Traemos a la memoria la historia del militar uruguayense Néstor Marcelo Videla, quien fue fusilado el 11 de junio de 1956 por participar en el levantamiento encabezado por el general Juan José Valle contra la “Revolución Libertadora”, que nueve meses antes había producido un golpe de Estado y derrocado al presidente Juan Domingo Perón.
La nota original se publicó en el número 167 de El Miércoles, en junio de 2005.
Forma parte del libro "Historias casi desconocidas de Concepción del Uruguay" (Editorial El Miércoles), que fue producto de un trabajo de compilación de Américo Schvartzman y Clara Chauvín; el trabajo de asesoramiento fue de Jorge Villanova. Salió la luz en octubre de 2019.
En la nota la misma familia Videla proveyó fotografías y aportes documentales. Para ampliar la información sobre los hechos de junio de 1955 se recomiendan los clásicos de Salvador Ferla Mártires y Verdugos y de Rodolfo Walsh Operación Masacre. También el capítulo sobre “La insurrección del 9 de junio” en el libro de Norberto Galasso Perón: Exilio, resistencia, retorno y muerte, 1955-1974.
1956
Néstor Videla: un uruguayense entre los mártires del General Valle
En la noche del 9 de junio de 1956, la llamada “Revolución Libertadora”, que nueve meses antes había derrocado al presidente Juan Domingo Perón, aplastó el levantamiento del general Juan José Valle al frente de un puñado de militares leales. Sin juicio, fueron fusilados. Entre ellos estaba un vecino de Concepción del Uruguay: Néstor Marcelo Videla.
Por GUSTAVO SIROTA
Colaboración: JOSÉ MAHER
El 9 de junio de 1956 estallaba el movimiento revolucionario encabezado por el general Juan José Valle con el objetivo de “restablecer la soberanía popular” tras el golpe militar que encabezaron Eduardo Lonardi, Pedro Eugenio Aramburu e Isaac Rojas, que un año antes había derrocado al entonces presidente Juan Domingo Perón, quien transitaba su segundo mandato constitucional.
La proclama de Valle “Al Pueblo de la Nación Argentina” enumeraba las razones que los llevaban “a tomar las armas” ante “la más cruel y despiadada tiranía (…) de una minoría despótica (…) sostenida por el terror y la violencia en el poder...”.
El levantamiento fracasó: los rebeldes sólo logran tomar unos pocos objetivos militares y edificios públicos en algunas ciudades como La Pampa, Santa Fe, Avellaneda y Rosario. En pocas horas, con escasos enfrentamientos armados –en los que murieron seis personas– el movimiento fue sofocado. Pero después de haberse rendido y aún antes de que el gobierno declarase la Ley Marcial, un grupo de oficiales y suboficiales fueron fusilados sin juicio, sin defensa ni apelación posibles. En los pocos casos que se llevó adelante algún juicio sumarísimo, los propios jueces militares señalaron improcedente la pena de muerte, por “haber depuesto las armas los implicados antes de la publicación del bando marcial”.
Un río de sangre corrió en esas jornadas. Entre el 9 y el 12 de junio de 1956, fueron 27 los civiles y militares fusilados, algunos de ellos en fusilamientos clandestinos realizados en José León Suárez, antes de la orden de ley marcial.
La Argentina dividida no permitía términos medios y la “Libertadora” quería escarmentar cualquier rebeldía. Salvador Ferla en Mártires y Verdugos y Rodolfo Walsh en Operación Masacre serán los encargados de contar los horrorosos crímenes del año 56. El régimen instalado en septiembre de 1955 mostraba su cara más terrible. Desde entonces la “Libertadora” pasará a ser, para buena parte de la población argentina, la “Fusiladora”.
Entre los fusilados militares en Campo de Mayo el 11 de junio se encontraba un oriundo de Concepción del Uruguay: Néstor Marcelo Videla, entonces teniente 1º de Banda del 2 de Infantería.
