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Doscientos años del nacimiento de López Jordán, el líder federal "maldito"

Este año se cumplieron dos siglos del nacimiento de uno de los más destacados líderes que dio Entre Ríos en el siglo XIX, considerado por la historiografía como el último caudillo federal de relevancia. Aquí reproducimos un capítulo de las "Historias (casi) desconocidas de Concepción del Uruguay 2", editado por cooperativa El Miércoles.

 

Por A.S. de EL MIÉRCOLES DIGITAL

 

1879

La fuga de López Jordán vestido de mujer

 

Aunque se lo homenajea con un parque público, su apellido sigue siendo casi un anatema en su ciudad. Fue hombre de confianza de Urquiza, con quien tuvo una dilatada y honrosa trayectoria, pero también se lo acusa de ser quien ideó su asesinato. Por eso la justicia de la época lo buscó hasta su detención, y estuvo tres años preso en Rosario. El 12 de agosto de 1879, Ricardo López Jordán se escapó de la cárcel disfrazado de mujer: en su lugar, quedó en el calabozo su esposa, que fue descubierta al día siguiente. El caudillo gozó de libertad hasta que fue asesinado por una venganza personal.

 

Caricatura de “El Mosquito”, en 1873: Sarmiento había puesto precio a la cabeza de López Jordán y la publicación satírica mostraba al propio caudillo entrerriano –corto de recursos para su revolución– ofreciéndosela al Presidente para recaudar fondos.

Parece una escena cinematográfica. Con su pequeña hija prendida del brazo y un “buenas noches” apenas insinuado logró escabullirse sin levantar sospechas de nadie. Pasó frente a un oficial y más de veinte soldados. Y así se fue de la prisión de Rosario. En la celda había quedado su esposa Dolores Puig, esperando, despierta, al guardia que hacía su recorrido habitual de la mañana. Ricardo López Jordán ya conocía la vida de preso porque había estado en calabozos de Paraná, Curuzú Cuatiá y Goya. El escándalo no tardó en propagarse por todo el territorio argentino y los trámites de rigor en la pesquisa se sucedieron uno a uno en las horas sucesivas. “Hombre de cincuenta y cinco años, aunque demuestra más edad, casi calvo”, comenzaba descri-biendo el telégrafo policial en el alerta que se envió a distintas ciudades. La pieza descriptiva es extraña y llamativa: “Frente arrugada que sufre contracciones al hablar, boca y dientes grandes, teniendo el defecto de pronunciar la letra ‘a’ con acentuación muy marcada, como si uno de los diente le impidiera

Ricardo Ramón López Jordán, en un retrato de su juventud.

pronunciarla suave. Debe tener barba y de tenerla, la llevará abierta, aunque no muy larga, Ojos muy grandes y vivos. Nariz regular. Orejas un poco chicas y muy puntiagudas en la extremidad superior, siendo bastantes separadas del cráneo. Estatura regular. Hombros y cuerpo fornido, aunque hoy está delgado. Al hablar, tiene la costumbre de echar el sombrero atrás, y la cabeza”, completa la advertencia.

Ricardo Ramón López Jordán había sido apresado en 1876, acusado no sólo de las revueltas sino también de ser el autor intelectual de la muerte de su padrino político, el caudillo de mayor poder y fortuna de Entre Ríos, Justo José de Urquiza. Estuvo preso por casi tres años hasta la fuga disfrazado de su mujer. Esa noche de agosto en que dejó su celda tuvo tiempo de tomar ventaja en su carrera hacia Fray Bentos, donde permaneció fuera del alcance de la ley argentina hasta que la amnistía decretada por el presidente Miguel Ángel Juárez Celman le permitió regresar.

López Jordán nunca admitió su participación en la muerte de Urquiza, y los historiadores que reivindican su figura hasta descreen de que haya existido un plan para matar al primer presidente constitucional. Desde la posición contraria, los autores urquicistas contraatacan diciendo que los jordanistas no pueden explicar, entonces, cómo es que el 11 de abril de 1870 asesinaron en Concordia a Justo Carmelo y Waldino Urquiza, mientras su padre era fusilado y apuñalado en el Palacio San José.

