La crisis económica y política de 2001 fue una de las páginas más duras y trágicas de la historia argentina reciente. Para toda una generación que en aquel entonces transitaba la adolescencia, representó una casi bisagra. Dos décadas más tarde, los hoy adultos de entre 30 y 40 años recuerdan y reflexionan sobre aquellos sucesos que obligaron a crecer de golpe.
Por CLARA CHAUVÍN de EL MIÉRCOLES DIGITAL
Mucho se ha dicho respecto de la tan nombrada generación millennial para referirse a quienes nacimos durante la década del ‘80, vivimos la adolescencia en los 2000 en pleno crecimiento del mundo digital y la hiperconectividad.
Hay quienes la consideran una generación débil o insatisfecha, ambiciosa pero vaga. Muchas veces son más prejuicios que argumentos certeros, o muy poco se tiene en cuenta ciertos contextos históricos para tener una visión macro del tema.
Más allá de eso, ese término anglosajón pareciese referirse más a ciertas características de esta generación en el norte global. ¿Qué ocurre entonces con los millennials del sur profundo? En especial quienes vivimos en Argentina y que nuestra adolescencia se vio fuertemente marcada por la crisis de 2001.
Por primera vez, los nacidos en democracia vimos en vivo y en directo a través de la televisión, la caída de un gobierno elegido por el voto popular; comenzamos a escuchar la expresión "Estado de sitio", algo que remitía directamente a la dictadura cívico militar.
“Tenía 12 años y recuerdo estar en la casa de una amiga y que su papá nos diga que iba a los saqueos. Después, prender la tele y verlo en la pantalla de Crónica TV llevando cajas y botellas. La sensación que me queda es la de pensar, en ese momento, si eso estaba bien o mal. También recuerdo que mi vieja me buscó en el único vehículo que teníamos entonces: una moto Daelim. Estaba muy asustada y no paraba de repetirme ‘vamos a casa que van a declarar Estado de sitio y van a salir los milicos a la calle’. En casa y durante mi infancia nunca se habló mucho de la última dictadura, pero sí recuerdo el terror en la voz y los ojos de mami. Le pregunté qué significaba eso, y me dijo: ‘si estamos en la calle después de las 6 nos pueden pegar un tiro…’ De esos días además recuerdo a mi papá yendo al local que tenía en calle 9 de Julio a cubrir con cartón y papel la vidriera, y que se quedó un par de días viviendo dentro del negocio para tratar de que no le saqueen”, relata Martina sobre esos días.
El haber sido chico en la época y con poco entendimiento de la actualidad política y social, fue también una forma de protección para atravesar un difícil período. Eso sostiene Mariano que en ese diciembre tenía 12 años: “La niñez te protege de un montón de situaciones porque no sos consciente realmente de todo lo que pasa. Es más, cuando me dicen ‘2001’ pienso en los saqueos y en Racing campeón después de 35 años. Esa noche llegué a la casa de mi abuela y me sorprendió que no estaban ninguno de mis 5 tíos varones (son 12 en total). ‘Están todos en el Impulso’, me dijeron. Con un amigo del barrio América fuimos a ese supermercado. Llegamos y ya la gente estaba sacando cosas. Nos quedamos mirando sobre la calle Delio Panizza. Ahí me encontré con unos primos que ya habían entrado. En algún momento de la noche me animé a entrar, y cuando estaba por la puerta me chocó un señor que llevaba una caja con cosas. Lo que tenía más a mano era la góndola de las galletitas, saqué 3 paquetes y salí. Cuando volví a casa de mi abuela ya estaba lo que habían recaudado mis parientes. Había tanto que mi abuela dividió, y les mandó productos a los tíos que no habían participado del saqueo. Nunca comí tanto pan dulce y budines como en esos días. Lamentablemente mi familia siempre ha estado en crisis. Pero si en algo se podía ver la crisis de aquellos días fue en la leche de soja que nos daban en la escuela. Lo más horrible que probé en mi vida. Al año siguiente y, casi en la misma fecha, hubo otro intento de saqueo. También fui. El resultado fue totalmente diferente: hubo represión policial, no se saqueó y uno de mis tíos volvió a la casa de mi abuela luego de recibir una bala de goma en la espalda. Esa imagen me dolió”.
