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Ayotzinapa: es difícil de explicar  

Salomón Reyes, director y guionista mexicano radicado en Salto (Uruguay), reflexiona en esta columna sobre la violencia en Guerrero, estado azteca del que es oriundo, y en el que se produjo la desaparición de los 43 estudiantes que sigue provocando espanto y clamor mundial.

Ayotzinapa

Por SALOMÓN REYES (*)

Salomon Reyes

En 1949 asesinaron a mi abuelo en Guerrero. Como se dice en esos lugares, 'se la tenían sentenciada'.  La versión con la que crecí era que mi abuelo Manuel había prestado el arma con la que habían matado a otro hombre, así que los familiares del muerto vendrían tarde o temprano por él.  Lo 'venadearon', lo esperaron en un camino intrincado, de esos de los que está repleto Guerrero y ahí le dispararon sin mediar palabra. Como único testigo, un niño de 7 años, mi tío Ignacio.

 

Con el tiempo comprendí que había sido una venganza desmesurada. Quizá mi abuelo Manuel había hecho algo más que prestar el arma.

 

Encontrarle una respuesta a la masacre de los estudiantes normalistas en Ayotzinapa Guerrero, es una tarea difícil y macabra pero tampoco ayuda asegurar que México es un país bárbaro, un Estado fallido o asegurar que en Guerrero se vive en la época de las cavernas, como lo mencionó un amigo periodista y mucho menos como lo dijo Eduardo Espina en su columna de El Observador, donde sugiere que como Iguala es una ciudad fea, todo puede suceder.

 

Cuando pasan las desgracias, los lugares donde ocurren, se llenan de mala prensa y descalificaciones simplistas sin que los acusadores y calumniadores hayan hecho un mínimo esfuerzo por comprender más allá de lo que se ve. Para entenderte a ti mismo a veces, hay que comprender al otro.

 

No nací en Guerrero por una mera causalidad. Vivíamos en Ciudad de México y mi padre todavía no abandonaba a mi madre. Si lo hubiera hecho antes que yo naciera, mi madre habría tenido que refugiarse y pedir sustento en la casa de sus padres, en un pueblo de la Costa Chica de Guerrero para paliar los gastos y la depresión. No nací en Guerrero pero una buena parte de mi familia sí.

 

En las fiestas familiares sonaba la música bailable de la región, pero cuando el alcohol empezaba a ponerlos nostálgicos aparecían los corridos, esos cantos del pueblo que exaltan la vida de los héroes locales. Así fue como supe de la existencia del guerrillero Lució Cabañas y héroes más antiguos y revolucionarios como Simón Blanco y Gabino Barrera. Todos ellos tenían una característica en común: los habían matado después de llevar una vida valiente y arriesgada, todos ellos eran hombres bragados y, ser bragado en Guerrero es la mejor carta de presentación que tiene un hombre para lograr admiración y respeto.

 

Cuando alguien es agraviado o su familia recibe una afrenta, la naturaleza del guerrerense es pensar en la justicia por propia mano. Mi madre contaba, como una leyenda, que había familias enteras que se habían ido exterminando entre ellas por pura venganza, porque una vez que comienza, es difícil detener. Y es que tampoco se puede cargar con la vergüenza cuando todos saben quién fue el culpable. Hay que sacársela de algún modo. Más que las cosas materiales, el apellido en Guerrero es lo más valioso. Nadie puede venir a insultar a un Rosas o a un Sánchez. Es así, es algo asumido, algo en lo que se tiene fe y para la fe, los mexicanos se pintan solos.

 

Históricamente, los pueblos pequeños de la sierra y algunos de la costa, les han importado muy poco a las autoridades, excepto cuando llegan las elecciones. La justicia y el orden la han ido imponiendo los propios habitantes que no confían en el Estado. Por eso la Sierra donde uno se puede esconder fácilmente, ha sido germen de varios fenómenos: los sembradíos clandestinos de marihuana, el trasiego de droga, los narcos y el surgimiento de movimientos sociales de inconformes, con gente aguerrida dispuesta a morirse por alguna causa. Antes, esos inconformes peleaban contra el Estado represor priista hoy, aunque cueste trabajo creer, pelean contra los opositores.

 

Sembrar marihuana en Guerrero fue un medio de subsistencia familiar. Con la globalización del negocio, esperar a que se instalaran las organizaciones de narcos, era cuestión de tiempo. Estos grupos armados no sólo comercian con droga y defienden territorios a balazos sino que ejercen un gobierno paralelo en pueblos y ciudades en donde la gente confía más en ellos que en la policía. Hay lugares en donde si un hombre le pega a su mujer, ella solo tiene que avisarle a los 'muchachos armados' y ellos 'levantarán' al hombre y le darán literalmente una paliza, 20 palazos en las nalgas para escarmentarlo y, advertirle que si lo vuelve a hacer, la próxima no la cuenta. Es una justicia que a muchos conviene, es mejor que la que podría procurar la policía.

 

Pero el capitalismo, el narco y el Diablo no están ociosos y en Guerrero han hecho buen trabajo. Cuando vuelven los que han estado en Estados Unidos y se pasean en los pueblos con camionetas, ropa y aparatos inalcanzables, los que no pudieron ir desarrollan esa mala cosquilla llamada envidia y se ven tentados a conseguir eso mismo sin necesidad de irse y la mejor opción son los narcos. A estos se suman los que no pueden volver a los Estados Unidos por mal comportamiento o porque deben delitos en el país de arriba. Así que se enrolan con los malvados a sabiendas de su trágico destino. Muchos terminarán en el camposanto.

 

Por todo esto, los asesinos de los estudiantes de Ayotzinapa saben la que se les viene y estoy seguro, están resignados. Suena mal que lo diga pero la venganza caerá sobre ellos tarde o temprano porque la ley en Guerrero es así. Yo no la inventé. Antes eran las misma familias las que ejecutaban las venganzas, hoy es necesario asociarse con algún grupo exterminador.

 

Lo lamentable es que en el caso Ayotzinapa, Satanás sembró la manzana de la discordia y el veneno entre luchadores sociales, organizaciones narcos, autoridades corruptas y la población. Sin que se dieran cuenta, un maleficio salvaje los convirtió en enemigos a muerte, mientras alguien en el más allá, se soba las manos.

 

Y para no dejarlos con la sensación de vacío les cuento que mi padre se dedicó mucho años a vender joyería de oro y plata; el lugar donde la compraba a un precio razonable era Iguala en donde existe un mercado y locales dedicados al rubro. Los joyeros le abrieron una línea de crédito a mi padre de varios miles de pesos a pesar de no saber casi nada de él, porque a veces ni identificación tuvo, sólo quizá por ser guerrerense o buen pagador.  También en Iguala, se come uno de los platillos más exóticos y deliciosos de la cocina mexicana: el Pozole Verde.

 

Hay mucho dolor por los normalistas pero en medio de toda esta vorágine inexplicable, les recuerdo que todo México es Ayotzinapa pero Ayotzinapa no es todo México.

 

(*) Publicada en el semanario 20Once de Paysandú. Se reproduce por gentileza de su autor.

 

 

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