Junto con él fueron ejecutados los coroneles Eduardo Alcibíades Cortínez y Ricardo Santiago Ibazeta, los capitanes Néstor Darío Cano y Eloy Luis Caro y el teniente 1º Jorge Leopoldo Noriega. Arturo Jauretche, en su Manual de Zonceras, refiere que en los casos de Lanús y José León Suárez “no hubo ni siquiera juicio sumarísimo. Lo hubo, en cambio, en el caso de los fusilamientos de Campo de Mayo, Escuela de Mecánica del Ejército, Penitenciaría Nacional y La Plata. Pero en Campo de Mayo el Tribunal Militar se pronunció, y la resolución fue comunicada a los procesados oficialmente: ‘Este Tribunal ha resuelto no aplicar la pena de muerte’. Esta se derogó por decreto N° 10.364 del 10 de junio de 1956, que pasó por encima de la sentencia y ordenó la ejecución”.
En 2005, al acercarse el medio siglo de esos sucesos, El Miércoles dialogó con su hermano Víctor Hugo Videla, para reconstruir y dar a conocer la historia de este olvidado mártir uruguayense.
En esa madrugada a Néstor lo despertaron diciéndole: “Teniente Primero, llegó la hora”. Víctor cuenta: “Lo llevaron al paredón y le colocaron una venda. Cuando el jefe del pelotón iba a dar la orden de fuego, Néstor pidió que todavía no lo mataran, quería que le saquen la venda para ver quiénes lo mataban y con qué tipo de arma. Concedido su deseo, el pelotón se puso nuevamente en posición. Antes de que disparen, gritó ¡Viva el 2 de Infantería, viva la Patria! El 2 de Infantería era su amado regimiento, donde tuviera de jefe al Coronel Cortínez, también fusilado. Pero a Néstor fue necesario matarlo dos veces, ya que no murió en la primera descarga. Fue necesario un tiro de gracia en la cabeza para terminar con su vida.”
Horas después del hecho Víctor recibía la noticia: “Estábamos acuartelados por ese motivo, yo veía que todos me esquivaban, que no buscaban establecer una charla, pero recién después fui atando cabos. A las 5 de la mañana habían pasado por las armas a toda esta gente, nombraban uno por uno y nombraban a mi hermano. Ninguno quería ser el responsable de hacerme saber. Yo me entero a las 11 por un telegrama que me mandó mi otro hermano, que era teniente”.
El otro hermano Videla, el encargado de enviar el aviso a Víctor, se encontraba en el 2º de Infantería en Palermo. “Me manda un telegrama que decía ‘Néstor grave, avisa a papá. Eduardo’. Eso era todo. Me presenté ante mi teniente primero y le digo que acabo de recibir un telegrama. No me dejó terminar de hablar y dijo: ‘escuchame, estás en libertad de salida para que te ocupes de tus problemas’. Y eso que había una orden de que el acuartelamiento era estricto, sin salida para nadie”.
Cuando salió del cuartel hacia su casa, su esposa debió darle la noticia: “Me preguntó si no había escuchado la radio, y me cuenta que lo habían fusilado. Estaban pasando la lista por la radio”.
Esa tarde del lunes salió con su padre en el vapor Ciudad de Buenos Aires y llegaron a Capital el martes. “Al llegar nos estaba esperando un móvil de la Policía Federal que nos siguió todo el tiempo que estuvimos allá”, rememora.
Al llegar se contactó con su hermano, quien fue a hacer averiguaciones a Recoleta mientras Víctor se dirigió a Chacarita. “Cuando llegué no sabía a quién preguntarle, todos se negaban. Me acerqué a unos soldados que estaban en una obra, nadie me decía nada, había una orden estricta de no hablar. Hasta que encontré un hombre mayor. Me acerqué, le conté quién era, por qué estaba ahí, de dónde venía y que era hermano de uno de los fusilados. Fue esa persona quien nos confirmó que los fusilados estaban allí”.
