Fue una de las grandes educadoras de Concepción del Uruguay. Desde la cátedra en las disciplinas que la apasionaban o desde el rol directivo, Chela Chappuis fue una librepensadora, que formó a varias generaciones de docentes y ejerció distintos roles de modo siempre coherente con sus ideales filosóficos, que dejó plasmados en algunos textos que aquí se recuperan. También se narra aquí una faceta menos conocida: aunque no pudo ejercerlo, Chela fue la primera (y única) rectora elegida por el voto universal de la comunidad educativa de la Escuela Normal. En este año, en que se cumplieron treinta de su desaparición física, un necesario y justo recuerdo de su itinerario.
Por AMÉRICO SCHVARTZMAN
“La democracia es la filosofía de la libertad” (Chela Chappuis)
“De ella aprendí algo que después apliqué como docente: nunca decir ‘¿Entendiste?’ Lo correcto es: ‘¿Me explico? Porque si me explico bien, me entendés’. Me fascinaba su dulzura…”, cuenta Delia, docente ya jubilada que a fines de la década del 60 tuvo como profesora a Juana Alicia Angió, Chela Chappuis, para todo el mundo.
Chela fue una librepensadora, una apasionada por la educación, por la filosofía, por la ética y por la estética. Es decir: por la verdad, por el bien y por la belleza. Son incontables los testimonios sobre su calidad como educadora. Deslumbra asomarse a sus cuadernos, a los escritos con los que preparaba sus clases o a las notas que tomaba acerca de sus lecturas, así como a textos de su autoría, que a pesar de ser de medio siglo atrás, muestran la vigencia de su pensamiento y de las inquietudes que la animaban. De ellos extrajimos las frases que intercalamos en esta nota en su homenaje, porque expresan las grandes líneas por donde transitaba su andar, tanto en su rol directivo como docente.
En este año que termina, se cumplen treinta años de su fallecimiento, producto de un linfoma, un tipo de cáncer. Tenía 59 años cuando el 9 de noviembre de 1989 se apagó su voz. Casi cuatro años antes, en febrero de 1986, había fallecido su marido Raúl Jorge Chappuis, artista plástico y cantor, con quien se había casado en enero de 1958. En casi tres décadas de matrimonio criaron a tres hijos: Alejandro, Leonardo y Rafael, todos vinculados profesionalmente a la salud, y todos con el arte en las venas como parte de su legado.
Desde 1970 y hasta su muerte en 1989 Chela ocupó roles de conducción en la Escuela Normal Mariano Moreno. Fue vicerrectora y luego rectora. También fue, en 1968, la primera rectora del Instituto Tobar García, que la homenajea con un aula que lleva su nombre.
Chela había nacido en Concepción del Uruguay el 19 de mayo de 1930, en el seno de una familia de clase media acomodada. Su padre, un italiano gerente de banco, fue trasladado a Roque Sáenz Peña, en el Chaco. Allí ella realizó sus primeros estudios, que fueron acompañando el periplo de su padre: así, la secundaria le tocó en un colegio religioso porteño como pupila, lo que derivó primero en un alejamiento de la Iglesia y con el tiempo en una crítica cada vez más rigurosa y fundamentada a las religiones en general. En Paraná (otro traslado) estudió el profesorado de Filosofía, Psicología y Pedagogía. También estudió piano: cuentan que era una excelente pianista, capaz de ejecutar cualquier partitura a primera vista. En reuniones de amigos y familiares, formaba un trío con su marido Raúl (en voz), Dardo Ghisi (en violín) y ella al piano, cultivando lo que por entonces se conocía como “típica” (tangos y milongas).
