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Bicentenario del Tratado de Pilar: ¿Qué es lo que se festeja?

A 200 años de la firma de ese acuerdo el historiador Jorge Villanova sostiene en este texto que Pilar fue "el punto final sin retorno de la traición de Ramírez hacía Artigas". El triunfo de los intereses porteños por sobre el desarrollo de una nación más equitativa.

 

Este domingo 23 de febrero se cumplen 200 años de la firma del Tratado del Pilar, considerado por parte de la historia oficial como “un hecho trascendental por ser uno de los tratados preexistentes a nuestra Constitución Nacional sancionada en 1853 y que se concretó a consecuencia de la Batalla de Cepeda, que también llegó a su Bicentenario el pasado 1º de febrero”.

El historiador Jorge Gaspar Villanova se detiene en un análisis de aquellos sucesos, donde según su pluma se resalta la traición que sufre José Gervasio Artigas a manos de uno de los que consideraba de los “suyos”, ni más ni menos Francisco “Pancho” Ramírez - para quien la historia escrita por los ganadores lo resalta como un héroe- entregándose a los “intereses de los porteños” que lograban enfrentarlos para lograr sus objetivos de tener el control del naciente país a través de las aduanas y por ende la economía, partiendo así para siempre  en dos países bien diferenciados que se extiende hasta estos días.

Incluso Villanova se da tiempo para encontrar a Urquiza “como un león herbívoro que no rugía ni por él ni por sus cachorros, demasiados indefensos para luchar tan desprotegidos”.

 

CEPEDA

Por JORGE GASPAR VILLANOVA

 

Cuenta el doctor Celedonio Balbín, que cuando acompaña en 1820 a Belgrano en su último viaje hacia Buenos Aires:

“...Habiendo llegado una tarde al anochecer al campo llamado de Cepeda, a pocos meses de la batalla, en el patio de la posta donde pasé me encontré con dieciocho a veintidós cadáveres en esqueletos tirados al pie de un árbol, pues los muchos cerdos y millares de ratones que había en la casa se habían mantenido y mantenían aún con los restos. Al ver yo aquel espectáculo tan horroroso fui al cuarto del maestro de postas, al que encontré en cama con una enfermedad de asma que lo ahogaba. Le pedí mandase a sus peones que hicieran una zanja y enterrasen aquellos restos, quitando de la vista aquel horrible cuadro y me contesta ‘no haré tal cosa, me recreo con verlos, pues son porteños’. A una contestación tan convincente no tuve qué replicar y me retiré al momento con el corazón oprimido.”(1)

¿Se pude agregar algo más a las palabras del doctor Balbín? Son la síntesis perfecta, ya no de la batalla que duró un minuto (2) que significó la caída del Directorio y el quimérico triunfo del federalismo, sino de un sentimiento más profundo: el odio entre porteños y provincianos, abreviado más tarde por Sarmiento en su minimalista consigna, “Civilización o Barbarie”, y mucho más tarde se reflejará en el “Alpargatas sí libros no”.

Y en Cepeda estamos a sólo diez años de la Revolución de Mayo. Una década solamente alcanzó para fomentar el desprecio entre la capital y el interior. Doscientos años llevamos sin resolver esta cuestión en una disputa que parece eterna.

La misma ciudad que rompió con la metrópoli y se auto postuló para cuidar los intereses del Virreinato, “como una hermana mayor que en tan grave emergencia de familia asume la gestión de sus negocios” (3) porque así fue, y así lo alegaron Paso y Castelli el 22 de mayo, ahora no tenía la menor intención de hacerse cargo de sus palabras ni menos de los despreciables trece ranchos. Claro, ya no había revolucionarios en el poder, el último marchaba con Balbín en su terminal travesía, con vida pero sin espíritu, vomitando ayes por su patria.

"La traición al Protector, y el acuerdo con los porteños, son el ángulo, no de la vida del caudillo sino de la suerte del federalismo. Artigas era el hombre a vencer para Buenos Aires, y lo destruyó a través de la mano de un federal".

