La Cosa Nostra al estilo panzaverde, bajo la mirada inquisidora de un periodista implacable con los vicios del poder en la provincia en estas décadas. Aquí nuestra lectura del libro de Daniel Enz, y una reflexión en torno de la contradicción fundamental, esa vía que sin ablandar la crítica pondera los problemas y echa luz para salir del laberinto.
Por DANIEL TIRSO FIOROTTO
Leer El Clan, el libro de Daniel Enz recién horneado, nos permite saber los modos de una casta dirigente con ambiciones personales y sectoriales exacerbadas, en este caso bajo la batuta de Don Sergio Urribarri, el ex gobernador.
Ciertas prácticas conocíamos, otras olfateábamos. El periodista nos da una mano (sería una pena despreciarla), al reunir en 420 páginas algunas de las arbitrariedades que padecimos y naturalizamos los entrerrianos en estos años.
Arriba de joda, abajo la mitad de la población en la pobreza como se constata en Concordia, más una altísima desocupación oculta en estadísticas maquilladas.
La democracia y la república están en deuda con Daniel Enz y su equipo. Gracias a su labor conocemos mejor a personajes que torpedean las instituciones para atornillarse en el poder. O mejor: le encontraron la vuelta al sistema. Pero al cabo advierten que el cebarse en licencias y atarse en forma acrítica a los mandatos porteños o aporteñados no rinde.
También corroboramos, con esta lectura, que los privilegios que gozan los narcos de esta provincia y ponen en riesgo a la juventud son fruto de los vínculos narcos con el poder político, ni más ni menos.
COLONIA MONSANTO
Hay que leer El Clan para conocer cómo funciona de entrecasa el ida y vuelta de políticos, empresarios y jueces socios para apropiarse de los dineros que depositan los trabajadores en las bolsas del Estado, cada vez que sirven la mesa o encienden el foco de la cocina.
Los gobernantes han jugado a hacer de Entre Ríos una colonia de Monsanto y a garantizarle al banquero amigo, Enrique Eskenazi, el manejo de los dineros del pueblo. Eso les asegura el financiamiento de las campañas electorales.
Economía y capital financiero en manos ajenas: las opciones están entre enfrentar ese problema, o amoldarse y medrar. Y los políticos por ahora eligen la segunda.
Hay que leer El Clan y ver a la alta burguesía copando banderas populares entrañables para ensuciarlas con la patria contratista, la usura y el narcotráfico. Propaganda y relato mediante.
Hay que leer El Clan para celebrar a los periodistas que de tanto en tanto nos entregan nuevas muestras del fraude.
PELOS Y SEÑALES
Banqueros, constructores, corporaciones, narcos, altos jueces, gobernador, legisladores, fiscales, sindicalistas obreros y del campo, familiares, profesionales, instituciones, barrabravas, policías: el clan es más que una familia, se sabe, y Enz cuenta los vaivenes y cruzamientos con pelos y señales.
El libro describe a personajes de los tres poderes y del empresariado amigo; anota vínculos de negocios, amistad, parentezco, y enumera vicios del poder que hartan por su repetición. Conmueve el caldo en que se cuecen las decisiones. No hay que esperar de El Clan un expediente judicial sino una visita a la trama de intereses mezquinos en algunos casos judiciables y en otros como testimonios de la decadencia que arrastra y salpica. También hay una lista de emprendimientos truncos, iniciativas con mucha pompa y escasa duración y todo bien salpimentado de fútbol, farándula y buena vida.
En medio, claro, sobornos a la luz del día, mesas de dinero, mochilas repletas de dólares, amenazas de muerte, exilios, cajeros y recaudadores políticos de toda laya, gastos suntuosos, uso de bienes del estado para fines personales y toda esa modalidad hecha norma, con los controladores (amigos) mirando para otro lado para asegurar impunidad.
Tras la lectura nos queda la sensación de que muchos que apoyaron la gestión de Don Urribarri menospreciaron las “relaciones carnales” que denuncia Enz entre empresarios y jueces con el clan. Autocracia diez, república cero.