Sin duda la historia entrerriana está atravesada por la figura fuerte de Urquiza, tanto como por la presencia del mentor de su muerte, y esa rivalidad de ideas apasionadas pervive hasta la actualidad. Un ejemplo notable es que, a un siglo y medio de estos sucesos, el nombre de López Jordán sigue provocando polémicas. Y también a veces algunas chanzas. En Concepción del Uruguay, la calle Urquiza (que nace en el Colegio por él fundado) “muere“ en el Parque de la Ciudad, que se llama como todos saben... ¡Ricardo López Jordán! Eso motivó una décima burlesca de Américo Schvartzman, uno de los compiladores de este libro, que dice así:

                En mi ciudá tan querida

                el sentido del humor

                supera el odio y rencor

                en la historiografía.

                La veta nominativa

                del debate es primordial:

                ¡Qué acierto tan liminar,

                qué ubicación más precisa,

                que esté donde muere "Urquiza"

                el Parque “López Jordán”!

 

Existe mucha bibliografía que demoniza a López Jordán. Para Horacio Salduna, el caudillo fue un personaje menor e hizo caer a Entre Ríos en sus únicas derrotas militares. “Ramírez –escribió Salduna– murió luchando virilmente por defender y salvar a su mujer, que había sido capturada por los enemigos que lo perseguían y que comenzaban a ultrajarla. Urquiza, pudiendo refugiarse en la torre de San José, murió en lucha desigual por defender a su esposa y a su familia, aun con casi 70 años de edad. Ricardo López Jordán se escapó de la cárcel de Rosario disfrazado con las ropas de su esposa a quien dejó abandonada, sola e indefensa, en la que fuera su celda, en manos de sus enemigos”.

Otros, en cambio, como Evaristo Carriego, sostienen que todas las acciones políticas de Urquiza estaban destinadas a solventar su fortuna personal: “Llegado 1870, el descrédito comenzó a rodearlo, como esos frutos que pierden su color natural, al caer del árbol, finalizando en las cunetas, pateados por los transeúntes. Desde Buenos Aires, quise acercar mis auspicios a ese joven oficial, Ricardo López Jordán, que elevaba una divisa insoslayable: Defendamos la soberanía provincial”. El padre del futuro poeta le escribirá al caudillo: “Nada creo del general Urquiza pero todo lo espero de la santidad de nuestra causa. Un hombre puede ser necesario para ciertas épocas; pero no siempre y en todas ocasiones. El general Urquiza puede faltarnos; pero el vacío que deje habrá quien lo ocupe. Un hombre vendrá después de él que levantando esa bandera despedazada que nos deja, la haga flamear triunfante sobre la República entera. ¿No será V. el predestinado quizá?”

Para Darío Gil Muñoz, López Jordán terminó haciendo el caldo gordo a los porteños al asesinar a Urquiza, justo cuando el presidente Domingo Faustino Sarmiento acudía en apoyo del entrerriano para contrarrestar el poder político de Mitre. Mientras que Salduna aporta que no fue una revolución la que terminó con la vida de Urquiza sino un golpe de Estado.

El Parque municipal que lleva el nombre del caudillo, ubicado en donde muere la calle Urquiza.

“Fue un verdadero asesinato. Fue un proyecto premeditado de unos pocos, y el colorido patético que se le quiere dar no existe”, documentó Salduna, citando al fiscal del juicio contra uno de los ejecutores.

De todos modos, conviene tomar con mucho cuidado las argumentaciones de quienes se enardecen ante la historia. Bernardo I. Salduna, por ejemplo, sostiene que autores como Fermín Chávez han ensalzado inmerecidamente a López Jordán como “defensor de la autonomía entrerriana”. Y luego sugiere leer, “para hacernos una idea más aproximada a la realidad”, un trabajo publicado por la Academia Nacional de la Historia, de autoría de Pedro Santos Martínez, sobre “La revolución jordanista y el Brasil”. Pero –para empezar– Salduna cita mal el título, lo cual sería muy menor comparado con lo que sigue: “A través de él nos enteramos de los planes de López Jordán y su gente encaminados a segregar las Provincias de Entre Ríos y Corrientes y ponerlas bajo el protectorado del Imperio de Brasil. El secretario de López Jordán, José Hernández –futuro autor del Martín Fierro– redacta un manifiesto dirigido al Barón de Río Branco, que el propio suegro de López Jordán, don Manuel Puig, entrega personalmente en la corte de Río de Janeiro. El Imperio del Brasil –en aquella época una monarquía– auxilió con armas, barcos y provisiones la rebelión de López Jordán. Y, de no ser por la rápida intervención de las fuerzas nacionales mandadas por el presidente Sarmiento, la separación de estas provincias –Entre Ríos y Corrientes– y su anexión al Brasil hubiera sido un hecho”.

