El Presidente, en su delirio místico, se cree Moisés, llora en el Muro de los Lamentos y utiliza metáforas bíblicas. Haríamos bien en mirar la letra chica de esas leyendas antiquísimas: no son muy auspiciosas. Por eso en esta nota se aconseja desconfiar de quienes las emplean. Se llamen como se llamen.
Por A.S. de EL MIÉRCOLES
El desequilibrado que ocupa el Poder Ejecutivo Nacional sigue dejando salir a la luz sus delirios místicos, que hacen cada vez más preocupante su status de Jefe de Estado en nuestra sociedad plural, democrática y diversa.
Primero fueron “las fuerzas del cielo”, después la info sobre sus delirios místicos, luego el cuento de “un esfuercito ahora para mañana ser felices”. Esa fábula es muy vieja. La escuchamos tantas veces que ya es difícil saber quién la dijo primero.
Primero hay que saber sufrir
¿Cuánto hace que escuchamos ese discurso: “primero hay que saber sufrir”, como dice el tango? Alsogaray, “hay que pasar el invierno”; también Menem lo dijo a su modo: “Estamos mal, pero vamos bien”; y mucho antes Avellaneda quería pagar la deuda externa “economizando hasta sobre el hambre y la sed de los argentinos, para responder a los compromisos”.
Seguramente muchas personas han visto el fragmento de Tato Bores al respecto que anda dando vueltas (ver enlace), pero el cuento es muchos siglos más viejo. En la raíz de los pensamientos religiosos a los que adscribe Milei aparece esa misma idea: el vallis lacrimarum, “el valle de lágrimas” que debemos atravesar hasta llegar al “Reino de Dios”.
Pero más allá de la genealogía de la leyenda, el tema es que siempre sufren los mismos. Ese discursito motivacional (“sufrir ahora para vivir bien algún día”) nunca, jamás, es para los de arriba. Ellos siempre hacen diferencia a su favor.
Según la doctrina cristiana, ese “valle de lágrimas” se deja atrás cuando se abandona el mundo de los mortales y se entra en el Cielo. En el Oriente, ni hablar: en la India por ejemplo, resignarse al sufrimiento en esta vida, por horrible e injusta que fuera, permitía escapar (supuestamente) de una próxima reencarnación que fuera todavía peor.
Conviene releer, y sobre todo prestar atención a la letra chica: en todos los casos conocidos, primero hay que morirse para entrar a ese Reino o a una nueva vida. Es bueno saberlo.
Milei, Moises y el desierto
El Presidente Milei a veces se compara con Moisés, en su delirio místico. Aunque vale aclarar que en alguna entrevista dijo que Moisés, en realidad, es su hermana Karina, y él es “apenas” Aarón, quien oficiaba de vocero de Moisés (o su “divulgador”, como dice el mismísimo Milei en este enlace. No se impresionen al verlo: Milei llora cuando lo dice. Y uno no puede dejar de pensar: ¿no es increíble que haya ganado este delirante? Sí, ya sé, lo otro era espantoso. El resto de la oferta político-electoral debería revisar qué hizo en estos 40 años para que el “demos” prefiriera ese salto al vacío, votar a este delirante agresivo, burdo, desequilibrado y mentiroso, antes que votarlos a ellos. Digo, no sé, me parece).
Perdón por la digresión, vuelvo al tema.
Moisés también les prometió a los judíos una vida maravillosa en la Tierra Prometida, según narra la leyenda que cualquiera puede leer en la Biblia, específicamente en los libros del Pentateuco: los sacó de Egipto, los llevó por el desierto, ahí los tuvo 40 años, en el medio se enojó con ellos varias veces, y cuando por fin llegaron, los sobrevivientes y sus hijos, como si el sufrimiento anterior hubiera sido insuficiente, les hizo masacrar a todos los que vivían allí. (Ah, sí, porque resulta que la Tierra Prometida nunca, pero nunca, está deshabitada. Siempre hay que joder a alguien).
Cito la Biblia: “Tomamos entonces todas sus ciudades, y destruimos todas las ciudades, hombres, mujeres y niños; no dejamos ninguno. Solamente tomamos para nosotros los ganados, y los despojos de las ciudades que habíamos tomado. Desde Aroer hasta Galaad, no hubo ciudad que escapase de nosotros; todas las entregó Jehová nuestro Dios en nuestro poder” (Números, 21:34-37). Una belleza, ¿eh? No solo tenés que sufrir: también tenés que hacer sufrir a otras personas, incluida la gurisada. Muy piadoso todo...
(Acá podría agregar que 35 siglos después, ese dios esquizofrénico, psicópata y asesino de masas llamado Jehová, con sus promesas incumplidas, todavía hace a su supuesto “pueblo elegido” masacrar o condenar a una vida de mierda a otras personas y comunidades a las que, con otro nombre, también les hizo creer que esa era “su” Tierra Prometida. Pero mejor no digo nada de esto porque si lo hago mis propios paisanos me van a acusar de antijudaísmo o antisionismo o algo así, y no tengo ganas de discutir sobre eso. Pero si les interesa el tema, les invito a leer otra cosa que escribí al respecto: ver enlace).
Muros e ironías
Pero más allá de la genealogía de la leyenda, el tema es que siempre sufren los mismos. Ese discursito motivacional (“sufrir ahora para vivir bien algún día”) nunca, jamás, es para los de arriba. Ellos siempre hacen diferencia a su favor. O como escribió Jauretche 90 años atrás: “¡Es pa' todos la cobija o es pa' todos el invierno!”
No, Milei no es la excepción: pide esfuerzos a jubilados, laburantes y gurises, pero les reduce los impuestos a los ricos (ver enlace). Justo a quienes jamás, nunca, en la puta vida, han hecho un esfuercito.
Estos días, además, vimos llorar en el llamado Muro de los Lamentos a este desequilibrado que el pueblo eligió para presidir el Poder Ejecutivo Nacional (y antes de enojarse con el pueblo, el resto de la oferta político-electoral debería revisar qué hizo en estos 40 años… ah, cierto, ya lo dije antes. Bueno. Digo, no sé, me parece).
Ironías aparte, yo desconfiaría de cualquiera que se crea Moisés, de cualquiera que invoque a “Fuerzas del Cielo”, y de cualquiera que diga que sostiene conversaciones con dioses y otros seres imaginarios. Y eso vale se llamen Milei, Trump, Hamás, Bolsonaro, Maduro, Bukele, el matrimonio Ortega, Netanyahu o Hezbollah (que, dicho sea de paso, significa “Partido de Dios”).
Ese consejito quería dejarles para este verano brutal de crisis climática. De nada.
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