Nacido en Gualeguay, Juan José Manauta hubiera cumplido 100 años en estos días. Aquí compartimos el recuerdo del gran escritor argentino, considerado uno de los entrerrianos universales, en una suerte de tapiz: se incluye un breve repaso de su obra y su deslumbrante vida, una breve entrevista casi desconocida y se reproduce facsimilarmente un texto inédito.
Por A.S. de EL MIÉRCOLES DIGITAL
Abelardo Castillo había dicho hace pocos años: "Manauta es el único escritor argentino vivo que ha escrito un libro clásico". Y de paso hizo correr la versión de que “en Rayuela de Cortázar, cuando Oliveira viene a la Argentina el único escritor por el que pregunta es por Manauta”. No es verdad, pero fue el modo que eligió Castillo para advertir –todavía en vida del gran escritor entrerriano– que se le debía un homenaje a este clásico contemporáneo, ajeno al cánon, a la academia y a los cálculos codiciosos del mercado.
Manauta, además, le ganó un juicio laboral a la ex Unión Soviética: en una acción que terminó en la Corte Suprema de Justicia de la Argentina, le reclamó a la Embajada (y finalmente obtuvo), el pago de daños y perjuicios por incumplir aportes previsionales, sindicales y asignaciones familiares durante los años en que tuvo relación de dependencia con la Oficina de Prensa de la embajada.
La descripción de Manauta sobre el origen de Las tierras blancas explica la potente actualidad de esa obra: «El éxodo de los campesinos entrerrianos y el desarraigo de estos trabajadores de su tierra, corridos por el latifundio y la miseria».
Aunque Manauta es casi un desconocido para las generaciones jóvenes argentinas (y lo que es peor, entrerrianas) sus méritos son mucho más que estas anécdotas: su nombre pertenece a la mayor tradición de la literatura argentina y sus lectores, agradecidos eternos, no permiten que sea olvidado.
En estas páginas, además de una breve noticia biográfica sobre el gran Manauta, reproducimos la nota que realizara María Cristina Billanes en 2004 para una edición aniversario de El Miércoles, de Concepción del Uruguay, y la reproducción facsimilar de un texto casi desconocido aún hoy, titulado “El roble”, enviado hace 15 años a una amistad entrerriana.
UN NOTABLE
“Se armaban terribles discusiones sobre Bioy Casares, David Viñas, el padre Castellani, Manauta y la política de YPF”. (Julio Cortázar, en Rayuela, capítulo 40)
Esa es la verdadera mención a Manauta en Rayuela. Como puede verse, Cortázar eligió mencionarlo junto a otros escritores argentinos, y sin adjetivación. Quizás la confusión de Abelardo Castillo, que originó la afirmación citada arriba, y reproducida en muchos otros lugares, se produjo por este otro pasaje: “—Puede ser —dijo Oliveira—. Pero no tienen ningún Juan Filloy que les escriba Caterva. ¿Qué será de Filloy, che?” Dos menciones distintas a dos grandes escritores argentinos, del interior, ambos de singularísimo talento, ambos olvidados muchos años por la literatura argentina. Como sea, la noble confusión de Castillo permitió que muchas personas repararan en la impresionante creación de Manauta.
La obra literaria del gualeyo, en especial a partir de Las tierras blancas, inaugura un naturalismo poético que denuncia la injusticia y la violencia a partir del drama poco visibilizado de las personas excluidas, los marginales, los derrotados de la sociedad. Se lo considera heredero literario de Dostoievsky, de Faulkner y de Dos Passos, y a la vez, creador de una voz propia, tan entrerriana como universal. Su estilo fue rotulado como “realista”. Con humor y elegancia, Manauta se burló de esa etiqueta: “Escribí sobre transportadores de almas, y de brujas contrabandistas; también velé a un niño dormido sobre un maloliente basural y soñando que remontaba su barrilete con auxilio de viento y aire puro; recordé a un hombre sin trabajo que hablaba con su perro y a otro que convertía en locomotora una carretilla. Por todo eso y algo más me llamaron realista”.