LA EDUCADORA
En lo que respecta a su concepción educativa, Chela Chappuis apuntaba a “una educación personalizada y liberadora”, que parta del saber del estudiante y no del docente. Quizás esas ideas, tan cercanas a los ideales del movimiento reformista de 1918, fueron las que la llevaron a apoyar con tanta decisión el protagonismo estudiantil en su rol directivo. Anota Chela en sus cuadernos de 1974:
“El maestro no solo enseña sino que se enriquece, porque el alumno también enseña. (…) La escuela debe ser sentida como comunidad. No rutina, no improvisación, sí investigación en las aulas. La comunidad escolar es familia, alumnos y maestros en interacción. La formación es integral. No solo conocimiento, sino conocimiento más afectividad más psico-motricidad. La escuela debe ser un sistema abierto. La escuela es agente de cambio: toma de la sociedad los elementos y los devuelve transformados a través de los alumnos (…) El adelanto tecnológico y el método científico el alumno tiene que vivirlo para usarlo y no dejarse someter. Hay que ampliar el concepto de cultura”.
En ese mismo marco define sus pensamientos y toma nociones de Jean Piaget:
“La comunicación es de persona a persona, no de persona a montón. Es bipersonal. La enseñanza debe ser individualizada y el trabajo debe ser individual y grupal (…) Dice Piaget: ‘el alumno aprende solo’, el maestro gradúa y orienta. El aprendizaje es una conducta que aumenta las posibilidades de la persona”.
Respecto de la evaluación, asegura:
“Si los alumnos rinden mal, la causa puede estar en el diagnóstico. La situación de aprendizaje es un campo complejo entre docente y alumno, y docente y planes y programas. Si los objetivos están de acuerdo al diagnóstico, se logrará éxito, pero si se fracasa, si no se alcanzan los objetivos, es porque está mal planificado. (…) Se aprende a hacer haciendo. Eso exige del alumno interés, motivación, responsabilidad, autodisciplina, independencia de pensamiento, autoconocimiento. Y del docente: cambio de actitudes, fundamentos teóricos, manejo práctico, compromiso con los objetivos e infraestructura adecuada”.
CHELA EN EL RECUERDO
Daniel Carbone, profesor de Filosofía y alumno de Chela, la evoca con estas palabras: “Gracias a ella aprendí a amar a la ética como disciplina filosófica. Y ella fue quien inspiró mi intención –y por suerte lo pude lograr– de ser profesor de ética. Sus clases me capturaban: La forma en que hilvanaba el discurso hacía que yo le prestara toda la atención. Tengo un muy buen recuerdo de ella como persona y como profesora”.
También docente en filosofía, Graciela Velasquez integró la última camada que la tuvo como profesora. Y testimonia: “No eran momentos fáciles, muchos cambios en la formación docente, nuevos regímenes académicos, el surgimiento de los institutos formadores, las demandas de una nueva organización pedagógica. El país se convulsionaba con una feroz hiperinflación y, en educación, un paro de los más largos atravesaba el calendario académico. Pero en el aula, con ella, la realidad se ponía en espera: traía con pasión el Renacimiento, aparecía la razón y el pensamiento como un desafío ético de los hombres de una época. Tengo presente con la fuerza que enseñaba a Giordano Bruno y las nuevas formas de racionalidad. Hoy a la distancia, recupero la capacidad de intertextualidad que ponía en sus clases. Para hacerlo más simple, nos hacía leer Descartes y Sábato y encontrar en ellos los puntos de conexión, las formas de comprender la actualidad con los ojos de la modernidad”.
Gabriel Pérez, profesor de historia, la recuerda de esta manera: “Era una persona abierta en tiempos de profesores distantes. (…) La recuerdo en los pasillos del profesorado, en su despacho de vice o de rectora, en las extensas reuniones del Consejo Consultivo: siempre dialogando, siempre abierta a la negociación, siempre tratando de comprendernos. La recuerdo el 6 de diciembre de 1985 cuando en el discurso de despedida trajo a colación (o a la colación) las metáforas de aquella película magistral de Federico Fellini: Ensayo de Orquesta. Supo ser campechana sin ser vulgar. Cercana a los alumnos. Rigurosa en sus enseñanzas y lecciones. Risueña. Agradable. Una autoridad que no daba miedo. Algo que no era poco a mediados de los 80. La recuerdo con mucho cariño. Como a esos docentes que supieron hacer escuela y supieron amar a La Escuela”.
