El uruguayense Marcelo "Boga" Pascal vive en Buenos Aires desde hace varias décadas. Es el protagonista de esta foto de diciembre de 2001 (que recorrió el mundo y fue tapa del diario español El Pais) cuenta en esta columna la historia de esa imagen.
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“¡Tapate la cara porque te van a ubicar y vas a terminar preso!” me gritaba un fotógrafo, que –en medio del humo de los gases lacrimógenos y las balas de goma– hacía su trabajo mientras también trataba de cuidarnos.
Ese 29 de diciembre 2001 –la foto es de esa noche– la Plaza de Mayo no era adonde me había propuesto ir con Walter Montano cuando salimos del Rancho de Tarija (nuestra casa).
El destino era un brindis de fin de año en un local del Partido Socialista Democrático en el barrio de Liniers. Ahí fue que nos enteramos de que la gente volvía a salir a la calle porque era claro que el gobierno de Rodríguez Saá se caía como un castillo de naipes.
Nos miramos y no hubo más palabras: agarramos la moto (mi gloriosa CG125) con destino a Rivadavia. La imagen era dantesca: una barricada prendida fuego en cada esquina importante, Liniers, Lacarra, Mariano Acosta, Nazca, Carabobo, Primera Junta, Acoyte, Once, Congreso… todo prendido fuego, con un pueblo en estado de anarquía total.
Llegamos a la plaza. Miles y miles de personas, jóvenes, viejos, niños, familias. De todo había. Difícil explicar la situación. Era un caos feliz y angustioso. Feliz porque se sentía que éramos muchos sacándonos la bronca de lo que pasaba. Sentíamos como que habíamos tomado el control de la situación.
"Muchos murieron en las calles peleando contra la policía, contra el poder (...), pero otros muchos murieron en la puerta de los bancos viendo cómo sus vidas eran esquilmadas por el poder financiero (que nunca paga), otros murieron al quedarse sin trabajo, sin casa, sin vida…"
En mi caso, yo era militante de la Juventud del Partido Socialista Popular y me pasaba mis días de militancia en la Villa Ciudad Oculta, donde teníamos un comedor y una biblioteca.
Había sentido en primera persona la crisis, cómo se derrumbaba todo y nada podía detenerlo, cómo el caos se apoderaba de la situación y terminaba en los saqueos y en la feroz represión del 20 de diciembre, que si bien tuvo su centro en Plaza de Mayo fue pareja en todos los barrios y villas miserias especialmente.
Ya estaba en la plaza de nuevo. El 20 de diciembre había estado junto a las Madres de Plaza de Mayo defendiendo la democracia. Ahí me habían molido a palos cuando junto a otros jóvenes habíamos sacado a las Madres de Plaza de Mayo de abajo de las patas de los caballos.
Sí, tuvimos que sacarlas mientras un policía mal nacido le pegaba rebencazos desde arriba del caballo al grito de “¡Se van viejas putas, la plaza es nuestra, se van!”. El tono de sus gritos aún me acompaña.
Ahí viví en carne propia lo que es que un policía te apunte a la cabeza y te tire (balas de gomas). Vi cómo a un fotógrafo que se la jugó y sacaba fotos lo partían al medio a palazos, le pisaban la cámara para que no queden rastros… Ese día aprendí a detestar a la policía.
Sentí que como socialista, ante las injusticias, estaba donde tenía que estar: en la calle con el pueblo. Eso me costó muy caro en mi organización, perdí el cargo de secretario nacional de la Juventud porque “no quedaba bien”.
Esa noche grité, gritamos muy fuerte: “¡Ohhh que se vayan todos, que no quede ni uno solo!” con la esperanza tal vez de que la bronca que transpirábamos sirviera de algo.
Con el tiempo muchos me lo reprocharon porque no quedaba bien andar tirando piedras, pero el tiempo me convenció de que estuve en la vereda correcta.
En un momento decidí amarrar la moto frente al Banco Nación (Rivadavia y 25 de Mayo) y nos fuimos acercando a la puerta central de la Casa de Gobierno, medio arrastrados por la gente que pujaba por ingresar. En esa época no había rejas que pusieran distancia entre la gente y el edificio. Intentaron varias veces hasta que los portones empezaron a ceder y las puertas se abrieron… Y ahí empezó la locura, la batalla campal.
Atrás de la puerta había varios cordones de infantería que empezaron a tirar de una manera salvaje, fueron avanzando a balazos de gomas limpios y gases lacrimógenos… Se abrieron paso a garrotazo limpio, palo y palo, meta bala de goma, sin mirar si era niño, joven, anciano, mujer, nada. Palo y palo. Yo estaba parado casi en la calle y se me vinieron encima, recibí varios golpes y unas postas de gomas en las piernas que rebotaron en el piso… y ahí para mí todo cambió, busqué con qué defenderme y vi que unos pibes tomaron unas baldosas sueltas y empezamos a pelear cuerpo a cuerpo.
Tengo el recuerdo de ver a tres o cuatro policías moliendo a palos a un pibe en el piso y que les cayeran diez pibes encima y se tomaran revancha. Una locura que no se centraba en un solo lugar: la plaza entera fue un escenario de guerra total coronado por algunos de los árboles históricos prendidos fuego…
La foto muestra un momento en que organizábamos algo parecido a un contraataque y lográbamos hacer replegar a la policía. Fue a fuerza de pedazos de baldosas. Ellos volvían a balazos de goma y un gas espantoso que te dejaba muy mal. Después supe que eso eral gas pimienta.
Varias horas duró la batalla. A Walter lo perdí apenas empezó el desmadre pero me había encontrado con un amigo de la Facultad que militaba en la Vence, y con él anduvimos cuidándonos las espaldas porque estaba lleno de policías de civil que te agarraban de atrás y terminabas en el piso con diez moliéndote a patadas (ahí confirmé que un policía es un cagón, un cobarde en esencia).
La noche terminó con el desalojo de la Plaza y nuestra huida por el medio de Diagonal Norte corriendo casi hasta Callao porque había motos que te seguían.
Una nota de color fue que en medio de la pelea me acordé de mi ¡moto, fui la busqué y me la llevé de la Plaza casi hasta la 9 de Julio, todo entre policías y manifestantes peleándose. Al final la encontré y así nos pudimos ir con mi amigo de la Venceremos.
Yo la tuve barata ese diciembre de locura: no caí preso, no me quebraron ningún hueso y sobre todo, no me mataron. Me llevé un tiro de bala de goma en mi pómulo derecho y bastantes golpes. Pero muchos dejaron su vida ahí, otros se comieron causas penales con condenas más duras que las que recibieron los policías que mataron.
En mi barrio de Floresta esa noche un policía retirado mató a tres pibes porque le cayó mal un comentario… En fin, había que estar ahí como se dice “bancando la parada” así de simple.
Diciembre de 2001 fue y es una tragedia nacional a la que muchos no queremos volver, fue demasiado el costo que pagó el pueblo. Es la síntesis del dolor que se venía acumulando, una olla a presión que estalló de la peor manera.
Muchos murieron en las calles peleando contra la policía, contra el poder que nos estaba saqueando, pero otros muchos murieron en la puerta de los bancos viendo cómo sus vidas eran esquilmadas por el poder financiero (que nunca paga), otros murieron al quedarse sin trabajo, sin casa, sin vida…
¿Qué me queda de esa noche? El sentimiento de haber estado en el lugar correcto en el momento que tenía que estar. Con el tiempo muchos me lo reprocharon porque no quedaba bien andar tirando piedras, pero el tiempo me convenció de que estuve en la vereda correcta.
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