Golpes en los testículos, simulacros de fusilamientos, les impidieron dormir durante una semana y los formaron desnudos en el patio, a la intemperie, en plena noche de julio.
J.R.D.REDACCIÓN de EL MIÉRCOLES DIGITAL
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Una extensa y detallada declaración dio César Román en la jornada de este martes sobre los hechos que padeció en 1976. Fue en el marco del Juicio Oral y Público que se sustancia en el Juzgado Federal de Concepción del Uruguay contra dos ex integrantes del grupo de tareas de la Policía Federal, acusados de haber secuestrado y torturado a estudiantes y jóvenes militantes uruguayenses que difundían volantes contra de la dictadura en aquel año.
En un momento de su testimonio recordó y lamentó el impacto anímico de la suspensión del juicio el año pasado. “Tenía los pasajes para venir a Concepción del Uruguay”, dijo. Con la de esta jornada fue la sexta vez que declaró por los sucesos vividos.
"El Moscardón me pega una patada en los testículos, que luego tendría muchos problemas de salud por eso. Logré que me lleven al baño, orinaba sangre, se me infló el testículo... Estaba hecho un despojo. Ahí tomé conciencia de que nos iban a matar a todos".
En casi dos horas se explayó sobre todo lo que tuvo que pasar desde el 19 de julio de 1976, cuando fue secuestrado en plena calle 8 de Junio, a pocos metros de su vivienda. Contextualizó el clima de época y su militancia estudiantil, aunque en varios tramos insistió en que a él le interesaba más la “revolución cultural” que estaba basada en la cultura rock, literaria, el teatro que la política en sí misma, pero que, en su casa, había interés por la cosa pública y que su papá era frondizista. “Mi viejo me compraba a revista Pelo. Tenía los posters de Jimy Hendrix, Pink Floyd, Deep Purple y también la del Che Guevara”. Y participaba en los centros de estudiantes. Recordó el hecho político trascendente de la ciudad -de poco más de 36 mil habitantes en aquellos años-: la expropiación de Banco Pelay por parte del intendente Carlos María Scelzi.
“En 1975 no había en la ciudad problemas de violencia como si ocurría en otras ciudades como La Plata, donde la Triple A había matado al uruguayense Ramón Chilo Zaragoza. Lo velaron acá, pero mi mamá no me dejó ir al velorio, tenía ahí unos 16 años”, recordó.
Entre marzo y abril de 1975 fue expulsado “por subversivo” del Colegio Justo José de Urquiza por el nuevo rector, Miguel Ángel Gregori, a quien definió como “tremendamente autoritario”. Su subversión fue “aparentemente por intentar conformar centros de estudiantes”.
“Un día lo encuentro a Roque Minatta, referente de la UES, a quien conozco desde los ocho años. Me dice: ‘Te voy a presentar a alguien que está haciendo reuniones’. Empezamos las clases en la Escuela Normal (N de la R: donde empezó a cursar) el 15 de marzo de 1976 y el Golpe fue el 24. Las reuniones eran en la casa de Carlos Martínez Paiva, queríamos caracterizar el Golpe de Estado y qué hacer”, contó.
Por eso decidieron hacer volantes para informar y concientizar sobre la necesidad de conformar centros de estudiantes que ya estaban prohibidos: “Los hacíamos rollitos para distribuirlos de manera reservada, pero lo más importante fue el voceo, el hablar en los recreos con los compañeros, denunciando a la Dictadura y sus consecuencias económicas brutales”.
No se privó de señalar a los sectores conservadores de la sociedad local que apoyaron el Golpe, como el diario La Calle, entonces propiedad de Ricardo Saénz Valiente.