(VER RECUADRO: TESTIMONIOS: EL RECUERDO DE CHELA CHAPPUIS)
LA RECTORA DEMOCRÁTICA
Chela no solamente era una valiosa presencia en el aula, haciendo a sus estudiantes abrir sus mentes a grandes filósofos como Bertrand Russell; además, como rectora de la Escuela Normal, apenas
recuperada la democracia en 1983, se convirtió en un puntal de la democratización de la educación superior, alentando la participación protagónica de los estudiantes con una convicción admirable. Al punto que por ese decidido impulso, se convirtió en la primera (y hasta hoy la única) rectora elegida por el voto universal de la comunidad educativa de la Escuela Normal. Aunque no pudo ejercerlo. Así lo recuerda el entonces presidente del Centro de Estudiantes del Profesorado, Gustavo Sirota, profesor de historia:
“La recuerdo como rectora con dos cosas que hablan muy bien de ella: una, cuando a cargo de la rectoría de la Escuela, posibilitó la participación de los estudiantes en el Consejo Consultivo. Había un docente por cada carrera, y allí nos insertamos en representación de los estudiantes. En ese momento, 1986-1987, fuimos uno de los pocos institutos de educación superior del país donde existió una apertura de ese calibre”. En efecto, Chela Chappuis como rectora, apoyó decididamente las iniciativas propuestas desde el Centro de Estudiantes e incluso alentó y posibilitó la incorporación al Consejo Consultivo (el máximo órgano de conducción de la escuela en esa época) de una representación estudiantil, junto a los representantes docentes, aunque eso no estaba autorizado en ninguna reglamentación.
“El otro recuerdo” continúa Sirota, “es cuando Ovide Menin, quien estaba en ese momento a cargo de la Dirección Nacional de Educación Superior, lleva adelante en nuestra escuela la primera experiencia democrática en institutos superiores de todo el país: la elección democrática de las autoridades. Nosotros desde el Centro de Estudiantes propusimos que las autoridades del Profesorado fueran electas directamente por el voto de toda la comunidad educativa”, rememora Sirota. No por claustro, sino todos en un mismo padrón, docentes, estudiantes y egresados, todos votando a los consejeros. Algo que incluso hoy, no existe en ninguna institución educativa.
Era una propuesta muy innovadora y audaz para ese momento. “Esa elección se realizó y fueron elegidas Chela, y la recordada Ethel Bekenstein como vice, que fueron nuestras candidatas”, narra Sirota. Y agrega: “Me acuerdo incluso de los editoriales de aquel momento en el pasquín local La Calle, escritos por el inefable Diego Young –que era docente en el Profesorado– repudiando esas elecciones y acusando a Ovide Menin de su pertenencia a la izquierda y de sus inclinaciones sexuales… Un escándalo para aquella época, sin duda… Y a las autoridades democráticas de ese momento, los amigos radicales, les pareció que era demasiado y decidieron mandar la intervención, aunque le llamaron ‘normalización’”.
“Creo que esas cosas hablan, sobre todo, de la apertura de Chela, en un momento diferente al de hoy, en la época de transición del regreso de la democracia. Chela era una mujer muy amplia en cuanto a escucharnos y permitir la participación estudiantil, y ese episodio, entre otros, lo demuestra”, concluye el docente.