Permeable a los grupos de poder, Don Urribarri se dejó seducir además por deseos de estrellato que llevaron al oficialismo a abonar ilusiones, a engañarse con el humor de su estrecho círculo de compinches y llamar “sueño entrerriano” a sus ingenierías electorales. Un castillo de naipes que se derrumbó al primer soplido.
DON URRIBARRI, SOJERO
Don Urribarri duró ocho años en la gobernación pero lleva muchos más en el poder: antes como superministro, ahora como presidente de Diputados.
Desarraigo, destierro, hacinamiento en los barrios, avance del monocultivo, altas presión impositiva, ocultamiento del desempleo con el conchabo público, es el resultado de un pragmatismo que se sumó al de sus antecesores, muy parecidos (peronistas y radicales). Ese es el modelo.
Sabíamos que sus declamaciones contra los sojeros eran eso nomás, porque participaba de un gobierno prosojero, amigo de los Benetton, Grobocopatel, Elsztain, aplaudidor de Monsanto. Hoy estamos seguros, además, de que el propio ex gobernador participaba de los negocios sojeros. A confesión de parte…
Claro, hay que leer El Clan sabiendo que algunos de los pretendidos “luchadores” que enfrentaron a Don Urribarri no son muy distintos, si algunos de ellos a la primera de cambio se endulzaron con la más rancia burguesía y la oligarquía mitrista de los Macri, olvidando que sus abuelos nacieron contra el régimen falaz y descreído. Los entrerrianos no hallaremos alternativas en esta pelea de ricos.
AL BANQUILLO
¿De qué se acusa a la gestión de Urribarri? De corrupción y corruptelas varias; lavado de dinero, tráfico de influencias, desvío de fondos por más de mil millones de pesos, enriquecimiento con dineros del Estado, despilfarro, aumento desproporcionado de la planta de empleados públicos, vínculos con mafias, arbitrariedades al por mayor, autocracia, negocios incompatibles y patrimonialismo, es decir: hacer hábito en el uso de bienes del pueblo como si fueran propiedad sectorial o personal. También de fogonear mediante la propaganda un perfil falso y copar, para ello, medios masivos de alcance. Entre otras yerbas.
Hay que decir que Don Urribarri asaltó medios, y que otros sectores los tienen de aliados. El mordisco de Don Urribarri en ese sector usa dientes de leche, al lado de las fauces de tiburón de los Clarín y compañía.
Sin hacer espaldas en grupos grandes, el periodista Enz y el abogado Rubén Pagliotto, entre otros, se convirtieron en los últimos lustros en el control de facto de las gestiones provinciales, y tomaron vuelo por mérito propio, y por el desembarco de aliados partidarios y socios en las fiscalías y en las vocalías del Superior Tribunal de Justicia, lo que hizo de la república, en Entre Ríos, una farsa. Para eso Urribarri no creó sino que heredó un estilo: la farsa es aquí política de Estado.
DESDE LAS VÍSCERAS
A quienes imaginen que podrán descalificar la denuncia por “gorila” les adelantamos que el libro recibe aportes de diversos sectores y mucho del mismo peronismo que denuncia las miserias de los propios partidarios.
Además, si Enz nombra a decenas de dirigentes y acude al sarcasmo y la ironía a veces, no se ensaña.
Algunos se sentirán señalados, y es lógico: funcionarios que llevan más de una década bajo las polleras de Jorge Busti, Sergio Urribarri y Gustavo Bordet. Pero en ciertos casos lo que se ve es un pecado de tolerancia a las actitudes del gobierno, una complicidad por omisión o resignación. Algunos más acomodaticios, otros con militancia propia, y unos pocos socios. El libro se concentra en el clan. Es del clan que esperamos respuestas.
Enz escribió desde las vísceras. “Fueron días en que se naturalizaron demasiadas cosas y hasta da vergüenza recordarlas. Donde el corrupto caminaba tranquilamente por las calles de la ciudad y la gente lo saludaba como si fuera un prócer”, dice con indignación.
No todos los chanchullos que denuncia son ilegales. Muchos ilegítimos, sí, propios de la Cosa Nostra, e interrogan al partido de gobierno y más: a la partidocracia. Aquí las líneas internas del PJ y su eterno sparring, la UCR, tienen mucho para masticar y explicar.