Los acuerdos con Montevideo, la expulsión de los diputados orientales, el precio por la cabeza de Artigas, las invasiones a Santa Fe y Entre Ríos, la Constitución aristocrática, las intentonas monárquicas, la soberbia de los ‘dotorcitos’, los Sarratea, Rivadavia, Alvear y García, la convocatoria de Buenos Aires a los ejércitos de Belgrano y San Martín para represión interna, la miseria frente a la opulencia, crearon el resentimiento de aquel maestro de postas que citó Balbín.

 

Pilar

Pilar es el cenit y el nadir del federalismo. Es lo que pudo ser y no fue. Otra de las oportunidades perdidas para los argentinos del Plata. ¿Fue tan escasa la visión de Pancho Ramírez,  tan cegada en su ambición? ¿Fue la astucia de Buenos Aires que supo convertir en triunfó la derrota centralista?

Francisco Ramírez solo advirtió las consecuencias inmediatas y a ellas se atuvo, sin tener en cuenta el huevo de serpiente que se iba incubando y sólo reparó en los resultados urgentes de Pilar ya que para nada desconocía que “el solo nombre de Artigas levantaba en masa el paisanaje de las provincias que atravesaba en retirada. Ramírez sabía muy bien que si le otorgaba dos semanas de tiempo Artigas pondría de pie un nuevo ejército” (4), por lo tanto le escribía y pedía a su hermano Ricardo López Jordán:

“Usted conoce las aspiraciones del general Artigas y el partido que tiene en nuestra provincia: su presencia aun después de los continuos desgraciados sucesos de la Banda Oriental podría influir contra la tranquilidad (...) Procure V. Por cuantos medios aconseje la prudencia conservar en el ejército los auxiliares de corrientes atrayéndolos, pagándolos y haciéndoles ver si les lleva el sacrificio por una guerra civil, cuando quedando en nuestras banderas todo será paz y trabajar por la verdadera causa.” (5).

Lo que nunca advirtió Pancho, es que Buenos Aires se propuso como condición primigenia terminar con Artigas, y el entrerriano fue, involuntariamente o no, el brazo armado del centralismo para lograr lo que no pudieron Alvear o Posadas, Pueyrredón o Rondeau, someter al interior en la figura de su mayor dirigente. Celebró entonces Buenos Aires la caída del Sistema, la reducción de la influencia de Artigas solo a su provincia Oriental, avasallada (o entregada) a los portugueses.

 

"(...) los ramirianos, tal vez embelesados aún con la imagen de los caballos atados a la verja de la pirámide de la Plaza de Mayo, continúan haciendo causa común con los unitarios porteños y aplauden el Pilar (..)".

 

“Para acentuar esta tendencia, esencialmente argentina, la bandera del artiguismo antinacional era arriada; el título de Protector de los pueblos libres, dado al jefe de la liga federal de los caudillos del litoral, desaparecía. (...) Casi al mismo tiempo y a la misma hora en que esto se estipulaba, Artigas, expulsado por los portugueses y por sus propios soldados, se refugiaba derrotado en territorio argentino.” (6)

Territorio argentino dice Mitre, extranjerizando al Protector casi para siempre. Celebrando el inicuo acuerdo entre sus lugartenientes y la derrotada Capital.

¿Para qué sino lo surtieron a Ramírez con 1600 fusiles, sables y pólvora, le entregaron 25.000 pesos y vaciaron de paños las tiendas de la capital para vestir sus huestes? ¿Cuál es la razón de un tratado secreto? ¿Secreto para quién? ¿Para los lusitanos, para los godos?, No, para el líder traicionado que reaccionaría, y ante esto el entrerriano reclamaba el urgente envío de lo acordado entre bambalinas:

“...que se darían al último de mi mando en remuneración de sus servicios e indemnización de gastos en la cooperación que se había prestado para deponer la facción realista que tenía oprimido al país, el auxilio de quinientos fusiles, quinientos sables, veinticinco quintales de pólvora, cincuenta quintales de plomo, etc., que se repetiría según las necesidades que tuviese el Ejército...” (7).

