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En su enfrentamiento con el propietario del diario La Calle, Juancho tampoco se quedó quieto: planteó en el Concejo que se pidiera a la provincia la expropiación de Santa Cándida, el ex saladero del general Urquiza, declarado monumento histórico nacional pero en manos privadas –precisamente de los Saenz Valiente–.
FALLECIÓ EN CAMPANA

El adiós a Juancho Carbonell, el único concejal comunista uruguayense

El tiempo, a veces, pone las cosas en su lugar.

 

Por AMÉRICO SCHVARTZMAN  de la Redacción de EL MIÉRCOLES DIGITAL

 

Este martes 25 de octubre una enorme porción de la comunidad uruguayense recibió la triste noticia: había fallecido Juan José Carbonell, Juancho, ex dirigente del Partido Comunista, varias veces candidato en elecciones municipales y provinciales, veterano y persistente militante, que ostentaba el título de haber sido el primero en ser elegido concejal por ese partido en la historia de Entre Ríos.

Otra parte importante de la comunidad se preguntaba: ¿quién?

Fue en 1983, en las elecciones que marcaron el retorno a la vida democrática, cuando Carbonell encabezó la lista del PC como candidato a intendente y a la vez como primer concejal –la ley electoral aun lo permitía– y con 2.797 votos se consagró concejal, para sorpresa de los propios simpatizantes.

Escribano de profesión y padre de cuatro hijos, estaba radicado en Campana y tenía 85 años. Había estudiado en Santa Fe, y durante varias décadas ejerció su profesión –primero en Bovril, luego en La Histórica– rodeado de afecto y reconocimiento, y valorado por la comunidad como un vecino comprometido, solidario y de afectuoso carácter.

Como concejal, le tocó en suerte una época extraña: el por entonces único diario local, La Calle, en manos de la familia Saenz Valiente, lo ignoraba por completo: no mencionaba su nombre, no informaba sobre sus iniciativas, y en las únicas ocasiones en que hizo alguna referencia a su persona era para repudiarlo. Nada de eso le impidió a Juancho hacerse conocer y querer, y pese a su adhesión “sectaria y obediente” a los lineamientos del PC, según definición propia, Carbonell era un apasionado del diálogo, y en especial con aquellos que pensaban diferente.

Con su característico humor, Juancho explicó su persistente fe comunista: “Yo encontré allí, en el Partido Comunista, la doctrina que me satisfacía, contenía y proyectaba. Seré un poco lírico pero el ideal final del comunismo, pese a las derrotas parciales y crisis que tuvo y tiene, sigue siendo la ideología no superada. Mi padre –que fue dirigente radical– no llegó a verme militando pero no hubiese tenido problema, en cambio mi mamá era muy católica. Yo la cargaba porque la primera vez que vine con el Código Civil, que tenía tapa roja, ella me decía ‘ya andás con esos libros comunistas’”.

En el ejercicio de su labor como concejal, Carbonell fue quien propuso instalar la Plazoleta de los Derechos Humanos en el bulevar Yrigoyen, entre una de las pocas iniciativas de su autoría que aprobó el Concejo Deliberante. Otras que no tuvieron suerte pero que aún hoy son recordadas por quienes vivieron aquella época, eran mucho más perturbadoras: Juancho fue el primero en proponer que el acceso a las playas uruguayenses fuera libre, con un slogan diseñado por él mismo: “El Pelay es del pueblo que paga peaje y no de los ricos que entran gratis con sus yates”.

En su enfrentamiento con el propietario del diario La Calle, Juancho tampoco se quedó quieto: planteó en el Concejo que se pidiera a la provincia la expropiación de Santa Cándida, el ex saladero del general Urquiza, declarado monumento histórico nacional pero en manos privadas –precisamente de los Saenz Valiente–. Un tiro directo contra su adversario que lo hostigaba, a través del ninguneo en las páginas del único diario que por entonces existía en La Histórica. “Pedí la expropiación de Santa Cándida para que sea un lugar de visita, incluso se lo planteé a Montiel durante su primer mandato, pero nunca más se habló del proyecto”, contaba.

Siendo concejal, no vivía de la política sino de su profesión, y por eso donaba su dieta a diferentes instituciones solidarias de la ciudad, entre las cuales a veces la sorpresa era grande: un “ateo comunista” que no reparaba en dejar su aporte a una ONG vinculada con la Iglesia. Juancho bromeaba diciendo que lo habían votado “a pesar de ser comunista, y no por serlo”. Sus informes periódicos explicando sus proyectos incluían desde las propuestas más ambiciosas, como planes de vivienda cooperativos autogestionarios, hasta las más minuciosas, como la de eliminar los “molinetes” en los colectivos, que eran “una falta de respeto al pueblo”.