Tremendo ¿no? El gran defensor de la soberanía entrerriana habría ofrecido ponerla en manos del odiado imperio vecino. Pero ocurre que al preparar esta nota se tomó la sugerencia de Salduna de consultar el texto de Santos Martínez. Y lo que dice es, más bien, todo lo contrario. Al parecer, fue José Hernández quien sugirió una estrategia de ese tipo al caudillo entrerriano. Pero éste la rechazó. El artículo citado muestra cómo los porteños y los brasileños usaron esa historia para desprestigiar a López Jordán. Dice Santos Martínez: “El documento de Hernández nunca fue aceptado ni firmado por López Jordán y sólo quedó en su archivo particular. De ahí que no consta en ninguna documentación hasta ahora conocida, que López Jordán hubiera pedido la colaboración brasileña u ofrecido, a cambio, contraprestaciones. Recuérdese que, tiempo después, Hernández se separó del jefe entrerriano”.

Para dejarlo aún más claro, en las conclusiones Martínez incluye la siguiente afirmación: “Quizá pueda admitirse que López Jordán solicitara ayuda a Brasil porque necesitaba armas y dinero. No estaba ausente de su pensamiento esta posibilidad. Pero de ninguna manera se encuentra probado que efectivamente lo pidiera y ofreciera cercenar la integridad del país y menos ofrecer la incorporación de la Banda Oriental al Imperio. Durante toda su vida había sido muy clara su actitud contra las ambiciones rioplatenses del Brasil. Nunca ha sido probado que López Jordán ofreciera la segregación de su provincia como precio de aquella hipotética colaboración brasileña”. Todo lo contrario de lo que Bernardo Salduna pretende extraer como conclusión ¡de ese mismo texto! Como se ve, las grietas y el fanatismo también afectan a los historiadores.

Un protagonista ilustrado de la época, como Alejo Peyret, lo defendía a su modo: “No es extraño que López Jordán tenga tantas simpatías; él representa las aspiraciones de un pueblo despotizado por más de treinta años; él es la expresión de la autonomía provincial, debido no a sus méritos, porque ha cometido grandes errores políticos y militares, pero sí a los desaciertos del gobierno nacional (...) Urquiza ha muerto, muerto asesinado, es muy cierto, pero esto no es una razón para asesinar a la provincia de Entre Ríos, como lo pretende el Presidente Sarmiento, so pretexto de civilizarla”.

Historiadores de fuste como Fermín Chávez o Jorge Newton han reivindicado al caudillo entrerriano. Pero, ¿quién era López Jordán? Nació en Paysandú en 1822, durante el exilio de su padre quien, siendo gobernador de Entre Ríos, fue destituido por las fuerzas porteñas al mando del general Lucio Mansilla. Nieto de Tadea Jordán (la madre de Francisco Ramírez y de Ricardo padre), estudió en el Colegio de San Ignacio de Buenos Aires y se incorporó muy joven al ejército federal combatiendo como soldado en Arroyo Grande, en 1842. Después lo hizo en Caseros; sirvió durante 28 años en el ejército entrerriano al mando de Urquiza e intervino en todas las batallas importantes que aquel libró.

