Desde Holanda –uno de los países con más casos de contagios en Europa– Gerard Vinkers, que vivió su infancia y adolescencia en Concepción del Uruguay, cuenta cómo se vive la pandemia en aquella parte del mundo, donde las personas se resisten a modificar su vida cotidiana.
Por GERARD VINKERS (*)
Ver también: Cómo se vive la pandemia en el resto del mundo, en primera persona
Mi vida sigue siempre medio dividida: vivo en un pueblo pequeño en Drenthe, en el norte de Holanda, es una de las doce provincias que conforman los Países Bajos. Pero tengo mi familia y amigos entre Uruguay y la Argentina, y mis hijos pequeños en Málaga (España). Y como dice mi tía, con mucha soltura, les contaré con visión "sudaca" lo que estoy viviendo en estos días.
Cuando en Italia era ya un caos, en Holanda no habían cambiado mucho las cosas. Crearon un comité de crisis con un coordinador de hospitales de todo el país. Holanda es un país pequeño, y eso permite que se usen todos los hospitales para todos los que lo necesiten. Hay 1.600 camas preparadas para recibir y tratar complicaciones del covid-19. Antes de que estén ocupadas en Utrecht, ocupan las de Groningen y Drenthe, que es la zona menos afectada. Hay un informe cada día a las 14 horas donde publican nuevos afectados, ingresados, altas y muertos.
Yo llevo ya diez días en cuarentena y sin trabajar, porque no tengo un trabajo que se pueda continuar en casa. La seguridad social se hace cargo del 90 por ciento de los costos fijos de producción de las empresas que cerraron por efecto de de las medidas que se van tomando paulatinamente. Comenzaron con restaurantes, bares, cafeterías, cuando en España ya existía la orden general de permanecer en casa y con multas.
En la capital, Ámsterdam, todo sigue igual. Tiendas, bazares abiertos, autobuses y trenes llenos de trabajadores que se desplazan a sus puestos de trabajo.
A pesar de vivir en Drenthe me llegan noticias –por amigos uruguayos– de que en Ámsterdam todo sigue igual. Tiendas, bazares abiertos, autobuses y trenes llenos de trabajadores que se desplazan a sus puestos de trabajo. Ayer (por el 25 de marzo) vino a visitarme mi prima, que es médica: doctora en una empresa de seguros laborales. Ha venido con algunos souvenirs como papel, jabón, nos midió el oxígeno en sangre y muchas instrucciones. Le agradecí los consejos y souvenirs, y luego en la cena le pregunté a mi tía ¿no será mucho? Lo que me contestó: ¿qué sucede en Italia y Madrid, Gerard? La cena se interrumpió por una llamada de mi prima con algunas cosas que se había olvidado recomendar desde el coche: que no nos lavemos las manos innecesariamente, que está bien que haya un número de bacterias que son buenas para la piel. Me quedé pensando que con una prima como la mía en cada familia, este país está ya bien informado de cómo actuar.
En el supermercado, la gente pareciera tener un sensor que los aleja de los demás los 1.5 metros de distancia recomendados. Lo cierto es que la mayoría de los holandeses acatan las reglas, son conscientes. Esta semana se prohibieron las reuniones de más de tres personas en la vía pública. La tienda donde también está la oficina postal de mi pueblo solo admite un cliente, y dispuso un cristal en el mostrador. El supermercado, que es más grande, admite doce clientes a la vez. Y no sé cómo hacen, pero casi no hay gente esperando afuera.
El coordinador nacional dijo que han logrado que el contagio ya no sea exponencial. También explicó que se espera un pico de ingresados en mayo.
Las compras son igual de frecuentes aunque en casa hemos llenado el freezer. Día a día hemos ido comprando un poco más, sobre todo pan congelado y legumbres. Este lunes han anunciado medidas más estrictas. Y ayer, en la comparecencia del coordinador nacional, ha dicho que los datos –que son siempre estimativos– ya no hablan de que una persona infecta a tres más, sino solamente a una. Por lo tanto, han logrado que el contagio ya no sea exponencial, según dijo. También explicó que se espera un pico de ingresados en mayo.