El secuestro y tortura
“Unos días antes de que nos secuestren Roque Minatta me dice: ‘Mirá negrito, la cosa está muy jodida, hay gente desaparecida en La Plata, esto y lo otro. Vamos a tener que cuidarnos más. Si llegamos a caer vamos a tratar de decir lo menos posible’. Me dio como una lección sobre qué decir o no. Por eso, mientras iba caminando y vi esos movimientos frente a mi casa, me di cuenta que me venían a buscar. Mi mamá estaba sola, soy hijo único y mis padres estaban divorciados. Vienen dos personas y uno me dice: ‘Policía Federal’. Me agarran con fuerza, uno de cada brazo y de los pelos. Uno era el Cordobés y el otro El Manchado. Me meten en un Dodge 1500 negro y atrás había un Fiat 125 color celeste. Me tuvieron un tiempo importante dentro del auto, vi como de casa salían Julio César Rodríguez, alias El Moscardón -era al único que conocía porque iba a la escuela primaria con sus hijos, el mayor y el menor- y el inspector Francisco Crescenzo, que llevaban mis libros en unos bolsones. Incluso se llevaron el de Julio Cortazar”. Allí interrumpió su relato y se emocionó por unos segundos.
Después retomó con lo sufrido en el cautiverio: “Primero me alojan en el Casino, lugar que reconocí en las inspecciones de 2006 y 2012. Entra el subcomisario Ceballos y me dice ‘cantá, pibe, donde están las armas, dónde está el mimeógrafo y dame todos los nombres. Decímelo a mí porque si te agarran estos va a ser peor para vos’. Quedé anonadado, porque no sabía de lo que estaba hablando. Entra El Moscardón, a quien le dice: ‘Este pibe no quiere cantar’. El Moscardón me pega una trompada importante y, tras él, entra Mazzaferri, El Cordobés, algunos otros que no recuerdo y me llevan a una sala contigua, y ahí me dan la paliza más brutal que sufrí en mi vida. El Moscardón me pega una patada en los testículos, que luego tendría muchos problemas de salud por eso. Logré que me lleven al baño, orinaba sangre, se me infló el testículo... Estaba hecho un despojo. Ahí tomé conciencia de que nos iban a matar a todos”.
Más detenidos
“De los que recuerdo que empezaron a caer detenidos y a llegar ese día fueron Cacu Romero y Horacio Valente, quien militaba en La Plata en el mismo espacio que lo hacía el ex presidente Néstor Kirchner. Al otro día siguieron cayendo más. En ese casino de oficiales nos hacían estar sentados frente a la pared, sin hablar. Estábamos todos: Cacu, el Negro Zenit, el maestro Maffei que no tenía militancia política, José Peluffo. En el calabozo estaban Carlitos Martínez Paiva y Darío Morend”, relató.
"Estaba Mazzaferri con un aparato grande que supongo era una picana eléctrica, como esos cosos para soldar o un Magiclick, y se lo aplica en los testículos. Martínez Paiva pega un grito desgarrador. Ahí me desmayé, vomité. Me decían: ‘Pendejo de mierda, cagón, sos un subversivo, te cagás’. Mazzaferri me dijo antes: ‘Esto te va a pasar a vos, sos el siguiente, empezá a cantar dónde están las armas y el mimeógrafo’".
