividad pública, en Plaza Ramírez: un ayuno (una “huelga de hambre”) y juntada de firmas en contra de “la Ley de Autoamnistía”, un intento de los militares de evitar ser juzgados por sus atrocidades.

Esa “Ley 22.924 de Pacificación Nacional” fue promulgada en septiembre de 1983. Establecía que “nadie podrá ser interrogado, investigado, citado a comparecer o requerido de manera alguna” por delitos cometidos “para poner fin a las actividades terroristas o subversivas, cualquiera hubiere sido su naturaleza o el bien jurídico lesionado”. Poco después de asumir, el presidente Alfonsín envió al Congreso un proyecto para derogarla, que fue la primera ley aprobada tras la vuelta de la democracia. Eso posibilitó llevar a cabo el ejemplar Juicio a las Juntas.

La APDH local, en consonancia con otras actividades que se realizaron en el país, organizó una “Jornada de Ayuno y Reflexión”, donde juntó firmas y distribuyó volantes.

A esta jornada se sumó un abogado y docente del Colegio, también vinculado a la Democracia Cristiana, Héctor Allassia, quien ayunó junto a varios de sus alumnos. Todo aquello sorprendió a una comunidad desacostumbrada a manifestaciones públicas.

Aracely Ré y Héctor Allassia en una reunión de la Democracia Cristiana, en 1983.

Natacha Matzkin, hija de Cacho, una niña por entonces, recuerda “una marcha frente al Colegio o frente a la Iglesia, había un auto que quería pasar, y papá nos sentó a un par de sus hijas arriba del capó del auto para que no avance”.

El comunicado de la APDH relata que se marchó alrededor de la Plaza Ramírez, “se entonaron consignas como ‘Aparición con vida’, ‘Se va a acabar esa costumbre de matar’, ‘Con vida los llevaron, con vida los queremos”, y que la marcha culminó con “una ofrenda floral al Padre de la Patria, en la Plaza San Martín”. La comunidad uruguayense, o al menos una parte de ella, “despertó” ante una realidad que hasta entonces ignoraba por completo.

Ya en democracia

Malisa Grianta dice que: “A partir de la recuperación de la democracia, coordinamos algunas actividades con la Municipalidad local, en su primer gobierno democrático, encabezada por Juan Carlos Lucio Godoy. Incluso el Concejo Deliberante formó una comisión de Derechos Humanos, donde estaban los concejales Guillermo Vázquez, radical, Eduardo Bernasconi, peronista, y Juancho Carbonell, comunista. También trajimos a personalidades del ámbito nacional a dar charlas, como Raúl Aragón o Luis Farinello”.

Pese a la democracia recuperada, no era fácil la labor militante de la APDH. Por uno tiempo la Delegación tuvo un local propio, en la esquina de 14 de Julio y Mitre, con reuniones periódicas y mucha actividad.

Volante de la APDH en 1983.

Por aquellos años, en la ciudad solo había dos maneras de informarse: la radio estatal LT11 y el diario La Calle. Después de la primera actividad, el diario, por decisión editorial, no publicaba nada más que proviniera de la APDH. Y no solo eso: denostaba cada una de esas actividades, mediante un editorial en contra de los derechos humanos, que escribía el fiscal Diego Young, un defensor tenaz y cínico de la dictadura. También de eso da cuenta Evelina en sus informes: “[La Calle] califica a las organizaciones de derechos humanos, en la línea de pensamiento del Gral. Nicolaides, como agentes del terrorismo. Y aplica censura: se niega a publicarnos nada, ni aún pagando. Lo más lamentable es que su dueño y director es secretario de Adepa”, la Asociación de Entidades Periodísticas de la Argentina. La APDH uruguayense lo denunció formalmente ante la propia Adepa por censura.

Malisa Grianta, en un homenaje reciente a víctimas de la dictadura.

Malisa también recuerda con claridad obstáculos que solían interponerse a la labor de divulgación que la filial local intentaba hacer en las escuelas uruguayenses, en épocas en que imperaba no solo el “algo habrán hecho”, sino también la novedosa “teoría de los dos demonios”, que procuraba argumentar en favor de la impunidad de los autores de los hechos atroces.

La APDH continuó su labor varios años más. Organizó acciones de apoyo a familias inundadas, de solidaridad con el pueblo oriental, denunció la continuidad del juez federal de la dictadura, así como violaciones a los derechos humanos en la ciudad, se solidarizó activamente con diferentes sectores afectados en sus derechos –en especial de la clase trabajadora–, hizo un seguimiento activo de los casos de personas desaparecidas uruguayenses, contuvo y asesoró a familiares. Por años fue una de las más activas delegaciones del interior de la APDH, cuando no llegaban a veinte en todo el país. Fue protagonista de la vida social y política uruguayense en los primeros tiempos de la democracia, hasta que diferencias internas y personales llevaron a que se diluyera. Hubo intentos en la década del 2000 para reanimarla, pero esa ya es otra historia.