En abril de 1987, en plena Semana Santa, un grupo de militares comandados por Aldo Rico, se amotinaron exigiendo el cese de los juicios que se llevaban a cabo a raíz de las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura que había finalizado apenas tres años antes. El detonante había sido la detención de un militar de inteligencia, el mayor Ernesto Barreiro, amigo de Rico, quien había tenido participación activa en la represión al movimiento obrero en Córdoba, y se negó a prestar declaración ante la Cámara Federal de esa provincia en relación a las acusaciones de tortura y asesinato. Rico, teniente coronel, sublevó a su regimiento y se atrincheró en Campo de Mayo. Otras dependencias militares se sumaron a esa acción. El país entero quedó en vilo: la sombra de un nuevo golpe paralizó a la población. Pero la respuesta fue unánime: a diferencia de lo ocurrido en las décadas anteriores, todo el espectro de las fuerzas políticas rechazó el alzamiento. En centenares de ciudades de la Argentina la gente, en lugar de encerrarse en sus hogares, salió a las calles, a ocupar los espacios públicos en una conmovedora acción masiva de rechazo a cualquier posibilidad de ruptura del orden democrático recuperado.
En Concepción del Uruguay no fue distinto: encabezados por el entonces intendente de la ciudad, el contador Juan Carlos Lucio Godoy, los jóvenes de todas las fuerzas políticas se instalaron durante esos días en la Municipalidad, con festivales, banderas y una activa decisión de frenar la amenaza golpista. Algunas instituciones escolares de la ciudad fueron tomadas pacíficamente, en la convicción de que solo la movilización ciudadana conjuraría el golpe.
En ese marco, quienes integrábamos el Centro de Estudiantes del Profesorado nos comunicamos con ella, la rectora. Chela no dudó un instante: evidenciando su compromiso democrático ante la naciente democracia amenazada por el golpismo carapintada: en persona, llaves en mano, caminó serenamente las pocas cuadras que separaban su casa de la Escuela, para ir con nosotros –entonces jóvenes militantes estudiantiles de las distintas agrupaciones del Profesorado– a abrir el histórico edificio de la Escuela Normal Mariano Moreno, para tomarla juntos en defensa de la democracia.
LA FILÓSOFA DEL ARTE
En la actualidad, la palabra “filósofo” o “filósofa” se ha democratizado: ya no se reserva solo para los grandes nombres de la historia del pensamiento, sino que también se suele usar para describir a quienes se dedican a la docencia, la investigación o la divulgación de la actividad filosófica, revalorizada por buena parte de la sociedad, tras algunos años en que parecía que el pensamiento crítico quería ser eliminado de las aulas y de la discusión pública.
Chela Chappuis fue una filósofa en varios de esos sentidos. Aunque no existen todavía trabajos específicos que estudien sistemáticamente su pensamiento, una labor en proceso que se realiza desde el Profesorado de Filosofía de la Escuela Normal permitió rescatar algunas de sus producciones como ensayista en filosofía. En la Revista SER, que durante varias décadas editaron los Cursos del Profesorado de la Escuela Normal, se publicaron algunos textos de su autoría, dedicados a una de las temáticas que la apasionaban: la filosofía del arte.
En los siguientes vínculos se pueden leer dos de ellos:
“Hacia una nueva visión de la realidad”, publicado en Revista Ser número 3, de 1964
“El arte en el pensamiento existencialista”, publicado en Revista Ser número 6, 1967
Ambos ensayos están dedicados a analizar la relación de arte, sociedad y filosofía en el convulsionado siglo XX, y evidencian la profundidad y vigencia de su análisis:
“Abrumado por la velocidad y el tiempo útil, el ser humano pierde la relación sensible con las cosas (…) El mundo empírico y sentimental del siglo XIX se transforma en un mundo abstracto y de emotividad dirigida que configura una época que no puede ser expresada por medio de imágenes representativas”.
La problemática del artista actual y su necesidad de expresarse ante una realidad esquiva, caótica, multiforme, aparece en el análisis de Chela:
“Esas imágenes resultan insuficientes cuando se quiere dar cuerpo a una concepción de vida que excluye la experiencia. Desvanecido el misterio de lo que existe objetivamente, hoy crece el misterio de lo que sólo puede preverse con instrumentos de precisión matemática. Este mundo nuestro no puede hallar un símbolo en el retrato, el paisaje o la naturaleza muerta: necesita imágenes de la fantasía menos empírica pero si más precisa; el artista deberá encontrar otras formas que expresen su objetividad”.