En 2010, con 90 años, la Cámara de Diputados de la Nación lo distinguió como “Mayor Notable”, a propuesta del entonces legislador por Entre Ríos, Lisandro Viale. La distinción le fue otorgada “a raíz de su extensa obra literaria que plasmó sin dejar de hablar de su universo chico: el río, la ciudad cosmopolita, el campo y especialmente el pueblo que lo vio nacer”. Falleció el 24 de abril de 2013 a los 93 años, fue velado en la Biblioteca Nacional rodeado de familiares y colegas, y sus restos fueron cremados y esparcidos al río Gualeguay, como lo deseó.
LA VIGENCIA DE UNA OBRA MAYÚSCULA
“Las Tierras Blancas es uno de los libros fundamentales de la narrativa argentina del siglo 20”. Pedro Orgambide
La voz literaria de Manauta puso en la superficie a los dolientes. Su novela Las tierras blancas es considerada un quiebre y una referencia para los escritores de la llamada Generación del ‘55. Fue llevada al cine por Hugo del Carril en 1959. En ella se conjuga la sencilla épica de los humillados, la callada tragedia de los pueblos y el amor a los ríos y paisajes de su provincia. Allí Manauta cuenta como nadie la vida cotidiana y a la vez épica de hombres y mujeres en la lucha contra el hambre, personajes de las barriadas asentadas sobre los suelos aluvionales, estériles, del río que transitó desde su infancia junto a su amigo, el poeta Juan L. Ortiz. Una frase de la mujer que protagoniza esta novela se ha transformado en cita obligada de la novelística argentina: “Y otra vez el hambre. Otra vez el hambre, y es como decir: otra vez mañana, el atardecer, el mediodía”.
Desde siempre escribió sobre tres temas: «Mi tierra natal, la historia de mi tierra natal y el amor, no sé en qué orden ponerlos».
Tal vez la descripción del propio Manauta sobre el origen de Las tierras blancas explica en parte la potente actualidad de esa obra: «El éxodo de los campesinos entrerrianos y el desarraigo de estos trabajadores de su tierra, corridos por el latifundio y la miseria».
Había nacido el 14 de diciembre de 1919 en Gualeguay. Fue maestro normal, profesor de Letras y hacedor de los más variados oficios (desde obrero de imprenta, corrector de pruebas, pasando por periodista, empleado de seguros, vendedor de libros y hasta guionista de cine). Escribió y publicó desde 1944 un sinnúmero de novelas, cuentos, poemarios y guiones. Fue amigo de grandes referentes de las letras argentinas como Juan L. Ortiz, Amaro Villanueva, Carlos Mastronardi, Enrique Wernike, Pedro Orgambide y Bernardo Verbitsky, recibió importantes galardones como la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores. Militó en el comunismo, decisión que pagó caro ya que no pudo ejercer como profesor en Entre Ríos y durante el peronismo fue detenido y expulsado de la provincia.
El escritorio, la máquina de escribir, el sillón, el mapa provincial, el afiche de Las tierras blancas, e incluso el cenicero: los objetos que conformaban el “rincón” de escritura de Manauta, donados por Lucía, la esposa de Manauta, a la biblioteca Alfredo Bravo de Concepción del Uruguay.
“SOLO QUISE ESCRIBIR”
“La elegía de Manauta no está sólo en relación con la soledad del paisaje sino también con el drama silencioso de los desheredados”. Juan L. Ortiz
La cita –cuenta María Cristina Billanes en la nota publicada en El Miércoles en marzo de 2004– era a las 19 en Viamonte al 2400: “Le asombró mi llegada puntual, ya que dijo «tengo dudas sobre la puntualidad de las mujeres». Era un lugar agradable, libros y pinturas por doquier (Castagnino, Maddonni, Schurjin), música de Bach, vino y cigarrillos. Tuvimos cuatro horas de diálogo. Habló de la vida. De dolores y alegrías, encuentros y desencuentros, la soledad, la nostalgia, las heridas del alma. Contó que escribe de noche, siempre acompañado por la música. Espera ver amanecer desde su ventana durante el verano. Si no lo hace siente que perdió algo”.