Y es en ese entonces cuando se pierde la gran oportunidad. Habrá idas y vueltas, pero nunca más lugar para el federalismo.

¿Pero y  Rosas y Urquiza con su Constitución no fueron federales?

Rosas fue federal pero no estúpido, como buen porteño ni se le ocurrió tocar la aduana ni repartir sus beneficios. Apenas  accedió a algunas concesiones cuando lo estimó necesario, y a la espada cuando lo consideró preciso. Urquiza –o Entre Ríos- que  lo sufrió como el resto del país, cuando vio la oportunidad se levantó por la igualdad de derechos económicos e impuso una constitución federal, pero Buenos Aires se mantuvo afuera, hasta que impuso sus condiciones después de Pavón.

Sobre los hombres del interior Salvador Ferla señalaba como un estigma: “Sus hombres representativos, desde Funes hasta López y Ramírez y de éstos a Urquiza, parecen estar más interesados en aporteñarse que en dominar el puerto y argentinizarlo” (8), o como dice Jorge Ramos “Ramírez, López y Urquiza serían los pequeños caudillos de localismo, el ‘federalismo’ aldeano agonizante después de la ruina del protector de los Pueblos Libres” (9).

Cuando Buenos Aires se reincorporó a la Confederación, se impuso a un Urquiza que a esa altura ya era un león herbívoro que no rugía ni por él ni por sus cachorros, demasiados indefensos para luchar tan desprotegidos. Chacho Peñaloza, Felipe Varela y Ricardo López Jordán fueron aniquilados por el porteño Mitre y por el porteñoso Sarmiento. Para Ferla –siempre drástico- es muy claro: “Urquiza creará en 1852 el espejismo de un triunfo federal para, finalmente, entregar el movimiento y contemplar impávido su exterminio total y definitivo” (10).

Entonces  ya no habrá oportunidad para el interior. El progreso predicado será para Buenos Aires y los inversores británicos. Las trochas del ferrocarril convergerán todas en un  mismo punto, en el puerto de Buenos Aires, ¿Boca de entrada al país? No, boca de salida de sus riquezas.

Solo un tucumano, Juan Bautista Alberdi, como un quijote solitario alzará la voz analizando estos tiempos, pero esto será mucho después de la acción de Ramírez:

“Para Buenos Aires, Mayo significa independencia de España y predominio sobre las provincias... para las provincias, Mayo significa, separación de España, sometimiento a Buenos Aires, reforma del coloniaje, no su abolición -y agrega Alberdi- ha creado dos países distintos e independientes bajo la apariencia de uno solo: el Estado metrópoli, Buenos Aires, y el país vasallo, la República. El uno que gobierna y el otro que obedece, el uno goza del tesoro, el otro lo produce, el uno es feliz, el otro miserable, el uno tiene su renta y su gasto garantido, el otro no tiene seguro ni pan” (11).

A pesar de todo, y con la historia a la vista, los ramirianos, tal vez embelesados aún con la imagen de los caballos atados a la verja de la pirámide de la Plaza de Mayo, continúan haciendo causa común con los unitarios porteños y aplauden el Pilar: “Dicho Tratado era cimiento y norma, ruta y estrella, para dar comienzo a la sagrada obra de organizar la nación, pero esa empresa estaba llena de asperezas y el Cid de las cuchillas entrerrianas no alcanzaría a contemplar el triunfo de su sueño.” (12).

 

El parricidio

Francisco Ramírez cuenta con la historia oficial a su favor. La de allá y la de acá. No está mal erigir un relato para crear identidad a un pueblo o a una provincia en este caso. El problema es que si se edifica en una historia no tan limpia, o a la cual hay que limarle las imperfecciones, deja siempre el orillo para mostrar.

El de Ramírez se levantó enturbiando el de Artigas.

¿No sería más honesto reconocer la traición del entrerriano, para después resaltar lo positivo en la figura de Ramírez si lo tuvo? Vamos a algunos ejemplos.

