Vastas regiones de Alemania, Suiza, Bélgica y Bosnia se llamaron “Argentina” muchos siglos antes de que ese nombre cuajara en el cono sur de Abya Yala (América), en un ida y vuelta similar al del fútbol.
(*) Por DANIEL TIRSO FIOROTTO
Dicen que los guaraníes cultivaron el fútbol como la mandioca, antes que los ingleses. Si así fuera, ese tiento que cose los continentes como si fueran cascos de la número cinco se parece al del nombre de nuestro país.
Argentina era usual en Europa y duró más, allá, del tiempo que lleva en este retazo del planeta, de modo que no pocos alemanes de los que saldrán a la cancha tienen un abuelito de la Argentina. De otra Argentina, claro está.
DESDE CRIANCINHAS
En devolución a los cánticos de la hinchada albiceleste en Brasil que en estos días torean a la torcida con eso de “tener en casa a tu papá”, los periodistas brasileños han publicado en sus portadas aquello de que los brasileños son alemanes desde criancinhas (chiquitos).
La rivalidad futbolera es un clásico, y hoy está que arde. Muy a pesar de los colegas, debemos comentarles que, gane quien gane en el Maracaná, festejarán los argentinos.
Mil años antes de que el término designara a nuestro país, muchos abuelos de los abuelos de los integrantes de la selección alemana de fútbol eran ya de una Argentina.
“Argentina”, vastísima región de la hoy Alemania. Así como la Argentina de aquí dio un Papa que eligió el nombre Francisco en homenaje a Francisco de Asís, fueron los franciscanos venidos de Alemania a la actual Bolivia quienes empezaron a llamar argentinos a los entonces habitantes de Charcas (esa ciudad boliviana también llamada La Plata, Chuquisaca, hoy Sucre).
Eso ocurría en el siglo 16, poco después de iniciada la invasión europea. Luego vendría el clérigo Martín del Barco Centenera para extender el adjetivo argentino al río Paraná y a todas las comunidades de la cuenca del Paraná.
“Argentina” se llama su poema de 1602. O más precisamente: “Argentina y Conquista del Río de la Plata, con otros acaecimientos de los reinos del Perú, Tucumán y estado del Brasil”.
“Los argentinos mozos han probado/ allí su fuerza brava y rigurosa”, dice el autor.
Y aclara después: “el río que llamamos Argentino/, del indio Paraná o Mar llamado”. Es decir, la obra enfoca en el río Paraná, le dice Argentino y señala que su poblador más afamado es el charrúa. El adjetivo “argentino” califica en Martín del Barco Centenera no sólo a un río o una cuenca sino a todo un territorio que hoy abarca varios países vecinos. Ya veremos que la voz trasciende las fronteras aquí como del otro lado del océano.
Centenera toma el adjetivo usado en la ciudad de La Plata (Charcas) y lo atribuye al río. De allí derivan “río Argentino”, “mozos argentinos”, “gobierno argentino”, “Reino Argentino”, en su poema. No como sustantivo, claro.
Así lo explica el autor Ángel Rosenblat en su obra El nombre de la Argentina.
¿Y LOS ALEMANES?
Ahora bien, ¿qué tiene que ver todo esto con los alemanes? Es que la voz que empieza a decir algo de la cuenca del Paraná es la que antes se usaba para hablar de la cuenca del Rin.
Veamos lo que cuenta Rosenblat sobre Estrasburgo, antigua ciudad alemana, hoy en Francia (Alsacia), en el límite con Alemania: “Como vieja aldea de pescadores celtas se llamaba originalmente Argentoratum o Argentorate. Los latinos, en la época de Augusto, la convirtieron en sede de su legión VIII y la designaron a veces con el nombre Argentaria o Argentouaria (había efectivamente minas de plata en sus cercanías). Para la población germana fue Stratesburgum. Ya desde el siglo VIII está documentado el nombre latino Civitas Argentina o simplemente Argentina”.