Su insistencia en rendir cuentas, así como las reuniones en los barrios más vulnerables para contar a los vecinos –muchas veces frente a un magro puñado de convencidos– mostraban la poderosa convicción que lo movía, contra viento y marea.

La vida de Juancho parece resumir lo que en el pasado fue la trayectoria típica de un militante comunista argentino: el inicio en las luchas reformistas en la Universidad, donde integró el Centro de Estudiantes de Derecho, y su adhesión a la Federación Juvenil Comunista, a la que se sumó en 1953, en el marco del furioso antiperonismo que caracterizaba por aquellos años al PC argentino y a la izquierda en general.  Un fugaz paso por el periodismo, en Santa Fe, donde tuvo a su cargo la sección barrial del diario “El interior”. Una breve actuación como asesor de Rodolfo Ghioldi en la Convención Constituyente de 1957. Y luego, el regreso a Entre Ríos, la radicación en Bovril, donde comienza a ejercer la profesión y donde funda la sede local del PC, junto al legendario dirigente sindical de la carne José Peter.

En Bovril también comienza a participar en el movimiento cooperativo, y funda la Caja de Crédito. En 1962 es candidato a diputado provincial por primera vez. Y también cae preso por vez primera. Así lo contó: “Durante tres meses estuve preso por el solo hecho de ser comunista. Nos metió preso José María Guido que fue Presidente tras esas típicas trenzas de partidos burgueses, debe ser el presidente más infeliz que tuvimos. Con un compañero ferroviario comentábamos que Guido nos haya metido preso, más vale ni contarlo porque pasamos vergüenza”.

En 1968 se radica en Concepción del Uruguay. Y también aquí su actividad fue incansable: integró la conducción del Club Lanús y el Círculo de Ajedrez.

En su paso por el cooperativismo fue presidente de la Asociación de Cooperativas del Departamento Uruguay. Integró la conducción del Banco Institucional Cooperativo. Y también tuvo actuación gremial en el Colegio de Escribanos de la provincia, del cual fue vocal, y presidente de la Comisión Notarial de Concepción del Uruguay.

Además de sus folletos e informes como concejal, Juancho publicó un folleto sobre su colección de cencerros, una de sus pasiones poco conocidas.

Tras la caída del muro de Berlín y el derrumbe de la Unión Soviética, Carbonell no arrió sus banderas. Siguió creyendo en las ideas de Lenin, siguió defendiendo a la Cuba de sus amores y sostenía incluso que “el peor de los sistemas comunistas es mejor que la mejor de las democracias”. La crisis terminal del PC argentino, su autocrítica en el XVI Congreso de 1986, y la posterior dispersión de sus integrantes no impidieron que mantuviera su práctica militante: durante años le llevó el periódico oficial a sus amigos, incluso al Profesor Visagno, que lo comentaba en su programa radial en LT11.

Ya en la era kirchnerista, con una visión positiva del gobierno encabezado por el matrimonio Kirchner, Juancho volvió a integrar una nómina de candidatos: en 2011 ocupó la candidatura a vice intendente en el partido Nuevo Encuentro, que obtuvo un puñado de votos para los cargos locales.

Desde hace poco, Carbonell estaba radicado en Campana, provincia de Buenos Aires, donde según anunció su hijo Osvaldo, sus restos serán cremados.

Dicen que el tiempo pone las cosas en su lugar.  No siempre. Algunas veces.

Quizás por eso, el mismo diario La Calle que en los años 80 lo ignoró, que jamás informó que en Concepción del Uruguay había sido electo un concejal comunista; ese diario de estirpe oligárquica que creía que podía modificar a su gusto la realidad y hacer “como si” Juancho no existía; “como si” los uruguayenses no habían puesto en el Concejo a ese vecino rebelde y afable, de ronca voz como trueno y de sonrisa y afecto universales; ese vecino tozudo y a la vez dispuesto al diálogo; ese militante esquemático y al mismo tiempo dispuesto a encontrar los puntos de acuerdo con quien fuera; ese luchador que nunca dejó de creer que la verdadera democracia era bien distinta a lo que la realidad le ofrecía a sus vecinos más pobres; quizás por eso, porque el tiempo pone las cosas en su lugar, ese diario que entonces lo ignoró, lo insultó y lo ninguneó, ese diario que cambió varias veces de manos y que ya ni siquiera recuerda a sus ex propietarios oligárquicos, hoy tituló “Hondo pesar por el deceso de Juan José Carbonell”.

Será entonces, Juancho, porque el tiempo –algunas veces–  pone las cosas en su lugar.

Hasta siempre.

 

Archivo: El Miércoles y Jorge Villanova (Centro de Documentación Política Entrerriana)

 

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