¿Alguien recuerda aquella historia de una gran fábrica de cosechadoras que se instaló en Concepción del Uruguay? Esa que iba a traer empleo y prosperidad. Aquella que al final sólo fue un fiasco.
Por JAVIER ALEJANDRO GAUNA
¿Se acuerdan? Muchos no lo saben pero mi actividad en la mecánica por esos tiempos me acercó a conocer el verdadero entramado laberíntico que fue la creación del gigante anaranjado.
De entrada todo fue muy sospechoso, o sea, una cosa es fabricar heladeras -sin desmerecer a nadie- y otra es armar un aparato complicado y complejo como una cosechadora. Algo olía mal, la empresa encargada venía de acusaciones por fraude en la provincia de Formosa y el acuerdo con el gobierno de Entre Ríos era bastante oscuro.
Cuando por casualidad conocí a gente que prestaba servicios para dicha organización me enteré que el proyecto era un desastre, el prototipo presentaba un diseño revolucionario pero eran utilizadas partes de máquinas viejas que no encajaban ni con magia.
Oportunamente este medio, El Miércoles Digital, comenzó a investigar el asunto descubriendo que todo se encaminaba hacia una gran estafa. De esto se hicieron eco medios nacionales que reprodujeron dicha investigación y le mostraron al país que la gran cosechadora argentina presentaba serios problemas, no sólo en cuestiones financieras sino también defectos técnicos insalvables.
Se sabe que desarrollar un producto nuevo lleva mucho tiempo. En la propia página que promocionaba la máquina estaban detalladas las características y presentaban un nuevo método de trilla que yo (en mi experiencia) jamás había visto. Me surgieron varias dudas. ¿Cómo van a vender una máquina con un dispositivo que todavía no fue probado? ¿No deberían primero hacer pruebas experimentales para certificar que este sistema funciona? El asunto es que a esa altura ya estaban prometidas varias cosechadoras para exportar a Angola.
La cosa era más turbia si uno intentaba comprar el aparato, porque su venta no era de la manera convencional. Había que aportar dinero a un fideicomiso para continuar el desarrollo y su compra implicaba también la contratación del pool de siembra que iba a cosechar durante un par de campañas asociado al comprador. Luego de ello la máquina sería totalmente del productor agropecuario. Todo demasiado complicado.
Testigos oculares me habían comentado que se llevó la máquina al campo sólo una vez y que la prueba resultó un verdadero desastre. Al accionar el sistema de trilla el monstruo naranja temblaba como un lavarropas viejo y parecía que se iba a destartalar. Al avanzar sobre el sembradío (luego de varios intentos en que no lograba caminar un paso) la plataforma cortó las primeras plantas que se atoraron al entrar en el sistema de separación (ese novedoso que intentaban promover). Nada podía salir peor, los ingenieros desistieron. No había más tiempo, la cosechadora debía ser llevada a Casa Rosada para la presentación oficial.
El fiasco estaba a la vista, pero aun así el por entonces gobernador de Entre Ríos, Sergio Urribarri, acompañó personalmente a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner para que aprecie al semejante bicho. Fue tranquila y sonriente ¿Y por qué ella debería desconfiar? Al fin y al cabo si Clarín mentía, esa historia descabellada de que la máquina no funcionaba seguramente sería otra de las tantas operetas que el gran diario armaba para descalificar a su gobierno. Ella confió en su alfil que trataba de este modo sumar apoyo para la futura campaña presidencial (el sueño entrerriano).
Luego de los actos y fotos protocolares la cosechadora fue llevada en el bizarro viaje comercial hacia Angola (sí, leyó bien: Angola) en el que se firmó un acuerdo para la venta de varias máquinas a dicho país dejando la primera como muestra.
Y allí quedó, abandonada en algún galpón en África donde posiblemente ya esté desmantelada. Un mega engendro que de casualidad lograba moverse. Fue la culminación del robo obsceno producido en Entre Ríos y promovido por el gobierno nacional. Urribarri, que se vio obligado por la misma Cristina a abandonar su sueño presidencial, en estos días deberá responder por los actos criminales que permitieron la gran estafa al estado entrerriano. No se cómo terminará toda esta historia, pero lo que seguro quedará en la retina de muchos es aquella irónica e icónica imagen de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner montada al comando de ese gran caballo de troya anaranjado.
(*) Javier Alejandro Gauna. Escritor uruguayense radicado en Brasil.
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