Y ciertos comentarios son apenas pecados veniales, salsa del mundillo de la política y similares.
Hay que leer El Clan, conocer, tomar conciencia, y esperar algo, por qué no, de fiscales y jueces. Expertos en hacer la vista gorda con sus socios, es cierto, pero con tensiones internas que por ahí explotan y sorprenden.
CONTRADICCIÓN FUNDAMENTAL
Pensamos que El Clan debe ser leído en el contexto de las obras de Enz, que van pintando poco a poco problemas irresueltos de la región, y en especial de Entre Ríos, sea en dictadura como en democracia. Que incluyen problemáticas varias veces centenarias, como la tenencia y el uso de la tierra. Y leído en un marco más abierto que exige un debate sobre el sistema mismo: ¿qué margen deja para hacer cosas muy distintas?
Entre Ríos, como el resto del país, padece un régimen colonial depredador digitado por multinacionales, donde los políticos suelen servir de marionetas. Por ahora (y salvando excepciones).
Los grandes grupos económicos y la naturalización de su presencia en la sociedad constituyen el problema principal. Si nos paramos desde la contradicción fundamental (como dicen los radicales de antes), si trazamos esa línea, entonces la lectura será esclarecedora.
En todos lados (independientes, oficialismo, oposición), hay personas con olfato para reconocer la contradicción fundamental. Gente que también reprocha a sus jefes los coqueteos con banqueros, mineras, Monsanto, Rockefeller, patria contratista, etc., que han dejado chirle su relato.
Claro que al observar la contradicción principal habrá distintas perspectivas. Si se nos permite diremos que conocer el Abya yala y sus tradiciones milenarias (cosa difícil para la partidocracia tan occidental) hace las veces de un resplandor. Independencia, armonía con la naturaleza, complementariedad, comunidad, lucha por las autonomías, resistencia, antiimperialismo, clase: a la luz de esta conciencia será más fácil distinguir quién es quién.
LA CHEQUERA
En el fondo, nuestra sociedad es esto, ni más ni menos. Esto somos nosotros. Con luces y sombras. Y el libro lo dice. Porque si el biografiado incidió para la recuperación de YPF, por ejemplo, en su momento recibió nuestro apoyo. Luego, no fue él quien desvió las cosas hacia la Chevrón de los Rockefeller.
El libro de Enz es interesante por lo que dice y por las puntas que deja para desenredar la madeja. ¿En qué medida los negocios Kirchner/Eskenazi para lanzar el tremendo manotazo sobre la empresa petrolera fueron afectados a la hora de la estatización? ¿Cómo sigue la historia, entre estos socios en la corrupción, que manejan las finanzas del estado entrerriano? ¿Por qué hoy mismo Gustavo Bordet y su ministro Urribarri hijo permiten que los Eskenazi se metan como Juan por su casa en las escuelas entrerrianas mediante el cuento de las “fundaciones” de beneficencia?
Una cosa queda clara: los Don Urribarri pasan, los Don Miguel Marizza y su prole quedan, los Don Enrique Eskenazi y su prole quedan. La patria contratista y el capital de la usura forman el coro estable en el capitalismo entrerriano colonial, dependiente, saqueador, decadente como sus empleados menores de sueños rotos.
En fin, somos lo mejor y lo peor, diría el poeta. Y siempre hay chances de dar algo inesperado por el común, sin esperar reconocimientos ni recompensas. Algunos políticos quizá tengan que comprender que el patrimonialismo, como el relato amañado y la persistente justificación de arbitrariedades, son estorbos para dilucidar esa contradicción fundamental, es decir: sirven a la colonia. Tendremos que ver que la chequera porteña o aporteñada (sea de Macri, Kirchner o sus socios banqueros, petroleros, terratenientes) dura un par de mandatos, mientras que la chequera de José Artigas no tiene fecha de vencimiento.
Si aún nos queda aire y no tiramos la toalla advertiremos que nadie, pero nadie, queda afuera de nuestra comunidad. Somos lo que somos, y un resplandor nos invita a todos por igual a salir del laberinto como se sale de los laberintos.
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