El académico e historiador Oscar Urquiza Almandoz afirma: “Alto precio debió pagar el federalismo del litoral por las estériles desavenencias entre sus máximos paladines” (13) Y también “Atizadas las propias ambiciones por intereses extraños, los caudillos se destrozaron entre sí, con grave deterioro para el federalismo del litoral, y óptimas consecuencias para la política porteña” (14). En su Historia de Concepción del Uruguay el profesor uruguayense trae a colación “uno de los más lúcidos análisis” perteneciente al historiador Joaquín Pérez. Sostiene que cuando Artigas había impuesto sus ideales políticos “le abandonaron las complacencias de la suerte y uno de los tantos imponderables históricos determinó un vuelco total” (15). Afirmando que “Ramírez no era un simple subordinado de Artigas... había adquirido un lugar especial entre los tenientes del Supremo Protector (sic)” (16).

Desavenencias, ambiciones, suerte, imponderables, de eso se trató. Eufemismos, circunloquios, evasivas que se repiten para chanflear la historia.

La escritora María Esther de Miguel fue más directa y contundente: “El vencido de Tacuarembó se le hizo estorbo” (17).

La traición al Protector, y el acuerdo con los porteños, son el ángulo, no de la vida del caudillo sino de la suerte del federalismo. Artigas era el hombre a vencer para Buenos Aires, y lo destruyó a través de la mano de un federal, el que por una cuestión biológica etaria y por capacidad estaba llamado a sucederlo.

Facundo Arce ensaya una justificación: “Al momento de ser firmado el citado Tratado de Pilar, la realidad del Río de la Plata difería en mucho de la que presentaba a comienzos del mismo año XX” -derrota de Artigas mediante- “en el interior, las Provincias, como estados federales, surgían de las antiguas intendencias, por lo cual resultaba anacrónica la orden de Artigas de hacer la paz con Buenos Aires sobre la base de la declaración pública de guerra a Portugal” (18) pero líneas más adelante queda descolocado: “La grave amenaza portuguesa fue anulada por el ofrecimiento que le hizo a Ramírez de mantenerse neutral” (19).

 

Veamos la secuencia

 El 2 de febrero, desde Cepeda, con la sangre derramada fresca aún, Ramírez escribe: “El Jefe Oriental castiga por aquella parte a los portugueses mientras que por esta se dan repetidos golpes a los tiranuelos de su Patria; el día de ayer no se borrará de la memoria de los tiranos que pretenden oprimirnos” (20).

 

El 27 de febrero Ramírez envía copia del tratado firmado en Pilar a Artigas para ponerlo en conocimiento: “asegurándole que la alegría de este pueblo y su reconocimiento hacia el autor ante tantos bienes es inexplicable” (21).

"(...) yo también tengo que arrepentirme de haberlo elegido a VS y de haberlo propuesto al amor de los Pueblos Libres para que hoy tenga los medios de traicionarme(...)" Texto de Artigas hacia Ramírez.

Dos días después escribe a su hermano Ricardo López Jordán: “Usted conoce las aspiraciones del general Artigas y el partido que tiene en nuestra provincia, su presencia... podría influir contra la tranquilidad... procure V. Por cuantos medios aconseje la prudencia conservar en el ejército los auxiliares de Corrientes atrayéndolos, pagándolos y haciéndoles ver si les lleva al sacrificio por una guerra civil, cuando quedando en nuestras banderas todo será paz y trabajar por la verdadera causa” (22).

A esta altura como bien dice Félix Luna “No ignoraba Ramírez que el próximo paso en su trayectoria le imponía un parricidio.” (23).

El día  13 de marzo escribe a Sarratea: “Me veo precisado suplicar a VS como lo hago, tenga bien en las circunstancias dar alguna extensión a aquel tratado y facilitarme un auxilio capaz de subvenir a los primeros objetos que nos propusimos” (24). Ya no había vuelta atrás.