Y no es el único desafío, explicaba Chela:
“Pero no es el único problema, porque lo que se ha modificado es el carácter de la expresión espiritual: no se trata de escamotear el objeto, expresar lo mismo que expresó el naturalismo. La exigencia esencial es reemplazar la forma representativa por otra suficientemente objetiva como para que sea comprensible la nueva actitud. De otro modo, la subjetividad no sería expresiva”.
Así, en su ensayo, Chela reivindicaba las nuevas formas de expresión que, más de medio siglo atrás, aún escandalizaban a los sectores más conservadores frente a las nuevas tendencias, más abstractas, menos figurativas, más exigentes a la mirada del observador:
“En resumen de cuentas nada hay de arbitrario en reemplazar un repertorio de formas conocidas por otro repertorio también conocido como es el de las formas geométricas. Así, las fantasía y la imaginación son más fecundas por el hecho de que no se apoyan en nada material y ya hecho”.
Y así reivindica el pensamiento de Vasili Kandinsky, pintor ruso, precursor del arte abstracto y filósofo del arte, con quien se considera que comienzan la abstracción lírica y el expresionismo.
“El artista siempre sigue su verdadero camino cuando como hoy logra la expresión no de la realidad tal como la vemos ni de la vida que vivimos, sino de la verdadera realidad y de la verdadera vida: indefinible, pero realizable en la obra de arte”.
LA FILÓSOFA DE LA LIBERTAD
Chela era admiradora y atenta lectora de Bertrand Russell –quizás el filósofo más importante y completo del siglo XX, autor de clásicos como Los caminos de la libertad, Por qué no soy cristiano o La sabiduría de Occidente–. Pero el pensamiento de Russell (un racionalista igualitarista, pacifista, feminista y enemigo de cualquier oscurantismo) no era del agrado de la conservadora concepción filosófica dominante en ámbitos institucionales en la Argentina durante aquellas décadas, mucho más proclives al pensamiento denominado “aristotélico-tomista”, la filosofía oficial de la Iglesia Católica.
No obstante, para nuestra pensadora, Russell aportaba elementos fundamentales para una filosofía actual, ocupada y preocupada por los temas de siempre pero capaz de impulsar ciertos nuevos consensos, ahora tal vez más aceptados, pero no todavía por aquellos años: la necesidad de apegarse a los hechos demostrados y no a las opiniones basadas en prejuicios, la fe no en dioses de ningún tipo sino en la libertad y la igualdad como fines irrenunciables, la paz y la tolerancia como ejes de de la convivencia (y por lo tanto la democracia como único sistema político que, con todos sus defectos, posibilita la reparación no violenta de los errores e injusticias), los derechos humanos como presupuesto de toda acción social, y en fin, como le gustaba decir a Chela: “La democracia como filosofía de la libertad”.
En su pensamiento filosófico, Chela era tan abierta como en sus clases. Aceptaba las opiniones e intercambiaba ideas con quien quisiera, y se encontraba dispuesta siempre a una apertura mental que le permitía seguir incorporando perspectivas de diferentes posiciones, como lo demuestran los apuntes y notas de sus cuadernos, a los que accedimos gracias a la gentileza de sus hijos.
LA FILOSOFÍA LATINOAMERICANA
En 1984, Chela participa de las Primeras Jornadas de Filosofía del Litoral, junto a disertantes como Carlos Cullen, Elena Candioti, Julio De Zan y Graciela Barranco de Busaniche. En uno de sus cuadernos, da cuenta de las conferencias a las que asistió y se agolpan los apuntes de esa participación. Allí se evidencia su entusiasmo con la conferencia que dicta Carlos Cullen –un destacado exponente de la corriente conocida como Filosofía Latinoamericana de la Liberación, quien casualmente estuvo este año en Concepción del Uruguay.