Y no es que el nombre haya pasado al olvido: al pie del actual escudo de Estrasburgo se lee “Argentoratum”.
Casualidades de la vida, su emblema es un paño blanco cruzado por una diagonal roja que recuerda la bandera federal. Todavía en el año 1.400 existen escritos que nombran de uno y otro modo a la Argentina en Alemania. Es decir, se usó muchos siglos, más tiempo que el que lleva el nombre Argentina en nuestro suelo. En Alemania, en Bélgica, en Suecia, en Bosnia… Está a la vista que el Mundial que nos convoca es una buena excusa para indagar en el origen del nombre de nuestro país, que compartimos con varios de nuestros adversarios de estas horas.
GABRIEL HEINZE
Los franciscanos constituyeron luego una provincia de su orden religiosa en Alemania, y ¿cómo le llamaron? “Provincia Argentina”, con capital en “Argentina” (Estrasburgo).
La Argentina no era chiquita. Dice Rosenblat que esa región bien delimitada por los franciscanos abarcó “toda la Alta y Baja Alemania, llegando hasta Bélgica y Suiza. Esta Provincia Argentina tenía conventos –añade- en Amberes, Bamberg, Basilea, Friburgo de Brisgovia, Heidelberg, Heilbrunn, Ingolstadt, Kaiserberg, Landshut, Maguncia, Mónaco, Nüremberg, Oppenheim, Türingen, Tübingen, etc.”.
Algún futbolista argentino tiene sus raíces en Alemania. Es el caso del entrerriano Gabriel Heinze, con choznos en el Volga que tenían padres o abuelos en las tierras de Bach. (Dichos sea, de paso: Johann Sebastian Bach, de Turingia, una de las regiones que pertenecieron a la provincia franciscana llamada Argentina).
De modo inverso, muchos de los futbolistas alemanes tienen sus raíces en la Argentina. La Argentina europea, claro está. Aquella Argentina inspiró a los franciscanos venidos al Abya Yala para llamar argentinos a los habitantes de una ciudad de Bolivia. El adjetivo fue extendido por Centenera al río Paraná y a toda su área de influencia, la región del Plata.
(Un plus: si argentina deriva del latín argentum, plata, no hay que hacer mucho esfuerzo para ver que el fútbol de élite, donde compiten las dos selecciones, tiene mucho de “argentino”).
Como sea, mientras nos damos a estas digresiones en las previas del partido final, nos enteramos que podríamos recibirlo con lluvias por estos lares. En ese caso, sea con kreppel o con tortas fritas, nos reuniremos en una rueda de mate, o alrededor de un buen porrón, con la esperanza de que el deporte nos regale un poema. De esos poemas que escribía, por ejemplo, un Garrincha, para ser justos con los anfitriones.
SE IMPONE LA POESÍA
Para el estudioso Rosenblat, el nombre Argentina fue cultivado por los poetas, después de Centenera.
Por eso lo señala como una conquista del arte. El 8 de octubre de 1860, luego de años de debates sobre el nombre de nuestro país, el presidente Santiago Derqui firmó en Paraná este decreto, recordado por el propio Rosenblat: “habiendo resuelto la Convención Nacional ad hoc que para designar la Nación puedan indistintamente usarse la denominación Provincias Unidas del Río de la Plata, República Argentina o Confederación Argentina; y siendo conveniente a este respecto establecer uniformidad en los actos administrativos. El Gobierno ha venido en acordar que para todos estos actos se use la denominación ‘República Argentina’”.
Apunta Rosenblat: “el nombre adoptado por los poetas ha triunfado sobre todos los nombres de la prosa oficial”.
No imaginaba, Santiago Derqui, que 150 años después íbamos a recordar su decisión en virtud de un partido de fútbol que hará campeones a los argentinos.
(*) Esta columna fue publicada este domingo 13 de julio en el diario UNO y es reproducida con autorización de su autor.
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