Como comandante militar de Concepción del Uruguay defendió a la ciudad de la agresión porteña en 1852. Ascendió a coronel de Caballería seis años más tarde. Se casó con Dolores Puig –una mujer de la alta sociedad paranaense–, con quien tuvo siete hijos. Fue diputado, presidente de la Legislatura, ministro provincial y diputado nacional. Luchó en Cepeda y Pavón, en donde firmó el parte de la victoria; llamó desesperadamente a su jefe para que volviera y así completar el triunfo decisivo ante los porteños, lo que no ocurrió. Cada vez más disgustado con Urquiza, le rogó no combatir a los paraguayos y sí contra “nuestros enemigos”, los porteños y brasileros. Su prestigio creció tanto que Urquiza impidió que llegara al gobierno. Finalmente, cuando la provincia se libró del “Señor de Entre Ríos”, a quien ya muchos entrerrianos conside-raban “vendido a los porteños” o, como mínimo, demasiado blando con ellos, López Jordán encabezó el último levantamiento federal autonómico de la República Argentina. Con él se termina de manera definitiva, en el país, la escasa esperanza que aún quedaba de revertir, desde las provincias, la dominación de Buenos Aires.

                López Jordán es un extraño emblema uruguayense, aunque nació en Paysandú, por la razón antes mencionada. Urquiza, que lo había apadrinado en todo, no lo consagró como el candidato oficial y eso lo hizo enfurecer. Otras decisiones de Urquiza lo alejarían cada vez más de su antiguo protector: la batalla de Pavón, el repliegue ante los porteños, y la guerra del Paraguay. “Usted nos llama para combatir al Paraguay. Nunca, general, ese pueblo es nuestro amigo. Llámenos para pelear a porteños y brasileros. Estamos prontos. Ésos son nuestros enemigos. Oímos todavía los cañones de Paysandú. Estoy seguro del verdadero sentimiento del pueblo entrerriano”, le escribió López Jordán a su jefe. Tres días después del asesinato de Urquiza, la Legislatura lo eligió para completar el mandato como gobernador: “De los 23 miembros que componían la Legislatura, sólo 12 se presentaron a votar y tres lo hicieron en contra”, cuenta Salduna. La gestión jordanista no duraría mucho: el 19 de abril, Sarmiento envió un ejército y declaró a López Jordán “reo de rebelión”.

Un cuadrito de la historieta “El Chumbiao”, guión de Fermín Chávez, dibujos de Juan Arancio, en Clarín.

Detenido en Entre Ríos, llevado a Paraná, sujetado con grilletes, fue conducido a Rosario, donde quedó a la espera del juicio. El día de la fuga llegaron hasta la prisión su esposa, Dolores Puig y sus hijos Eduardo, Pepa y Lola. Uno a uno se fueron yendo hasta que la guardia vio salir a la mujer (o mejor dicho, creyó verla) con su pequeña hija. Al día siguiente sabrían que era el mismísimo López Jordán.

                Diez años después, el 22 de junio de 1889, en un frío mediodía en Buenos Aires, el viejo general transitaba por la calle Esmeralda entre Lavalle y Tucumán, y al saludar al coronel Leyría, que en ese momento cruzaba por la vereda opuesta, “se vio de pronto y por detrás atacado por un individuo alto, moreno, de poblado bigote negro, que dice llamarse Aurelio Casas, entrerriano, casado, quien descerrajó sobre el General dos tiros de pistola Lafaucheaux, fuego central calibre 12, una de cuyas balas penetró en la parte posterior de la cabeza, cerca de la oreja derecha, atravesando la masa encefálica”, informó una crónica policial del día. Casas declaró que mató a López Jordán en venganza por la muerte de su padre, Zenón Casas, oficial “florista”, durante la segunda rebelión jordanista. El historiador Fermín Chávez nunca creyó en esta versión: “Lo mataron en Buenos Aires, en la calle Esmeralda al 500, por un enviado de los hijos de Urquiza. El asesino, llamado Aurelio Casas, utilizó una infamia diciendo que Jordán había matado a su padre, y al padre de Casas lo habían matado sus propios partidarios, por traidor”.

Los restos del entrerriano permanecieron durante un largo tiempo en el cementerio de La Recoleta hasta que en 1990, durante el gobierno de Jorge Busti, fueron conducidos a su lugar definitivo, en el mausoleo que se levanta detrás de la Casa de Gobierno de Entre Ríos, sobre la plaza Carbó.

