El periodista y escritor Mario Daniel Villagra da su punto de vista sobre el conflicto de los campos de la familia Etchvehere que tuvo fuerte repercusión mediática. Desde Francia, y con la distancia suficiente, analizó las las diferentes posturas que se vertieron al respecto, la gran mayoría de ellas en El Miércoles Digital.
Por MARIO DANIEL VILLAGRA (Especial para EL MIÉRCOLES DIGITAL)
Parafraseando a Hans-Georg Gadamer, “lo afirmado por un hombre como Jesús (en este caso por un apóstol) no afecta al Estado para nada” o no debería afectarlo. Sin embargo, la frase utilizada en el título es de utilidad para hablar tanto a quienes apoyan críticamente al Proyecto Artigas como a quienes se oponen.
Los más “imparciales” dejan en mano de la justicia su opinión que, de hecho, en primera instancia se expresó mediante el fiscal de La Paz, Entre Ríos, Oscar Sobko, quien dijo “No hay que confundirlo con una toma de tierras”, es decir, la propiedad privada no está en peligro. Lo dijo hasta el presidente. Faltaban algunas horas para que la jueza María Carolina Castagno, del Tribunal de Apelaciones y Juicio de Paraná, ordenara el inmediato reintegro del campo.
El ojo ajeno
De manera tal que, por un lado, quienes apoyan críticamente al Proyecto Artigas, Razón y Revolución de Entre Ríos, por ejemplo, dice: “no hay que hacer una reforma agraria como en el siglo XIX, sino la revolución agraria del siglo XX”, lo cual demuestra una constante en la tradición de la izquierda en la Argentina: la traducción de la revolución del ruso o del chino. Quizás otros procesos de reformas agrarias y urbanas, por caso Cuba, que fue la primera revolución socialista triunfante en este idioma, pueda darnos pistas para pensar lo nuestro.
Asimismo, no concuerdo con decir que “la CTA, Agmer, grupos ambientalistas y varios sectores vinculados a la izquierda salieron a dar apoyos a los activistas del proyecto Artigas. Lo que era lógico porque este proyecto tiene todos los elementos del discurso progre: jóvenes, tierra, ecología y “malos empresarios”. No porque no tenga nada que decir sobre el progresismo, más bien no puedo concordar con que una elección política sea simplemente lógica; la solidaridad nace de un sentimiento por la justicia.
Con esa manera de pensar, no podríamos pensar una situación como esta, donde una mujer en el seno de la oligarquía pone el acento en el problema de la herencia, y que a su vez esté ligada a la corrupción. Por suerte, ella puso en evidencia una lógica que nos trajo hasta el presente.
Quienes apoyan críticamente al Proyecto Artigas dicen, “¿esto significa que no hay nada que hacer con el campo? Para nada. Hay mucho por hacer, pero la dirección es la opuesta a la que toma la gente de Grabois”… Lo cual es erróneo, pues, por más que quieran encorsetar este problema como el de una simple herencia o detrás de un solo líder, el antecedente es un coscorrón en la cabeza que despertó la conciencia de mucha gente, y que puede comenzar a tomar más cuerpo.
Otro quien publicó al respecto es Tirso Fiorotto, periodista e integrante de la Junta Americana para los Pueblos Libres, quien contextualiza el conflicto para sacarlo de una rencilla familiar, al decir: “En estas décadas ha ido desapareciendo el campesinado, desaparecieron los tambos familiares, todo en el altar de la economía de escala. Incluso desaparecieron las cooperativas Cotapa y Cotagú”. Con lo cual queda en evidencia que las consecuencias de un modelo agroexportador es en detrimento de las economías regionales, de los pequeños productores, muchas veces engañados por la conducción desde la “Mesa de Enlace”.
Fiorotto, acierta además al decir que “ellos (los ruralistas) suelen atacar a las víctimas principales del sistema, hacinadas en los barrios, llamándoles planeros, choripaneros”, porque estas personas serían los hijos y nietos de los expulsados del campo que de a poco fueron conformando los bolsones de desocupados en todas las ciudades. Para tener una idea, el censo agropecuario del 2002 dice que en los casos de propietarios con más de 1000 hectáreas, el 6,2 % de los mismos posee el 54,1 % de las tierras en Entre Ríos.
La paja
Por otro lado, entre quienes se oponen al Proyecto Artigas, como por ejemplo la Sociedad Rural de Concordia, se expresa que "de salir airoso este experimento del Plan Artigas de la CTEP, por delirante restitución histórica, el país arderá trágicamente en llamas".
Desde otra óptica, el periodista Américo Schvartzman puntualiza lo siguiente: “los antecedentes de los hermanitos Etchevehere: denuncias por reducción a la servidumbre de sus empleados, evasores del fisco, beneficiarios de créditos destinados a pequeñas empresas, vaciadores de El Diario de Paraná, al que no tuvieron prurito en transformar en apéndice propagandístico de Urribarri, y a la vez ser funcionarios de alto nivel del macrismo”; datos que los ruralistas difícilmente desconozcan, que sin embargo prefieren alistarse detrás de Etchevehere.
En el plano de las medios nacionales, dos grandes intelectuales del país se han referido al asunto: José Pablo Feinmann y Mempo Giardinelli.
