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Debate sobre Tadea Jordán: sobre bolazos, élites y abolengos

La historiografía oficial le atribuyó a la matriarca y madre de caudillos un linaje de aristocracia y nobleza que la mamá de Francisco Ramírez y abuela de Ricardo López Jordán no poseía.

 

Por A.S. y J.G.V. de EL MIÉRCOLES DIGITAL

 

En el segundo tomo de las “Historias (casi) desconocidas de Concepción del Uruguay”, contamos aspectos poco conocidos sobre la vida de Tadea Jordán, la matriarca uruguayense y madre de los caudillos Francisco Ramírez y Ricardo López, y abuela de Ricardo López Jordán.

Contamos allí cómo ciertos historiadores trataron de atribuirle a Tadea una genealogía “ilustre”, presentándola como si fuera parienta de nobles y de virreyes. Dijimos en cambio, que como lo han mostrado investigaciones serias, no hay evidencia de esas afirmaciones. Y por eso las calificamos como fantasías, y les llamamos también “bolazos”, palabra que significa, en su segunda acepción, “mentira, embuste”. Y que nos encanta usar, porque es una palabra elocuente y muy entrerriana. Y sobre todo, porque (aunque no estemos seguros de lograrlo) escribimos para todas las personas. Usar términos como ése da un toque de informalidad que, como sugirió Aristóteles hace mucho tiempo, ayuda a “hablar como habla la gente sencilla”.

Pero no exageramos. Se trata de un embuste. Como lo cuenta el historiador Carlos A. Roca, se le quiso atribuir a Ramírez por vía de su supuesto padre –el carpintero paraguayo Juan Gregorio Ramírez– la pertenencia “al linaje esclarecido del marqués de las Salinas, Don Juan Ramírez de Velasco, ilustre conquistador español, gobernador de Tucumán de 1586 hasta 1593 y del Río de la Plata y del Paraguay desde 1594 hasta su muerte en 1597”. Roca cuenta, en su documentado trabajo, que Martiniano Leguizamón fundamentaba esta afirmación en una Real Cédula que le había sido proporcionada por Alfredo Parodié Mantero, ex condiscípulo suyo en el Colegio del Uruguay, tomada, supuestamente, en 1923 del Archivo de Sevilla.

Un documento que no aparece

Pero la Cédula, ese supuesto documento (cuyo texto Leguizamón publicara) nunca fue mostrado. Y Roca revela gruesos errores en el contenido de la “Cédula”: el más grave, que confunde a Juan Ramírez de Velazco, quien nunca fue marqués de las Salinas, con el verdadero marqués, que es Luis de Velasco. “Resulta inadmisible”, explica Roca, “dar crédito a tamaño error de identidad en un auténtico documento oficial de la monarquía”.

También señala muchos otros indicios (por ejemplo, que los Ramírez / Jordán jamás reclamaron las tierras que les corresponderían de haber sido descendientes del marqués) que hacen sospechar de la Real Cédula. Por todo eso asegura que se trata de “una patraña de la que fueron víctimas Parodié Mantero y Leguizamón” quienes dieron por cierta, “con toda ligereza, una documentación apócrifa para complacer pequeñas vanidades elitistas”. Aunque el mismo Roca insinúa que quizás fueran los inventores y por eso bromea con que Leguizamón debió “ser expulsado de la Academia Nacional de la Historia y de inmediato incorporado a la Academia Nacional de Letras por su inventiva y su condición de fabulador ameno y pintoresco”.