"A algunos sectores les conviene que se naturalice la corrupción, la pobreza. No puede ser que 20 años después la mitad de la población argentina esté por debajo de la línea de la pobreza". (Mariano).
En ese entonces, Sebastián estaba por iniciar sus estudios universitarios y cuenta: “Recuerdo que vivía en una casa de por medio con uno de los supermercados saqueados. Vimos pasar a gente muy necesitada con changos repletos de alimentos, como así también algunos que los llevaban cargados de bebidas alcohólicas y no parecían vivir en tal situación extrema. Fuimos testigos presenciales en primera línea del saqueo, hasta que alguien con los brazos cargados de pañales le pidió a mi madre que le guardemos en nuestra casa los paquetes a cambio de dejarnos parte del botín. Supongo que por miedo, por la situación de desmadre que imperaba, o por no terminar siendo nuestra casa un gran depósito improvisado, mi vieja no aceptó la propuesta y nos mandó a todos adentro, donde la TV transmitía en vivo los mismos hechos que estábamos viendo fuera de casa. Todavía no era muy consciente de lo que pasaba política y económicamente en la Argentina. Estaba tan enfocado en la carrera que quería iniciar, que no era del todo consciente del esfuerzo que estaba encarando mi viejo para pagar la universidad. Por supuesto que con el correr de los años y con el devenir de nuevas responsabilidades valoré aún más el haber podido estudiar”.
Andate a dormir vos
Los efectos del neoliberalismo en los ‘90 habían detonado y su onda fue expansiva. Quienes provenimos de familias de clases trabajadoras experimentamos esas crisis hacia adentro de nuestros hogares, en tiempos que la plata faltaba, y la poca que había no tenía ningún valor. Los paros docentes durante el 2002 y 2003 -año en que las clases iniciaron en el mes de junio- profundizaron aún más ese sentimiento de incertidumbre.
Florencia rememora esos días con muchísima lucidez y como algo que la marcó para los años posteriores: “Tenía 13 años. Mi familia sabía dos semanas antes que iban a suceder los saqueos, ciertos barrios de la ciudad se estaban organizando para salir apenas corran los primeros minutos de la madrugada del 19 de diciembre. Mi casa para ese entonces estaba cerca de las inmediaciones del ex supermercado cooperativa Spar de calle Posadas casi Combatientes de Malvinas. Vi gente de todas las edades correr con changos enteros, era un sálvese quien pueda. Todo el que pasaba te ofrecía algo, te preguntaba si en tu casa necesitaban mercadería. En mi familia el 2001 significó el quiebre y el deterioro que terminó en el divorcio de mis viejos luego del sufrimiento de una economía muy pobre, insostenible. Para mí fue el fin de la inocencia de mi infancia y la entrada a una adolescencia compleja, muy punk, muy rebelde y con mucho enojo ante las injusticias”.
La rebeldía, tan propia de los años de la adolescencia, estaba especialmente influenciada las consecuencias de los grandes poderes políticos y económicos que se habían llevado puesto a un pueblo entero.
“Cuando se produjo el estallido social en diciembre de 2001, me encontraba a poco más de un mes y medio de cumplir 16 años, por lo que me tocó vivir aquella experiencia como uno más de tantos jóvenes que transitábamos el último tramo de la escuela secundaria. Por aquel entonces ya me empezaba a identificar con las ideas socialistas, un poco por rebeldía, y un poco porque sentía la necesidad de entender el problema de la desigualdad y poder pensar una sociedad más justa. A esas preocupaciones se le sumaba una bronca cada vez mayor contra lo que considerábamos un poder político que era responsable de la miseria en la que vivía la mayor parte de la población. La Alianza, que al principio se nos presentaba como una alternativa para derrotar al menemismo, terminó siendo más de lo mismo y ratificando las políticas neoliberales que se suponía iba a enfrentar. Los medios hablaban de lo maravilloso que era viajar a Miami o a Brasil con el uno a uno, pero la mayoría de los que estábamos del otro lado de la pantalla teníamos que contar las monedas para poder compartir una cerveza con amigos. El rock era obviamente la banda sonora de aquella etapa de juventud, con bandas como Los Redondos, La Renga o Bersuit poniéndole música y letra a nuestro descontento, al desencanto con todo eso que estaba pasando. ‘Se viene el estallido’ era más que una consigna, era una verdadera síntesis de lo que nos pasaba por la cabeza frente a tanta impunidad, al ver que mientras todo esto pasaba los genocidas de la última dictadura seguían sueltos”, relata Federico.