Luego de mucho hablar con el administrador y tras varias evasivas, pudo ir al depósito donde se guardaban los cuerpos. “Fuimos al depósito y en unos estantes estaban los cajones. Cada cajón tenía una etiqueta con el nombre del fusilado, en una decía ‘Teniente 1º Néstor Marcelo Videla’, pero no pude ver el cadáver”. Recién al día siguiente les entregaron el cuerpo.
Néstor tenía una hija de siete u ocho años llamada Marta y su mujer, Inés Jaurena, estaba embarazada de ocho meses del segundo hijo que también se llamaría Néstor. Víctor contó que cuando su hermano se entera de que iba a ser fusilado, pidió como última voluntad el poder despedirse de su familia. “La fueron a buscar a la madrugada. Cayó un celular a la casa con un montón de tipos armados hasta los dientes. Ella no quiso llevar a la hija. En la despedida, Néstor le dijo que se vaya a vivir con la madre a Concordia, de donde Inés era oriunda, y que cuide de la hija y del hijo por venir”.
Tiempo después, Víctor se anotó en el comando del general Miguel Ángel Iñíguez, uno de los oficiales dados de baja por la “Libertadora”. Iñíguez comenzaba a planear acciones para traer nuevamente a Perón al país. “Cuando lo conocí y le dijeron que era el hermano del teniente de banda Marcelo Videla, me mira y me dice ‘Voy a tener el gran placer de conocer al hermano del teniente primero de banda Don Néstor Marcelo Videla, que murió de la forma más valiente posible’”.
Víctor también recuerda cuando la noche de junio del ’56, cuando su otro hermano teniente pidió por la vida de Néstor a uno de los Generales que estuvo a cargo del fusilamiento en Campo de Mayo. La contestación de este último fue: “No puedo hacer nada, Videla... Así fuésemos parientes y no amigos de años como somos, no puedo hacer nada. Hay una bronca contra los que hicieron el levantamiento, y especialmente contra su hermano. De los ocho que van a fusilar mañana, si hay uno que no se va a salvar es su hermano, no hay nadie que lo salve. ¿Y sabe por qué? Porque no pueden aceptar desde ningún punto de vista que un Teniente Primero del cuerpo profesional le haya metido a toda la oficialidad presa. Contra su hermano hay una tremenda sed de venganza.”
Muchas fueron las acusaciones hacia Néstor, según explicó Víctor no sin rencor. “Lo acusaban de organizar las reuniones en la escuela de Suboficiales dentro de la unidad, lo que era una gran mentira. Tuve la oportunidad de hablar años más tarde con suboficiales de esa unidad, quienes me dijeron que mi hermano jamás hizo reunión alguna dentro de la unidad; lo que hizo, lo hizo fuera de la institución. Tanto el coronel Cortínez como el general Valle iban a su casa en Villa del Parque. Todas las acusaciones fueron un invento y hasta el día de hoy hay gorilas que no quieren ni nombrar a mi hermano”.
Lo ocurrido impactó duramente en la familia Videla. Ser familiar de uno de los fusilados era un estigma etiqueta difícil de llevar por esos tiempos, y el castigo era constante hacia Víctor. “En esos años posteriores la pasé muy mal, me sentía solo. Yo tocaba la trompeta, y en los actos de conmemoración de la Revolución Libertadora, me ponían arriba de un cantero para que todo el mundo viera que el hermano de uno de los fusilados le rendía homenaje a la Revolución. Eso me enfermó, me tuve que retirar, no pude terminar mi carrera”.
En Concepción del Uruguay el recuerdo del fusilado sufrió los vaivenes de época: en el acceso se colocó un monolito que recordaba la fecha, “pero cuando cae el gobierno de Isabel Perón hicieron desaparecer todo y nunca más se repuso. Hice notas y trámites, pero hasta ahora nada, ya no espero nada más”, decía Víctor en 2005. En el Cementerio Municipal un monolito lo recuerda. Y una agrupación peronista en la Ciudad de Buenos Aires lleva su nombre “en homenaje a su gloriosa memoria de mártir del pueblo” según explican en su sitio web.
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