"Malvinas nos une", dice el slogan oficial. "Malvinas nos une", repiten los medios unánimemente. Cuentos. Nada une lo que no quiere o lo que no puede estar unido.
Por AMÉRICO SCHVARTZMAN de EL MIÉRCOLES DIGITAL
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No me refiero, solamente, a la cruel paradoja que señaló Eduardo Galeano (aquello de la "guerra patria" de Malvinas uniendo "a los argentinos pisadores y a los argentinos pisados", a opresores y oprimidos, a torturadores y torturados, a hambreadores y a hambreados).
Me refiero a algo infinitamente más torpe, más chiquito, más pobre, más ilustrativo del triste presente, pero también del opaco pasado, y del difícil futuro que viene: ni Malvinas (ni ninguna otra cosa que no sea un cálculo de otro tipo), pueden unir en un mismo acto al titular del Ejecutivo nacional y a quien lo puso ahí.
Imaginar qué puede unir a los demás, a quienes están por fuera de ese novelón, es un ejercicio literario.
Actos separados, donde además imperaron sus diferencias y no el motivo de los actos, con alusiones más o menos directas, y con directísimas indirectas a través de obsequios literarios y demás alardes de egos irreductibles, inflados hasta la atmósfera y más allá.
Lo mismo había pasado el 24 de marzo, después de años de llenarse la boca con que la democracia y la memoria nos unen.
Me resulta todo tan triste, que ni siquiera me da para la ironía o el humor.
"Juegan con cosas que no tienen repuesto / y la culpa es del otro si algo les sale mal", cantó alguna vez Serrat.
No hay frase que lo describa mejor.
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