Ricardo López Jordán no ha tenido en Entre Ríos los homenajes que sí tienen quienes fueron sus contendientes (incluso los que avasallaron la dignidad entrerriana), y eso pese al indudable lugar que ocupó en su historia. En el territorio provincial hay un par de escuelas que llevan su nombre, unas pocas ciudades que lo han homenajeado en algunas calles, pero la memoria popular, en especial, no dejó que se perdieran el nombre y la gloria de López Jordán. Entre otros homenajes que se producen desde la revisión y recuperación del pasado (como, por ejemplo, varios libros sobre el caudillo), brilla un trabajo que es     –por desgracia– poco conocido: la presencia de López Jordán en el cancionero entrerriano.

De azahares tengo coronas

pa’ regalarle a Jordán

y a todos los que defienden

 el derecho provincial.

Yo vi venir a Jordán

en un caballo tordillo

gritándole a los salvajes

que se aten los calzoncillos”.

 

Estas son algunas de las coplas del “Cancionero Popular Jordanista”, que recopiló el poeta, músico e investigador Ricardo Maldonado, y editó en disco. La fuente original de estas coplas fue Tránsito Albornoz, un cantor popular al que Maldonado grabó en la ciudad de Galarza en 1975. Recientemente y en base a diferentes fuentes, se presentó la obra teatral Jordán, un pueblo en armas, escrita por Guillermo Lugrin y protagonizada por el grupo de teatro de Nogoyá “Candilejitas”, bajo la dirección de Olivia Reinhart. Otro reconocimiento popular vino de la mano del historiador Fermín Chávez, al escribir el guión de una historieta, ‘El Chumbiao’, que contaba con ilustraciones del gran dibujante santafesino Juan Arancio, donde se narraban las peripecias de un gaucho jordanista, Gerónimo Romero. Se publicó en el diario Clarín –otros tiempos– entre 1967 y 1969.

Pero nadie más reticente para reconocer a López Jordán que su propia ciudad. Con dos excepciones, la primera es el Parque que ya se mencionó.


La medalla al General López Jordán, homenaje de “las señoras de la Concepción del Uruguay”.

La segunda, en realidad, es muy anterior, pero casi desconocida: un año antes de su muerte, en 1888, las damas uruguayenses entregaron al general López Jordán, al regreso de su exilio, una medalla en su homenaje, que se reproduce en este trabajo. Cuenta Pablo Schvartzman que es la única que se conoce en relación a este hombre vituperado en la historia entrerriana. “Se trata de una hermosa pieza de plata dorada, de 50 milímetros de diámetro con un peso de 77 gramos. Se cree que existe otra pieza igual, pero de oro”. El texto dice, en el anverso: “AL PATRIOTISMO. AL HOMBRE HUMANITARIO. AL VALOR”. Y en el reverso: “LAS SEÑORAS DE LA CONCEPCIÓN DEL URUGUAY AL GENERAL DON RICARDO LÓPEZ JORDÁN – 1870”. Los especialistas creen –ya que no se conocen datos de su acuñación– que, por su tipo y varios detalles, es de origen francés.

Esa medalla, junto con el Parque Municipal López Jordán, allí, al fondo de La Histórica, donde muere la calle Urquiza, parecen ser los únicos homenajes de su ciudad a aquel general que una vez se fugó de una cárcel rosarina disfrazado de mujer.

Ricardo López Jordán en su vejez.

 

Este capítulo se basa en los siguientes elementos: la nota de Jorge Riani titulada “La fuga del caudillo travestido”, publicada en El Miércoles Digital, en mayo de 2012, las biografías de Fermín Chávez (Vida y muerte de López Jordán, editado por Hyspamérica) y Jorge Newton (Ricardo López Jordán, último caudillo en armas). También las Cartas de un extranjero, de Alejo Peyret, y la Historia Argentina, de José María Rosa, así como la nota “Una medalla de López Jordán”, de Pablo Schvartzman, en El Miércoles, número 257, el 4 de abril de 2007. Sse consultó el texto de Bernardo I. Salduna “Mitos y verdades sobre la muerte de Urquiza”, en El Heraldo el 11 de abril de 2018; el artículo de Pedro Santos Martínez “La rebelión jordanista y el Brasil (1870)”, en Investigaciones y Ensayos, número 46, de la Academia Nacional de la Historia, enero-diciembre de 1996. Además, la obra de Juan A. Vilar, El Estado Nacional Argentino 1862-1880, editado por Eduner, 2019.

 

 

 

 

 

 

 

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