“También dijo que quería escribir sobre el amor imposible. Porque «enamorarse de la mujer o del hombre inadecuados no sólo es posible, sino frecuente. Es más: alguien me ha convencido, a fuerza de no mentirse, que el verdadero y único amor es el amor imposible, el que no se realiza, el que queda en nuestro corazón como una imagen resplandeciente, imborrable, soberana. Esto no significa que haya que renunciar al ‘fuego sagrado’ (el fuego sagrado, sin duda, es el fuego del amor) ni que no haya que quemarse en él. Ya sé que es contradictorio, como todo en la vida de los hombres y de los árboles, incluyendo al roble, pero nadie que yo sepa es culpable de que la vida discurra en una lucha de contrarios, en una lucha irreconciliable de verdad y mentira, de incertidumbre y de certeza, de turbulencia y calma, de diafanidad y de bruma».
“Manauta, con 84 años en ese momento, recitó un poema del siglo XVII que le había escuchado sesenta años atrás a Pablo Neruda. Y aún así se lamentaba de tener problemas con su memoria... Desde siempre escribió sobre tres temas: «Mi tierra natal, la historia de mi tierra natal y el amor, no sé en qué orden ponerlos». También le apasionaba el fútbol: lo jugó, concurrió a las canchas y era hincha de Estudiantes de La Plata”.
Según Adriana, su hija médica, la sólida longevidad de Manauta se explicaba por tres motivos: comía poco, no tomaba psicofármacos y dormía la siesta. Él agregaba, cuenta María Cristina, un consejo que le dieron en Rusia: «Al desayuno, tómalo, el almuerzo puedes dejarlo pasar y a la cena entrégasela al enemigo».
«Soy un tipo que lo único que quiso en su vida, fue ser escritor. De ahí se puede deducir lo que significa la escritura para mí. Es fácil decir, con alguna simplicidad, que la escritura es «todo», y esto deja de ser una frase hecha, convencional, para convertirse en algo vital. Si yo no escribiera o no hubiese escrito, a mi vida la hubiese considerado vana, vacía de contenido. El escribir es lo que le da razón a mi vida, lo que le da sentido, lo que la orienta. En definitiva lo que la vincula con su pasado, presente y breve futuro, que lo espera dada mi edad».
EL RECUERDO DE JUANELE
“–¿Cuál fue la época más feliz de su vida? –Los próximos años. No sé cuántos quedan, pero creo que los próximos”. Manauta, en entrevista de Angel Berlanga.
«Yo conocí a Juanele Ortiz desde mi infancia. Todo el mundo lo conocía en Gualeguay... Él era empleado del Registro Civil... La gente, en general, no tenía la menor idea de lo que significaba Juan en la literatura y la poesía argentina. Cuando fui creciendo, compraba las ediciones precarias de Juan. Todas sus ediciones eran pagadas por él mismo, se las vendía a sus amigos, esos poemarios publicados por iniciativa de Carlos Mastronardi, que un poco le arrancaba los originales a Juanele y se los hacía publicar, casi a la fuerza... Cuando decidí ir a estudiar a La Plata, en mi casa no lo vieron con buenos ojos porque querían que fuera doctor, abogado, ese tipo de carreras. Para mejor la facultad que había elegido se llamaba Humanidades, y para esa época, la década del 30 todos se preguntaban qué era eso. Eso yo se lo confié a Juanele y le mostré el plan de estudios de la Facultad, y allí figuraban profesores como Pedro Henríquez Ureña, Amado Alonso, Arturo Marasso, Arturo Capdevila, Abraham Rosenvasser, Carmelo Bonet... Juanele me decía, cuando vio esos nombres: ‘Ésta es la mejor facultad del mundo; claro que tenés que ir’. Estoy casi seguro de que habló con mis padres y les comentó eso, de pronto estuvieron más accesibles y me apoyaron. Así tuve la posibilidad de ir a La Plata...»