Es de coincidir con lo que dice el primero, en tanto que “el siglo XXI se caracterizó –hasta el presente- por una aceleración del ritmo histórico”, y con lo dicho podemos asegurar que el conflicto en Entre Ríos acelera una discusión pendiente en Argentina: la tenencia de la tierra rural y urbana[1]. Ahora bien, el texto de Feinmann, no sé si por una cuestión de espacio, termina diciendo lo que Etchevehere: las tierras no se compran, se heredan. Quizá el escritor tiene por entendido que todos sabemos que uno de los problemas de la política-económica es el privilegio de la herencia. En ese aspecto, no todos somos como Dolores Etchevehere, como dijo Marina Mariasch, pues no tenemos su herencia; pero puede que esa mirada corra el eje hacia el enfoque personalista: aquí se abrió una posibilidad de discutir ahora teóricamente, encuadra diferente en cuanto a la distribuya la tierra y las maneras de producir y convivir.
A su vez, y por su parte, Giardinelli afirma: “estamos asistiendo a un verdadero escándalo antidemocrático, a contramano del siglo 21 y del milenio, por obra de violentos que pretenden que la provocación, la mentira, el machismo, el racismo, las amenazas de muerte y la violencia no pueden ni deben ser siquiera cuestionadas, ni son delitos”.
Hay una parte que no es cierta, pues aquí no está en peligro la democracia; la democracia en argentina es también lo que sucede en Guernica; familias pidiendo para vivir en predios ya loteados por las ideas de hacer de esas tierras un negociado inmobiliario. Lo que es verdad es que el SXXI nos muestra ejemplos como Chile, en donde se acaba de cotejar un plebiscito nacional para cambiar la constitución del país.
La viga
Ahora bien, desde mi punto de vista, y es lo que ninguno de estos dos escritores dicen; seguramente lo omiten porque es de público conocimiento: la cadena de producción de la economía argentina. es el que queda en jaque:
“Los terratenientes arriendan sus tierras en grandes, y a veces grandísimos, lotes a gentes provistas del capital suficiente para su explotación y que no las trabajan ellas mismas, como nuestros granjeros, sino que, como verdaderos empresarios capitalistas, utilizan el trabajo de campesinos y jornaleros. Aquí tenemos, pues, las tres clases de la sociedad burguesa y los ingresos propios de cada una de ellas: el propietario de la tierra, que obtiene la renta de ésta; el capitalista, que obtiene el beneficio, y, el trabajador, que percibe el salario”.
De esta manera queda prácticamente completo, y en evidencia, el escenario, los actores y los espectadores del conflicto entre los Etchvehere. Entre paréntesis: el párrafo citado lo dijo Engels hace más de un siglo sobre la tierra en Inglaterra; no por nada existe un Bovril, como la empresa, en Argentina, en Santa Elena, donde está la Casa Nueva.
Nada se pierde, todo se transforma
Ahora bien, si digo en el ojo ajeno es porque yo escribo desde el lado de los sin tierra, familiar de los que trabajaron para los señores y señoras patrones. Porque Dolores Etchevehere sigue siendo señora; ahora bien, Dolores también es el individuo que se propuso ser la piedra en la rueda de camiones y camiones y camiones con commodity para exportar. Dolores, piedra en el zapato que vino a hacer ruido en el andar de un motor, en el seno de una familia que es sinónimo de economía argentina. Ahora nos suena a todos, propios y ajenos; quedó en evidencia que el problema de la tierra rural (y urbana) necesita un cambio.
Es un diálogo que merece tener en cuenta mínimamente tres generaciones de individuos, pues, como dijo una señora en la marcha del lunes 26, “aplaudo el Proyecto Artigas, pero le pido a la señora Dolores que incluya gente de Santa Elena, porque esas tierras fueron de nuestros abuelos, muchos de ellos murieron de tristeza”, y eso es lo que se debe evitar.
Por ejemplo, Eduardo Buzzi, el ex presidente de la Federación Agraria, fue más astuto al elogiar al Proyecto Artigas, dado que entiende que el mismo "pretende abordar los problemas de desocupación, el respeto al medio ambiente, la producción de alimentos orgánicos, ecológicos, una salida laboral y de alimentación para mucha gente, por eso es un proyecto interesante”, y sugiere, además, un “banco de tierra” en las provincias.
Ahora bien, en general, los productores rurales hacen mal en sumarse y dejarse manipular por un persona con influencia y recurso como Etchevehere; y más allá del agregado de la espontaneidad que genera el miedo de perder sus propiedades, sepan que, como dicen, ¡nada se pierde, todo se transforma!
En efecto, la propiedad privada es la afirmación y la negación, al mismo tiempo, de una propiedad inalienable: la individual. Es la propiedad particular de nuestro trabajo como fuerza creadora, esa es nuestra propiedad privada. Sin embargo, nos han hecho creer que tenemos que salir a vender nuestra fuerza de trabajo por un salario.
En el caso de la tierra, todos deberíamos tener la misma posibilidad de participar de su utilización, es decir, el derecho particular. Así, participamos más del “mercado” de mano de obra que de la tierra. Entonces, la propiedad particular se encuentra antes que la propiedad privada, pero es el sistema jurídico y político quien legitima y otorga el privilegio a unos pocos en detrimento de la mayoría. Así, de hecho, la propiedad privada sobre los medios de producción, en este caso sobre la tierra, no entró en discusión política; lo que tiene que entrar en discusión es la producción colectiva, cómo practicarla, como realizar ese sueño que nació en la Casa Nueva, en el campo, que es hermano del sueño de la casa propia.
[1] Mientras rescribo, en Guernica (Bs. As. ) se está produciendo un desalojo, con fuego en las casas para que la gente no vuelva, que involucra a 2 mil familias.
(*) Mario Daniel Villagra, además de poeta es periodista. Nació en 1987 en Villaguay. Master en Estudios Hispánicos y Latinoamericanos de la Universidad Paris III-Sorbonne Nouvelle. Licenciado en Comunicación Social UNER. Actualmente reside en la ciudad de París. Es autor del documental "Arnaldo Calveyra, tras sus huellas".
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