Artigas le enrostra con supina claridad: “El objeto y los fines de la Convención del Pilar celebrada por V.S. sin mi autorización ni conocimiento, no han sido otros que confabularse con los enemigos de los Pueblos Libres para destruir su obra y atacar al Jefe Supremo que ellos se han dado para que los protegiese... si no retrocede en el camino criminal que ha tomado, me veré obligado a usar la fuerza, pues yo también tengo que arrepentirme de haberlo elegido a VS y de haberlo propuesto al amor de los Pueblos Libres para que hoy tenga los medios de traicionarme... Y no es menor crimen haber hecho ese vil tratado sin haber obligado a Buenos Aires a que declarase la guerra a Portugal y entregase fuerzas suficientes para que le Jefe Supremo y Protector de los Pueblos Libres pudiese llevar a cabo esa guerra y arrojar del país al enemigo aborrecido que trata de conquistarlo. Esa es la peor y más horrorosa de las traiciones de V.S.” (25)

El profesor Arce sostuvo que  “Artigas (lo) trató violentamente en un oficio del mes de mayo de 1820 , invadiendo de inmediato el territorio entrerriano” y no falta a la verdad, pero acomoda los tantos para su molino. El invasor sería quién hasta el 1ro. de febrero fue el Protector del suelo entrerriano. Nunca aclara que es lo que cambió para tratarlo ahora como un vil conquistador.

Ramírez le contestará a Artigas “¿Qué especie de poderes tiene V.E. de los pueblos federados para darle ley a su antojo, para introducir fuerza armada, cuando no se le pide y para intervenir en absoluto en sus menores operaciones internas?¿V.E. es el árbitro soberano de ellos o es sólo un jefe de la liga?...La provincia de Entre Ríos ni necesita su defensa, ni corre riesgo de ser invadida por una potencia extranjera interesada para acabar la ocupación de la provincia Oriental, a la que debió V.E. dirigir sus esfuerzos...¿Que no se declarase la guerra a Portugal? O V.E. no conoce el estado actual de los pueblos o traiciona sus propios sentimientos... ¿O cree V.E. que por restituirle una provincia que ha perdido han de exponerse todas las demás con inoportunidad?...son falsos los compromisos que por vulgaridad ha creído firmé en el Pilar contra su persona; soy honrado y jamás podría haberme decidido en secreto...abandone V.E. una provincia que no lo llama, no lo quiere, ni lo recibirá...” (26).

El 8 de mayo en su última nota  Artigas, sabiendo ya que las misivas dejaban el espacio para el acero, le señala: “¡Unirse a los intereses de Buenos Aires, y este pueblo sin declararse contra los intereses de Portugal...Usted se engaña miserablemente en sus atribuciones a la sola provincia de Entre Ríos... Usted no debe olvidar los intereses de las otras que estaban en el rol de la Liga...” (27).

Y las tacuaras hablaron. Venció Artigas en Las Guachas. Después todo fue un camino al infierno paraguayo, sembrado de esquivas intenciones para el mayor de los caudillos argentinos. Fue una persecución sin tregua. Sabía Ramírez que “el solo nombre de Artigas levantaba en masa al paisanaje de las provincias que atravesaba en retirada...sabía muy bien que si le otorgaba dos semanas...” (28)

La Bajada, Gualeguay, Yuquerí, Mocoretá, Mandisoví, Sauce de Luna, Osamentas, María Madre, Ávalos y Cambay fueron peleas de semifondo. Las Tunas donde “acabo de escarmentar al tirano Artigas” y el “despotismo de ese monstruo”, será la definitiva (29).

“Y fue en un claro del monte, boca de luz, flor del aire,

donde los zorzales tiñen, del pitangal su plumaje.

En cuanto el sol se levanta, el aliento del verano

va despertando los nidos, y endulzándose de pájaros.

Los hombres alzan sus rostros, surcados de privaciones,

los gallos chairan los picos, afilando el horizonte.

Las palabras del profeta, le enciende chispas al viento,

corriéndole las rodajas, al compromiso y al tiempo.

Es la historia de la tierra, sin divisa ni galones,

fundiéndose a pura sangre, en el crisol de los pobres.

La patria crece en el filo, de los sables y entreveros,

en las trincheras del aula, con gatillar de cuadernos.

Alerta que en la picada, los teros alzan su grito,

que la muerte anda de prisa, y monta potro retinto.