«Se sabe que Juanele era militante comunista, pero jamás trató de influir en mí, aunque hablábamos de política. Teníamos trato cotidiano, hablábamos de mi supuesta vocación literaria, yo había escrito algunas pequeñas cosas que le mostraba. Ya en La Plata, la universidad no me defraudó: todo lo contrario. Conocí gente espléndida, a los jóvenes de la Federación Juvenil Comunista, a la que yo me afilié. Siempre en vacaciones una de mis primeras visitas era a Juanele, iba a hablar de lo que estaba estudiando, de los programas, de las lecturas, sobre todo de literatura. Yo iba a tomar mate a la casa de él, en el cordón de la vereda. Un día le dije: ‘Juan, me he afiliado a la Fede (por la FJC)’. Se quedó asombrado, o tal vez confirmando una sospecha y me dijo ‘esperame un momentito, quedate aquí’. Entró a su casa y volvió con una revista que entonces creo que dirigía Romain Rolland. Y me muestra en la página central la reproducción facsimilar del carnet de afiliación del PC Francés de Anatole France. Me dijo ‘mirá de quién vas a ser camarada’. A todo esto, Anatole France había muerto, en 1924. En ese momento me enteré que Anatole France, con ese seudónimo, figuraba con su carnet de afiliación. Y ésa es la mejor anécdota que he tenido con Juanele».
EL JUICIO A LA UNIÓN SOVIÉTICA
En los 90, cuando la URSS comenzaba a desaparecer, Manauta le hizo juicio en un proceso que llegó hasta la Corte Suprema de Justicia de nuestro país. Aunque comenzó siendo contra la URSS, tras su desaparición fue a la Federación Rusa: luego de trabajar 28 años como redactor de la revista Novedades de la Unión Soviética no le habían hecho los aportes laborales y previsionales. En una entrevista con Angel Berlanga, contó que no dudó en demandar porque “si algo aprendí en el PC es que las relaciones laborales deben ser sagradas. Los derechos del trabajador son inalienables, aunque se trate de la Unión Soviética. Ya se vio después qué pasó allá: eso me quitó todo escrúpulo para demandarlos. Y gané el juicio. Aunque me costó encontrar un abogado que me representara”.
Para Manauta, la decepción con el comunismo no empezó allí sino “en la década del ’60. Ya en esa época empecé a sospechar, a dudar, a tener discusiones. Nunca fui sancionado por el partido. Me fui alejando de a poco. Pero nunca me expulsaron. Yo sigo siendo marxista, pero aquello era una falsificación del socialismo. Los soviéticos ensuciaron y desprestigiaron la idea del socialismo, que para mí sigue siendo la mejor manera de vinculación y organización, la más justa. La Unión Soviética le dijo al mundo ‘esto es un fracaso, no sirve’. Y no es así”.
OBRAS
Juan José Manauta nació en Gualeguay, Entre Ríos. Se graduó como profesor de letras en La Plata. Pero nunca ejerció esta profesión sino los más disímiles oficios. Fue peón de aserradero, obrero de imprenta, guionista de cine, periodista, redactor publicitario... Su actividad más regular fue escribir, y no dejó hacerlo casi hasta sus últimos días. Publicó La mujer de silencio (1944); Los aventados (1952); Las tierras blancas (1956), Faja de Honor de la SADE, llevada al cine por Hugo del Carril y traducida a varios idiomas; Cuentos para la Dueña Dolorida (1961), Premio Fondo Nacional de las Artes; Los degolladores (1980), Faja de Honor de la SADE; Disparos en la calle (1985), Primer Premio Municipal de Buenos Aires; Mayo del ’69 (1995) y Colinas de octubre (1995), Premio Fray Mocho. En 2005 la UNER editó sus Cuentos completos en un cuidado volumen de casi 500 páginas.
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