Se fue José Antonio Castro. El Chamarritero se despidió, según palabras de su hija Ceci, “como durmiendo la siesta”. Así era él: sencillo e imprescindible. Como la siesta. O como diría el Guille Lugrin en las hermosas palabras con las que lo presenta en el flamante disco que nos dejó a todos: como el río. Nuestro, continuo y marrón.
Por AMÉRICO SCHVARTZMAN
El Chamarritero nos dejó, pero no es verdad que haya muerto. Porque la muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida, como escribió José Martí.
Este fin de semana se realiza acá, en la ciudad de El Chamarritero, el Festival De Costa a Costa, ése cuyos impulsores lo hicieron revivir, como contó Ceci hace un par de años en una nota, más triste, más amarga, en la que se hablaba de la falta de reconocimiento al gran Negro.
El Gordo y el Ata Puchulu recordaron que José Castro se fue cantando, se fue ensayando a pocos días de presentarse en ese Festival. Y agregaron: “Así se van los artistas pensando en el canto hasta el último aliento, empujando las palabras hasta con el último respiro”.
Como un regalo, José Antonio Castro, El Chamarritero, concretó poco antes de irse, un testimonio de su vida que posiblemente recién en estos momentos, otros comenzarán a conocer. Un disco que desde el título (una bellisima canción que le escribió Antonio Del Río) convoca a reconocer ese lugar del artista popular que desde la sencillez pero desde el profundo orgullo de ser, de no querer ser algo diferente, se planta y crece desde esas raíces, “desde el fondo del pajonal”, desde abajo, desde el pescador, el esclavo estaqueado, la lavandera, el carrero…
“Les canto a los pescadores / como aquel que contrabandeó / quien en desgracias cayó / por balas del guardacostas, / sin saber que a esa derrota / la pobreza lo llevó”. Así se presentaba José Antonio Castro. Desde allí cantó El Chamarritero porque de allí venía. No fue un observador académico, no fue un cronista externo. Fue, es, un artista del pueblo. Guitarrista de Sampayo, compañero de Linares, amigo de Florencio López, intérprete, José Castro, "el Negro", "El Chamarritero", creador de pocas pero bellas piezas como “Arroyo de la China”.
Por todo eso, esto no es un adiós al gran Negro Castro. Es un ahora, es un presente y un futuro: es una puerta que se abre para que muchos más puedan asomarse al “Perfil de luz y silencio” de su obra, que es luz porque alumbra a quien se le acerque, y que glorifica al silencio porque invita a la pausa y la reflexión, a la comunión de seres que compartimos una tierra, una forma, una mirada que solo puede resumirse en la palabra más hermosa, que es “libertad”. Y que más temprano que tarde, necesitarán –necesitaremos-- arrimarnos, mojar tímidamente los pies, y al fin arrojarnos de cabeza y llenos de alegría a nadar ese río hondo y correntoso que es nuestra identidad, ignorada, ninguneada, despreciada, pero viva. Viva por artistas populares como José Antonio Castro.
¿Y por qué este homenaje comienza y termina recordando la relación del Movimiento De Costa a Costa con el querido Negro? Porque ellos lo impulsaron a grabar ese testimonio extraordinario que es su disco. Porque ese grupo notable de jóvenes sabios, de gurises grandes, tozudos, estudiosos, amantes de lo nuestro como lo fue, como lo es, José Antonio Castro, El Chamarritero, lo homenajea de la única manera en que él lo merece: haciendo, creando, difundiendo la música de su tierra. Pero además, lo porque lo principal, lo invaluable, es que ellos le hicieron saber, le hicieron sentir antes de que se fuera, que ellos sabían quién era, quién es, el gran Negro Castro.
Por todo eso estas líneas no le dicen adiós al Chamarritero: le siguen diciendo hola, José. Qué gusto escucharte, qué gusto tenerte con nosotros para siempre.
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