Explicó el funcionamiento jerárquico de la Federal: “Estaba el comisario y tres guardias que nos custodiaban, pero el que tenía actividad en los interrogatorios y tormentos era el grupo de tareas. El encargado y líder de torturas era José María Mazzaferri, quien se hacía llamar ‘Mazaffero’, y lo seguía el inspector Crescenzo. Los laderos eran El Manchado y El Cordobés. Los horarios de este grupo de tareas no eran los normales que tiene una comisaría, ellos operaban entre las 21 y las 24. Me acuerdo que, en un interrogatorio, Crescenzo me dice: ‘Así que contra Videla cualquier cosa’, y era una palabra que había dicho en el buffet de la Escuela Normal, por lo cual deduzco que sabía más de mí lo que yo mismo sabía. Mientras él preguntaba había dos tipos atrás mío que me pegaban. Una vez, en ese interrogatorio, Mazzaferri se pone atrás mío, saca el arma y me gatilla. Pensé que me mataban. Y dice: ‘Esta porquería no anda’, y vuelve a gatillarme. No pasó nada. Lo hace dos veces y me oriné. Se mataban de risa. ‘Pendejo de mierda’. Me volvieron a pegar, aunque no tanto como el día anterior. Quedé en el suelo y volví al casino mientras llevaban a otro compañero. No pudimos dormir durante esos cuatro días de tormentos... A partir de ahí no pude dormir más de manera normal el resto de mi vida. Al día siguiente fue igual, con la diferencia de que llovió. Nos desnudaron y nos dejaron afuera, en un patio lateral. Era julio, el frío era tremendo. Al otro día fue peor: ponían música funcional con el volumen fuerte porque en la sala de arriba, donde estaba la sala de tormentos, se escuchaban gritos desgarradores. Me hacen subir a esa sala, me ponen una capucha con un pullover azul, subimos la escalera, entramos a una sala donde estaba Carlos Martínez Paiva en un elástico, muerto, para mí estaba muerto, blanco, muerto, desnudo, todo lleno de agua. Estaba Mazzaferri con un aparato grande que supongo era una picana eléctrica, como esos cosos para soldar o un Magiclick, y se lo aplica en los testículos. Martínez Paiva pega un grito desgarrador. Ahí me desmayé, vomité. Me decían: ‘Pendejo de mierda, cagón, sos un subversivo, te cagás’. Mazzaferri me dijo antes: ‘Esto te va a pasar a vos, sos el siguiente, empezá a cantar dónde están las armas y el mimeógrafo’. Al otro día fue el primer día de tranquilidad que tuvimos. A las 10, Crescenzo me tomó una declaración, a diferencia del resto. Hablaba con nosotros, decía que había cursado Filosofía y eso se notaba en su lenguaje, y ahí me dice: ‘no se que va a hacer este -en referencia al teniente coronel Raúl Federico Schirmer (N de la R: entonces jefe del batallón Concepción del Uruguay y jefe del área militar)-, pero si fuese por mí los dejaría que se pudran en la cárcel’”. Si bien se tranquilizó un poco, los gritos seguían, sobre todo de noche. Al otro día hubo una reunión con nuestros padres, de los estudiantes secundarios. Nos reúnen. Estaba mi mamá. Nos sientan y enfrente estaba el comisario Vera, el prefecto mayor Gerardo Genuario, quien se hace cargo de la Intendencia con el Golpe, y Schirmer, quien da una diatriba sobre la subversión y que la resolución con respecto a nosotros era que quedamos bajo una figura llamada ‘Libertad vigilada’, que está en el Estatuto de Reorganización Nacional. Al menos dos estudiantes secundarios fuimos liberados, a diferencia de los compañeros de la militancia política, que fueron a otras unidades penales hasta finales de 1978, según me enteré después. Mi papá contacta a un amigo de la provincia de Misiones para que me vaya, porque a menudo me encontraba en la ciudad con este grupo de tareas y era una situación compleja. A partir de ahí me vida fue compleja por razones psicológicas y de salud. Terminé la secundaria en 1992”, contó mientras volvió a emocionarse en el relato: “Esto no fue un juicio a esta persona que está acá, es un juicio a un chico de 17 años”.
Después amplió su declaración con las preguntas de los abogados querellantes. En líneas generales habló de la hostilidad del resto de los policías: “Salvo un par que tenían una actitud un poco más humanitaria, nos llevaban cigarrillos”, dijo en referencia a quienes los custodiaban. Pero volvió a insistir en que no los dejaban dormir: “Siempre estábamos de frente a la pared, sentados en el suelo. Venían y nos golpeaban o nos hacían cosquillas a la altura de la cintura”.
Román recordó que una de las secuelas del miedo impreso fue que una vez que recuperó la libertad quería evitar que sus amigos fuesen a su casa, e incluso no fue al médico enseguida por sus heridas.
Este miércoles 19 de octubre seguirán las testimoniales desde las 9 de la mañana.
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