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Carl Sagan contra los recortes presupuestarios a la ciencia

En el fragmento final de su libro El mundo y sus demonios (1995) el científico y divulgador Carl Sagan (creador de la notable serie “Cosmos”) se refería con amargas ironías a las dirigencias políticas que no solo recortan presupuesto a la investigación científica sino que llegan a burlarse de proyectos de investigación que no comprenden o que no parecen tener fines prácticos actuales. Aquí compartimos algunas de esas frases, que cierran ese gran libro y que pueden ser útiles en la Argentina y en cualquier otro lado. En cualquier época, pero sobre todo en esta.

Por CARL SAGAN

De vez en cuando, miembros del Congreso y líderes políticos no se han podido resistir a bromear sobre alguna proposición científica aparentemente oscura para la que se pide financiación al gobierno. Me imagino el mismo espíritu en gobiernos previos: un tal señor Fleming desea estudiar los gusanos en el queso oloroso; una mujer polaca desea tamizar toneladas de mineral del centro de África para encontrar cantidades mínimas de una sustancia que, según dice, resplandecerá en la oscuridad; un tal señor Kepler quiere escuchar las canciones que cantan los planetas.

Dar dinero a alguien como Maxwell podría haber parecido la más absurda imprudencia para los legisladores. ¿Por qué conceder dinero para que científicos que hablan una jerga incomprensible se dediquen a sus hobbies, cuando todavía no se han abordado necesidades nacionales apremiantes?

Desde este punto de vista, es fácil entender la opinión de que la ciencia no es más que otro grupo de presión ansioso por preservar la entrada de dinero a fin de que los científicos no tengan que trabajar todo el día o estar en nómina.

Maxwell no pensaba en la radio, el radar y la televisión cuando garabateó por primera vez las ecuaciones fundamentales del electromagnetismo; Newton no soñaba con el vuelo espacial o los satélites de comunicación cuando entendió por primera vez el movimiento de la Luna; Roentgen no pensaba en el diagnóstico médico cuando investigó una radiación penetrante tan misteriosa que la llamó ‘rayos X’; Curie no pensaba en la terapia para el cáncer cuando extrajo laboriosamente cantidades mínimas de radio de toneladas de pechblenda; Fleming no planeaba salvar la vida de millones de personas con los antibióticos cuando observó un círculo libre de bacterias alrededor de un brote de moho; Watson y Crick no imaginaban la curación de enfermedades genéticas cuando se devanaban los sesos sobre la difractometría de rayos X del ADN; Rowland y Molina no planeaban implicar los CFC en la reducción del ozono cuando empezaron a estudiar el papel de los halógenos en la fotoquímica estratosférica.

Esos descubrimientos y muchos más, que caracterizan y honran a nuestra época y a algunos de los cuales debemos la vida, fueron hechos por científicos que tuvieron la oportunidad de explorar lo que en su opinión, bajo el escrutinio de sus colegas, eran cuestiones básicas de la naturaleza.

La investigación básica

La investigación fundamental, la investigación del corazón de la naturaleza, es el medio a través del que adquirimos el nuevo conocimiento que se aplica. Los científicos tienen la obligación, especialmente cuando piden dinero, de explicar lo que pretenden con la mayor claridad y honestidad. Si piden diez mil o quince mil millones para construir una máquina que no tiene valor práctico, al menos deberían hacer un esfuerzo extremadamente serio, con gráficas asombrosas, metáforas y un buen uso del idioma, para justificar su propuesta.

Pero hay algo más que la mala gestión financiera, la limitación de presupuesto y la incompetencia política. Hay un punto de vista creciente de libre mercado del conocimiento humano según el que la investigación básica debería competir, sin apoyo estatal, con todas las demás instituciones y demandantes de la sociedad.

¿Qué hubiera pasado con los científicos de mi lista —Maxwell, Newton, Roentgen, Marie Curie, Fleming, Watson y Crick, Rowland y Molina, etc. — de no haber podido confiar en el apoyo del gobierno, si hubieran tenido que competir en la economía de mercado libre de su época?

Es muy poco probable que alguno de ellos hubiera podido hacer su investigación básica fundamental. Y el costo de la investigación básica, tanto teórica como especialmente experimental, es sustancialmente mayor de lo que era en la época de Maxwell.

Libre mercado y ciencia

Pero, dejando esto a un lado, ¿sería adecuado que las fuerzas del mercado libre apoyaran la investigación básica? Actualmente (en los EEUU de los años 90, N. del E.) sólo se financia un diez por ciento de las propuestas dignas de investigación en medicina . Se gasta más dinero en curanderos que en toda la investigación médica. ¿Qué pasaría si el gobierno optara por abandonar la investigación médica?

Un aspecto necesario de la investigación básica es que sus aplicaciones radiquen en el futuro: a veces décadas o incluso siglos después. Lo que es más, nadie sabe qué aspectos de la investigación básica tendrán valor práctico y cuáles no. Si los científicos no pueden hacer esas predicciones, ¿van a hacerlas los políticos o los industriales?

Si las fuerzas del mercado libre están centradas sólo en el beneficio a corto plazo —como lo están ciertamente en Estados Unidos con un declive abrupto en investigación corporativa—, ¿no equivale esta solución a abandonar la investigación básica?

Cortar de cuajo la ciencia fundamental que tiene como guía la curiosidad es como comerse la semilla del maíz. Quizá nos quede un poco para comer el próximo invierno, pero ¿qué plantaremos para alimentarnos nosotros y nuestros hijos los inviernos siguientes?

Selección y edición: Américo Schvartzman

Fuente:

Carl Sagan (1997). “El mundo y sus demonios”. Trad.: Dolores Udina. Barcelona: Planeta.

 

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