Cullen expone sobre el tema “Sentido y función de la filosofía en la Argentina de hoy”. Tanto, que en el programa –conservado entre sus papeles– se puede leer, escrito a lápiz, una expresión contundente: “¡Bárbaro!!”. Se queja, de paso, de que habla muy rápido. Y anota algunas de las ideas principales que la atrajeron:
“Compatibilizar saber popular y filosofía. En la filosofía nacional ha habido dos tipos de teorías: Las que desdeñan la realidad y las teorías sobre problemáticas argentinas. La filosofía que estudiamos es ajena. Copiamos a otros. La filosofía no es intemporal, toda filosofía es histórica, nacional. Existe filosofía argentina y latinoamericana desde 1819. Filosofía es el discurso de una cultura que encuentra su sujeto. El sujeto es el pueblo que gesta su cultura. Filosofía nacional es pensar aquí y ahora, operar pensando la construcción de la Nación”.
Prosiguen las anotaciones:
“La cultura nacional arraiga en la realidad de un pueblo. Depende del grado en que se eleve el sentir a conciencia. La cultura nacional argentina es latinoamericana. (La guerra de) Malvinas la reavivó al sentimiento. Es pluralidad en todo sentido, no pueden desintegrarse sus componentes. El proceso de unificación es resultado de las experiencias de cada país en su lucha histórica por la independencia. La libertad es el futuro. Conjuntos de metas de un pueblo marchando hacia su felicidad”.
Hay algunas otras notas que sorprenderían a propios y extraños:
“Argentina: unidos o dominados. El proyecto latinoamericano abre nuestro futuro histórico con exigencia de unidad de proyecto, las diferencias no se destruyen sino que consolidan la unidad. Es la unidad de América Latina lo que asegura su lugar en el mundo, su universalidad. La justicia social es el ideal de los pueblos. Perón la reavivó. El ser humano se realiza en un pueblo que se realiza. La libertad personal se afirma en tanto se objetiva en cultura. El ser humano crece en libertad desde la cultura en que se plasma su universalidad”.
LA LIBREPENSADORA
¿Habrá coincidido Chela con esas perspectivas, con algunas de ellas, con todas, o solo son los apuntes de la charla a la que asistió? No lo sabemos. Pero el nivel de detalle con el que tomó esas notas (son las más abundantes de todas las anotaciones de las Jornadas) y la expresión “¡Bárbaro!!” en el programa junto a esa conferencia, evidencian su entusiasmo y al mismo tiempo, la apertura de su pensamiento, si se considera que ella había sido, desde muy joven, fuertemente antiperonista.
“Sí, era bastante gorila”, dice el menor de los hijos, Rafael. “Al punto que siempre me recuerda Gelo Mazzarello que ella, muy jovencita, con apenas algo más de 25 años, habló en el festejo que se hizo en el 55, cuando fue derrocado Perón, y dijo algo así como que ‘Perón no debería haber nacido’, cosas que a mí me da un poco de vergüenza recordar”. Rafael atribuye –en parte– ese enojo a la pertenencia a un sector social acomodado en el que la actitud identitaria fue el antiperonismo, pero también a que en Paraná, durante el primer peronismo “para obtener su título de profesora primero había que estudiar el Plan Quinquenal de Perón, y si aprobabas recién entonces podías acceder a los exámenes. Ella lo contaba con bastante odio”.
Quizás, también, haya influido la aprehensión que le producían algunos rasgos de aquel primer peronismo: la unión de Fuerzas Armadas e Iglesia, instituciones que rechazaba fuertemente, en especial la segunda, resultado de su paso como pupila por un colegio de monjas en la ciudad de Buenos Aires durante los años de la secundaria, que le había sido especialmente opresivo y sobre lo que no ahorraba improperios: “Podía estar minutos que eran eternos arrojando ristras de puteadas hacia curas y monjas”, cuenta Rafael.