Roca dedica además un capítulo a otras fantasías que Leguizamón desarrolló, como el parentesco de la matriarca con el Virrey Vertiz: sin prueba alguna, Martiniano simplemente afirma que la madre de Tadea, “Juana Tadea Magdalena de Vertiz y Salcedo, era hermana, sin lugar a dudas, de Juan José de Vertiz y Salcedo, segundo de los virreyes de Buenos Aires”. Este bolazo es aun más ampuloso: Leguizamón no da ninguna evidencia de esas afirmaciones, ni siquiera cita documento alguno. Solo especulaciones. Por eso Roca dice: “Todo esto es puro camelo” (“camelo”, según el diccionario, es “noticia falsa”). Además refiere otros hechos que las hacen inverosímiles: Tadea, supuesta sobrina del Virrey no tuvo relación alguna con el Virrey, la pobreza demostrada de los Jordán, que como contamos en el libro, no le permitió a Antonio afrontar los gastos de un oficio religioso al morir su esposa (la mamá de Tadea) en 1786, y el cura se hizo cargo “dado el estado menesteroso de los deudos”. Más elementos que muestran la pretensión de darle linaje de nobleza y señoríos feudales anacrónicos a la familia esforzada y trabajadora de Tadea.

En el capítulo sobre Tadea mencionamos el casamiento de ella y sus hermanas con “jóvenes paraguayos de origen guaraní que trabajaban en la zona”: Antonia se casó con Felipe López, Magdalena con Agustín Almada, y Tadea con Juan Gregorio Ramírez. Labriegos dos de ellos, carpintero el restante. (No hay duda de que Gregorio era carpintero: así figura en el padrón de vecinos que ocupaban los campos ubicados en el Partido del Arroyo de la China, entre el arroyo Tala y el Palmar, en octubre de 1781, enviado por Julián Colman al teniente del rey Diego de Salas, y citado por Urquiza Almandoz). Nada de linaje, nada de bolazos aristocratizantes.

Insistiendo en el falso linaje

Todo esto viene a cuenta de la nota titulada “¿Quién fue Tadea Jordán y su familia? ¿Unos pobres campesinos o la élite gobernante de Concepción del Uruguay?”, en la que sus autoras (Aída Toscani, y María Candelaria Churin, a quienes citamos en nuestro libro[1]) salen al cruce de nuestra publicación, e insisten en las teorías sobre el linaje de los Ramírez y los Jordán, y afirman que se trata de un “hecho” que “se respalda en documentación encontrada en el Archivo de Indias y entregado un facsímil a Martiniano Leguizamón”.

Las autoras añaden que “según la metodología histórica, es preciso demostrar que ese testimonio era apócrifo o no existía y así fundamentar sus teorías. La adjetivación como fantasías, desvaríos y bolazos (…) no equivale a demostrar fehacientemente que tales documentos son apócrifos”.

Pero en realidad, las cosas son al revés: desde un punto de vista epistemológico, es quien sostiene la existencia de un documento quien debe exhibirlo, probar que existe. Y no al revés. No alcanza con que una (supuesta) autoridad diga que hay un documento –aunque incluya el supuesto texto de ese documento– para dar como probado que ese documento existe.

Por el contrario, Roca muestra que nunca nadie vio la supuesta “Real Cédula”, e incluso cita a investigadores que acudieron al Archivo de Sevilla, como Alciro Abel Puig, especialista en heráldica y genealogía, quien “no pudo dar con el paradero del tan mentado documento”, que de existir (dados los datos de ubicación) no podría no estar en el célebre repositorio de documentación colonial americana.

De modo que –salvo que las autoras lo hayan encontrado y en ese caso sería bueno que lo den a conocer– hasta el momento lo que se puede afirmar, según la metodología histórica, es que la Real Cédula citada por Leguizamón es apócrifa.

Linaje no es élite

El título de la nota de Toscani y Churin presenta una disyuntiva según la cual las categorías sociales serian inamovibles: como si no se pudiera comenzar la vida pública siendo un pobre campesino para ser luego parte de la élite gobernante. Es evidente que no se trata de una opción antitética: se puede llegar a ser lo segundo habiendo sido antes lo primero. Y eso es precisamente lo que sostuvimos en nuestro texto.