En Holanda hay unos 18 millones de habitantes y para esa fecha esperan incrementar la cantidad de camas a 2.100. Actualmente se está utilizando un tercio de las 1.600 disponibles. Al momento en que escribo estas líneas, en todo el país hay más de 9 mil personas contagiadas, y casi 700 fallecidas.
Mi sensación personal de cómo se vive la pandemia en la comunidad es de tranquilidad pero con mucha cautela. Nadie te da la mano en las tiendas. Se camina por los pasillos con la distancia recomendada. Quienes tenemos la fortuna de vivir en los pueblos, podemos salir a caminar sin atravesar la ciudad. Porque son una o dos calles con casas y luego ya hay senderos de bicicletas o caminantes por el campo.
Los holandeses son precavidos, nada efusivos, ni abrazos ni besos. Lo tienen incorporado de fábrica y eso les viene muy bien para esta pandemia.
También hay que decir que, en comparación con las costumbres que tenemos en Argentina y Uruguay, los holandeses son exageradamente precavidos. Sobre todo en lo de evitar cercanía, nada efusivos, ni abrazos ni besos. A eso ya lo tienen incorporado de fábrica lo cual les viene muy bien para esta pandemia.
La vida cotidiana sigue. Mi prima sigue trabajando en su casa, atiende pacientes por internet; su marido haciendo reuniones por Zoom (trabaja como ingeniero en una multinacional noruega que produce aluminio). El gobierno ha mostrado inicialmente posiciones parecidas a las de Trump, Boris Johnson o Bolsonaro, minimizando el virus, pero ahora endureció las medidas.
También hay que decir que en Holanda la cultura, la idiosincrasia, son completamente diferentes a la nuestra, a la de Argentina o Uruguay. Una muestra de ello es que en este momento es Holanda (junto con Alemania) quienes frenan la propuesta de una especie de plan Marshall de reactivación económica de Europa para salir de la crisis causada por el virus.
Contra lo que se piensa a veces, aquí no hay una mirada tan comunitaria como se creería.
Contra lo que se piensa a veces, aquí no hay una mirada tan comunitaria como se creería. Lo que la mayoría de las personas quieren es crecer y tener dinero para mejorar su status. Alguien me dirá que yo no debería decirlo porque vivo aquí, porque también soy holandés. Pero por suerte he vivido en Argentina y Uruguay, que me socializaron un poco y puedo comparar. Por eso quizás estas medidas en Holanda son para demostrar que sigue circulando gente y dinero a pesar de la crisis del coronavirus. Como diríamos por allá: abriendo el paraguas antes que llueva. He visto que incluso diarios argentinos comentan esa forma de afrontar la pandemia. El diario Clarín titula que Holanda resiste abandonando a parte de los enfermos. "¿Qué es más inhumano? ¿Hospitalizar a un anciano que puede morir o dejarlo morir en casa? El sistema sanitario holandés cree que es mejor que se quede en casa o en la residencia de ancianos. Así, además, no contribuye al colapso del sistema sanitario".
Para asegurar que el pico en el número de personas gravemente enfermas no exceda el número máximo de lugares de atención todos los holandeses se adhieren a las medidas más estrictas anunciadas el lunes. Mientras tanto, yo me dedico a hablar más con mis hijos en España para contenerlos. Y en el resto del día, a hacer tareas que requieren mucho tiempo que anteriormente no tenía: restaurar muebles abandonados que me voy encontrando. Y muchas más.
La pandemia también nos lleva a reflexionar un poco. Creo que sería imperdonable que el mundo siga igual después de que pase. En cada cuarentena veo como una meditación de lo que sucede en el mundo y una disposición a hacer cosas que no hacíamos antes. Ojalá que así sea.
(*) Gerard Vinkers es un ciudadano del mundo: holandés de nacimiento, criado en el Uruguay y en la Argentina (hizo su primaria y secundaria en Concepción del Uruguay), residió también en España y Estados Unidos, y hoy está radicado en su país de nacimiento.
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