 

 

 


BEATRIZ HARISPE DE CANÉ. Escribana, dirigente de la Unión Cívica Radical e integrante de la conducción de ese partido (de la que fue vicepresidenta), ocupó la secretaría de Asuntos Económicos y Sociales de la APDH. Falleció en junio de 2012, a los 87 años.


ARACELY RÉ LATORRE. Profesora de Historia. Docente del Profesorado de la Escuela Normal y del Colegio del Uruguay, del cual fue su primera rectora mujer. Fue candidata a intendente del Partido Demócrata Cristiano. Falleció en 2012, a los 85 años.

 

STELLA VALLE DE BONNIN. Escritora, educadora y dirigente justicialista. Autora de obras teatrales como “Cripton, el alma de Tobías” (comedia en tres actos) y “El Otro Yo”. Fue integrante de SADE y destacada figura del peronismo uruguayense, que la homenajeó tras su deceso en 2012.

 

CARLOS FERNÁNDEZ CANAVESSI. Militante gremial docente, cofundador de CTERA (la dictadura lo dejó cesante en 1977, el mismo día que a su amigo Alfredo Bravo). También fue cofundador y dirigente de Agmer. Tuvo larga actuación en el cooperativismo. Falleció en 1990, a los 64 años.

 

RICARDO “CACHO” MATZKIN. Profesor de inglés. Militante gremial docente, cofundador y activista incansable de Agmer. Fue activo militante del Partido Intransigente (PI) y años después, cofundador de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA). Falleció en 2021, con 78 años.

 

VICTOR MIGUEL BONIN. Oriundo de la zona rural de Primero de Mayo, fue ordenado sacerdote en 1962 y fue cura párroco de la Basílica Inmaculada Concepción entre 1966 y 1989. Considerado un “postconciliar” y con simpatía por los Sacerdotes del Tercer Mundo, falleció en 2017, poco antes de cumplir 80 años.

 

 

Evelina, la que no se quedó de brazos cruzados

Evelina Pezzani de Signes fue una médica uruguayense. Durante muchos años fue una activa militante comunista, pero entendía como “el motor de mi existencia” la lucha por la defensa de los derechos humanos. Fue candidata a viceintendente en dos ocasiones. Madre de tres hijas. De inquietudes artísticas, su obra poética permanece inédita. Falleció en 2019 a los 83 años. Así la definió Beatriz Harispe de Cané, dirigente radical y también fundadora de la APDH: “No obstante ser una médica que atiende ocho horas diarias a sus enfermos dermatosos, y que recorre cada quince días media provincia para visitar los leprosarios y curar personalmente a los enfermos, (Evelina) roba horas al sueño para dedicarse a los derechos humanos. Ella no se quedó en su casa a leer los chistes de los diarios, ni las noticias policiales, ni a ver las telenovelas, ni a cuidar el jardín, porque sabía que estaban ocurriendo cosas feas en el país y aunque no le tocaban personalmente, se sintió un poco la madre de los torturados y desaparecidos y se enroló en la causa del pueblo”.

 

Video anticipando el informe que leíste. (Edición: Mario Bottarlini).

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Agradecimientos: A Malisa Grianta, por su testimonio, con el compromiso y la pasión de siempre, y por el archivo de la APDH local; a Cristina Tejedor, Miguel A. Pepe (h), Natacha Matzkin, Juan M. Garay, Chispa Fernández, Carlos Bonnin, Ramón Cieri, Sonia Signes, Darío Baron y Néstor Cané Harispe. A Jorge G. Villanova, como siempre. A Analía Tripoli y el personal del Museo Delio Panizza.

Fuentes consultadas:

- Archivo de la APDH. Gentileza de Malisa Grianta.

- Informe de Evelina Pezzani a Alfredo Bravo sobre la APDH en Concepción del Uruguay, 18 de julio de 1983.

- “Historia de la APDH de la ciudad de Concepción del Uruguay”, investigación de Francisco Aizburu (1995, inédito).

- Ejemplares del diario La Calle, consultados en la hemeroteca del Museo Municipal “Casa de Delio Panizza” de Concepción del Uruguay

- “Murió ayer el Padre Bonin”, en La Prensa Federal, 29 septiembre, 2017. Allí se consigna que los datos biográficos provienen de un escrito enviado por José Alejandro Vernaz.

 

 

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