Los saqueos, las revueltas y la represión policial se extendieron en todo el país, dejando el saldo de 39 muertes. “¡Que se vayan todos!” era la expresión más escuchada en la televisión, con los cacerolazos que eran la noticia diaria, junto al recambio de presidentes en Casa Rosada. Mientras tanto, nuestros viejos se iban quedando sin laburo y había que arreglársela como sea para poner el plato de comida sobre la mesa. “En casa por unos días no notamos mucho, hasta que la nafta pasó de valer de 50 centavos a 2 pesos y ahí todo se volvió un caos. No había trabajo ni plata, aparecieron 5 monedas nuevas al menos. Acá la vida en pesos era una cosa, en Patacones B era casi lo mismo y los Federales no valían nada. El que tenía dólares fuera del banco, estaba arriba de Dios. Todos los días veíamos en la tele cómo no dejaban de subir los precios. A mí me preocupaba que en el boliche la entrada en Federales era más cara y el pasaje a Bariloche era imposible. El papá de una amiga que trabajaba para una entidad que paga en dólares, hizo plata como nunca. Mientras, otros se fueron fundiendo de a poco. Mi viejo dejó el taller que alquilaba y buscó uno más barato, más chico y donde podía trabajar menos. Pero mucho no importaba porque nadie arreglaba el auto, la gente caminaba y no había remises para reparar. A veces me enojaba porque a los 15 años querés salir o comprarte cosas y estás como fuera de la realidad, pero me preocupaba ver a mi viejo callado a veces, o las facturas pegadas en la heladera que estaban ahí durante días. En casa éramos 3 hermanes y había que repartir todo y creo que aprendimos a hacer economía para el resto de nuestras vidas. Fueron pasando los meses, los presidentes y los años; y les argentines nos acostumbramos a que la plata vale cada vez menos y las cosas cuestan cada vez más”, recuerda Luly, quien por esos días tenía 15 años.
Si esa moneda hablara
Los y las adolescentes de la gran crisis de 2001 somos los adultos que hoy rondamos entre los 30 y 40 años. En el medio atravesamos otras crisis que, aunque quizás no fueron tan profundas, repercutieron en nuestra subsistencia con trabajos altamente precarizados.
Incluso en la actualidad, también nos encontramos en muchas de las mismas batallas que atravesaron nuestros padres años atrás.
"Los años anteriores y posteriores, entre finales los 90 y alrededor del 2005, los recuerdo con muchísimas carencias y conflictos, y eventualmente una luz y un despertar político con la llegada del kirchnerismo. Creo que nadie tomaba total dimensión de lo que estaba pasando, aunque en mi adolescencia ya conocía parte de la historia económica de nuestro país y lo semejante que es una montaña rusa. Estaba acostumbrado que cada diez años haya una crisis económica y que todo se fuera a la mierda. En el 89 pasó algo parecido y que terminó con el gobierno de Alfonsín. Las carencias no se me olvidan y creo que una buena parte de mi vida la he formado, la he moldeado, para tratar de evitarlas tanto para mí como para mi familia. Ver lo jodido que estuvimos me curó de espanto para decir que no quiero que algo así le vuelva a pasar a nadie", dice Marco.
"Los medios hablaban de lo maravilloso que era viajar a Miami o a Brasil con el uno a uno, pero la mayoría de los que estábamos del otro lado de la pantalla teníamos que contar las monedas para poder compartir una cerveza con amigos". (Federico).
Martina agrega en igual sentido: “Siento que haber vivido una verdadera crisis, aún siendo chica, te deja enseñanzas: saber en qué país vivís desde el día uno; que empezás a laburar y cobrar un sueldo ya de adulta; tener cuidado con algunas apuestas económicas; cuidar cada laburo que lográs obtener y defenderlo a muerte. En mi caso, siendo docente hoy, sé que tengo que salir a luchar cada vez que la educación pública se ponga en discusión. También creo que a todos nos enseñó un poco de solidaridad, si bien considero que el argentino de por sí es solidario y está en su naturaleza, ese contexto y la crisis de 2001 nos enseñó que cualquiera puede estar en la calle de un día para el otro. Siento que viví parte de nuestra historia, como otras veces me ha pasado de presenciar la aprobación de leyes relevantes, o de ir a marchas multitudinarias que sé que van a quedar en los libros que mis futuros alumnos estudien. También siento que eso nos define, de alguna manera. No somos los mismos de antes de 2001. Como pueblo algo quedó roto en nuestra confianza en ciertos sectores, sobre todo".
