En noviembre, el Museo Artemio Alisio presentó la muestra “Adobe”, del fotógrafo y músico uruguayense Esteban Alba. Aquí, algunas miradas sobre esa instalación sorprendente, humanista e íntima que celebra a la vez los saberes populares ancestrales, la amistad intergeneracional y la dimensión empática del arte.
Por A.S. y J.G.V.
La palabra “adobe” es tan vieja como las construcciones humanas, de hecho aparece en jeroglíficos egipcios. Los árabes la pronunciaban al-tub, que durante los siglos de ocupación mora de España, se transformó en attub y luego en adobe. Adobe significa "ladrillos de barro secados al sol".
«Adobe es el resultado de un vínculo, una construcción humana con los hermanos Klugg, ladrilleros artesanos de la zona de Santa Cándida. Es un trabajo documental, realizado entre 2014 y 2018 comprendido por fotografía, video, música e instalación, entendiendo por documental a aquello que busca explorar la relación del hombre con su entorno». De este modo presenta Esteban Alba el notable trabajo que expuso durante noviembre en el Museo Provincial Artemio Alisio, en su nueva sede de calle Juan D. Perón, a media cuadra de la plaza Ramírez.
En “Adobe” este artista uruguayense construye una obra tan simple como contundente, y al decir “simple” entiéndase que no está sobrecargada con farragosos elementos que llevan a la distracción, o adornada con categorías analíticas presuntuosas, sino que se la presenta con una elección atinada, precisa e impactante de cada uno de los ladrillos que la componen. Y valga, como quizás nunca antes, el uso de la palabra “ladrillo”.
Con “Adobe” el Museo entero se convirtió en una sumatoria de esos ladrillos. Porque “Adobe”, es rancho, es pared, es paja y barro, es ladrillo. Para que el adobe exista tiene que haber quien lo haga, quien elabore esa argamasa de tierra, agua y bosta de caballos. Desde que la especie humana decidió dejar de ser nómade y plantar un rancho o una choza, hundió las manos en el barro, dobló su cintura y transpiró mares bajo días eternos. Eso fue hasta ayer nomás.
“En la costa del Arroyo de la China asoma el sol, eterno. Somos hombres de un tiempo pasado que se hace presente entre espinillos y algarrobos. Artesanos del adobe ancestral que la llama transforma y trasciende, una y otra vez. Resistimos el embate de quienes no saben que acá estamos, en un paisaje en continua mutación. Sabemos que nuestra huella quedará en cada ladrillo y nuestro corazón en el barro. Monte adentro, no hay respuestas. Al lado del rio, la libertad arde”, dice Esteban.
Esa libertad arde en las imágenes y en el video. Porque el fuego es parte del proceso, de ese proceso de elaboración del ladrillo de adobe que, en verdad, a Esteban no le interesa contar: lo que pretende es mostrar en imágenes y objetos la vida o el trabajo –términos inseparables en este caso– de los hermanos Klugg, dos ladrilleros artesanales de estos pagos. Pero viendo esos rostros arrugados por el frío matinal del invierno, azotados por los chijetazos del viento del Arroyo de la China, por los solazos del estío durante medio siglo, esas caras que exhiben los pesares de media humanidad, es imposible no pensar en una vida de trabajo duro, pesado, rústico y nunca bien pago.
Esas alpargatas, “humedecidas por el dolor / se deshilachan en itinerarios de esperanzas, / de tierra y lloviznas, de barro. / Fueron amenaza y llanto, respuesta: / oscilación con marca a fuego”, dice Luis Salvarezza en uno de los textos que acompañan la muestra, textos construidos a partir de las imágenes y que intentan poner palabras a la trama vital desplegada por Esteban en su instalación.
Las fotografías despojadas, austeras, y a la vez tan cargadas de significados como esos rostros –y sin título porque cada una de ellas es “Adobe”–, los videos que se suceden, las voces como lejanos ecos de la cotidianidad, la reconstrucción en el piso del Artemio Alisio de la costa del arroyo, la camisa impactante –en foto y en objeto– así como las alpargatas embarradas de los Klugg, todo transporta al descampado entre los espinillos y los pajonales, acá nomás, al reino secreto de estos ladrilleros que se van apagando. Ese escondido paraje de Santa Cándida está tan cerca del Museo como lejos de quienes en las obras solo ven ladrillos.
Es tan imponente como importante este “Adobe” de Esteban Alba. Porque enseña a mirar. La carretilla tosca, de madera, pesada, los moldes... acalambran los brazos con solo mirarlos. Esteban le pone vida a esos cascotes rectangulares, igualitos, anaranjados que a veces se desgranan en el revoleo de mano a mano, mal cocido seguramente. Ayuda a quien se anima a ingresar a “Adobe” a internarse en ese mundo del sonido orillero, del griterío ribereño de los pájaros, de los pasos en el atardecer, del viento, de las voces en frases cortas y con voces roncas de estos horcones entrerrianos, como seguramente los identificaría Yupanqui, voces que casi sin enterarse de que alguien registra, acompañan a la cámara en el territorio.
