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OPINIÓN

El hombre de la colimba

La diputada provincial santafesina Amalia Granata propone el regreso de la colimba. La idea debería ser tomada por algún diputado nacional, porque la provincia no tiene competencia. Pero lo importante son las reacciones que tuvo. En las redes sociales muchos son quienes adhieren a la idea destinada “a quienes no estudian, ni trabajan”. Después se desdijo indicando que deberían cumplir con tal práctica todos los jóvenes después de terminar el secundario. Se parte del supuesto que los delitos tienen una directa relación con el estudio. En ningún caso se menciona la desigualdad, los privilegios y que los grandes delincuentes no están en las villas sino en coquetas oficinas.

Por ANÍBAL GALLAY de EL MIÉRCOLES DIGITAL

Es saludable aclarar que colimba no significa “corra, limpie, barra”. Fue un invento de la revista porteña Humor, y en esos años principios de los 90 se hizo carne por sus connotaciones. Colimba es milico, en versión vésrica ya que Colimi corre como Milico con ciertas adaptaciones del lenguaje, así como Ortiba es Batidor.

La idea primigenia del llamado Servicio Militar Obligatorio nació en medio de un conflicto con Chile. El general Pablo Richieri hizo una profunda reforma, dejando de lado las antiguas guardias nacionales. La cuestión consistía en cumplir con el mandato constitucional de defender la Patria. Esta obligación incluye ofrendar la vida, si ello fuera necesario.

Dejando de lado las guerras lo que se propone, al parecer, es una colimba educativa, o con capacidad para reformar conductas. Fue casi un dogma, hasta 1994, afirmar que en el servicio militar se aprendía a ser hombre. No se era muy específico, pero se suponía que después de un período de encierro el joven egresaba con una fuerte carga de dureza, retemplado el espíritu y con firmes condiciones, capaz de soportar los golpes que da la vida, además de acendrado amor a la patria y otras zarandajas del mismo tenor.

La colimba fue una fábrica de autoritarios, violentos, sobrevivientes en medio de la hostilidad y sobre todo una suerte de anulación de la voluntad y de la capacidad de pensar, implicando humillaciones, degradación, agresiones físicas y verbales. Era típica la frase “el superior siempre tiene razón, sobre todo cuando no la tiene”. Se sostenía que era positivo para la formación sentirse el último y más despreciado de los mortales.

Hacerse hombre consistía en humillarse, obedecer, recurrir a las malas artes para evitar castigos, comer mal y someterse a los caprichos inverosímiles del superior, y en muchos casos constituirse en servidor personal de la autoridad.

Jóvenes en espera de la revisación médica. En esta instancia eran denominados tagarnas o civilacos.

Quienes tenían algún estudio cumplían tareas administrativas, y a los demás se destinaban los trabajos más duros. Al superior, encargado de la cuadra, se le podía ocurrir que los conscriptos debían “ranear” en calzoncillos y remera, a las 4 de mañana, con una temperatura de cero grados. Era la forma de convertir en verdaderos hombres a debiluchos tagarnas.

Todo este panorama no se borra con decir que la colimba tuvo algunos aspectos dignos de ser mencionados. El primero que cientos de muchachos venidos de los montes del norte recibían por primera vez una vacuna, y asistían, también por primera vez, a una escuela. Las fuerzas militares tuvieron algún afán alfabetizador.

Se deben apuntar los privilegios legalizados como los jueces que eluden impuestos, además de la vicepresidenta de la Nación.

Es bueno preguntarse hacia donde apunta este proyecto “que vuelva la colimba”. Al parecer se trata de encerrar por algún tiempo a quienes no estudian ni trabajan. Esto incluye a los jóvenes de las villas y barrios populares, o también a los jóvenes que viven en los barrios cerrados, que no estudian ni trabajan. Vale como pregunta.

Es este un pensamiento clasista que no tiene ningún asidero desde lo jurídico. El clasismo se acentúa porque apunta a que “estos negros villeros” hagan algo útil y dejen el delito como forma de vida.

La realidad es que los mayores delincuentes no están en las villas sino en coquetas oficinas. El contrabando, el lavado de dinero, el tráfico de drogas, la explotación laboral, las divisas depositadas en cuevas fiscales, la coima en gran escala y la evasión impositiva.

Se deben apuntar los privilegios legalizados como los jueces que eluden impuestos, además de la vicepresidenta de la Nación.

Este deseo del regreso de la Colimba es propio de la clase media, adherentes a conceptos como “yo me hice solo”, “a mí nadie me regalo nada”, “estos negros piqueteros viven de mis impuestos” y “veinticinco millones de personas reciben mensualmente un cheque del Estado”. Esta última frase es del economista Espert.

No se era muy específico, pero se suponía que después de un período de encierro el joven egresaba con una fuerte carga de dureza, retemplado el espíritu y con firmes condiciones, capaz de soportar los golpes que da la vida, además de acendrado amor a la patria y otras zarandajas del mismo tenor.

Esta idea de la santafesina Amalia Granata es difícil que se convierta en proyecto de ley. Tal vez sería más saludable intentar terminar con los privilegios, combatir los grandes delincuentes, revalorizar el trabajo como medio de vida, y encarar programas educativos que proponga a los jóvenes alternativos dignas de ser vividas.

rubengallay@hotmail.com

 

 

 

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