¿Y como madre? Rafael, psicólogo, al fin, analiza: “Como madre ella asumía un rol distinto al que yo percibía que tenía con sus alumnos. Yo la sentía más bien como un sargento de la Guerra del Paraguay, que habiendo perdido el caballo seguía peleando de a pie… Era brava, era estricta. En casa era ella quien manejaba todo, la plata por ejemplo. Su relación con papá era de mucha complementariedad, que se ve también en su visión filosófica de lo artístico, que es complementaria de una manera impresionante con la obra de papá. Claro que yo era adolescente, yo estaba en otra, con la guitarra, entonces la veía como conservadora… Pero ahora puedo ver y reconocer esa apertura, esa actitud liberal, progresista, que como hijo menor solo vi en destellos. Era algo que yo le adjudicaba por la rigurosidad, por el carácter tutelar que tenía como madre… Hoy mi reconstrucción de su rol maternal tiene que ver con lo que yo detecto en mi labor profesional, al acompañar a padres y madres en su relación con los gurises, donde mi asesoramiento tiene que ver con recuperar esa demarcación de la asimetría, del rol tutelar que debe tener el adulto, esto que uno señala todo el tiempo porque se ha fragilizado mucho. Mi vieja ejercía claramente ese rol tutelar y yo, adolescente, veía a una persona conservadora, que en realidad no lo era...”.
No obstante, librepensadora al fin, aquel viejo rencor hacia el peronismo no le impedía dar cuenta de avances que había visto personalmente: Alejandro, el hijo mayor, cuenta que en el Chaco, donde Chela vivió un tiempo, “ella vio en los campos de algodón las condiciones de vida paupérrimas de los cosecheros, el atraso en el que se encontraban. Recuerdo claramente que contaba que los peones se gastaban toda la cosecha en comprar una radio nueva, porque se le acababan las pilas a la que tenían y no sabían que podían cambiarlas. Y le reconocía al gobierno de Perón que había mejorado mucho esas condiciones”.
CHELA, RECUPERADA
Probablemente al señalársele estas modificaciones en su pensamiento, Chela hubiera sonreído y respondido con la cita atribuida a Kant: “El sabio puede cambiar de opinión. El necio, nunca”.
Chela fue una de las grandes educadoras de Concepción del Uruguay: desde las cátedras en secundaria o en el Profesorado, desde la investigación permanente de las disciplinas que la apasionaban, o desde el rol directivo ejercido a lo largo casi tres décadas, alentando como madre o como docente la libertad más amplia imaginable tanto para sus hijos como para sus estudiantes, Chela Chappuis fue una librepensadora, que formó a varias generaciones de docentes y ejerció esos diferentes roles, siempre coherente con sus ideales filosóficos, que dejó plasmados en algunos textos que acaban de ser recuperados.
En este año, en que se cumplieron treinta de su desaparición física, vivimos una época muy especial, que seguramente la habría apasionado. La lucha de las mujeres ha empezado a poner las cosas en un lugar distinto. De a poco, con avances y retrocesos pero inexorablemente, están cambiando las relaciones entre las personas, haciendo ver de maneras distintas el pasado y el presente. Quizás sea un aporte en ese sentido recuperar la trayectoria de una filósofa y educadora uruguayense, a la que tuvimos el honor de conocer y disfrutar personalmente. En todo caso, este recuerdo pretende hacer justicia, a treinta años de su desaparición física.
Para ampliar: Testimonios sobre Chela Chappuis
Fuentes, citas y agradecimientos:
- Las notas de Chela en Revista SER fueron tomadas de los ejemplares originales de la biblioteca de don Pablo Schvartzman.
- Las imágenes de Chela, así como los cuadernos de apuntes, son gentileza de sus hijos Alejandro, Leonardo y Rafael.
- Los testimonios personales fueron comunicaciones del autor con las personas mencionadas. A todas ellas muchas gracias por contribuir a hacer posible esta nota de homenaje.
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