Pasaron dos décadas y son variadas las formas en que el 2001 repercutió en los años posteriores del paso a la adultez.
Para algunos, fue el descreimiento absoluto en la política institucional. "Hoy 20 años después me parece mentira haber vivido esos contrastes económicos, la era Menem y el ‘deme dos’ ,y que hoy un sueldo no alcance para que una familia se mantenga. A lo largo de estos años los gobiernos de turno han mantenido la rueda girando, sin importar la bandera política, la economía argentina va en debacle constante en uno de los países con más recursos del mundo. Del 2001 a hoy ver el precio del dólar se ha convertido en una de las rutinas mañaneras de los argentinos, algo ilógico, esa divisa maneja nuestras vidas. Las industrias se siguen yendo, y otras ni quieren venir a instalarse en un país donde los convenios establecidos no pueden mantenerse o se firman con cifras abiertas. Pero amén de todo esto, el pueblo argentino sigue poniendo el lomo todos los días, sin importar cuántos dólares valga hoy el peso, y a veces increíblemente votando gobiernos que apuntan a clases altas y a eliminar todo lo que tenga que ver con lo público, que no les interesan las políticas de Estado que garanticen el bienestar de esos que ponen el lomo día a día", remarca Luly.
Esta crisis, sus causas y consecuencias, también fueron un despertar de conciencia para muchos quienes en la actualidad deciden formar parte de las luchas sociales.
“Recuerdo muy bien que a la vuelta de la casa donde vivía, en el barrio Puerto Viejo, había un galpón que funcionaba como depósito de una distribuidora de alimentos. Vi salir de ahí a gurises chiquitos, la mayoría vecinos de La Concepción, llevando en sus manos pedazos de queso y fiambre que iban comiendo mientras caminaban descalzos por las veredas de la calle Perón. No decían nada, pero en sus ojos grandes y en esas costillas que se les marcaban en la piel, pude leer mucho más de lo que contaban los medios nacionales, que por entonces ya habían convertido a Concepción del Uruguay en la primicia de la crisis. Esa experiencia me llevó a mirar los saqueos desde otro lugar, porque no me sentía identificado con el dedo acusador de la 'gente bien', que en cierto modo tenía mucha complicidad con las causas del estallido. Hoy, a 20 años de esa experiencia, me encuentro trabajando orgullosamente como docente, porque entendí que la educación es uno de los terrenos donde podemos dar las batallas más importantes, y también militando de forma activa en mi sindicato para que aquello no vuelva a ocurrir. Fueron dos décadas de mucho aprendizaje, años de organización y lucha que nos prepararon para resistir el experimento macrista, que amenazaba con dejarnos igual o peor que en 2001, para luego tener que afrontar una pandemia que se llevó puesta la vida de millones de personas en todo el mundo”, afirma Federico con enorme convicción.
"A lo largo de estos años los gobiernos de turno han mantenido la rueda girando, sin importar la bandera política, la economía argentina va en debacle constante en uno de los países con más recursos del mundo". (Luly)
Por su parte, Mariano reflexiona fuertemente: “A algunos sectores les conviene que se naturalice la corrupción, la pobreza. No puede ser que 20 años después la mitad de la población argentina esté por debajo de la línea de la pobreza. Es inadmisible y no podemos hacernos los boludos con eso. Cuando fui creciendo y leí un poco sobre el tema descubrí que no fue tan espontáneo como lo viví en ese momento. Aun así, jamás pude ver el saqueo como un robo. Creo que una parte de los uruguayenses -y de los argentinos en general -realmente la estaba pasando mal. No había manera de que eso no explote por algún lado. No sé si Riccio o Casanova cobraron algún seguro por los saqueos sufridos, lo que sí sé es que había una sensación de felicidad entre aquellos que no teníamos nada. Al menos por pocos días, quienes no teníamos nada, dejamos de pensar en la comida como un problema. Sin romantizarlo, lo vi como un acto de justicia. En un sistema en el que la brecha social, económica y cultural es cada vez más grande un reparto forzado desde y hacia los que menos tienen no me parece condenatorio”.
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