Quien se anima a entrar a “Adobe” va pisando paja, ramas, charquitos de escarcha junto a las imágenes. Se frena ante el pajonal que se enciende, arde, crepita y atrapa como todos los fuegos, seguramente para hacer pasturas para unos pocos animalitos viejos y arrugados. Como sus dueños. Dice Eduardo Ojeda, en otro de los textos que acompañan la instalación, que “todo un universo secreto, casi impenetrable, es develado por estas imágenes. El trabajo de las manos con la tierra cruda al amanecer. Las manos trilladas en la forma del ladrillo. Miles y miles de ladrillos que pasaron por esas manos. Un pequeño universo de dignidad y tenacidad, una dura resistencia al avance vertiginoso de la historia”.
El adobe es ladrillo y el ladrillo casa. Y una casa sobre otra casa es un edificio. Si miramos hacia arriba, Uruguay no es la misma, creció en esa dirección y en todas direcciones, y en breve tiempo. ¿Cuántos ladrillos de los Klugg se usaron en esos edificios? Quizás no muchos: los ladrillos de los Klugg son para casas bajas, fuertes, resistentes, con raíces en la tierra, de esas casas que van estirando la ciudad hacia el norte y al oeste. Los edificios son altos, son huecos, son prefabricados. No saben de estos saberes de siglos. No saben de los Klugg. No saben de “Adobe”.
“Diez mil años tiene mi attub, mi adobe. Diez mil años mi cara, mis manos. Diez mil años más durarán. Hechos de la misma mezcla. De esa que seco en la cancha. De esa que pisan mis caballos. De esa que el sol macera. Millones de ladrillos. Millones. Pero no me viste nunca. No me miraste. Nunca. La tarde y la mañana no son distintas. Ya ni recuerdo la diferencia. Ni el orden. Los días se mezclan entre mis manos como se mezclan el barro y el pasto y se pisan bajo las patas de mis caballos”, dice otro de los textos de la muestra, firmado por Américo Schvartzman. Y Ricardo Maldonado, en décimas, aporta que el trabajo de los Klugg...
...tiene en sí el barro que dura,
el fraguado por la lucha,
pórque su vida fue mucha
intemperie y poco pan;
sus manos dieron y dan
razones que no se escuchan.
Esteban cuenta, con orgullo y naturalidad, que con el tiempo él y los Klugg se hicieron amigos. Las visitas familiares a los Klugg son ahora parte de sus entramados afectivos. Y se enorgullece de haber sido merecedor de esa amistad, que atraviesa generaciones, ámbitos, prejuicios y condiciones vitales. Amistad que es consecuencia no buscada pero celebrada de un trabajo de casi cuatro años, pero sobre todo es el resultado de un artista que en su mirada no considera al otro un objeto de laboratorio, una pieza de análisis crítico, sino sobre todo y antes que cualquier otra cosa, un ser humano, digno de respeto, de afecto, de respetuosa escucha. Una condición que a Esteban le aflora por todos los costados de su humanidad y que le permite cultiva una dimensión empática del arte y del género documental.
“Adobe” sigue abierto, dinámico, en producción: “Siguiendo la lógica del laburo desde el nombre, se va amoldando al lugar de presentación y eso lleva a que nunca sea igual. Hasta ahora la version del Museo Artemio Alisio fue la más completa”. En el mes de enero “Adobe” se va a Gualeguaychú, por un mes. Y luego está previsto exponerla en Paraná. Y después, a otras ciudades entrerrianas.
“Adobe”, el registro de Esteban Alba del trabajo, la vida, el oficio, el saber de los hermanos Klugg, no tiene nostalgia o melancolía fingida. No es lamento por la lucha o la pelea desigual: es la reconstrucción comprometida y fiel de un cambio de época, de un oficio que se extingue, que lo reemplaza la industria, el inexorable “progreso” que nos han hecho creer que es el único progreso. No se trata de darle un halo romántico al adobe, sino de registrarlo, de conservarlo para siempre en la memoria, de reconocer que en un principio, al menos en un principio todo crece desde el pie, como las paredes que por hiladas crecen desde el pie. Un registro construido con el único oro que no envilece: el barro del trabajo humano, en las manos de los Klugg, llenas de riqueza construida con los elementos de la tierra, y en la cámara de Esteban que no quiere tomar distancia, porque es la amistad la que da sentido al respeto. La amistad, que es amor, y que en esta instalación impactante, “alumbra lo que perdura y convierte en milagro el barro”, como en la canción de Silvio.
Ficha técnica
Obra: ADOBE // Fotografía- Música – Instalación - Video
Idea, realización y producción: Esteban Alba
Video: German Marsó (edición) Matías Satto (música)
Grabación y mezcla: Joselo Macedra para Estudio de Grabación Cinta de papel
Músicos invitados: Carlos Arrizabalaga (flauta traversa) Marcelino Wendeler (armónica cromática)
Fotografía
Impresiones: Centro de Artes visuales (La Plata)
Soporte: Papel Epson Exhibition Canvas Matte
Montaje:
Dibujo a escala en polvo de ladrillo y dibujo en espejos: Cufa Mastandrea
Registro: Santiago Lacava
Prensa: Franco Nuñes para Espejo de Río
Textos: Ricardo Maldonado, Eduardo Ojeda, Luis A. Salvarezza, Américo Schvartzman
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