Le están husmeando la huella, los perros de la partida,

color sangre los aceros, color verde la jauría.

Aúllan, gruñen, escarban, desalentados regresan,

porque al profeta en la noche, se lo ha tragado la tierra.” (30)

 

“Artigas representa, siempre representará –dice Jesualdo en su libro- la Revolución permanente, el hombre que quiere llegar hasta el final con su pensamiento” (31), ya en el prólogo había señalado: “Artigas, para mí, termina al traspasar el cauce del Paraná, porque ahí, en ese hecho, termina esta faz de la Revolución, en su proceso más total, tal como la vislumbrara Moreno.” (32).

Santiago Ferla a la distancia, dolido, sostiene: “Lo hemos reivindicado en calidad de figura secundaria y un poquito extranjera. Nos cuesta argentinizarlo cabalmente, acaso porque suponemos que lo hemos perdido junto con la Banda Oriental.” (32).

 

Citas

1- En Osvaldo Soriano, Miserias, Página/12 y en Graciela Meroni, La historia en mis documentos 2, Huemul, Buenos Aires, 1981, Pág. 129.

2- El mismo  Francisco Ramírez escribió “...en menos de un minuto fue dispersada toda su caballería, quedando en el campo más de 300 cadáveres entre ellos más de veinte oficiales...”  en Félix Luna, Los caudillos, Planeta, 1988, Pág. 89

3- Bartolomé Mitre, El cabildo abierto, en Los años de la emancipación, Abril, Buenos Aires, 1988, Pág. 16.

4- Jorge Ramos, Las masas y las lanzas, Hyspamérica, Buenos Aires, 1986, Pág. 79

5- Idem, Pág. 76

6- Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano, Tomo IV, Vol. 34, Biblioteca de La Nación, Buenos Aires, 1902, Pág. 147

7- En Graciela Meroni, La historia en mis documentos 2, Huemul, Buenos Aires, 1981, Pág. 131

8- Salvador Ferla, Historia argentina con drama y humor, Precursora, 7º edición, Buenos Aires, 1997, Pág. 200

9- Ramos, Pág. 75

10- Ferla, Pág. 243

11- Juan B. Alberdi, Grandes y pequeños hombres del Plata, Plus Ultra, Buenos Aires, 1974, Pág. 92.

12- María Zaffaroni de Gómez, Instituto Ramiriano de Estudios Históricos, Nuevo aniversario del tratado del Pilar, La Calle, 23-2-97, Pág.9

13- Oscar Urquiza Almandoz, Nacimiento de Francisco Ramírez, La calle, 19-3-96

14- Oscar Urquiza Almandoz, La muerte del Gral. Ramírez, La calle, 10-7-97

15- Oscar Urquiza Almandoz, Historia de Concepción del Uruguay, Tomo I, Editorial de Entre Ríos, 2002, Pág. 308

16- Ídem.

17- María Esther de Miguel, Ramírez, en Historias de caudillos argentinos, AAVV, Ed. Jorge Lafforgue, 2002, Pág. 77

18- Facundo Arce, De la revolución de mayo a la república de Entre Ríos, Enciclopedia de Entre Ríos, Historia, Tomo 2, Arocena, Paraná, 1978, Págs. 92-3

19- Ídem, Pág. 97

20- Félix Luna, Los Caudillos, Planeta, 1988, Pág. 90

21- Jorge Ramos, Pág. 75

22- Ídem, Pág. 76

23- Luna, Pág. 79

24- Ramos, Pág. 77

 

25- Ramos, Pág. 78

26- Ramos, Pág. 78 y Luna, Pág. 98

27- Jesualdo, Artigas, del vasallaje a la Revolución, Losada, Buenos Aires, 1961, Pág. 458

28- Ramos, Pág. 79

29- Luna, Pág. 101

30- Después de Tacuarembó, en Aníbal Sampayo, Desde Paysandú canto y poesía, Intendencia Municipal de Paysandú, 2001, Pág. 94

31- Jesualdo, Pág. 456

32- Ferla, Pág. 299

 

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