Pero élite no es linaje. Son cosas distintas. Las investigadoras aseguran que “la categoría de élite se asignaba a las familias que podían demostrar fehacientemente su linaje”. Después se contradicen cuando afirman que era posible integrar las élites del lugar “por haber conformado el núcleo de antiguos pobladores del lugar con propiedad y/o medios propios de vida”. Explican que “en las zonas marginales del Imperio español a diferencia de la sociedad nobiliaria de España, la actividad comercial fue social y económicamente bien vista, siendo esa la ocupación tanto de Gregorio Ramírez como de Lorenzo López”.

Y estamos de acuerdo en eso, que no está en discusión; porque una cosa es el linaje, que es la ascendencia “noble” o “ilustre” de una familia, y otra diferente es ser parte de la élite, la minoría que rige o influye de manera preponderante en una sociedad dada. Es evidente (y así lo mencionamos en nuestro trabajo) que Tadea se convirtió en “cabeza de una familia de excelente posición social y económica en la ciudad. Así lo muestra el censo de población realizado al año siguiente de la muerte de Lorenzo. En los datos aparece la de Tadea como la familia propietaria de la mayor cantidad de esclavos, a excepción de Josef de Urquiza (padre de Justo José). Salvada aquella, en la Concepción del Uruguay de 1821 no había familia que tuviera tantas personas esclavas como la de Tadea Jordán: son diez las que contabiliza el censo, más tres jornaleros y tres ‘agregados’. Urquiza tiene veintidós. Esto muestra que Tadea había forjado una sólida posición en tres décadas, desde aquellos humildes comienzos con el carpintero Ramírez”.

En resumen

En resumen: no hay duda de que Tadea y familia fueron parte ineludible de la élite uruguayense a comienzos del siglo XVIII. Pero que fuera “mujer de linaje aristocrático” (lo ratificamos) es un bolazo aristocratizante, propio de una época pretérita en que no se concebía que hombres y mujeres del pueblo sencillo pudieran abrirse camino y ser protagonistas destacados de la historia.

A veces ocurre que el mundo académico menosprecia (o incluso desconoce por completo) lo que no ha sido “indexado” por la academia. Quizás por eso las autoras no conocen el valioso trabajo de Carlos A. Roca en el que se discute no solo el abolengo de Tadea sino también la calidad de muchas obras establecidas como cánon en la historiografía entrerriana. Algo similar ocurre con otro tema apasionante que discute Roca (y que incluimos en nuestro capítulo sobre Tadea) como lo es la verdadera fecha de nacimiento de Francisco Ramírez y la posibilidad de que fuera hijo de Tadea y sin padre conocido, revelada por Miguel A Gregori en la revista Ser a comienzos de los años 60, y recogida por Urquiza Almandoz en su impar “Historia de Concepción del Uruguay”.

Por último, no podemos menos que coincidir con las autoras en que “el principal peligro del oficio de historiador es forzar el dato para que responda a los preconceptos que estructuran la matriz de pensamientos de quien escribe. La contrastación de documentos leídos tras una exhaustiva búsqueda bibliográfica resguarda en parte de ese peligro. Sólo la densidad del dato, con abundantes recursos teóricos, ayudarán a la permanente vigilancia epistemológica en la tarea del historiador/a”. En eso estamos plenamente de acuerdo.

 

Bibliografía empleada:

- “Historia de Concepción del Uruguay”, Tomo 1, de Oscar Urquiza Almandoz (2002)

- “Chanfleando la historia. Apuntes sobre Tadea Florentina Jordán, los Ramírez-López y el General Mansilla”, de Carlos Alberto Roca (1991)

- “Francisco Ramírez. Algunos datos vinculados con su origen”; de Miguel A. Gregori en revista Ser, año 1 número 1 (1962).

[1]En el libro cometimos un yerro imperdonable, al escribir mal el apellido de la autora Churin. Pedimos disculpas por eso y rectificaremos en las reediciones. De paso marcamos que nadie está libre de esas erratas: en su nota, las autoras (quienes nos reprochan ese error), cometen uno idéntico, al equivocar el nombre de pila de uno de nosotros. Cosas que pasan, por eso dice el Martín Fierro “aquel que defetos tenga / disimule los ajenos”.

 

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